SANGRE ETERNA

 

SANGRE ENAMORADA #4

 

 

NATALIA HATT

 

 

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Sangre olvidada: Sangre enamorada #4

© 2015 Natalia Hatt

© 2020 Autopublicarte

 

 

 

Todos los derechos reservados.

TABLA DE CONTENIDOS

 

PREFACIO

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 12

EPÍLOGO

Sobre la autora

Otros títulos de Natalia Hatt

 

 

 

Para ti que me sigues desde otras vidas…

 

 

PREFACIO

 

 

E

ra un día normal en la Atlántida: los pájaros cantaban, el sol brillaba en todo su esplendor y enormes mariposas multicolores volaban por doquier. Aunque hacía tiempo el Gran Oráculo había profetizado que ese sería el fin para la gran civilización, nadie deseaba creerlo. Es más, consideraban que era un hecho imposible, y decidieron cometer el gran error de desestimar la profecía.

Las personas crecían en armonía con la naturaleza y se amaban los unos a los otros; nada parecía indicar que en breve acaecería una catástrofe inimaginable, sin precedentes, que destruiría la civilización completa y aboliría todo lo logrado hasta entonces.

En el Templo del Tiempo y el Espacio, los nueve guardianes se encontraban reunidos, como de costumbre, con sus manos colocadas en círculo, alrededor de un gran cristal sagrado recubierto en oro. Ese ritual era lo que mantenía el espacio y el tiempo funcionando de la manera en que lo había hecho hasta aquel preciso momento.

Anntera era la suma sacerdotisa; una bella joven de largos cabellos dorados y expresivos ojos azules. El resto del grupo de guardianes estaba constituido por cuatro mujeres y cuatro varones; a todos los consideraba como su familia y todos estaban a cargo de mantener el buen funcionamiento del poderoso cristal.

De pronto, se abrieron las puertas del Templo Sagrado, y doce seres de un aura oscura irrumpieron con la actitud más maligna que los guardianes jamás hubiesen visto. Ellos pudieron entrever las tenebrosas intenciones que emanaban por cada poro esas criaturas, mas no se conocía la maldad en aquel sitio tan perfecto, así que ninguno de los nueve guardianes contaba con las herramientas para defenderse a sí mismos y a su idílico mundo.

Los doce seres tomaron el gran cristal, pese a las urgentes súplicas de sus guardianes. Con un rayo negro, proveniente de los doce, lo desintegraron, convirtiéndolo en nueve llaves doradas, en cuyo interior aún residiría el sagrado cristal del Templo del Espacio y el Tiempo.

La tierra comenzó a temblar. Los oscuros desaparecieron, llevándose las llaves consigo, dejando a los guardianes en tinieblas y confusión absoluta. Nadie tenía idea de qué estaba sucediendo, ni podía inferir lo que los malignos seres harían del tiempo y el espacio que hasta entonces los regía. Excepto tal vez por Anntera, quien poseía una claridad de mente superior y tenía un mayor entendimiento de todo.

La suma sacerdotisa, sabiendo que la profecía de destrucción ahora se cumpliría, y que lo que viniese después sería para desventaja de los pobladores de la Tierra, gritó en voz alta, para que los lóbregos seres la escuchasen.

—¡Volveré! ¡Volveré para lograr que todo se restablezca! ¡Juro que volveré! ¡La maldad no prevalecerá en este planeta!

Lo que aquellos seres no sabían era que, aunque ese día Anntera y los demás guardianes perecerían, para reencarnar sin conciencia de su pasado, esa promesa sería cumplida diez mil años más tarde, cuando las piezas del rompecabezas fueran reunidas.

 

 

CAPÍTULO 1

 

 

E

n el monumental palacio recubierto en jade, justo en medio del espacio que separaba el mundo de las hadas de los vampiros, crecía la princesa Meredinn. Solo su madre conocía el gran destino que le deparaba a la pequeña belleza de ojos azules, profundos como los de su progenitora, y cabellos dorados, iguales a los de su padre. Solo ella y un tío condenado al exilio en un cuadro, con quien la pequeña recién se encontraría al cumplir sus quince años.

Creció sin conocer enemistad alguna entre las hadas y los vampiros, rodeada de sirvientes de casi todas las razas. No diferenciaba entre ninguno de ellos, a todos adoraba por igual. Amaba más que a nadie en el mundo a su dedicada madre, Alejandra; a sus dos padres, Nikolav y Juliann; a su tía y a la vez madrastra Lilum y a su media hermana Rudith (a quien ella tan solo llamaba Rudi), la cual era solo un año menor que ella.

Al cumplir su primer año de vida, demostró su primer poder: la telepatía. Era capaz de comunicarse mentalmente, en principio, solo con su madre. Esta había pensado que su hija estaba desarrollando la habilidad heredada por su familia, pero pronto la niña sorprendió a todos y demostró que también podía comunicarse de ese modo con quien ella quisiera, incluso con los vampiros. Podía leer mentes y enviar pensamientos; no había nadie que no estuviese impresionado.

A los dos años, demostró su segunda y tercera destreza. Un día hechizó una faeda con su canto, mientras caminaba en el bosque con Juliann, logrando que esta se pusiera a bailar sobre su pequeña mano. Y para sumarle aún más mérito, ella entonaba de manera excelente desde temprana edad, lo cual la convirtió en el orgullo de su padre.

Todos pensaron que allí se estancaría, ya que las hadas no solían tener más de dos poderes, mas ella probaría lo equivocados que estaban al comenzar a volverse invisible antes de cumplir los tres años de edad. Se escondía de su madre y se reía, lo cual a esta no le parecía gracioso. En ese punto, supo que su niña alcanzaría los nueve poderes profetizados por Ildwin.

Ya a los tres años, la niña comenzó a introducirse dentro de los sueños de su madre, demostrando un poder raro en las hadas: el de transitar en los sueños de otras personas. También, a esa misma edad, comenzó a crear escudos a su alrededor, para que no pudieran agarrarla cuando la querían bañar. ¡Esa niña sí que se las amañaba para evadir el baño!

Su sexto poder se descubrió antes de que cumpliera los cuatros años, fue el de la telequinesis. Un poder aún más inusual en su especie, quienes, por lo general, no poseían poderes de ofensiva. La pequeña comenzó a mover objetos con su mente, lo cual le causaba mucha diversión.

Su padrastro teorizó que la niña tenía solo un poder principal, y que este era copiar los de otras personas, lo cual explicaba que tuviera tantos. Sin embargo, lo que nadie podía comprender era su selectividad, ya que había poderes interesantes a los que había estado expuesta y no había copiado y, además, tenía habilidades a las que jamás había estado expuesta. Nadie descartó la teoría de Nikolav, pero la mayoría no hizo más que creer que el poderío de la niña nacía desde ella.

Entre los cuatro y los cinco años, desarrolló tres poderes más. Uno fue el de crear un doble astral, tal como lo hacía su madre; el otro, fue la habilidad de transformar su ya existente doble en cualquier animal que ella desease, al igual que lo había hecho su tía abuela Muriz. Por último, adquirió el de crear portales como su fallecida abuela Anja. Este poder lo desarrolló ni bien aprendió a pintar cuadros de manera casi perfecta, llegando a causar envidia en su madre, para quien aprender a pintar tan bien había resultado mucho más difícil.

A medida que la niña crecía, iba perfeccionando sus talentos. Todos a su alrededor la ayudaban a mejorarlos y sacarles el mayor provecho.

Pronto, Meredinn fue convirtiéndose en una hermosa doncella, y todos los jóvenes que alguna vez escucharon su nombre no podían dejar pasar la oportunidad de visitar el castillo de los reyes de los vampiros y de las hadas, para ver y conocer a la encantadora princesa, quien pronto cumpliría sus quince años.

Ese día hubo una fiesta en su honor en el enorme palacio, a la que diversas criaturas estuvieron invitadas. Todos se divirtieron y bailaron en exceso. Unos cuantos jóvenes prometieron su amor eterno a la princesa, aunque ella no demostró interés por ninguno. Siempre decía que lo sabría ni bien conociera a su príncipe azul, y todo el mundo le creía, porque todo era creíble viniendo de ella.

Luego de la fiesta, la princesa dijo que se acostaría a dormir. Su madre también tenía ganas de hacerlo, aunque las hadas no lo necesitaban. A pesar de eso, ellas dos siempre lo hacían cuando tenían la oportunidad. Lo que nadie sabía era que, muchas veces, ambas se encontraban en sueños, dentro de los mundos contenidos en los cuadros de Anja, o en los de Meredinn, porque era allí donde podían hablar en secreto sobre las cosas que nadie más debía saber.

—Hola, mami —dijo Meredinn al encontrarse con su madre en el cuadro donde habían acordado. Nunca había estado allí, ya que estaba prohibido, pero sabía que en ese lugar estaban guardados una gran cantidad de artefactos mágicos, incluido el legendario sable Stumik, que no le causaba nada de curiosidad, ya que solo había traído muerte cuando había sido utilizado, y un cuadro donde un famoso dragón estaba prisionero. Sobre lo que sí estaba interesada en conocer más era sobre este.

—Hola, Mere —la saludó Alejandra con una amplia sonrisa maternal—. Me alegro mucho de que hayas venido.

—¿Así que hoy iremos a ver a mi tío Ildwin?

—Sí —asintió su madre—. Le prometí que te llevaría con él cuando cumplieras los quince años.

—¡Me muero de ganas de verlo! —exclamó la joven, quien nunca antes había conocido a un dragón. Había escuchado que eran algo traicioneros, pero igual deseaba conversar con uno.

Se encontraban en una vieja ciudad en ruinas. El cielo se veía rojizo y parecía que llovería. Meredinn se quedó mirando a su alrededor.

—Esto es un poco tétrico —dijo. Alejandra le sonrió. Ella también había pensado lo mismo unos años atrás.

—Ven, sígueme —le indicó, mientras comenzaba a atravesar la ciudad.

A lo lejos se podía ver un castillo. Meredinn pudo reconocerlo como una réplica del sitio donde su padrastro Nikolav había vivido. Ahora ese lugar estaba casi deshecho, ya que no se había reparado después de las luchas por el poder de los vampiros, antes de que él fuera rey. Por eso, ahora el verdadero castillo no lucía muy diferente del que se encontraba dentro del cuadro.

Pronto llegaron allí y Alejandra condujo a su hija por un largo pasillo, hasta que bajaron unas escaleras y todo terminó en una monumental pared. Una vez allí, tomó la llave dorada que siempre llevaba consigo y abrió el portal frente a ellas.

Meredinn observó con asombro los tesoros que la gran habitación a la que entró ocultaba. En medio había un árbol añejo, pudo percibir la magia que de él provenía, pero no se atrevió a preguntar qué había dentro de este. No era ese el motivo por el que habían ido, lo único que les importaba en esos momentos era adentrarse en las profundidades del bello cuadro que de una pared colgaba, en soledad, sin adornos ni otros cuadros a su alrededor, como si eso fuera parte del castigo al que su habitante había sido sometido.

La joven sonrió al acercarse a la pintura, después de notar que, en el cielo colorido, se veía un formidable dragón verde en pleno vuelo.

—Está volando a nuestro encuentro —dijo Alejandra con una sonrisa—. Ve, niña, y conoce a tu tío.

—¿Tú no vienes? —preguntó Meredinn, un tanto desilusionada.

—No —replicó su madre—. Irás sola, pero yo te esperaré aquí afuera. No me moveré de este sitio.

—Muy bien. Nos volveremos a encontrar aquí —aceptó, y depositó un beso en la mejilla de su progenitora, antes de marcharse.

Como se encontraba en su cuerpo astral, no tuvo necesidad alguna de abrir el portal que conducía al interior, ni de desdoblarse para entrar en él. Tan solo debió mirarlo y enfocarse en su interior; en cuestión de unos pocos segundos, estaba dentro. Tal como lo había lo visto desde el exterior del cuadro, el dragón estaba volando con gracia y soltura, en dirección a ella, hasta que aterrizó a su lado, con una amplia sonrisa en su magno rostro de bestia.

Se quedó mirándolo con asombro, pues era un ser magnífico. Luego, se distrajo con el paisaje a su alrededor. Era un lugar muy bello: un campo verde con un lago multicolor en el centro y varias montañas a lo lejos, montañas que no sabía si eran reales en ese sitio o mera decoración. Su belleza equiparaba a la del hogar de las hadas. Pensó que su abuela debía de haber sido cuidadosa al construir la prisión para su propio hermano.

—Hola, Meredinn —la saludó el dragón, al captar una vez más su atención—. Te he estado esperando.

Ella sonrió. Le surgieron deseos de abrazarlo o pedirle que le diera un paseo encaramada en su lomo, pero decidió que ya tendría tiempo para esas cosas.

—Hola, dragón. Yo también he sentido muchas ganas de conocerte. —Le sonrió con calidez.

—Ese es el espíritu —respondió él—. Mira, estarás viniendo aquí una vez al mes durante un par de años. Tendremos tiempo para muchas cosas. Tengo mucho que enseñarte y mucho que ayudarte a recordar... Será un largo trabajo. —Se quedó mirándolo con asombro.

—¿Cosas por recordar? Yo tengo una muy buena memoria.

—Pero no de tus vidas pasadas, mi pequeña princesa —dijo él entre risas—. Yo te ayudaré a recordar tus vidas más importantes. —El rostro de la muchacha se iluminó. No había idea que le resultase más atrayente que esa.

Y así fue como el entrenamiento comenzó. Ya en el primer día, Meredinn recordó en parte los tiempos en los que todo era diferente, en los que ella era líder del grupo de Guardianes del Tiempo y del Espacio; también descubrió que conocía en persona a ese grupo de guardianes que la habían acompañado en la Atlántida. No eran más que su madre Alejandra, su abuela Anja, su tía Lilum, su media hermana Rudith, su padre Juliann, su padrastro Nikolav y sus dos tíos, Ildwin y Kevin.

Los recuerdos fluirían en sus sueños o regresarían en otras ocasiones en las que Meredinn visitaría a Ildwin, con quien llegó a formar un fuerte vínculo.

Aprendió rápido todo loque este debía enseñarle. En cuanto llegara a los dieciocho años, ya estaríalista para comenzar la misión por la que había nacido; para cumplir la promesa que había hecho ella misma, en otro cuerpo y bajo otro nombre, diez mil años atrás.

 

CAPÍTULO 2

 

 

M

eredinn se hallaba disfrutando la hermosa vista de la torre Eiffel que le ofrecía una pintoresca plaza, en la que se había sentado hacía cinco minutos. Se encontraba recorriendo el plano humano desde el mes anterior, y aún no tenía ganas de regresar a su hogar.

Le parecía fantástica la diversidad y riqueza cultural de los humanos. Ni siquiera en el místico mundo de las hadas había tanta variedad de cosas para ver y hacer; como ella había crecido allí, ese mundo ya no la maravillaba demasiado, pero el de los humanos sí.

Había visitado desde pequeña el plano de los ángeles y, por supuesto, había pasado mucho tiempo en el plano de los vampiros, mas ninguno era para ella como el mundo en el que ahora se encontraba: tan vasto, tan rico en cultura, con una gran variedad de comidas y artes. Era impresionante como, a pesar de su ignorancia respecto a otras realidades, los humanos podían imaginar semejante belleza plasmada en formas artísticas.

Nadie sabía que había salido de viaje. Ella, en realidad, se encontraba en el palacio real, durmiendo una siesta de una hora o dos. Era la época del año en la que el tiempo corría más lento en el mundo de las hadas. Un par de horas allí equivaldrían alrededor de un mes en el mundo humano. Si hubiese escogido otra época del año para visitarlos, no podría haberse quedado por más de un par de minutos, ya que su cuerpo físico despertaría, arrastrando a su doble astral consigo.

Su habilidad para transportarse en forma astral al lugar que deseara estaba tan desarrollada que no necesitaba ayuda de cuadros, o de ningún otro elemento visual, para poder ir allí. Su sola intención bastaba. Y eso hacía siempre que dormía; iba a los lugares donde quería ir y se entretenía el mayor tiempo posible. En este caso, un mes en el plano humano había equivalido a una sola siesta.

Estaba por levantarse de su lugar, con la intención de dar una vuelta más por la ciudad de París antes de volver a su cuerpo, cuando un chico de cabello oscuro, alto y apuesto, un poco mayor que ella, y poseedor de la sonrisa más encantadora, se sentó a su lado. Meredinn se sorprendió cuando el extraño se dispuso a conversar, dado que no era costumbre de los humanos hablarle a quienes no conocían, pero algo la impulsó a quedarse. De hecho, al intentar leerle la mente al moreno y no poder lograrlo, la curiosidad la invadió, así que decidió averiguar más sobre él.

Bonsoir, Mademoiselle —la saludó. Sus ojos emitieron un brillo especial al establecer contacto visual con ella.

Bonsoir —respondió, hablando un francés perfecto, sin poder evitar devolverle la sonrisa.

—¿Le molesta que me siente junto a usted? —preguntó él—. La vista desde aquí es bellísima, aunque más bella es usted. —Meredinn se sonrojó.

—Por favor, no me llames usted —pidió.

—¿Cómo te llamas?

—Meredinn. Me llamo Meredinn. —Se dio cuenta de que haber dicho su nombre real podría causarle graves problemas. Las hadas no debían dar su nombre real a un desconocido, mucho menos sin saber sus verdaderas intenciones. Por lo general, se hacía llamar Meredith, que era similar al suyo.

—Qué nombre extraño —opinó él—. De hecho, nunca lo he escuchado.

—¿Y tú cómo te llamas?

—Louis —contestó.

Sus ojos verdes hablaron más que él al mirarla, pero ella no se atrevió a observarlo mucho. Ildwin le había enseñado varias técnicas para recordar sus vidas anteriores, y una de ellas era mirar a los ojos de una persona para descubrir su relación con esta en el pasado. Al mirar a ese extraño sabía que tendría un recuerdo de la nada si lo contemplaba durante demasiado tiempo. Decidió apartar la vista.

—Tienes los ojos azules más bellos que jamás haya visto —dijo él. Estaba ligando, pero Mere no podía dejar de sentirse halagada. Claro está que él no era el primero en decirle eso, tenía muchísimos pretendientes en todos los planos en los que había puesto pie..., hasta en el de los ángeles.

Meredinn era tal vez la chica más bella que hubiera pisado la Tierra, no tanto por sus atributos físicos, sino por la pureza de su alma. No podía dejar de atraer hombres y mujeres por doquier, gracias al carisma que emanaba. No tenía cómo pasar desapercibida.

—Gracias —le dijo ella—. Tus ojos también son muy bonitos.

Intentó leer sus pensamientos otra vez, pero no lo logró y fue frustrante. ¿Acaso su poder estaba fallando? ¿Por qué no podía hacerlo? ¿Podría ser que él tuviese poderes psíquicos? Había conocido un par de seres con habilidades capaces de bloquear algunas de las suyas, pero ninguno había sido un humano. Ese sería el primero y era razón suficiente para que su curiosidad creciera en forma desproporcionada.

—¿Puedo invitarte a tomar un café? —preguntó él. Ella no pudo resistirse. Aún le quedaban unas horas para pasear por París. No haría daño a nadie si tomaba un café con ese intrigante chico.

Louis se levantó y le ofreció su brazo. Era un caballero. Caminaron juntos hasta una cafetería justo frente a la misma plaza. Se sentaron enfrentados en una mesa en el exterior. Meredinn se sentía nerviosa, era como si grandes mariposas estuvieran revoloteando dentro de su estómago, un sentimiento que ningún chico le había provocado antes. Sin embargo, tenía una misión, y era consciente que no era el momento apropiado para romances

—¿Qué haces de tu vida? —preguntó él, mientras miraba la carta que el mesero le había entregado.

—Viajo por el mundo.

—¿Niña rica, eh?

—Algo así —dijo ella. Le sonrió y no dio mayores explicaciones—. ¿Tú qué haces?

—También viajo, pero no por placer.

—¿Eres hombre de negocios? —Louis sacudió su cabeza.

—No. Soy un mensajero privado. Entrego paquetes en todas partes del mundo. Es un servicio secreto, por lo que debo tener mucha reserva.

—¿Eres de aquí? —preguntó, cada vez más intrigada.

—No, no lo soy.

—¿De dónde, entonces?

—De todas partes y de ninguna.

Meredinn cambió al inglés para probar qué tan bien lo manejaba.

—¿Cómo se entiende aquello?

—Es difícil de explicar —dijo él en un inglés tan perfecto como su francés.

—Inténtalo —insistió ella.

—Lo haré en nuestra próxima cita —prometió con una sonrisa pícara.

—¿Próxima cita, eh? —cambió al español—. No pensé que esto fuera una cita.

—Pues resulta que sí lo es —dijo él en un español, también perfecto. Ella no dejaba de asombrarse.

—¿Qué haces en Francia? —preguntó, luego de pedir un capuchino grande.

—Vine a entregar un mensaje importante.

—¿Y qué te ha hecho detenerte a coquetear con una desconocida? —Él se mantuvo en silencio, con una gran sonrisa en el rostro.

—Eso lo tendrás que descubrir más tarde, preciosa.

Tanta intriga comenzaba a molestarla. Necesitaba más respuestas de parte del chico.

—No sé si habrá un más tarde —contestó ella—. Esta noche me voy de aquí.

—¿A dónde vas?

—A casa.

—¿Dónde es tu casa?

—En un lugar cercano, pero muy lejano a la vez —le dijo, contenta de ser ahora la que causaría intriga.

Hmm..., suena a algo que deberé descubrir la próxima vez, ¿no? —comentó él, bebiendo el café negro y sin azúcar que el mesero le había entregado. Ella comenzó a degustar su capuchino. Ambos se quedaron en silencio por unos instantes, tan solo mirándose. Algo dentro de Meredinn gritaba que quería tirarse encima de ese chico y besarlo, como nunca había besado a nadie.

Aunque sí había esquivado varios besos indeseados por parte de algunos pretendientes que pensaban que, porque era amable con ellos, también les correspondía. Estaban equivocados. Más de uno se había encontrado con una barrera invisible a centímetros de su boca.

Tener un escudo era una muy buena herramienta.

—No sé si habrá próxima vez —dijo, sabiendo que posiblemente nunca volvería a verlo, lo que le causaba pena. Se estaba encariñando sin habérselo propuesto.

—Yo creo que sí la habrá —dijo él, terminando su café.

Meredinn suspiró.

—Debo irme, Louis.

—Está bien —aceptó él—. Pronto volveremos a encontrarnos.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? Ni siquiera te he dado un número de teléfono, ni te he pedido el tuyo.

—Porque yo puedo encontrar a quien sea, donde sea. —Se levantó de su silla, igual que ella lo hacía.

—Más intriga —contestó, dispuesta a no aceptar su número de teléfono, por más que deseara hacerlo.

—Hay algo que no te he dicho —habló él, cuando estaba a punto de darle la espalda.

—¿Qué, de entre todas las cosas, no me has dicho? — preguntó, con una mirada un tanto severa.

—Vine a París porque tengo un mensaje especial para ti.