Lluvia es mi hermana,
pero podría ser el amanecer.
Su cabello es largo y negro
y le gusta dejarlo caer de los árboles
donde se sube para comerse las nubes
como si fueran frutas.
A veces se queda dormida ahí arriba
y Lluvia, encaramada en el árbol,
también podría ser el anochecer.
Lluvia siempre anda descalza por la casa,
por el jardín, por las gradas de la puerta,
y sus pequeños pasos se escuchan
como si alguien dejara caer piedras pequeñitas,
semillas de pájaro que al florecer, vuelan.
Pero cuando corre se sabe bien que es ella,
esa sonrisa suena a Lluvia,
y bien lo sabe la casa,
esos pasos y esas risas
son las que siempre trae Lluvia.
Ven para acá, Lluvia —la llama el abuelo—,
tú me recuerdas una canción que dice, que dice...una canción que dice... ¡Ya me acordé cómo dice!:
Lluvia es una niña risueña,
pero también podría ser el atardecer.
Madre caminaba conmigo por el patio;
arrancaba pequeñas hojas de las plantas,
las partía con sus dedos
y las acercaba a mi nariz.
Como un acto de magia,
el viento esparcía al mismo tiempo
aromas intensos y palabras bellas:
albahaca, laurel,
romero, decía Madre;
y a mí se me abrían las fosas nasales