Alberto Caeiro, el Maestro
«Alberto Caeiro da Silva nació en Lisboa el (...) de abril de 1889 y falleció en esa misma ciudad, tuberculoso, el (...) de (...) 1915. Toda su vida, por tanto, la pasó en una vieja finca del Ribatejo (?); solo durante sus últimos meses volvió a su ciudad natal. Allí fueron escritos casi todos sus poemas, los del libro titulado El guardador de rebaños, los del libro, o lo que quiera que fuese, El pastor enamorado y algunos, los primeros, que yo mismo, a cargo de su publicación, reuní junto a los demás, bajo el título de Poemas inconjuntos, título que Álvaro de Campos me sugirió [...] La vida de Caeiro no puede narrarse, puesto que nada en ella hay que narrar. Sus poemas son lo único que en él hubo de vida. En todo lo demás, ni hubo incidentes, ni hay historia. El mismo episodio, inicuo y absurdo que originó los poemas de el Pastor enamorado, no fue un incidente, sino, por decirlo así, un olvido». Esta es la breve nota biográfica que Ricardo Reis escribió sobre su co-heterónimo y maestro Alberto Caeiro, a lo que añadirá en otro texto: «La obra de Alberto Caeiro representa la reconstrucción integral del paganismo, en su esencia absoluta, tal y como ni los griegos ni los romanos, que vivieron en él y, por tanto, no lo pensaron, pudieron hacerlo: sin embargo, ni la obra ni su paganismo, fueron pensados ni sentidos: le llegaron como lo que quiera que haya en nosotros de más profundo que el sentimiento o la razón. Decir más sería explicar, lo que no sirve de nada; afirmar menos sería mentir».
Crear y penetrar en los mundos del objetivismo absoluto y del neo-paganismo de Alberto Caeiro, fue un hecho trascendental en la vida de Fernando Pessoa en un momento -si hemos de creerlo, en los primeros meses de 1914- de cierta encrucijada personal, en la que tras sus escarceos con los primeros movimientos vanguardistas lusitanos, que él mismo ayudó a fundar, el poeta comienza a tomar consciencia de sí mismo y de su destino como individuo completo, a la vez que escindido de la sociedad lisboeta que lo acoge y en la que a partir de entonces se consagrará como un «extraño extranjero», en palabras de Bréchon. Coincide esta etapa de clara madurez personal, con una evidente efervescencia artística del poeta, sin duda estimulada tanto por las fiebres vanguardistas, cuanto por su abierta ruptura con las corrientes del saudosismo oficial, del que Caeiro se define como respuesta en palabras de Cabral Martins. Lo cierto es que justo cuando en la vida de Pessoa irrumpen Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos, sus tres más ilustres heterónimos, él afronta un camino absolutamente personal en su vida, desde la firme «decisión de ser Yo, de vivir a la altura de mi designio», según se lee en una conocida carta enviada a Armando Cortes-Rodrigues a principios de 1915.
El nacimiento de su heterónimo Alberto Caeiro supondrá para Fernando Pessoa el punto miliar de su biografía tanto personal como intelectual y artística, porque por sorprendente que nos pueda parecer, Alberto Caeiro es, desde su nacimiento, el Maestro -con mayúsculas- tanto del ortónimo Pessoa, cuanto de sus otros dos compañeros síquicos, Álvaro de Campos y Ricardo Reis. La estudiosa pessoana, Teresa Rita Lopes, afirma con justeza que el universo del poeta se puede dividir en un Antes y en un Después del neopagano Caeiro. Después de Caeiro ya nada será igual para Pessoa y en Pessoa. Pessoa crece con la originalísima visión del guardador de rebaños. Si hasta entonces ha indagado en distintas tradiciones e investigado en diferentes fuentes, el paganismo y la claridad espontánea y natural del poeta pastor lo deslumbran desde el principio, hasta el punto que el resto de la obra pessoana tendrá como eje la «visión» caeriana. Son numerosísimos los textos del poeta portugués que inciden sobre este punto, e incluso llegó a crear un heterónimo, Antonio Mora, cuya misión consistía en glosar la sorprendente y originalísima aventura intelectual del poeta-guardador de rebaños. Ninguno de sus demás heterónimos, desde sus personalidades bien definidas y aún contrapuestas, logra salir del eje gravitatorio impuesto por Caeiro. El vehemente Campos, que es acaso el que, desde su poderosa personalidad, más alejado queda de su órbita, lo describe con claridad: «Mi maestro Caeiro fue el maestro de toda la gente con capacidad para tener maestro. No había persona que se acercara a Caeiro o que hablase con él, que tuviese la oportunidad psíquica de convivir con su espíritu, que no se volviera otro de esa única Roma de donde jamás se regresaba como se iba». Tras el encuentro con Caeiro, Pessoa ya no volvió a ser el mismo, como sugiere en estas palabras el poeta de Tabaqueria.
Alberto Caeiro escribió tres libros, aunque todo lo esencial, como reitera Ricardo Reis, está en El guardador de rebaños, compuesto por 49 fragmentos numerados. Y es cierto: la filosofía de El guardador es tan radicalmente clara, queda tan nítida y patentemente expresada y contenida ya en este libro, que tanto El pastor amoroso cuanto Poemas inconjuntos no son más que reiteraciones, variaciones en torno a esa obra esencial del neo-paganismo pessoano.
Caeiro incorpora a la «visión» pessoana un paganismo sustentado en el objetivismo absoluto, siguiendo la interpretación de Ricardo Reis. Prisionero en la cárcel de la razón y del intelecto, rehén de lo que Mora llama el cristismo, el hombre occidental ha dejado de creer en las cosas mismas para creer en el universo de las cosas. El envoltorio intelectual y subjetivo con que tratamos cada una de las cosas, en vez de hacérnoslas visibles, no hacen más que ocultárnoslas, como se dice en el poema XXIV de El guardador de rebaños:
Lo que vemos de las cosas son las cosas mismas.
¿Por qué habríamos de ver una cosa cuando lo que hay es otra?
Según Caeiro, hemos convertido lo real en una mascarada, en una simple distorsión intelectual que nos oculta la cosa misma. Los atributos de la flor son sólo atributos, añadidos, postizos que nada de verdadero o esencial añaden a la flor en sí, porque la flor no ha dejado de ser únicamente lo que puede ser y es: una flor, y una flor no puede percibirse por la razón, sino sólo y únicamente por los sentidos (de ahí que el propio Campos atribuya a su co-heterónimo la invención del sensacionismo). Como argumenta Mora, «Caeiro ve sólo la cosa, esforzándose lo más posible por separarla de todas las demás cosas y de todas las sensaciones e ideas, las cuales, por decirlo así, no forman parte del objeto en sí mismo». Según el neo-paganismo de Caeiro, la abstracción es una más de las trampas del intelecto, una manera de ocultarnos las cosas que la Naturaleza ha dispuesto separadamente. En el célebre poema XLVII de El guardador de rebaños, Caeiro afirma: «la Naturaleza es partes sin un todo», es decir, que cada elemento tiene existencia en sí y por sí misma, independientemente no sólo de los demás elementos, sino también del pensamiento que vertamos sobre ellos y que sólo consigue desnaturalizar nuestra relación con ellos.
La metafísica de Caeiro radica en la mirada («una metafísica es una manera de mirar las cosas», escribe Mora): el hombre ha de aprender a mirar las cosas en sí mismas, alejándose de las veladuras racionales que la ocultan. Como escribe Fernando Cabral Martins, consciente del ocultamiento y de la coartada intelectual en la que permanece sumido el arte contemporáneo, Caeiro no propone la ruptura con cualquier forma de representación (como pretendían por esa fecha las vanguardias), sino una manera limpia de entender y representar la realidad, reconciliándonos no sólo con la Naturaleza sino también con el lenguaje que nos acerca a esa realidad. Porque como afirma Pessoa, «el único modo de renovar el arte es sustituir un concepto del universo por otro». Reaprender a mirar sin prejuicios, naturalmente.
El guardador de rebaños
Si hemos utilizado esta estrategia con respecto a los textos, en lo que cumple a la ordenación hemos seguido exactamente los mismos criterios. El guardador de rebaños aparece numerado en el citado manuscrito, de manera que hemos respetado escrupulosamente la ordenación. En El pastor amoroso, compuesto por 8 poemas, solo los dos primeros aparecen numerados, por lo que el resto se han dejado sin numerar, aunque la ordenación es de nuestra responsabilidad. Poemas inconjuntos, finalmente, no aparecen ordenados en los papeles pessoanos aunque la mayoría de ellos están datados, de manera que cuando nos ha sido posible, hemos seguido las coordenadas cronológicas, distribuyendo los demás poemas según nuestro criterio, tratando, eso sí, de que el trabajo fuera lo más discreto posible. El haberlo conseguido o no, es algo que dejamos en manos del lector.
Como quiera que esta no es una edición crítica, no hemos considerado oportuno abrumar el texto con notas. Si el lector tuviera necesidad de ellas, le sugerimos la edición citada de Fernando Cabral Martins y Richard Zenith para Assirio & Alvim (Lisboa, 2001). Tampoco hemos querido fechar los poemas pues, como sugería el propio Pessoa, ese tipo de datos no añade nada esencial al texto y su proliferación acaso pueda, más bien, distraer al lector.
No nos queda nada más que animar a quien se acerque a estas páginas a lanzarse con espíritu abierto a la que sin duda es una aventura prodigiosa hacia una nueva manera de mirar. Estamos seguros de que la lectura de la poesía de Alberto Caeiro, guardador de rebaños, no dejará indiferente a casi nadie.
Manuel Moya
Fuenteheridos, 25 de abril de 2014