

Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2006 Jennie Adams
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La atracción más poderosa, n.º 2085 - noviembre 2017
Título original: Her Millionaire Boss
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-479-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
MARGARET, no puedes entrar a la habitación de Henry. No de ese modo –no con un abogado al lado y la cara verde de codicia.
Chrissy Gable tomó una bocanada de aire cargado de olor a antiséptico, olor de hospital, y miró a la segunda esposa de su jefe directamente a los ojos.
–Su salud es demasiado precaria; no podemos arriesgarnos a darle un disgusto. Lo comprendes, ¿verdad?
Chrissy llevaba el pelo muy largo, por la cintura, y se lo recogía siempre en un moño sujeto con dos palillos chinos; aquel día, al enfrentarse a aquella mujer, hasta ese peso habitual le resultaba una carga insoportable. Si a Margaret le hubiera importado aunque fuera sólo un poco la salud de su anciano marido… Ni siquiera había querido interrumpir sus vacaciones en el Monte Selwin para acudir antes a su lado. ¿Por qué dejar que el deber se antepusiera al placer?
Henry no merecía una esposa como Margaret. Tampoco merecía que su nieto lo abandonara como lo había hecho hacía seis años.
Nate Barret se había desplazado a la filial de la empresa en el extranjero unas pocas semanas antes de que Chrissy comenzara a trabajar para Henry. Se había quitado a su abuelo de encima como si de un exceso de equipaje se tratara, aunque Henry lo había criado como a un hijo.
Chrissy en aquellos momentos se planteó si su jefe sería capaz en algún momento de superar el dolor. Henry se había casado recientemente, pero el abandono de Nate había destrozado el corazón del anciano. Chrissy se había impuesto como deber el ayudar a su jefe en su desgracia, y ella y Henry habían desarrollado un vínculo muy profundo. Ella se encargaría de él también durante su enfermedad.
–Apártate de mi camino –masculló Margaret.
«Ni hablar de eso». Margaret tal vez hubiera logrado engañar a Henry hasta el punto de conseguir que él le pusiera una alianza en el dedo, y tal vez entonces fuera demasiado orgulloso, demasiado caballero o inexplicablemente inocente como para apartar a la mujer, de unos cincuenta, de su lado.
Para Chrissy, Margaret no tenía nada bueno.
–Mientras el abogado se quede fuera, no tendré ningún inconveniente en apartarme de la puerta.
–Soy la mujer de Henry –Margaret apretó los puños–. Tengo todo el derecho…
–¿Todo el derecho a qué? ¿A hacer que empeore? ¿A causarle un segundo ataque que puede ser fatal? –¿es que la codicia de Margaret no tenía fin? –. Está demasiado enfermo como para vérselas con abogados ahora, así que te sugiero que te deshagas de ese poder notarial…
–¿Cómo sabes…? –interrumpió Margaret, y dio un paso adelante–. Hazte a un lado. No eres más que una secretaria.
El hombre que estaba a su lado la siguió.
–Soy la asistente personal de Henry, y no me voy a apartar –Chrissy siguió en el sitio, pero con los nervios a flor de piel. No podía dejar que Margaret convenciera a Henry de que firmara nada, ni que hiciera que lo declararan mentalmente incapaz.
Tenía que detener aquello, pero… ¿cómo? Entonces le vino una idea a la cabeza.
–Henry recuperó el conocimiento. Estaba completamente lúcido. Hace un rato, mientras yo estaba con él.
Su rostro enrojeció, consciente de la mentira… ojalá fuese cierta.
–Es perfectamente capaz de ocuparse de sus propios asuntos.
–Eso es mentira –Margaret se inclinó con los labios apretados–. Ha estado como un vegetal desde que lo trajeron ayer.
Chrissy se estremeció de ira ante la actitud de Margaret.
–Si hubiera empezado a trabajar para él unos meses antes, habría impedido que te acercaras a él –le espetó ella–. Pareces saber mucho de su estado, y eso que acabas de llegar.
–Una enfermera… –empezó a decir Margaret, pero enseguida calló. Estaba claro que no había tardado en buscarse espías en la zona.
–La señora Montbank tiene sus derechos –le anunció el abogado–. Lo que está haciendo es impedir el ejercicio en esos derechos.
–El señor Montbank también tiene derechos –«olvídate del tiburón» pensó Chrissy, y se volvió de nuevo hacia Margaret–. Te repito que no te dejaré entrar. Estás deseando llevar a Henry a una residencia y después dedicarte a la buena vida gastándote su dinero.
–¿Cómo te atreves? –siseó ella entre dientes. La verdad de la acusación de Chrissy estaba reflejada en su mirada–. ¿Tú qué sabes? ¿Quién te ha dicho…?
–Señora Montbank, deje que me ocupe de esto –dijo el abogado, dando un paso al frente.
–No se moleste –Chrissy extendió los brazos y las piernas ante la puerta. Inclinando la cabeza, mostró los únicos elementos de defensa que tenía–. Observe esos palillos. Son de porcelana, y no dudaré en usarlos si tengo que hacerlo.
Margaret estuvo a punto de echarse a reír, pero enseguida entrecerró los ojos.
–¿Estás amenazándome?
–Sólo sé que Henry nunca te hubiera dado para controlar nada más que tu paga, Margaret. Ni los fondos de inversión ni, desde luego, sus negocios. Daré testimonio de ello si tengo que hacerlo.
–Rastrera –Margaret irradiaba furia por todos los poros de su piel–. Probablemente te estés acostando con él pensando que puedes quitármelo –levantó una garra.
Aquello era demasiado. ¿Cómo se atrevía Margaret a insultar de ese modo a Henry? ¿A insultar la relación de Chrissy con su jefe? Consciente de sus movimientos, se llevó una mano a los palillos que le sujetaban el pelo en su sitio.
–Gracias por defender la plaza mientras yo salía a dar un paseo, cielo –un hombre caminaba hacia ellos. Alto, seguro de sí mismo…
Su turbulenta mirada azul se fijó sobre la de ella.
–Mostrando tus habilidades de peluquera de nuevo, ¿eh?
Le dedicó una sonrisa indulgente que no alcanzó sus ojos.
–No deberías jugar con esos palillos. Ya sabes que son antigüedades valiosas, amor. ¿Y si se te cayera uno y se te rompiera?
¿Cielo? ¿Amor? ¿Antigüedades? ¿Quién era aquel tipo? Aquello no tenía ningún sentido, pero el tono de su voz, su altura y su evidente fortaleza física habían empañado completamente sus sentidos.
Todo lo que la rodeaba, sonidos e imágenes, pasó a un segundo plano en ese momento. Chrissy sólo tenía ojos para el hombre que tenía delante. Lo único que oía eran los latidos de su corazón, palpitando de confusión y atracción.
Cuando el calor de su mirada dio paso a un ardor sensual, ella supo que él también había sentido la conexión que se había creado entre ellos. Aún tuvo que pasar un largo momento de silencio entre ellos.
Ella no lo conocía, pero una voz en su interior le gritaba lo contrario, que siempre lo había conocido y siempre lo conocería.
–¿Me has echado de menos? –él le agarró el brazo levantado y lo llevó hasta su propia nuca, cubriéndole la mano con la suya, mientras su ira se apagaba y crecían la confusión y la atracción.
–Hum… bueno…
–Bien –un beso en la frente y otro junto a los labios. Su aliento llevaba un toque de limón y jengibre.
Ella lo saboreó con la lengua. Él siguió el gesto con la mirada y sus pupilas se oscurecieron, pero después la miraron con alarma, y acercó los labios a su oído.
–¿Te llamas?
–Christianna. Chrissy. Gable. Chrissy Gable –a penas podía pensar en medio de aquella situación.
Era un caballero andante. Un rescatador que le había quemado la piel con su mirada y con la más leve de sus caricias. Sólo podía ser una persona, pero aquello no tenía sentido. No podía haberse molestado en volver. Cuando la gente cambiaba de vida como él lo había hecho, nunca volvían atrás. Y ella nunca podría sentir algo así por…
–Ah, la ayudante de Henry. Tenía que haberme dado cuenta –sus finos dedos le acariciaron la mejilla con exploratoria insistencia, algo que contrastaba con la distancia de su tono de voz.
Chrissy bajó las pestañas tras las gafas. Justo cuando creía que perdería la cabeza por completo e inclinaría la cara para apoyarla en su mano, él se detuvo y se apartó.
Aclarándose la garganta, cambió su expresión por una calmada y decidida para enfrentarse al cuadro del abogado y la mujer codiciosa.
–Dile al abogado que se vaya, Margaret, como Chrissy te ha dicho. Entonces podrás ver a Henry. De otro modo, no tienes nada que hacer aquí.
Margaret gruñó de rabia.
–Es mi marido…
–En efecto, y tendrá una cuidadosa vigilancia a lo largo de toda su recuperación. ¿Lo comprendes?
Margaret y él se intercambiaron una mirada. La de él ardía de furia, la de ella… recordaba otro tipo de calor. Chrissy se estremeció al ver impactar esas terribles miradas.
Margaret se giró hacia el abogado y cambió sutilmente de tema.
–Ni siquiera estabas aquí. ¿Qué es ella para ti?
Él miró a Chrissy y después a Margaret.
–Eso no es asunto tuyo.
–No lo veías así en el pasado.
–Qué imaginación tienes –él le examinó el rostro sin ninguna pasión.
A Chrissy le dio la impresión de que Margaret iba a decir algo más, pero cerró la boca y apretó los labios.
–Esto no es el final. Veré a mi marido con mil abogados si lo deseo –ella se giró y se alejó con su acompañante.
Chrissy buscó un tono profesional para contrarrestar lo que aquel hombre le había hecho sentir, pues aún se negaba a admitir las reacciones que él le había provocado.
–Eres Nate Barrett, el nieto de Henry –era lo único que tenía sentido, pues Margaret no se hubiera amilanado ante nadie más.
Él inclinó la cabeza.
–Supongo que tenías ventaja sobre mí.
A pesar de lo que Chrissy había pensado de Nate Barrett en los últimos años, a pesar de lo que le había hecho sentir hacía pocos minutos, tenía que estar informado de la situación.
–Margaret intentaba conseguir un poder notarial, o hacer que declaren a Henry incapacitado, no sé cuál de las dos exactamente, pero dudo que desista de sus intentos si es eso lo que quiere.
La codicia de aquella mujer era legendaria.
–Descubrí por accidente que Henry le había asignado una paga mensual hace un año, pero su comportamiento no ha cambiado mucho. Excepto para aumentar su amargura. No quiero ni pensar lo que puede pasar si ella se hace con el control de la empresa, o con el de los fondos de inversión de Henry.
–No le será permitido acceder a Henry o a su dinero de nuevo –dijo él con absoluta convicción.
Chrissy pudo ver entonces el parecido de aquel hombre con Henry. Nate tenía su misma estatura, sus hombros anchos y el sello de los Montbank aparecía en sus perfectos rasgos que le daban un atractivo tremendo.
«Pero para mí no tiene atractivo ninguno, porque yo sé quién es en realidad». ¿Pero a quién intentaba convencer aparte de a sí misma?
Ese hombre había abandonado a su abuelo, y eso le había provocado a Henry una gran tristeza.
¿Por qué había vuelto? La causa tenía que ser un momentáneo sentimiento de culpa, y la dedución reafirmó a Chrissy en su decisión de que le desagradaba.
–¿Por qué has actuado como si tuviéramos una relación?
–¿No te has dado cuenta de que estabas a punto de ganarte una denuncia por agresión? –torció los labios–. Aunque fuera una agresión con palillos asesinos… ¿Qué es lo que ibas a hacer? ¿Sacarle un ojo?
–Cielos –Chrissy deseó tener una silla a mano para poder sentarse–. No puedo creer…
–Bueno –su expresión ya no era divertida–. Has estado sometida a mucho estrés, y en realidad dudo que le hubieras hecho daño alguno.
El estrés podía explicar lo de la amenaza con los palillos, pero no el que ella se hubiera quedado quieta sin hacer nada mientras Nate Barrett la besaba.
Para él había sido sólo una actuación, desde luego, y un modo de evitar que ella se metiera en un lío con el abogado de Margaret.
La sorpresa había sido tan grande para ella que no había sido capaz de reaccionar, por eso no se había resistido. Rabia y resentimiento empezaban a aflorar en ella, y Chrissy recibió esos sentimientos con alivio. ¿Cómo se atrevía aquel hombre a entrar allí, después de tantos años de ausencia, y besar a la asistente de su abuelo?
–¿No podías haberla detenido de ningún otro modo?
–Tenía que actuar rápido y no sabía quién eras –Chrissy le había hecho una pregunta muy simple, pero Nate no tenía una respuesta igualmente sencilla. Nada había sido simple desde que recibiera el mensaje comunicándole que su abuelo había sufrido un ataque.
El desear a Chrissy suponía otra complicación más. No quería admitir que el tocarla no había sido sólo por dar más validez a su actuación.
–Me pareció la mejor manera de apartarte el brazo del armamento sin que el abogado se diese cuenta.
Fue un contacto leve, dos besos que no tenían que haber significado nada, pero a él le empezaba a quemar la garganta. En realidad, había empezado a sentirlo cuando la miró a los ojos y ella lo correspondió. No había parado desde entonces.
–Supongo que entonces tengo que darte las gracias, aunque le hayas dado a Margaret la impresión de que tenemos una relación y de que llevo artículos de valor incalculable en el pelo –Chrissy apretó los labios–. No se me ocurrió otra cosa nada más que lo de los palillos.
Él asintió con la cabeza y se preguntó si aquellos pensamientos colaterales suyos se extenderían al resto de aspectos de su vida, como su vida amorosa. Ardía de interés por ella, pero no sería muy sensato demostrarlo.
A él no le iban bien las relaciones personales, al menos las que realmente le importaban. Le había pasado la primera vez con su madre y después con Henry. En la actualidad prefería estar solo y tener únicamente relaciones sin compromiso. Era lo más recomendable en su caso.
–Muy creativo por tu parte el asaltar el cajón de la cocina buscando adornos para el pelo.
–En ocasiones, la innovación es la única solución –ella jugueteó con la montura de sus gafas.
Él la recorrió con la mirada. Su pelo castaño y trenzado se recogía en lo alto de la cabeza, con los dos palillos sobresaliendo. Llevaba un traje gris bien ajustado a su delgada figura y resaltaba el brillo de sus ojos, que parecían enormes tras las gafas de pasta, y cambiaban de tonalidad mientras él la miraba. De repente se enfriaron. Ella debía haber respondido hacía ya unos minutos, pero estaba claro que no quería aceptar la atracción.
–Ya has decidido que no te voy a caer bien, ¿verdad?
–Es cierto. No me gustas –dejando a un lado la atracción, lo decía completamente en serio–. Sé también que no puedo confiar en ti con lo de Henry más que en Margaret, pero eres la única esperanza que tengo.
–No tienes más opción que confiar en mí –«tú también me atraes, Chrissy Gable, y me pregunto qué vas a hacer al respecto».
La respuesta de ella no le había llevado a ningún lado, sino todo lo contrario, pero estaba deseoso de seguir explorando, de poner a prueba esas reacciones que habían compartido. La curiosidad no hacía daño a nadie, así que probaría cómo estaba la situación, si le apetecía. Después de todo, era una elección personal, no una necesidad.
–Tu llamada fue lo que me trajo aquí. ¿Esperabas que no contestase a tu mensaje?
Su rostro le dijo que eso era justamente lo que pensaba, y lo cierto era que él era el único culpable por los años de ausencia. Lo que lo sorprendía, era que quería defenderse a sí mismo. ¿Qué podía decir?
«Cuando la nueva esposa de mi abuelo apareció desnuda en mi cama, decidí que Australia no era lo suficientemente grande para los tres y me marché».
Había tomado aquella decisión para que Henry no se enterara del comportamiento de Margaret, y desde luego no iba a contarle todo aquello a Chrissy.
–Tengo que ver a mi abuelo.
–Iré contigo –ella se mordió el labio antes de murmurar–. Gracias por detenerme antes… pero eso no significa que no haré que lo lamentes si enfadas a Henry.
–¿Está consciente? ¿Lúcido? –su corazón latió con fuerza. En unos minutos estaría hablando con Henry. ¿Lo miraría su abuelo con los mismos ojos dolidos que le habían suplicado una explicación que él no había podido dar?
Hacía seis años, Nate había dejado claro que tenía que marcharse, pero no había dicho el porqué. Henry le había vendido la división de la empresa en el extranjero por nada, y Nate había tratado de ser generoso, pero Henry se negó a aceptar dinero de la empresa que Nate había convertido en un negocio multimillonario.
Después, hacía tres años, Henry le había pedido a Nate que volviera, para compartir de nuevo la dirección de la empresa en Australia. Henry parecía casi desesperado. Nate le había dicho a su abuelo que no quería dar pasos atrás.
–Dijiste que hablaba…