MOLIÈRE
El avaro
Introducción, traducción y notas de
RAFAEL GÓMEZ PÉREZ
EDICIONES RIALP, S. A.
MADRID
© 2019 de la versión castellana traducida
por RAFAEL GÓMEZ PÉREZ
by EDICIONES RIALP, S. A.,
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ÍNDICE
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
INTRODUCCIÓN
EL AVARO
ACTO I
ACTO II
ACTO III
ACTO IV
ACTO V
MOLIÈRE
INTRODUCCIÓN
El hombre y el autor
JEAN-BAPTISTE POQUELIN, LLAMADO MOLIÈRE, nació en París el 15 de enero de 1622 y murió en la misma ciudad el 17 de febrero de 1673, a los cincuenta y un años. Considerado el mejor comediógrafo francés y uno de los mejores del mundo, sus obras más logradas se siguen representando con mucha frecuencia.
Hijo del tapicero real Jean Poquelin y de Marie Cressé, en 1633, a los once años, entró en el Collège de Clermont, jesuita (un año antes había muerto su madre). A los veinte años, en 1642, licenciado por la facultad de Derecho de Orleans, se ocupó del negocio de su padre, pero su pasión era el teatro. En 1643 firmó con los Béjart, una familia de comediantes, el acta de constitución del “Illustre Théâtre”. Un año después ya lo dirige y empieza a utilizar el pseudónimo de Molière.
Abandona París en 1645, fecha de su primera comedia conocida, El médico volador (Molière fue siempre muy duro en la crítica a los médicos) y trabaja como actor en compañía de provincias. Cinco años más tarde retoma la dirección del teatro. Hasta 1658 no aparecieron las primeras comedias, El atolondrado o los contratiempos, escrita en 1655, y El despecho amoroso, farsas bien construidas pero lejanas aún de lo que haría años más tarde.
Representando una farsa ante Luis XIV, divierte tanto al rey que este decide proteger la compañía y le facilita el Petit-Bourbon, una bella casa parisina a orillas del Sena, que servirá como teatro. Con el favor real, Molière se crece. Crítico en no pocos temas sociales, era un fiel servidor de la voluntad de Luis XIV. Al rey le gustó Las preciosas ridículas, de 1659, y aumentó su ayuda a Molière. Cuando el Petit-Bourbon fue destruido para ampliar el Louvre, Luis XIV les destinó una nueva sede en el Palacio Real.
A los cuarenta años, se casó con Armande Béjart, hermana de Madeleine, el alma de la compañía de teatro. Ese año, 1662, estrena La escuela de las mujeres, su primera obra bien conseguida, muy aplaudida por unos pero criticada por quienes, en la Francia de entonces, consideraban el teatro como una escuela de vicios. Molière contraatacó con La crítica de la escuela de las mujeres y el Impromptu de Versalles.
El favor del rey aumentó y en 1664 se le nombró director de las diversiones de la Corte. Ese mismo año su mujer dio a luz a un hijo, apadrinado por el rey, pero que falleció poco después. Escribe entonces Tartufo, una nueva crítica a la hipocresía de los falsos devotos. La reacción de estos fue tal que el Rey prohibió durante cinco años representar la obra.
De 1665 es su Don Juan, basada en El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, pero sin la profundidad teológica de esta última obra. Poco después contrajo la tuberculosis. El misántropo, y El médico a palos aumentaron su fama. De 1668 son Anfitrion, George Dandin y El avaro. En 1671 estrena Los enredos de Scapin, y finalmente, El enfermo imaginario, un divertido análisis de la hipocondría.
Durante la cuarta representación de esta obra sufrió un fuerte ataque de hemoptisis y fue trasladado de urgencia a su domicilio, donde falleció. Según la ley francesa de aquel tiempo, los actores no podían ser inhumados en lugar sagrado, pero la viuda de Molière consiguió del rey que el difunto fuera enterrado, de noche, en la zona del cementerio destinada a los niños fallecidos antes de recibir el bautismo.
Molière no es original en los argumentos. Se basa en Aristófanes y Plauto, entre los clásicos, y en otros autores más modernos. Su maestría está en organizar la intriga, en la creación de personajes, en la crítica social, en la comicidad a veces muy hilarante. El lenguaje, sobre todo en las obras en prosa, es fresco, directo, y no pierde actualidad, salvo en detalles.
El avaro, inspirada en Plauto, es una comedia brillante, de un ingenio vivo y gran comicidad. El personaje del avaro Harpagón, que interpretaba Molière, lo llena todo. Es cierto que algunas escenas se alargan demasiado, que algunas réplicas se repiten, pero se entiende que el público quisiera ver durante más tiempo a Harpagón cayendo en sus propias trampas. Los equívocos se explotan a veces demasiado y el desenlace es abrupto y rocambolesco. Pero eso gustaba al público: una intriga enrevesada y con final feliz.
Rafael Gómez Pérez