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KLOPP

UN TIPO NORMAL

Raphael Honigstein

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© Raphael Honigstein 2017, 2020 del texto original.

© Libros de Ruta Ediciones, S.L., 2021.

Primera edición: mayo 2021

ISBN: 978-84-122776-1-6

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Para papá y mamá

ÍNDICE

La sorpresa

Glatten 1967

Lunes de las rosas: hora cero

Mainz 2001

Revolution Number 9

Dortmund 2008

El camino que lleva a Anfield

2012-2015

En el juego del padre

Wolfgang Frank: el Maestro

Schönen guten Tag. Hier ist Jürgen Klopp

Dortmund 2008–2010

Dale caña

Liverpool 2015-16

Arrancadas y parones

Ergenzingen, Frankfurt - Mainz 1983–2001

El Rin en llamas

Mainz 2001-2006

La primera, la segunda y casi la tercera

2010-2013

Caos y teorías

Liverpool 2016-17

Triunfos en la pequeña pantalla

60 000 lágrimas

Mainz 2007-08

Tiempos de oscuridad

Dortmund 2013-2015

Y se armó el jaleo

Campeones eternos

Agradecimientos

Índice onomástico

No importa de dónde seas, importa donde estés.
Eric B. y Rakim

LA SORPRESA

Glatten 1967

La Selva Negra no es negra. Ni tan siquiera se puede decir que sea una selva. Ya no, al menos. Hace dieciocho siglos las tribus salvajes germanas de los alamanes comenzaron a talar esa masa sombría que tanto temor infundía en los romanos, ganando así terreno para su ganado y sus aldeas. Misioneros celtas llegados de Escocia e Irlanda, armados con hachas y fe, siguieron talando, bosque adentro, doblegando a la naturaleza y mermando su enormidad. En la actualidad, lo que todavía queda de su negrura sirve, sobre todo, como materia prima para pesadillas infantiles y relojes de cuco, además de haberse convertido en una espléndida marca comercial turística.

Multitud de gente de todo el país y más allá acude a esta cordillera que descansa en la esquina suroeste de Alemania, con la intención de arrancar de sus pulmones y corazones todo rastro de mugre urbanita. Tras la guerra, la Selva Negra se convirtió en lugar común para una industria cinematográfica en busca de escenarios vírgenes, localizaciones idílicas donde situar clínicas —tanto reales como ficticias—, y uno de esos lugares en los que fantasía y realidad podían fundirse como en un embrujo.

Aviso a los escépticos: no les quepa duda de que todo esto es cierto; al menos en esa perfecta ciudad de postal que es Glatten. Casas blancas con techos que parecen pan de jengibre y balcones de madera, superpuestas, como sin quererlo, frente a las colinas, vigilando las interminables laderas de hierba. «Los hay que, para demostrar su esplendor, construyen en lo alto de un monte. Pero los suabos construyeron sus hogares dentro de los cerros, para ocultar la realidad de su grandeza», explica Rezzo Schlauch, el que fuera político del partido de los Verdes, acerca de la mentalidad modesta de los habitantes locales, sus paisanos. «El Mercedes lo guardan en el garaje y dejan fuera el VW».

El río Glatt (que en alto alemán antiguo significa algo así como prístino o tranquilo) corre desde el norte hasta llegar a la pequeña ciudad a la que bautiza, dejando atrás la fábrica, revestida de acero, de J. Schmalz GmbH, dedicada a la tecnología de vacío. El río ejerce de discreta carabina para la calle alta (concesionario de coches, banco, panadería, carnicería, floristería y un puesto de doner kebab) y suministra, a duras penas, agua para la piscina natural, volviendo a manar después junto al campo de deportes pasado Böffingen, población que ha sido absorbida por Glatten.

La dura climatología —las lluvias son continuas durante el verano— hace de este un paraíso que hubo que luchar, no un regalo caído de los cielos. Esta es una tierra que da hierba, maíz, lechones y unas gentes de una resolución y frugalidad imponentes; son los alemanes llevados al extremo, que trabajan más allá del trabajo duro, que no se conceden el mínimo respiro. «Schaffe, schaffe, Häusle baue»: trabaja, trabaja, y después, te construirás una casa; así reza un famoso dicho de la región.

«Un rasgo muy característico de los suabos es que trabajan día y noche, con denodado ahínco», explica Schlauch. «Esto es así desde el principio de los tiempos, igual que su fama de grandes innovadores. En otras zonas el primogénito heredaba la granja de los padres. Pero en Suabia la tierra se dividía equitativamente entre toda la descendencia. Eso hacía que la tierra de cultivo fuera mermando hasta que ya no era viable trabajarla, momento en el que los descendientes se veían obligados a buscarse otro trabajo. Muchos de ellos se convirtieron en inventores y Tüftler, gente que trata de encontrar nuevas soluciones a viejos problemas».

La costumbre local exige que todo se haga de manera meticulosa y seria. Y eso incluye la diversión. Uno de los catorce clubes sociales activos en Glatten está dedicado al Carnaval. Otro se convierte en el punto de encuentro de los amigos del pastor alemán.

Los graneros se alinean en una pequeña calle surcada por el barro que dejan detrás los tractores; y ahí es donde se encuentra, justo al lado de un campo el Haarstüble de Isolde Reich, una pequeña peluquería, discreto lugar de encuentro y punto de venta de unos calcetines que una de las amigas de Reich teje de manera benéfica. Los beneficios se destinan a comprar calzado para los sin techo.

Isolde nació en Glatten en 1962, la más joven de dos hermanas. Su padre, Norbert, un portero de talento, era un enamorado de los deportes. Su carrera terminó antes siquiera de haber comenzado, frustrada por un padre de lo más adusto: «insistía en que Norbert debía buscar una verdadera vocación, no probar suerte con el fútbol» cuenta Reich. Pero jamás dejó morir sus anhelos deportivos. Jugó al fútbol de manera amateur, así como al balonmano y al tenis, e intentó inculcarle esa pasión a su familia. Después de que ni su esposa, Elisabeth, ni su hija mayor, Stefanie, demostraran inclinación alguna por el deporte, las esperanzas de Norbert se centraron en Isolde. Antes y después de su nacimiento («En mi álbum de fotos escribió ‘‘Isolde, en realidad, deberías haber sido un chico’’», sonríe). «Fui la primera niña de todo Glatten en acudir a la escuela de fútbol».

Norbert fue su entrenador, y sus métodos eran rigurosos y exigentes. Llevaba a Isolde, de cinco años, al campo de fútbol de Riedwiesen, que estaba junto al río y allí entrenaban los remates de cabeza colgando un viejo y pesado balón de una cuerda que ataba a una barra de hierro verde. Si no colocaba bien el cuerpo o elevaba demasiado los brazos, Norbert le hacía dar una vuelta al campo corriendo, como castigo. «Era duro, pero también era justo. Era un hombre de principios, lleno de pasión», dice Reich.

En el verano de 1967 su madre tuvo que abandonar la casa familiar durante un mes. Elisabeth estaba en avanzado estado de gestación y, ante el riesgo de posibles complicaciones, se vio obligada a acudir a una clínica de Stuttgart, a 80 kilómetros al noroeste. El hospital local de Freudenstadt, a apenas 8,5 kilómetros carretera arriba, no estaba preparado para efectuar cesáreas. Para Stefanie e Isolde fue muy complicado estar sin su madre durante tanto tiempo. «Nos prometieron: ‘‘Cuando regrese, mamá os traerá algo maravilloso’’».

Pero cuando Norbert y Elisabeth llegaron a casa lo único que traían en sus manos era un pequeño bebé que no dejaba de berrear. Apenas una hora después, las hermanas preguntaron si no sería posible que se lo llevaran de vuelta y lo cambiaran por otra cosa. Un hermanito llorón: ¡Pues vaya birria de sorpresa! Pero Isolde se dio cuenta muy rápido de que, aquel día, no solo le habían regalado un hermano pequeño que no dejaba de molestar con sus lloros. «De inmediato, mi padre centró en él todos sus esfuerzos deportivos. Me libré de tener que practicar remates de cabeza con aquel péndulo y, en lugar de ello, me dejaron asistir a ballet y atletismo. Lo cierto es que el nacimiento de Jürgen fue toda una suerte. Me hizo libre».

LUNES DE LAS ROSAS: HORA CERO

Mainz 2001

A Christian Heidel le gusta tantísimo esta historia que ha llegado a preguntarse si, verdaderamente, es real. «Como aficionado del Mainz podría decir: venga, adornemos esto un poco. Pero lo cierto es que fue así», insiste mientras se prepara para un dar un salto mental de proporciones siderales: desde su aburrido despacho en el Schalke 04 hasta una ciudad que canta y baila con frenesí bajo una lluvia de confeti; y en ella, hasta un pequeño y desastroso equipo de la segunda división desterrado a un nada glamuroso exilio provinciano, a cuarenta minutos en coche.

Un día antes, el 25 de febrero del 2001, el FSV Mainz 05 se había enfrentado a su némesis, el SpvGG Greuther Fürth, perdiendo por 3 a 1 en el Playmobil-Stadion. «Klopp tenía molestias y estaba siendo el peor sobre el campo, así que tuvo que abandonarlo a veinte minutos para el final», recuerda Heidel. Aquella derrota hundía al Mainz en la zona de descenso. «Estábamos am Arsch» (algo así como a tomar por culo), sonríe el antiguo mánager general del FSV. Estaban, literalmente, al fondo de la tabla, sin nada parecido siquiera a una luz al, ejem, fondo del túnel. «La media de asistencia al estadio era de unos 3000 espectadores, ya no le importábamos lo más mínimo a nadie. Todo el mundo estaba seguro de que bajaríamos».

Todos sus colegas en la directiva del Mainz se encontraban en el centro de la ciudad, divirtiéndose en el Lunes de las rosas, la fiesta de carnaval por la que tan famosa es en toda Alemania la capital de Renania-Palatinado. Medio millón de personas se disfrazan con los atuendos más hilarantes, abusan un poco del alcohol y tratan de ligar algo. Las televisiones nacionales ARD y ZDF dedican toda la programación vespertina al encuentro de las asociaciones carnavaleras en el Palacio Electoral, cuatro horas de gags regados por la cerveza y la sátira política.

Eckhart Krautzun, el muy viajado entrenador del Mainz (su mote era «Weltenbummler», trotamundos) consideró que la tentación carnavalera sería demasiado seductora para un equipo al que le esperaba un partido de la máxima importancia contra el Duisburgo, el miércoles de ceniza. «Tras la derrota contra el Fürth el ventilador comenzó a esparcir mierda por todo Mainz. Sabíamos que le cortaban la cabeza al entrenador, o que pondrían todos los focos sobre nosotros. Nos concentraron durante tres días en un hotel en Bad Kreuznach, así que nadie pudo salir ni moverse», cuenta el centrocampista del FSV Jürgen Kramny, compañero de habitación de Jürgen Klopp en esos días.

Christian Heidel se había quedado en su casa, en Mainz. No estaba de humor para fiestas, la situación del equipo era lo suficientemente desesperada como para andarse con tonterías. Resultaba más que obvio que había que echar al entrenador. Nadie dudaba de que Krautzun era un hombre muy agradable, un director experimentado que, en una ocasión dirigió a Diego Armando Maradona durante un partido con el Al-Ahli en Arabia Saudita, además de a los equipos nacionales de Kenia y Canadá y toda una miríada de clubes alrededor del globo; pero sumar seis puntos en nueve partidos desde que se hiciera cargo del equipo en noviembre, resulta la típica racha que te lleva de cabeza al cese. Además, Heidel también tenía la sensación de que, desde el primer instante, Krautzun había jugado con él para conseguir que lo contratara.

Su predecesor, René Vendereycken, quien en su día fuera internacional belga, resultó ser un entrenador hosco y monosilábico, cuya negación a la hora de comunicarse tanto con los jugadores como con la directiva y empleados solo quedaba igualada por su renuencia a la hora de imponer un sistema de juego coherente. Fue cesado cuando apenas se habían completado doce partidos de la temporada 2000-2001, tras conseguir veinte pírricos puntos, dejando al Mainz, una vez más, en la zona de descenso. Heidel quería poner al cargo a alguien capaz de implementar el exitoso sistema de cuatro defensas/marcaje en zona que Wolfgang Frank introdujera seis años atrás, durante su época como entrenador del Mainz, una táctica que, por aquel entonces, se consideraba tan avanzada para los estándares de la Bundesliga que casi nadie sabía cómo hacer que funcionara.

Heidel: «Le dije a todo el mundo que buscaba un entrenador capaz de hacer funcionar una defensa zonal. Alguien que la pudiera entrenar, que pudiera enseñar a los jugadores a jugarla. De repente recibí una llamada de Krautzun. Para ser sincero, jamás pensé en él. Su anterior club fue el Kaiserslautern y no le habían ido bien las cosas, así que me daba la sensación de que no merecía la pena intentarlo. Pero él siguió hablando y hablando sin parar, hasta que, al final, me convenció para reunirnos. Así que fui a Wiesbaden a verlo. Se puso a explicarme todo tipo de cosas sobre la defensa en zona, con todo lujo de detalles, y pensé «¡la madre que me parió, al final va a resultar que sabe de qué va todo esto!». Yo había visto tantos entrenamientos de Frank que sabía perfectamente cómo eran los movimientos. Así que lo contraté. Unas dos semanas después, Klopp vino a verme y me dijo que Krautzun le había llamado un mes antes. «Quería saber cómo funcionaba la defensa en zona, nos tiramos tres horas hablando». Y esa era, justo, la sensación que daba sobre el terreno de juego. «Empezamos ganando un partido, pero después todo se fue al garete».

Deshacerse de Krautzun era la decisión más fácil y sensata. Pero encontrar al sustituto ideal resultó un trabajo mucho más arduo. Heidel se sepultó bajo una montaña de anuarios de Kicker, con la esperanza de descubrir al candidato apropiado. «Por entonces no existía Internet. Por ejemplo, no sabías quién entrenaba al Brujas. Pero también es cierto que ese tipo de equipos eran cinco veces más grandes que el nuestro. Eran otros tiempos. Apenas había entrenadores extranjeros en la Bundesliga. Al final, te veías pescando en el mismo barreño una y otra vez. Pasado un tiempo, Heidel cerró todos sus anuarios y admitió su derrota: «Estaba convencido de que la única opción que teníamos era la de volver, fuera como fuera, al tipo de juego que habíamos desarrollado bajo la batuta de Wolfgang Frank. Pero era incapaz de encontrar a la persona adecuada. No tenía ni la más remota idea de quién podría lograr algo así».

Puede que, en un día en el que no se aplican los convencionalismos, fueran los bufones que desfilaban por las calles de Mainz quienes inspiraran a Heidel. Se había quedado sin toda respuesta racional. El único movimiento lógico que le quedaba era tirar por la vía del absurdo. Si no había ningún entrenador adecuado disponible, a lo mejor la respuesta era… ¿seguir sin entrenador?

«Pensé ‘‘Hagamos algo espectacular. Entrenémonos nosotros mismos’’». Afirma que «en la plantilla había suficientes muchachos buenos e inteligentes» como para hacer que una idea tan absurda funcionara; podían enseñar a los que habían llegado después del final de los días de Frank en el Bruchwegstadion. Pero como el fútbol es como es, siempre tiene que haber alguien al mando. Heidel llegó a pensar ponerse él mismo al frente. «Después de asistir a tantísimos entrenamientos con Wolfgang podría haberles explicado cómo funciona el sistema; pero jamás había disputado un partido en la Bundesliga, ni tan siquiera en la Oberliga (Cuarta División). Hacerlo habría sido una estupidez. Por eso llamé a Klopp, a su habitación en el hotel de Bad Kreuznach. No tenía la más mínima idea de la que le caía encima».

Heidel informó al veterano lateral derecho de que la situación con Krautzun era insostenible, de que era necesario cambiar algo. «Le dije: ‘‘Creo que sois imposibles de entrenar. No hay nadie en Alemania capaz de entender eso a lo que jugamos —o a lo que pretendemos jugar— y con lo que pretendemos tener éxito. Vosotros, la plantilla, sí lo entendéis. Pero no ha funcionado con ningún entrenador’’. Klopp seguía sin saber lo que pretendía, así que fue entonces cuando le dije: ‘‘¿Qué te parece si nos dirigimos nosotros mismos? Alguien tendría que estar al frente y tú eres el apropiado’’. Al otro lado de la línea se hizo el silencio, cosa de tres o cuatro segundos. Y entonces respondió: ‘‘Es una gran idea. Hagámoslo’’».

Heidel telefoneó al capitán, Dimo Wache, el portero. «El verdadero capitán era Kloppo, pero quien portaba el brazalete ere Dimo. Dietmar Constantini (el entrenador que precedió a Krautzun) se lo había quitado a Klopp porque este siempre criticaba las tácticas. Ningún otro jugador estaba tan interesado en la táctica, pasaba mucho tiempo dándole vueltas. Constantini llegó incluso a sacarlo del equipo un tiempo. Kloppo de suplente, eso no puede funcionar. Hoy en día resulta gracioso escucharlo cuando critica a los jugadores por quejarse; si lo hubiera visto por entonces…».

Harald Strutz, el caballeroso presidente del Mainz, estaba muy ocupado cumpliendo con sus deberes canibalísticos liderando a los Ranzergarde, un cuerpo de guardia de soldados del siglo XIX que parodiaban al militarismo prusiano. «Heidel me telefoneó y me dijo: ‘‘Tenemos que echar al entrenador, de inmediato’’», cuenta Strutz, sentado en su acogedor despacho en las oficinas del Mainz, en un bloque de oficinas a las afueras de la ciudad. En la recepción hay una vitrina de cristal con artículos del FSV, entre los que se encuentra una edición especial del Monopoly en cuya caja aparecen Klopp y Heidel. «Krautzun fue de lo más correcto. Quería continuar con su trabajo, pero le dijimos que la decisión estaba tomada. Así que me quité mi uniforme de los Ranzengarde y conduje hasta Bad Kreuznach. En Mainz, el Lunes de las rosas, todo el mundo está de fiesta, pero eso no significa que todo el mundo esté bebido. O al menos yo no lo estaba, de lo contrario no podría haber conducido hasta allí. Le preguntamos a Kloppo: ‘‘¿Crees que puedes hacerlo?’’. No dudó ni un segundo: ‘‘Por supuesto que sí. Claro, sin duda’’».

Strutz se detiene un momento, atónito por lo incongruente de la decisión más importante que jamás tomó mientras presidió al Mainz. Es miembro local del Partido Liberal Democrático y trabaja como abogado; sobre la mesa de su sala de conferencias se puede ver una copia del Bürgerliches Gesetzbuch, el código civil alemán. En pocas palabras, Strutz es un hombre serio. No es el tipo de mandamás que se deja llevar por las Schnapsidee (quimeras) de su mánager general. «Es una historia muy especial», prosigue. «Así es como empezó ¿por qué íbamos a cambiar nada? Si hubiera visto lo que pareció en aquel momento… Fue todo un logro mantener unido al equipo. Un comienzo extraordinario para una carrera de entrenador como esa. Todavía me da vueltas la cabeza de lo extraordinario que fue».

Pero los diez periodistas locales que acudieron a la rueda de prensa del FSV en Bad Kreuznach, un día después, no estaban tan emocionados. Heidel: «Ya estaban al tanto de que Krautzun se había marchado. Se lo habíamos confirmado. Fue entonces cuando un periodista, Reinhard Rehberg, quien a día de hoy sigue trabajando, dijo ‘‘¿Qué hace Klopp aquí?’’. Todos suponían que le encargaríamos la dirección del equipo al segundo entrenador mientras encontrábamos a alguien, pero es que ni tan siquiera recuerdo que, en aquel momento, tuviéramos segundo entrenador. Así que les dije: ‘‘Kloppo será el entrenador este partido’’. Toda la mesa de periodistas rompió en una sonora carcajada. Se partieron de la risa. Al día siguiente, todos los periódicos se burlaban de nosotros. La gente suele pensar que todo el mundo se ha deshecho en alabanzas hacia Klopp siempre, pero Klopp no era, por aquel entonces, el mismo que es hoy en día; era el Klopp de entonces. Era un jugador, no tenía licencia como entrenador profesional, solo había estudiado Educación Física».

Klopp era consciente de que los reporteros no lo consideraban, para nada, cualificado para salvar al Mainz del descenso. Gastó una broma sobre su propia inexperiencia, haciendo como que no se sabía el guion. «Será mejor que me pongan al tanto sobre qué es lo que debo contestarles», les espetó a los periodistas desde detrás de una gran sonrisa.

«Lo que siguió, jamás lo olvidaré», prosigue Heidel. «Cuando los periodistas se fueron, Klopp dijo: ‘‘Vayamos a entrenar’’. Nos subimos a un par de autobuses que nos llevaron al Friedrich-Moebus-Stadion. Y al llegar vi algo que me hizo pensar: ‘‘Vaya, parece que hay vida ahí afuera’’. Había postes por todo el campo. El equipo volvía a entrenar la manera de moverse de un lado a otro, en formación. Y ahí es cuando lo supe: habíamos vuelto a los tiempos de Wolfgang Frank».

El resto del equipo se sorprendió tanto como los periodistas por el nombramiento de Klopp como nuevo jefe. «De buenas a primeras aparece Kloppo en el vestuario, dirigiéndose a nosotros como el entrenador», recuerda Sandro Schwarz, el que fuera centrocampista del FSV. «En realidad, seguía siendo uno de nosotros, no tenías que dirigirte a él de manera formal, ni guardar las distancias. Emanaba una autoridad natural, pero seguía mostrándose cercano a nosotros, todo siguió igual. Al equipo no le importó, suficientes problemas teníamos con salvarnos del descenso. Nadie tenía fe alguna en nosotros. Los compañeros que llevaban más tiempo en el equipo deseaban regresar al 4-4-2, el esquema que nos había hecho fuertes. Con su positivismo, Klopp consiguió que regresáramos a nuestros viejos patrones de comportamiento».

La primera charla de Klopp al equipo dejó una impresión indeleble en Heidel. «Todavía recuerdo el cuadro que se veía en ese vestuario. Ese muchacho nunca se había dirigido a un equipo. Jamás. Por entonces yo estaba un poco más delgado, más en forma. Si en ese mismo momento, después de escucharlo hablar, alguien me hubiera dado un par de botas, habría salido directo al campo a jugar contra el Duisburgo. Hasta aquel momento había visto a diez, once entrenadores ya. Pero jamás había visto algo parecido. Te morías por salir al campo y jugar. Al dejar el vestuario me crucé con varias personas que no las tenían todas consigo. Me decían, ‘‘no es más que un jugador…’’. Le dije a Strutz y al resto de compañeros de la directiva que ganaríamos, que estaba seguro al 100%. Si el equipo estaba tan convencido como yo, solo podíamos ganar; íbamos a ganar. No podría decirle cuáles fueron las palabras exactas, fue una mezcla de táctica y motivación, no tanto como si fuera un profesor dando una especie de lección. Podríamos haber jugado en ese mismo momento. Habló y habló hasta que el equipo se convenció de que éramos buenos».

Una década más tarde Klopp le admitiría a spox.com que «aceptar aquel encargo fue todo un acto kamikaze. Solo me hice una pregunta: ¿qué podemos hacer para dejar de perder? No pensé ni un solo instante en la victoria. El primer entrenamiento nos lo tiramos corriendo de manera táctica por todo el campo. Puse un montón de postes y traté de recordar cuáles habían sido las distancias entre líneas que habíamos mantenido con Wolfgang Frank. La mayoría de los jugadores todavía tenían escondidos, en algún rincón de su memoria más profunda, los movimientos que habían practicado con él hasta el hartazgo. Queríamos tener un sistema de juego que fuera indiferente al rival». En lo tocante a la parte más motivacional de su enérgica charla, también se acordó de una de las máximas de Frank: que «el último 5 por ciento» (Klopp) era lo que marcaría la diferencia.

Klopp tomaba «decisiones sencillas», dice Kramny. «Yo cambié de posición, de interior derecho a mediocentro. Cambió una o dos cosas más. Heidel nos dijo que, después de habérselo hecho pasar tan mal a los anteriores entrenadores, todos teníamos que arrimar el hombro. Todos nos sentimos responsables. No contábamos con el tiempo necesario como para hacer demasiadas cosas, así que la idea era la de inyectar algo de alegría, entrenar nuestro dibujo y los balones parados. Y entonces dijimos: ‘‘Vale, allá vamos. A correr, correr y correr’’. El día del partido llovía a mares».

Heidel: «Había unos 4500 espectadores. Jugar el miércoles de ceniza siempre es especial en Mainz. El Duisburgo estaba mucho mejor que nosotros, era uno de los principales candidatos al ascenso. Y, para ser sincero, he de decir que los barrimos del campo. Ganamos por 1-0, pero no se acercaron en ningún momento a nuestra área. No fueron capaces de traspasar nuestro sistema. La gente que fue al estadio se volvió loca».

Los que mejor se lo pasaron fueron los que estaban en la grada principal. Vieron a un entrenador del Mainz que «actuaba como el décimo segundo hombre, disputando, a todos los efectos, el partido desde la banda», añade Heidel. «Por entonces, aquella grada solo era capaz de albergar a 1000 personas, pero estaban por los suelos de lo gracioso que resultaba el tío ese que había en el campo. Ni tan siquiera sé en qué dirección salió corriendo cuando marcamos. Puede que incluso el árbitro lo expulsara del campo». (No fue así, al menos no en esta ocasión). «Todo fue muy especial, mucho. Y hay que dejar clara una cosa: aquel día nació Klopp. El resto, estaba por llegar».

REVOLUTION NUMBER 09

Dortmund 2008

Es una cortante noche invernal de enero de 2017 en Marbella. La recepción del Gran Meliá Hotel Don Pepe es el sueño del jefe de decorados de Dinastía: mármol blanco, columnas chapadas en oro, palmeras en tiestos… Y un hombre tocando el saxo.

Utilleros del Borussia Dortmund, en manga corta, empujan más allá de la vacía barra del bar varias cajas llenas de ropa sucia, utilizada en la sesión de entrenamiento de esa misma tarde. Sentado en un sofá de color crema, Hans-Joachim Watzke contempla la escena asintiendo con la cabeza, satisfecho. El CEO del BVB, de 58 años de edad, es un empresario de éxito; Watex, su empresa de ropa de trabajo, factura anualmente unos 250 millones de euros. Es el hombre que salvó al club de la quiebra en 2005; el hombre que trajo de vuelta el buen fútbol, la emoción y los trofeos al Westfalenstadion al contratar a Jürgen Klopp en el 2008. Pero, como suele ocurrir con todo aficionado de verdad, parece que sea el mero hecho de poder estar ahí, acompañando al equipo durante un pequeño parón invernal de diez días en Andalucía, lo que más feliz y orgulloso le hace. Luce un chándal con sus iniciales en el pecho.

«¿Que por qué Klopp? Esa pregunta se responde sola», dice mientras deja sobre la mesa su taza de café espresso. «En 2007 habíamos asegurado la supervivencia del club, pero también era patente que no teníamos mucho dinero para invertir en el equipo».

El Ballspielverein Borussia 09 e.V Dortmund, campeón de la Bundesliga en 1995 y 1996 y de la Champions League en 1997, título repetido en 2002, se había marcado un «Leeds». La inyección de 130 millones de euros recibida en el año 2000, cuando el club salió a bolsa en Frankfurt, fue dilapidada en contratar jugadores a un precio desproporcionado, en el fragor de una insostenible carrera armamentista contra el Bayern de Múnich. Cuando el equipo fue incapaz de clasificarse para la Champions League en 2005, por segundo año consecutivo, el club estuvo a punto de hundirse bajo el peso de los 240 millones de euros de deuda que arrastraba. «En las oficinas del club no teníamos ni la más remota idea de si al día siguiente mantendríamos nuestros trabajos», recuerda el antiguo delantero del BVB y actual speaker del estadio, Norbert «Nobby» Dickel. «Un momento horroroso».

«La ciudad de Dortmund vive por y para el club», dice Sebastian Kehl. El antiguo capitán recuerda que toda la ciudad estuvo en la cuerda floja, angustiada ante la posible desaparición del Borussia. «Taxistas, panaderos, empleados de hotel… todo el mundo temía quedarse sin su sustento. Para nosotros, los jugadores, fue muy complicado enfrentarnos a esta situación, porque sabíamos que, ganásemos o perdiésemos, nada cambiaría».

Fue Watzke, antiguo tesorero del club (no de la S.A.), el que salvó al BVB al arrebatarles el control al dúo que formaban el director deportivo Michael Meier y el presidente Gerd Niebaum, quienes no gozaban, incluso literalmente, de crédito alguno. Watzke negoció un préstamo y una ampliación de capital con Morgan Stanley, lo que permitió al Dortmund recomprar su estadio y acabar, así, con un acuerdo de arrendamiento sangrante. Pero este plan ofensivo de reducción de gastos no dejó dinero como para comprar estrellas.

Watzke: «Michael Zorc (el director deportivo) y yo estábamos de acuerdo en que debíamos construir un equipo joven. Ya teníamos a Marcel Schmelzer (lateral izquierdo), y también estaba (el interior Kevin) Großkreutz. Además, queríamos desarrollar otro estilo de juego. Con Bert van Marwijk y Thomas Doll nos pasábamos el balón de un lado al otro del último cuarto de campo, hasta diez veces seguidas. Teníamos un 57% de la posesión, pero no hacíamos nada con el balón. El Dortmund no puede jugar así. Queríamos ofrecerle a la gente un equipo que corriera hasta caer destrozado. Eso era lo que habíamos visto en Mainz cuando jugamos contra ellos durante los dos años anteriores. Veías que no eran demasiado buenos, pero, aun así, te complicaban la vida, y a veces te ganaban. Tenían una mentalidad asesina. Y un despliegue táctico muy bueno. Eso tenía que ser cosa del entrenador. Hoy en día no sería sencillo que el Dortmund fichara a alguien de segunda división. Pero, por entonces, era totalmente factible».

Pese a todo, Christian Heidel revela que en el Borussia no estaban muy convencidos de que Klopp fuera capaz de completar la transición de héroe local en el Mainz a resurrector de uno de los gigantes, venido a menos, de la Bundesliga. «Tenían sus dudas», dice. La primera vez que Watzke se dirigió al director general del Mainz fue en octubre del 2007, aprovechando la asamblea general anual de la Federación Alemana. Heidel: «Me telefoneó y me preguntó si podríamos tomarnos un café. Por entonces, no le conocía. Nos sentamos a hablar y, rápidamente, la conversación se centró en Jürgen Klopp. Su contrato expiraba a final de temporada. Watzke me preguntó: ‘‘¿Pero tan bueno es Klopp?’’. Y yo le contesté: ‘‘Si le respondo que es muy bueno, usted me lo arrebatará. También podría mentirle y decirle que no vale un pimiento. Pero, entonces, usted le podría ir a Kloppo con que yo he dicho eso y él se enfadaría conmigo’’. Así que le dije: ‘‘Ese chico es un entrenador de Bundesliga’’». Watzke siguió sondeando, sin mencionar de manera explícita al Dortmund. Pero ¿tenía nivel como para entrenar a un gran equipo de la Bundesliga? «Le respondí que Kloppo podría entrenar a cualquier equipo del mundo», prosigue Heidel. «Y el motivo es que cuenta con una gran ventaja [sobre sus colegas]: es verdaderamente inteligente. Encajaría en un gran club. Si lo que busca es un tipo que vaya con traje y corbata, olvídese de Jürgen Klopp. Pero si lo que busca es un entrenador de primer nivel, entonces vaya a por él. Tampoco pretendían tomar una decisión inmediata, pero me consta que, desde aquel día, el Dortmund comenzó a prestarle mucha más atención. Aunque seguían sin estar convencidos del todo. Watzke siguió llamándome, no recuerdo ya la cantidad de veces. Y yo siempre le respondía: ‘‘Vaya a por él, hágalo. Jamás se arrepentirá del día en que contrate a Jürgen Klopp’’».

El fichaje de Thomas Doll sí estaba generando arrepentimiento en Strobelallee. El que fuera centrocampista de la selección alemana, en el banquillo del Dortmund desde 2007, no logró que jugadores ni público se identificaran con el aburridísimo juego que desplegaba. El Dortmund se encontraba más cerca del descenso que de la parte noble de la tabla, acabando la temporada en decimotercera posición; su peor puesto en veinte años. La buena racha que mantuvo el equipo en la DFB Pokal, la Copa de Alemania, cuando, en abril, el Bayern Múnich solo fue capaz de doblegarlo en el tiempo de descuento (2-1), no fue suficiente para tapar todas las vergüenzas de su dirección. «Puede que sea la derrota de mayor valor en la historia de un club» escribieron Sascha Fligge y Frank Fligge en Echte Liebe, una crónica del crecimiento del Dortmund durante la pasada década. «De haber conseguido esa Copa, la directiva del club hubiera tenido complicado despedir a Thomas Doll, pese a que no creyeran para nada en sus cualidades, y Jürgen Klopp jamás habría fichado por el Dortmund. La historia habría tomado un rumbo totalmente diferente». «Aquella derrota [en Berlín] formaba parte del plan estratégico para dejarle el camino expedito a Jürgen Klopp», bromearía Watzke más adelante. Da la casualidad de que Klopp había presenciado el partido en Berlín como comentarista para el canal nacional ZDF, y le confesó al editor del programa, Jan Doehling, que «algún día me gustaría verlo desde el lateral de banda». Cuando regresó a su hotel, los aficionados del Dortmund que había en la recepción le cantaron «Jürgen Klopp, eres el mejor». Querían que tomara las riendas del equipo.

Watzke asegura que siempre confió en que la personalidad de Klopp era lo suficientemente robusta como para afrontar un trabajo tan hercúleo: «Escuchando sus comentarios en las retransmisiones, tuvimos la certeza de que sería capaz de liderar [un gran proyecto]. Jamás nos planteamos ningún otro entrenador. solo queríamos a Klopp». Una reunión secreta mantenida en las oficinas de una amistad de Watzke, no muy lejos de Mainz, aclararía aún más las cosas tras la dimisión de Doll, el 19 de mayo. «En cuanto todos los empleados se fueron, nos reunimos», dice Watzke. «Fue una conversación maravillosa. Le contamos la visión que teníamos del club, que resultaba estar muy alineada con la que él tenía. Michael Zorc ya se había reunido con él un día antes. Ambos queríamos formarnos nuestra propia opinión, independiente de la del otro. Solemos estar de acuerdo, pero, en este caso, el acuerdo era total. De inmediato notamos una química de lo más poderosa».

Sin embargo, otro tipo de química, mucho más sintética, trataba también de atraer a Klopp. El Bayer 04 Leverkusen, propiedad de la compañía farmacéutica del mismo nombre, también había puesto sus ojos en el entrenador. Si bien no tenían el caché de los de negro y amarillo, tampoco tenían problema económico alguno, además de poseer una buena plantilla, muy equilibrada y capaz de plantearse objetivos como la clasificación para la Champions League. «Al principio, Kloppo no quería fichar por el Dortmund, prefería ir al Leverkusen», cuenta Heidel. «Yo le recomendé que fichara por el Dortmund, por todo ese rollo de las emociones, la pasión y tal y tal. Mantuvo una reunión con Wolfgang Holzhäuser (CEO del Leverkusen). No terminaban de decidirse… Y, entonces, el interés del Dortmund se concretó. Pero Klopp no estaba seguro, al principio».

Con una risita, Heidel añade que los emolumentos fueron otro punto candente. «Esa es muy buena. La primera oferta del Dortmund era inferior a lo que Klopp ganaba en la Bundesliga 2. No estaban muy boyantes, por entonces. Kloppo me dijo: ‘‘Pero mira esto, ¡si me ofrecen menos de lo que gano aquí, en el Mainz!’’. Y yo le contesté: ‘‘No te preocupes, te echaré un cable’’. A los del Dortmund les costaba comprender que le pagásemos esa cantidad. Watzke volvió a llamar: ‘‘¿Cuánto le pagan?’’. ‘‘Pues aquí le pagamos un buen sueldo, es nuestro hombre más importante; prefiero ahorrar en jugadores’’, le respondí. ‘‘No me lo creo’’, dijo Watzke. Y le aumentaron la oferta». La mañana del viernes 23 de mayo, en el Hotel Lennhof, en Dortmund, Klopp firmó un contrato por dos temporadas y fue presentado a las 11:00, en el estadio.

Lo cierto es que Borussia tenía otras recompensas no pecuniarias que ofrecer. Para empezar, en Josef Schneck tenían a un jefe de prensa muy del agrado de Klopp. «Nos conocimos en abril del 2004, en un evento en Colonia», relata Schneck, un agradable y jovial hombre de sesenta y tantos años. Aquella noche, Klopp iba a recibir un premio al juego limpio, concedido por la asociación de periodistas deportivos, por lo bien que manejó los finales infartantes de las dos últimas temporadas de la Bundesliga 2. Matthias Sammer, quien por entonces era el entrenador del Borussia Dortmund, fue el encargado de dar el discurso laudatorio. «Fuimos con Matthias y su esposa, Karin, y nos sentamos en la misma mesa que Klopp. Fue una velada maravillosa», recuerda Schneck. Es una anécdota conmovedora, en cierto modo, sobre todo considerando que unos años más tarde, en el punto más alto de la rivalidad Bayern-Dortmund, Sammer y Klopp acabarían llevándose rematadamente mal.

«También conocía a Jürgen por las ruedas de prensa [cuando el Mainz jugó en la Bundesliga entre las temporadas de 2004 y 2007]», prosigue Schneck. «En una ocasión el Mainz nos arrancó un empate, en casa, en Dortmund, y yo le felicité por el punto conseguido. Después de todo, que el Mainz consiga un empate en casa del Dortmund es todo un logro, ¿verdad? Pero él se quedó mirándome y me dijo: ‘‘Felicidades a ustedes, también’’. Típico de Klopp. Y después de fichar por nosotros, en las primeras semanas, no hacía más que tomarle el pelo a Michael Zorc: ‘‘No estaba nada seguro sobre fichar por el Dortmund o no. Pero estaba al tanto de que teníais un buen jefe de prensa, así que, tampoco debía de ser un club tan malo’’».

Y, lo que es más, hay muy pocos clubes que pueden contar con un apoyo tan fervoroso. En su presentación, Klopp les dijo a los periodistas que el famoso «Muro Amarillo» del estadio Signal Iduna Park, la grada más grande de Europa con cerca de 25 000 localidades, «despierta la pasión futbolística que arde en mi interior». «Todo el que haya estado en este campo sabe que [el Muro Amarillo] es algo que va más allá de lo especial, una de las cosas más impresionantes que se puede encontrar en el mundo del fútbol. Para mí es todo un honor ser el entrenador del BVB y tener la oportunidad de devolver su grandeza a este club. Es algo muy bonito. Estoy terriblemente contento de poder trabajar aquí». Alguien le preguntó si no era un paso enorme, cambiar un club carnavalero como el Mainz por uno de los pesos pesados de la historia de la liga. «Tampoco es que fuéramos de fiesta en fiesta en Mainz», sonrió. «Trabajábamos con mucha disciplina. Me siento más que preparado».

Por la ciudad corrieron los rumores de que, tanto algunos de los patrocinadores como algunas de las compañías involucradas en la reestructuración de la deuda del club hubieran preferido a un entrenador más sofisticado, un gran nombre con tirón internacional.

Puede que fuera por eso, para calmar los recelos, por lo que Klopp se puso chaqueta en la sala de prensa. Pero nada de corbata. «En secreto, sin hacer mucho ruido, ha trabajado durante los últimos meses para refinar su vestuario», publicó el Frankfurter Allgemeine Sonntags-Zeitung. Pero su indomable retórica era todo un homenaje al tan arraigado amor por el fútbol como entretenimiento visceral, como forma de identidad y experiencia casi religiosa tan típicos de esa región de clase trabajadora.

«Siempre hay que intentar hacer feliz a la gente, jugar con un estilo reconocible», prometió. «Cuando los partidos son aburridos, pierden toda lógica. Mis equipos nunca han jugado al ajedrez sobre el campo. Espero que podamos contemplar algo de juego rápido por aquí. No siempre lucirá el sol en Dortmund, pero tenemos la oportunidad de hacer que luzca más a menudo». Freddie Röckenhaus, periodista del Süddeutsche Zeitung que seguía al BVB, quedó muy impresionado con ese optimismo. «Si Klopp es capaz de dirigir al equipo tan bien como deja titulares, el Dortmund estará preparado para la Champions League muy pronto», escribió. «Le han bastado cuarenta y cinco minutos de su contagiosa verborrea para hacer que los hinchas del BVB se pongan en pie. Si alguna vez ha habido un entrenador cuya mentalidad casara tan bien con las pasiones que levanta el fútbol en el área del Ruhr, ese es Klopp». Y esa excitación no solo se ceñía a los seguidores del Borussia.

En la página web personal de Klopp un usuario dejó patente su aprobación. «Es fantástico que haya fichado por el BVB», escribió. «No es mi equipo, para nada, pero soy dueño de un buen número de sus acciones. Dada la confianza que tengo puesta en usted, y lo seguro que estoy de su pericia, no veo el momento de que mis bolsillos comiencen a llenarse de dinero». La confianza de aquel inversor anónimo resultó más que justificada. El precio de las acciones del Dortmund se incrementó en un 132 por ciento: de los 1,59 euros por acción de mayo de 2008 a los 3,70 euros el día en el que Klopp abandonó el club, justo siete años después.

EL CAMINO QUE LLEVA A ANFIELD

2012-2015

El 11 de abril de 2014 a las 22:00 Jürgen Klopp quedó con Hans-Joachim Watzke para tomar algo en el Hotel Park Hilton de Múnich y comunicarle que había tomado una decisión. No se iba a ningún lado.

Al arrancar aquel mismo día, antes de que el equipo saliera rumbo a un partido como visitante en el Allianz Arena del Bayern, el entrenador del Borussia Dortmund seguía sin decidirse. Había recibido una oferta tentadora y muy lucrativa desde el noroeste de Inglaterra, la oportunidad de tomar las riendas y revolucionar uno de los mayores clubes del mundo. «Primero nos reunimos en mi cocina», cuenta Watzke. «Sin entrar en detalles, fue una conversación interesante. Creo que dejó su huella, porque, en el avión, me dijo que teníamos que hablar otra vez aquella misma tarde. Yo me había comprometido a cenar con mi hija, que vivía en Múnich, así que solo me fue posible verlo a las 22:00. Directamente, me dijo: ‘‘No aguanto más esta presión. Les he dicho que no’’».

No mucho antes, Ed Woodward, vicepresidente ejecutivo del Manchester United, había volado a Alemania para reunirse con Klopp. La corta aventura de David Moyes en Old Trafford tocaba a su fin y Klopp era el favorito del United para reemplazarlo, para devolverle al juego de los diablos rojos su espíritu intrépido. Woodward le dijo a Klopp que el Teatro de los Sueños era «una suerte de Disneylandia en versión adultos», un lugar mítico en el que, tal y como sugería su apelativo, el espectáculo al que se asistía era de clase mundial y los sueños se hacían realidad. A Klopp no le convenció ese tono comercial —a un amigo le contaría que lo encontró «poco sexy»—, pero tampoco rechazó la proposición de manera directa. Tras casi seis años de trabajo en el Dortmund este podría ser el momento perfecto para cambiar de aires.

Conocedor del interés del United, Watzke intentó convencer a Klopp de que cumpliese su contrato, el cual habían ampliado hasta 2018 el otoño anterior. Dándose cuenta del conflicto que se libraba en el interior del entrenador, de cuarenta y seis años, Watzke cambió de táctica y optó por una estrategia más arriesgada. Aprovechando la confianza mutua y una conexión que había trascendido los negocios para convertirse en amistad, le dijo que no se opondría si quería irse al Manchester United. Tras darle algunas vueltas —y tras aquella conversación en la mesa de la cocina de Watzke— el entrenador del BVB llegó a la conclusión de que su trabajo en el Signal Iduna Park todavía no había concluido.

Pero en el United sentían que todavía era posible seducirlo. Cuando a Moyes le enseñaron la puerta de salida el 22 de abril, algo que hacía tiempo que era inevitable, los corredores de apuestas no dudaron en considerarlo el favorito para suceder al escocés. Los incesantes rumores que cruzaban el Reino Unido obligaron al suabo a publicar un comunicado en el Guardian del día siguiente y acabar con las especulaciones. «El Man. Utd es un grandísimo club y estoy muy familiarizado con su maravillosa afición», decía, «pero mi compromiso con el Borussia Dortmund y su masa social es inquebrantable».

Aun así, Klopp siguió levantando interés en la Premier League. Seis meses después de que hubiera rechazado a Woodward, el club vecino y rival del Manchester United, el Manchester City, realizó un acercamiento. También el Tottenham Hotspurs se interesó por sus servicios. A su vez, Klopp aprovechaba una entrevista realizada en BT Sport previa al partido de la Champions League que enfrentaría al Borussia Dortmund y al Arsenal, para anunciar sus intenciones a largo plazo. Preguntado si una vez que sus días en el Borussia tocaran a su fin vendría a Inglaterra, la respuesta no dejó lugar a dudas. «Creo que es el único país en el que podría trabajar, después de Alemania», asintió, «porque es el único país cuya lengua conozco un poco. Y necesito el idioma para poder desempeñar mi trabajo. Así que, ya veremos. Si alguien me llama, entonces hablaremos».

Como dice Watzke, había enviado su mensaje, alto y claro. El Dortmund atravesaba su primera —y única— mala temporada liguera desde que Klopp se hiciera con las riendas y, de repente, tomar rumbo a un clima más húmedo le debió de parecer mucho más atractivo que antes. Watzke: «Nuestra temporada ya se había ido por el sumidero y tuvimos esa sensación tan característica… Yo tenía muy claro que, después del Borussia, él no iría a ningún otro equipo alemán, sería incapaz de hacer algo así. Siempre dijo que no estudió inglés, pero estoy del todo seguro de que le sacó algo de brillo. Me di cuenta de que lo había hecho. Resultaba obvio que iría a la Premier League. Es donde mejor encaja su manera de jugar».

Romántico empedernido del fútbol, Klopp siempre fue un reconocido admirador de ese tipo de fútbol tan auténtico y libre de ataduras que se practica al otro lado del canal. Durante una concentración invernal en España siendo entrenador del Mainz, en 2007, devoró Fiebre en las Gradas, de Nick Hornby (además de perseguir a una lagartija por toda su habitación armado de su cepillo de dientes y frente a un equipo de televisión); en gran medida, su idea de fútbol físico y apasionado, además de ese empeño en que sus equipos se alimenten de la energía que emana de una grada llena de aficionados, provienen del país en el que nació este deporte. Tanto en Mainz como en Dortmund, los aficionados son capaces de entonar una aceptable versión del You'll Never Walk Alone, conjurando una atmósfera febril que se inspira, claramente, en las (idealizadas) tradiciones inglesas. «Me encanta eso que en Alemania llamamos «Englischer Fußball»: un día de lluvia, con el campo pesado, todo el mundo cubierto de barro hasta las orejas e incapaces de volver a jugar hasta dentro de cuatro semanas cuando termina el partido», le contó al Guardian en 2013. Aquel año, su joven Dortmund se había colado en la elite de la competición europea, aplastando todo a su paso rumbo a la final de la Champions League, mientras que él paseaba su gorra de beisbol con la palabra «Pöhler»: término jergal de la zona del Ruhr que describe a alguien que juega al fútbol a la vieja usanza, «el domingo por la mañana en un pasto, el origen, solo por amor al juego».

Casi exactamente un año después de que Klopp le hubiera dicho que no al United, resultó que su vínculo con el Dortmund no era tan irrompible como parecía. Anunció su intención de dimitir al final de la temporada 2014-2015, asegurándose de dejar claro que no tenía intención alguna de tomarse un año sabático.