Fragapane Federiconi, Patricia
Almas al trote / Patricia Fragapane Federiconi. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-87-0599-6
1. Autobiografías. I. Título.
CDD 808.8035
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: info@autoresdeargentina.com
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
“A Micaela, mi hija,
por su grandeza, con todo mi amor”
Mi agradecimiento, a lo que me orientaron e
impulsaron a escribir tan rica experiencia.
Sobre la autora
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Patricia Irene Fragapane Federiconi nació en Mendoza Argentina. Es licenciada en Comunicación Social, Periodista Universitaria. Vivió diez años en Buenos Aires, lo que le permitió ser becada en televisión y revistas. A su regreso a Mendoza trabajó en varios medios, hasta tener su propia consultora en comunicación en la que desarrolló destacados eventos culturales y deportivos. Años más tarde se dedicó a la docencia hasta completar su ciclo. Es productora comercial y periodística de Mejor Corriendo, su programa de radio. El mismo formato llevó a la ciudad de Alicante España con Mejor Vivir. Actualmente se desempeña como productora de Más Estar Vital, su blog sobre bienestar. Este es su primer libro en cuanto a calidad de vida. No descarta seguir escribiendo. El deporte es su pasión. Lo considera como un gran aliado en su vida. Fue en el año 2000 que corrió su primer maratón. |
Prólogo
Hace unos días recibí con alegría y sorpresa la solicitud de Patricia: “Lila, quiero que escribas algunas palabras como prólogo de mi libro”. Cuánto se lo agradezco, siempre es un honor y una responsabilidad hacerlo.
Porqué se escribe. Cada cual tiene sus razones. El arte es un escape; un modo de conquistar. ¿Por qué precisamente escribir? Hacer por escrito pensamientos, creencias, conquistas. Es que, detrás de los diversos propósitos de los autores, hay una elección profunda e inmediata, común a todos.
Patricia comunica, informa, participa a través del libro de sus luchas, los triunfos, las lágrimas, los propósitos y sobre todo la voluntad de una mente que planifica intuitivamente buceando en aguas oscuras y saliendo a la superficie luminosa, inteligente y solidaria. ¿Solidaria? Sí, Ella quiere que todos aquellos que sufren, que se debilitan ante los obstáculos se conviertan en campeones gloriosos ¡Qué bien Paty, gracias por ello!
Cada una de las percepciones va acompañada de la conciencia de que la realidad humana es “reveladora”, es decir, de qué “hay” ser gracias a ella o, mejor aún, que el hombre es el medio por el que las cosas se manifiestan; es nuestra presencia en el mundo lo que multiplica las relaciones; somos nosotros los que ponemos en relación esta “maratón” con los otros, los que nos rodean y con los conocidos o desconocidos que leerán el libro.
Patricia dice:
“... subir y esquivar piedras...”, “no quedaba nada de mí”. “Era un ente”. “Me llamó la atención como mi mente manejó mi cuerpo y mi interior, como si estuviera filmando una película en Hollywood...”
Es un libro dónde refleja en forma continua la comunicación (por algo es licenciada y profesora en Com. Social). Es la otra meta de Patricia: sensibilizar e informar a los interesados en el tema, a los turistas, a los estudiantes de Educación Física, y más, la propia experiencia vivida y que salgan triunfantes.
La escritura de Paty, nos estremece, durísima lucha. Ella, como un ave que renace de las cenizas continua “mejor corriendo”. Ingenuamente, con pureza se conmueve ante sus triunfos. No se da cuenta de la humildad que tiene para reconocer lo logrado, ya lo creo, con “sangre, sudor y lágrimas”.
Es un canto de esperanza y motiva a no decaer a pesar de “los palos en la rueda”, a continuar y salir airosos hasta el aplauso de la consagración.
Informa sobre geografía, historia, metafísica y cultura ancestral ¡Excelente!
Escribir sobre motivación acompañada de estos temas, es de un paralelismo original. Bien sabemos que la metafísica es lo relacionado a la naturaleza, estructura, componentes y principios fundamentales de la realidad, a la investigación como entidad, ser, existencia, causalidad. En la biología es la existencia de la vida, solo la metafísica suministra estas definiciones básicas y Patricia lo sabe utilizar muy bien.
La mente consiente determina, Paty lo usa y cree que algo bueno puede pasar, utiliza magistral esta consigna y la ofrece. Incorpora nuevos hábitos difíciles y sigue adelante con una capacidad que incluye como inteligencia emocional.
Patricia confiesa: “los aplausos al pasar por las calles como ejemplo para la maratón de la propia vida”.
Esto es lo que merece este libro: APLAUSOS y el deseo que muchos deportistas y personas de todas las edades que tengan metas en la vida, lo conviertan en un libro para leer con persistencia.
Lila Levinson
Locutora Nacional Mat. 2221- Periodista free-lance
Diplomada Gestión Social y Cultural. Distinción Sanmartiniana 2004
Distinción Legislativa 2000,2010,2011, 2013, 2014,2016
Premio a la trayectoria “David Blanco” 2013
Premio Pioneros otorgado Legislatura 2014
Nominada Embajadora Turística de Mendoza 2016
Faja Dorada Personalidad de la Cultura LA SER 2018
El Comienzo
Cruzar la cordillera de Los Andes
Todo es cuestión de proponérselo
Empezó como un sueño
hasta dar el primer paso.
Convertimos el andar
en una rutina, cada vez
con más exigencias
Una aventura colmada
de desafíos
como algo fructífero
Sólo era necesario
usar la técnica
basada en la experiencia.
Todo se modificó
en una experiencia positiva
y llena de fe.
Cuando llegó el día
emprendimos el objetivo final
entrenados física y mentalmente,
controlados y positivos.
Bajo estas condiciones
la travesía estaba asegurada.
¡ FORZA ITALIA !
La preparación y el cruce por ésta fascinante travesía en la montaña, la compartí con mi compañero Luigi, su apoyo incondicional tan importante en mi vida. Tal es así, que en mis tramos de debilidad con sólo gritarme ¡Forza Italia! alimentaba mi ego y elevaba mi autoestima, transformando mi físico en mente y espíritu positivo y así poder avanzar.
Cruce por la cordillera de los Andes
Siempre que inicié una actividad deportiva lo hice para llegar a una meta. Esto me enseñó que en la vida hay objetivos y está en nosotros prepararnos mental y físicamente para poder cumplirlos. En todos los órdenes de nuestra existencia hay una razón de ser, de hacer y de sentir.
Recuerdo que mi padre Francisco, en el año 1991, me regaló una bicicleta de paseo, la cual llamé “carromato” por ser tan grande y pesada. Era blanca, con canasto y sin cambios. Mis primeras salidas con ella fueron al parque General San Martín, ubicado a dos kilómetros del km0 de la ciudad de Mendoza. En mi interior sabía afirmativamente que esto era el principio de una gran odisea.
El hábito de salir en la siesta mendocina en bicicleta se convirtió en una adicción, la del deporte, que hasta el día de hoy no la puedo vencer. La clave fue ascender cada día un poco más. Posteriormente, superado el parque, logré llegar hasta el zoológico ubicado en la base de uno de los cerros más turísticos de nuestra provincia, el cerro de La Gloria. Mi focalización estuvo siempre dirigida al oeste porque me atraía el hecho de cruzar la cordillera, de emprender una aventura y quizás uno de los más grandes desafíos deportivos. Me imaginé insertada en la inmensidad de las montañas, acariciando sus laderas, pisando sus sedimentos con las ruedas de mi mountain bike y disfrutando plenamente de ese panorama, pero no quise soñar más, eso era utópico, ni siquiera había alcanzado el primer objetivo. A medida que pasó el tiempo mi estado físico empezó a mejorar gracias a la actividad, lo comprobé al rechazar muy rápidamente el cigarrillo. Mis ganas de sentirme bien eran superiores a la de darme ciertos placeres nocivos.
Una tarde de noviembre, plena siesta apoyada en mi “carromato”, me encontraba en la base del cerro de La Gloria lista para empezar el ascenso cuando dije en voz alta: “desde hoy empiezo un entrenamiento, mi meta, cruzar la cordillera de Los Andes en mi bicicleta mountain bike.”
Ese día logré subir el cerro en cinco etapas, el calor fue agobiante y el peso de mi móvil por momentos me hizo cambiar de parecer. Si por dos kilómetros que tiene el cerro me agoté ¿Cómo lograr hacer los 393 kilómetros para llegar a Concón, Chile? Entendí que el entrenamiento tenía que ser arduo, con mucha disciplina y constancia.
La mente es muy poderosa e influye mágicamente en nuestras decisiones. En nuestro inconsciente se graban las intenciones que persisten hasta ser concretadas.
No sé si fue el inconsciente, pero, después del esfuerzo que me significó cada práctica y de lo bien que me sentí cada día, no dudé ni un instante en abandonar el objetivo y aunque tardé años en lograrlo, el entusiasmo nunca decayó.
Durante la semana las excursiones fueron por los alrededores del parque. Luego llegó el momento en que subí el cerro “en un santiamén”, es más, me pareció asequible pero necesario continuar haciéndolo. Los fines de semana las travesías se volvieron más interesantes y no quedó departamento o localidad de Mendoza por recorrer. Cabe aclarar que para este entonces ya había cambiado mi carromato por una mountain bike marca italiana que pertenecía a mí madre Perla. Fue como tocar el cielo con las manos porque era “una pluma”, más sofisticada y con cambios.
Mis travesías fueron: a Tupungato por los Cerrillos; a Villavicencio hasta la Cruz de Paramillo; a Tunuyán hasta llegar al Manzano Histórico; a San Martín para cruzar hasta Maipú, recorrer algunas bodegas y volver al este por Rivadavia hasta el Carrizal; cruzar al oeste para aclimatarnos hasta Potrerillos; también Uspallata y mil veces Cacheuta; también por la Crucecita, un cuadro que se va corriendo a medida que uno avanza, ¡De terror! Estas fueron algunas de las actividades de fin de semana que motivaron mi pasión por este deporte durante tres años. Tiempo que me llevó adaptarme para el cruce. Gracias a mi preparación pude conocer lugares muy pintorescos de casi todos los departamentos de nuestra provincia.
Hoy, después de haber corrido once maratones, miro atrás y les puedo asegurar que el cruzar la cordillera de Los Andes en bicicleta, fue la experiencia deportiva más maravillosa que me ha tocado vivir; a pesar de llorar por el dolor, fue increíble y eternamente inolvidable. Sin saber que años después vendrían momentos de mucho esfuerzo deportivo, como resultado de un efecto contagioso, al ver tantas almas al trote merodeando cada rincón de nuestro tan preciado parque General San Martín.
Cuando escribo sobre Tupungato me refiero a unos de los departamentos que conforman el Valle de Uco. Antiguamente, fue el punto más austral del Imperio Inca que dominó entre 1470 y 1535. Su nombre significa “el que domina el valle” y hace alusión al volcán Tupungato; hacia el oeste linda con la cordillera principal que marca el límite con Chile. Luego, encontramos la cordillera frontal conformada por el cordón del Plata con 6000 metros de altura. Le sigue una zona de pedemonte, “Las cerrillas” con lomas en sentido Noreste, Sudeste. A sus pies se extiende una zona relativamente llana de la “planicie” que conforma el Valle de Uco, sinónimo de un lugar de agua. Su tierra fértil cuando se riega con los ríos cordilleranos es muy productiva, permitiendo el cultivo de frutas y en especial la uva, por lo que la hace una zona de excelentes vinos.
Por todo esto, me sentí atraída por andar en estas tierras, tan pintorescas y atractivas para deleitarse todo un día. “Ni que hablar”, cuando pude recorrerlas en bicicleta. No fue del todo fácil. La trayectoria a los cerrillos es muy sufrida; un camino sinuoso, de una intensa subida, con sus 79 kilómetros de asfalto, significa un gran desafío para cualquier tipo de entrenamiento.
Llegamos a la entrada de la ruta en auto y nos preparamos para el ascenso en bicicleta. Era un día de mucho calor, con un cielo azul radiante típico de Mendoza. Comenzó la travesía de manera agradable. La naturaleza del lugar era atrapante; un recorrido que sintetiza la magia de introducirse al cordón del Plata, con vistas panorámicas al valle, conjugado con sierras y cultivos de la zona.
Al subir, comencé a notar que mi cuerpo ya no respondía como debía. El calor me agobió con 35º y un sol ardiente, de todas formas, pude seguir. El dolor en los glúteos fue infernal, pero es parte del entrenamiento y tuve que adaptar mi cuerpo a esos dolores musculares, “dolores de salud”. El pedaleo no cesó, si lo hacía, no avanzaría. Paré cada quince minutos porque no podía con tremenda subida, nunca existió una bajada para dar un respiro. Lo tenía que hacer. Estábamos en medio de la nada rodeados de cerros a 1270 metros de altura. En el kilómetro 55 comienza la subida más importante que lleva al kilómetro 62, a la mayor altura, 1410 metros del recorrido. Creí que me desvanecía y frenaba de golpe porque el dolor se desplazaba en todas mis extremidades. Agarraba mi cabeza diciendo: “cómo se te ocurren este tipo de hazañas Patricia”. Mis quejas fueron reiteradas pero estos segundos de aflicción debían ser superados para poder continuar. Ya una vez que llegamos al punto más alto mi humor cambió. Nos esperaba una larga bajada hasta llegar a la entrada de las Carreras, un pequeño distrito del departamento de Tupungato. Dicho lugar me trae gratos recuerdos ya que mi madre nació allí y viví gran parte de mi infancia en estas tierras donde tíos y familia eran propietarios de grandes campos con cultivos de nogales. Fue allí donde hicimos un muy merecido descanso. En un almacén típico de la zona me hidraté lo suficiente para emprender el regreso y padecer idéntico sufrimiento. Sólo que la subida a la vuelta fue más corta y no tan sufrida. A medida que ascendimos mi sed fue insoportable. Nunca tomé tanto líquido. Nos detuvimos en el primer cartel: “vendo gaseosas” donde bajé de la bicicleta con la mera intención de no querer subir otra vez. El calor no mermaba, mas no sé cómo mis fuerzas tomaron protagonismo nuevamente. El ascenso se prolongó un tanto más hasta llegar al llano en busca del auto que nos traería de vuelta a casa, no quedaba nada de mí. Estaba absorbida por el cansancio. Fue muy duro y me sentí extenuada, no pensé que fuera así. Un entrenamiento digno de experimentar.
Tras varios días de tranquilidad y descanso, pensamos en otra de las grandes travesías: Villavicencio, Cruz del Paramillo. Nos organizamos para realizarla
La reserva natural Villavicencio es un área natural protegida y se ubica en el departamento de Las Heras a 50 kilómetros de la ciudad de Mendoza. Los caracoles de Villavicencio son el sendero a seguir para arribar a la Cruz del Paramillo. Es un trayecto imperdible, también conocido como el “camino de las 365 curvas”. En este recorrido está el “balcón”, un mirador natural desde donde se pueden ver las cumbres más altas de la cordillera de Los Andes como: el Tupungato de 6800 metros, el Mercedario de 6770 metros y el Aconcagua de 6960 metros de altura, sobre el nivel del mar.
Al llegar, comenzamos a subir los caracoles que conducen hasta el Hotel de Villavicencio, propio de una naturaleza autóctona que impacta por su frescura y color. Allí hicimos un pequeño recreo donde nos hidratamos adecuadamente.
El camino se presentó dificultoso y cuando comencé a pedalear entendí lo difícil que era entrenar en ese circuito poblado de piedras grandes. Hubo que estar más pendiente de las piedras que de la subida. No puedo exteriorizar con palabras lo que me dolió. Tuve que subir y esquivar piedras, recorrer un sendero de cornisa, angosto y algo peligroso de andar. En los breves descansos pude admirar la magnitud de nuestro cordón cordillerano ¡Imponente! A medida que subí noté en mis piernas más fortaleza. Los entrenamientos estaban dando resultado y ya no me quejé tanto.
En La Cruz del Paramillo a 3000 metros de atura, los jesuitas explotaron una mina de plata y construyeron una pequeña capilla de piedra con una cruz enorme que da nombre al lugar. Años más tarde la mina fue adquirida por Joseph de Villavicencio.
A los 3030 metros, en la parte más alta de la precordillera, se llega al histórico monumento llamado Cruz del Paramillo donde está la virgen de los camioneros. Allí todo es inhóspito y desolado, sólo hay nieve. A partir de ahí se desciende al valle de Uspallata. avanzamos muy lento y desconfié de la zona porque estábamos solos. El miedo me inquietó y cuando hablé fuerte mi voz hizo eco. Mi temor a quedarme varada me angustió. Fue la primera vez que tanta naturaleza me despertó miedo. El sol quedó cubierto por la inmensidad de las montañas. Sentí frío y no tuve ganas de padecer sufrimiento alguno. Seguí pedaleando porque pretendía llegar a la cruz. Hubo tramos que me obligaron a bajar de la bicicleta para caminarlos. Curvas y más curvas me marearon. No visualicé nada al levantar la vista, sólo montañas. El dolor en mis cervicales me molestó en demasía, comencé a tensionarme y no lo soporté más. Es ahí cuando dije: ¡basta! y deseé regresar. El estar acompañada para llevar a cabo este tipo de aventuras tiene su relevancia. La contención es esencial.
El descenso no fue lo que esperaba y resultó más dificultoso aún que subir. Al tomar velocidad ante tantas piedras se puede perder el equilibrio. Bajar muy despacio es lo aconsejable. Esta vez no alcancé el objetivo programado.
Llegó otro fin de semana de mucho calor y sol radiante. Mendoza se caracteriza por sus días soleados. El clima invita a salir a perdernos en las majestuosas elevaciones de nuestra precordillera. No se si es por mi personalidad o bien por ser montañesa que necesito salir de la ciudad los fines de semana. Necesito del aire puro, del silencio.
Continuamos hacia el noroeste de la provincia por otros de los departamentos del Valle de Uco, Tunuyán. Se encuentra a 83 kilómetros de la capital. Sus lugares son tan pintorescos, me atrae sobre manera. Es mi departamento preferido. Todo es tan verde allí. Las aguas del río Tunuyán son transparentes y es una de las grandes fuentes de agua de la provincia. En la localidad de “Los Chacales” se encuentra el “Manzano Histórico”. Está ubicado a 1200 metros sobre el nivel del mar. Lleva este nombre porque se cree que en algún árbol del lugar descansó el General José de San Martín tras su regreso de la campaña de Chile.
Llegar al manzano tiene sus implicancias. Muy preparados como en cada travesía, dejamos el auto en el centro de Tunuyán. El camino es largo con una leve subida al principio. El final, hasta llegar a la entrada del Manzano, es muy pesado.
Después de los cerrillos de Tupungato nada me pareció fatigoso. Me sentí espléndida, alegre, mientras circulaba por ese camino bordeado de verdes árboles. Pasé de finca en finca con sus manzanos cargados de frutos ¡Qué disfrute tuve! Después de pedalear un rato largo, hasta el momento había sido un paseo, mi físico ya mostraba adaptabilidad por el entrenamiento.
Antes de comenzar el ascenso hicimos un breve descanso sobre un valle de clima árido, rodeado de picos algo nevados, quebradas y una prominente vegetación. Mi respiración se mostró fatigada porque fueron muchos kilómetros andados. Mis glúteos comenzaron a adormecerse y me masajié las piernas, las estiré para atenuar el dolor. Quedaba poco. ¡Qué valle tan precioso! Contemplarlo me hizo olvidar mis aflicciones. Ya casi llegando al lugar no pude dejar de deleitarme por su alto valor paradisíaco, histórico y natural, razón por la cual fue declarado reserva natural en 1994. Finalmente llegamos a esta maravilla, aunque yo agotada pero encantada.
El entrenamiento continúo por mucho tiempo y por diversos lugares.
Mendoza nos ofrece una variedad de paisajes dignos de descubrir y yo tuve la dicha de poder deslumbrarme de la bella tierra que nos acobija en toda su extensión.
De mi casa a mi casa
Primera etapa
El domingo 16 de febrero de 1997, después de tres años, emprendimos la partida desde Manuel A. Sáenz 757 ciudad, que en ese entonces era mi casa. Nos acompañó Pablo quien fue el conductor de nuestro auto de apoyo, cuyo dueño era mi padre.
Aclaro, que hicimos preparar bicicletas mountain bike especiales para transitar por la ruta cordillerana. Con una amortiguación y gomas muy anchas indicadas, para no perder el equilibrio. El paso de los camiones obligaba a tirarnos a un costado del camino.
En la primera etapa la emoción envolvió nuestros pensamientos y no hubo lugar para las dudas ni los temores; estábamos armados, preparados y sólo restaba pedalear.
Salimos a las 08:00 hora de la mañana desde kilómetro cero, y llegamos a Uspallata a las 17:30 horas concluyendo los primeros 103 kilómetros. recorridos. Esta ciudad andina es conocida por sus montañas desérticas dentro del departamento de Las Heras, Mendoza.
El primer descanso lo tuvimos por Cacheuta en el puente colgante, camino que nos condujo a la ruta 7. Nos acompañó un día de sol espléndido con una temperatura de 32°. Recuerdo que compramos quince botellas de leche de soja, además de agua, para todo el viaje, pero ese día consumimos todo. Sufrimos del calor y la deshidratación por lo que creímos no poder continuar, pero tratamos de regular el esfuerzo con varios descansos: por ejemplo, en Potrerillos a las 15:30 horas. En ese entonces, el dique era un proyecto.
¡Qué paisaje! Me sentí seducida ante tanta imponencia; a 20 kilómetros por hora y sin velocidades extremas; pude aspirar el aire profundamente; el sonido del río se entremezcló con el fastuoso silencio de la precordillera; subidas y bajadas, nada me malhumoró; sentí voluntad y ganas. Al llegar a la entrada de Uspallata ¡Qué subida! ¡Casi muero!, creo que ahí tomé conciencia de lo que vendría. El dolor en los glúteos empezó a tomar protagonismo, también las piernas paralizadas, la espalda adormecida, era “toda” un solo dolor. Descansé más de diez veces en dos kilómetros, pero tenía que reconocer el cansancio de todo un día. Fueron nueve horas y media andando y a las 17:30 horas, con un cielo rojizo reflejo de un sol ardiente, finalmente entramos al hotel de Uspallata. Esa noche sólo quise dormir.
Segunda Etapa
En mí no había alteraciones emocionales. Muy compenetrada con esta aventura, no me permitía transitar por ningún momento de angustia ni nada que se asemeje. La finalidad era cruzar para llegar y estuve totalmente mentalizada, parecía un robot que obedecía automáticamente el propósito de la misión. Muy agradecida por la contención de Luigi, me fortaleció en todo momento.
A las 7 horas de la mañana con un amanecer de ensueños partimos hacia Los Andes, Chile. Todo el trayecto lo hicimos por la ruta 7, carretera que atraviesa el territorio argentino de este a oeste. La ruta está asfaltada y conduce al paso fronterizo. Las cuevas es la última localidad argentina antes de llegar al límite internacional. Luego de pasarla, a mano derecha, está el complejo de control integrado “Los Horcones”, comúnmente llamado Aduana Argentina, donde se realizan los trámites migratorios; seguimos pasando por la “Cuesta de los ingleses”, hasta el túnel internacional “Cristo redentor”, que es el paso que comunica Argentina con Chile, siendo la principal vía de comunicación terrestre entre ambos países. El paso internacional se ubica a 3200 metros sobre el nivel del mar y a 207 kilómetros de la ciudad de Mendoza.
Al terminar de pasar el túnel de 3 kilómetros de largo se llega a “Los libertadores”, Aduana chilena. Aquí también se realizan los trámites migratorios. Pasando la frontera, ya dentro del territorio chileno, se pasa por el centro de esquí más top y solicitado por esquiadores del todo el mundo. Al seguir por la ruta, se transita por un pintoresco camino de cornisa con un impresionante zigzag llamado los caracoles, hasta llegar a la ciudad de Los Andes. Todo el recorrido se hace costeando el rio Blanco, un curso de agua chileno en la comuna de Los Andes. Esta típica ciudad se ubica a 80 kilómetros de Santiago de Chile. Los Andes tiene una altitud de 820 mtrs. sobre el nivel del mar en sus cercanías se encuentra el santuario de Santa Teresa de Los Andes, quien fue una religiosa católica chilena perteneciente a “Las carmelitas descalzas”
No olvidaré nunca la sensación de placer y serenidad que experimenté en los 10 primeros kilómetros camino hacia Los Penitentes. No circulaba nadie por la ruta, sólo nosotros ante tanta inmensidad. Me fascinaba la idea de detenerme en cada piedra escrita y me detuve en cada arroyo para apreciarlo. Toda mi vida circulé por esa ruta en auto y alta velocidad, pero no es lo mismo, ese silencio que se siente es indescriptible.
Al mediodía el agotamiento se empezó a notar y decidimos almorzar en “La hostería de Ayelén”, centro esquí Los Penitentes. Degustamos una rica sopa de verduras porque había que reponer mucha energía en vísperas a que lo más dificultoso de la travesía se aproximaba. Miré hacia la cordillera y la subida era infinita. “Lo que nos espera”, pensé en silencio. Mi compañero nunca manifestó estar rendido. Su tenacidad era envidiable.
Una vez repuestos, antes de subir a mi formidable mountain bike, me detuve un instante a contemplar el panorama como una fotografía. La altitud de las montañas es impresionante, parecen perfectamente pintadas e inalcanzables. El Aconcagua asoma a lo lejos y es una de las montañas más temidas por los andinistas. Se sitúa en el centro oeste de Mendoza. Es el pico más alto de América y yergue en 6960 metros de altura. Se encuentra dentro del parque provincial Aconcagua. El origen de su nombre es incierto, aunque, podría provenir de la lengua aimara: los vocablos kon kawa son traducidos como el “centinela blanco” o “monte nevado”.
Es una montaña muy frecuentada por escaladores de todo el mundo. Muchos dejan la vida por alcanzar su cumbre.
A las 15:00 horas hicimos un descanso en Puente del Inca desbordado de turismo. La gente nos observó interesándose por nuestra hazaña y al contarles nos aplaudieron deseándonos la mejor de la suerte.
Este viaje también nos permitió hacer mini turismo. Nos detuvimos en todos los parajes históricos, entre ellos: Puente del Inca. Un puente natural formado por minerales y microorganismos biológicos como algas que se encuentran sobre el río Cuevas, cerca de Los Penitentes, en el departamento de Las Heras. Lleva este nombre porque era utilizado por los Incas. También, se cree que miles de años atrás se formó un puente de hielo y después con las avalanchas, las aguas termales y el tiempo se solidificó la construcción. Debido a los componentes minerales que contiene su estructura muestra un color rojizo característico.
Luego de este receso pude retomar nuevas energías al transmitirles a los turistas mi experiencia. Todo lo que había logrado hasta ahora con la práctica del ciclismo generó un aumento de adrenalina. Me sentí valorada y apreciada por tener voluntad y más que nada por haber logrado tomar la decisión en el momento justo, porque todo en la vida tiene su momento.
Desde Puente del Inca hasta el túnel internacional el dolor en el cuerpo y el cansancio lo manifesté a través del llanto, por cada pedaleo caía una lágrima, me sentía extenuada, además de idiotizada, me alentaban todo el tiempo, pero yo insultaba, gritaba, trataba de canalizar el sufrimiento a través de este estado de furia ya que la consigna era no subirse al auto de apoyo, pedalear hasta no poder más.
Habíamos hecho aduana argentina y nos dirigíamos a Los Libertadores, aduana chilena, cuando un singular perrito de ruta se acopló acompañándonos hasta la entrada del túnel, fue una distracción aceptable. Recuerdo que atravesamos por todos los climas, lluvia, nieve, un viento que no nos permitía avanzar, tuvimos que chuparnos a la camioneta para la velocidad del aire, para muchos la subida de los ingleses es lo más costoso del camino, confirmo que lo es, es el día de hoy que recuerdo el esfuerzo que me significó llegar a la puerta del túnel internacional.
A las 18 horas, bajé de mi bicicleta para subir por primera vez, en todo el viaje, a la camioneta, teníamos que cruzar el túnel en vehículo. En la aduana chilena y por disposición de gendarmería, nos informaron que no podíamos bajar los caracoles pedaleando, lo consideraron peligroso por el tránsito generado en plena temporada de verano.
En la curva cero, la camioneta se detuvo, vacilamos en seguir hasta Los Andes en dos o en cuatro ruedas, la decisión fue unánime, lo efectuamos en dos ruedas, y fue lo más grandioso que experimenté en todo el día. Era de noche cuando nos desplazábamos a una velocidad fuera de lo habitual, sólo escuchaba el sonido del agua que bajaba serenamente por el río Blanco, ya en territorio chileno.
El auto de apoyo circulaba detrás nuestro, así nos iluminaba el camino, fue todo bajada con una noche estrellada, la luminosidad de la luna hacía todo más visible.
En unos de los tramos del camino fuimos alertados por los carabineros, nos detuvieron para advertirnos, llevar puesto chalecos o algún abrigo fluo para ser identificados por los autos.
Así fue, a las 23 horas con una temperatura de 33° nos presentamos en la recepción del Hotel Plaza de Los Andes para tomar habitaciones, después de haber recorrido 170 km. en 16 horas.
Habíamos concretado lo más arriesgado de la meta, cruzar la cordillera de Los Andes.
Tercera Etapa
Todo mi ser era una bicicleta, no existía ningún pensamiento o sentimiento que no fuera afín a este objetivo. No hablaba, no opinaba todo me parecía bárbaro, sólo quería llegar y tirarme en la playa durante tres días seguidos.
El tercer día se convirtió en el día más esperado. El último tramo, el encuentro con la familia motivó para acelerar la odisea.
El martes18 de febrero, a las 7 horas, nos dirigimos rumbo a Concón.
Hasta San Felipe, un pueblo muy cercano a Viña del Mar, tomamos la ciclovía, un verdadero paseo, un circuito muy pintoresco, con una atractiva vegetación verde y abundante.
A las 9:00 horas de la mañana paramos a desayunar, nos encontrábamos a 100 kilómetros de mi casa, en la playa, calculamos que cerca de media tarde estaríamos llegando.
Las subidas eran una constante, más el tránsito de camiones impidió el desplazamiento habitual en bicicleta, tuvimos que caminar con nuestros móviles a cuesta.
La consigna: no subir al auto.
Alrededor de las 15:00 horas, empezamos a recorrer el último tramo, reconociendo el camino palpité: se avizora la llegada.
Estaba extenuada pero el cansancio se fue disipando y la emoción me invadió.
Este sueño, que por muchos años inquietó mi ser desde todo punto de vista, además
¡Increíble lo logramos!
A las 16 horas con un sol esplendoroso y una temperatura de 23° clavé los frenos de mi mountain en el césped de la rotonda de Concón, al bajar me dirigí a un negocio y compré una botella de champagne, estábamos a 1kilómetro de Avenida Marotto 555. (La dirección de la casa familiar)
La bocina de la camioneta quedó afónica de tanto sonar, despertamos a mis padres con euforia, una alegría desbordante, gritando persistentemente ¡lo logré, papi!,
¡lo logramos!, hasta el champagne salió furioso de la botella empapándonos a todos.
El festejo duró por varios días, lo compartí con mis padres, Perla y Francisco le decíamos Chicho, con Luigi, mi padrino Moro y Marta su mujer; algunos amigos, mi entrañable prima Miriam son sus padres que se encontraban en Viña, se sumaron al festejo. Micaela, mi hija, con su tierno saludo. A dos días para cumplir años, quise celebrarlo con un deseo hecho realidad, como así también fue el de estar durante varios días relajada en la playa.
Reviví momentos de euforia, de cansancio, de sufrimiento, de tenacidad, de disciplina, de mucha voluntad, a veces de tristeza y algunas amarguras, de nostalgia, de preparación y conocimiento, que me demandó esta mi primera y más inolvidable aventura en la montaña. 1
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