joan c. martín
EL CAVA
Un vino feliz y mediterráneo
© Joan Clotaldo Martín Martínez, 2017
© Los libros del lince, S. L.
Gran Via de les Corts Catalanes, 657, entresuelo
08010 Barcelona
www.linceediciones.com
ISBN: 978-84-17302-23-8
Primera edición: mayo de 2018
Maquetación: gama, sl
Imagen de cubierta: © Microzoa
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Este libro está dedicado a los masters Tastavins de Avla Vinícola: Andrés Paños, Xavier Moreiras, Josep Roher, Juan J. Millan, Ernesto F. Alcaraz, M. Luisa Iturriaga, Francisco J. Moreno, Vicente Peris, Andrés R. Paños, Victoria Cuco, Josep Senseloni, Silverio Calero, Pascual Senseloni, Mariano Taverner, Tomás Bernal, Francisco Díaz, Josep Domínguez, Maria de la Paz Rousseau, Eva M. Gorriz, Antonio Lozano, Salva Hernández Jordi Pastor, Adrià Oroval, Marcos Nebot, Alberto Lacruz, Gonzalo F. de Córdoba, Alejandro García, Irma Moncho, Joaquín Orts, Elías Mateu, Ana Andreu, Ramon Roig, Juan V. Vallès, Clara Miralles, Vicent Pérez, José R. Conejero, José Najera «Arrutzi», Miguel de Julián, Jaume Montesinos, Víctor Pardo, François Rodríguez, Covadonga Morales, Jesús Martínez, Paco Cremades, José M. Bisseto, Joan Pastor, José J. Domenech, José V. Pérez, Valeria Valdebenito, Paulius Gudavinicius, Andrea Gabrielli, Eduardo López, José Pérez, Rubén Sempere, Silvia Català, Rosa A. Lozano, Diana Cardo, Ana Orts, Reme Gran, Teresa González, María González, Carlos Alonso, José D. Miñano, Francesc Marco, José Cervelló, Luis V. Villaescusa, José García, Álvaro A. García, José V. Catalán, Patricio Simó, Antonio Herrero, Jorge J. Escribano, José A. Sannarciso, Sergio Balaguer, María Miñano, Nuria Poveda, Eugenio de Azcárraga, Manuel B. Guardiola, Salvador Cruanyes, Ignacio Casanova, Andrea Pérez, M. Isabel del Castillo, Xuso Mata, Carmine d’Anna, Luis P. Salgado, Pedro Zurano, Joan Server, Jordi V. Torres, Francisco Pérez, David Fornes, Kristel Backhoff, Coral Borrachina, Raquel Gago, Rebeca Gago, Luis H. Vázquez, Carles Bartual, Paula Aguado, María Fernández, Raul Fornés, Sylvia Kristel, Marian Cardona, Manuel de Haro, Wanderneia Gonçalves, Carlos Llorens, Dennise A. Liaño y Francisco, por su amor a la tierra, la viña, el vino y la cultura.
Y además es el momento de beber el chispeante vino
sentado a la sombra, saciado de comida a placer,
vuelta la cara frente a la brisa sutil.
Hesíodo,
Los trabajos y los días
Escolti, miri, fent xampany, ens farem
més vells que rics!
Ramon Nadal Giró, 1987
En el concierto de los grandes vinos del mundo, el cava ocupa un lugar específico por su singularidad, calidad e historia procesal. La mayor parte de los grandes vinos del mundo actuales surgieron durante la Edad Media y el Renacimiento; otro grupo importantísimo (el champagne y el oporto, por ejemplo) nacieron durante la época neoclásica; otros aparecieron en la transición de una era a otra; y hay un grupo de vinos que nació en la era moderna, como el rioja, el cava o los vinos de California. Ahora bien, el siglo xix es el siglo del champagne. En los cien años que van desde el final de las guerras napoleónicas y la Primera Guerra Mundial, el mundo vivió un desarrollo económico, social e industrial no conocido hasta ese momento, y fue durante esa época cuando el champagne, como dice Hugh Johnson, se convirtió en la prima donna de los vinos del mundo. Basado en un proceso conocido desde la antigüedad (la fermentación espumosa de un vino tranquilo o la preservación de la espuma producida por la fermentación alcohólica del vino), su existencia queda registrada en una crónica escrita por el sabio del siglo xiv Francesc Eiximenis, que menciona unos vinos conocidos como vins formiguejants. El méthode ancestrale lo usaban ya los monjes benedictinos de la abadía de Santa Helena en Hautvilliers, quienes crearon una cultura enológica —el méthode champenoise, o método champanés— a partir del cual se desarrolló una industria vinícola de extraordinario éxito mundial. Todos intentaron imitarlo y reproducirlo, desde bodegueros de California hasta otros de Rusia, y desde España hasta Alemania, pero poco a poco todas las imitaciones fueron desvaneciéndose o desapareciendo. Algunas siguieron el camino fácil consistente en hacer fermentar el vino en grandes depósitos (método gran vas). Pero solo una experiencia triunfó: la que siguió el camino más exigente, el método más auténtico y creó finalmente un modelo propio, singular, radicado en un país y de origen pagès. El cava.
Pero ¿qué es el cava? El cava es un vino espumoso, fermentado y criado en botella y producido mayoritariamente en Cataluña, donde nació, pero también en algunos enclaves de La Rioja, Navarra, Aragón y Valencia. Se producen 240 millones de botellas de cava al año, y es el vino español más exportado. Se elabora con el proceso del método tradicional, en gran parte similar al método champanés, que consiste en llenar una botella con vino tranquilo (el «vino base espumoso», como es conocido) con determinadas características (ligera graduación —de 10,5 a 11°—, buena acidez, ser un vino seco —sin resto de azúcar de las uvas— y neutro en sabores) al que se le añaden en la botella, justo en el proceso de envasado, azúcar y levaduras para que fermenten. En ese momento la botella se cierra con un tapón metálico y se baja a una cava. Es la cava de la que hace 140 años tomó su nombre este vino. Gracias al azúcar y a la levadura, se produce una fermentación en el interior de la botella y, como en todas las fermentaciones, en la botella se genera, por un lado, alcohol (en este caso y por su volumen, 1° más del que tenía el vino tranquilo embotellado) y, por otro, CO2. Este gas, al no poder escapar por el cierre hermético, queda integrado en el vino para siempre (esa es su magia) y confiere al producto final esa gracia, esa frescura y ese atractivo que tiene toda bebida con espuma. El proceso, claro está, es más largo y complejo de lo que indica este breve resumen —lo veremos con detalle más adelante en este libro— y requiere una gran dosis de la difícil paciencia, pues como mínimo han de pasar 9 meses y más procesos antes de que este vino pueda consumirse. Todo ello es la condición que dio nacimiento al cava, con su método, su origen, su geografía, sus variedades, sus suelos, su clima, sus elaboradores, sus diferentes tipos, su institucionalización, toda una historia compleja, difícil, interesante, fascinante diría yo, y necesaria (si el cava no existiese, habría que inventarlo). Para explicarlo, decidí escribir este libro.
1
Cataluña es un país europeo situado en el nordeste de la Península Ibérica, entre los Pirineos, el Mediterráneo y las sierras occidentales de los valles fluviales que bajan de los Pirineos y Aragón. Limita al sur con el País Valenciano, del que lo separa el río Ulldecona, ya que la cuenca del Ebro, río que desemboca al sur del país, marca un referente bien distinto del de sus tierras del norte y el oeste. Actualmente forma parte del Estado español en su mayor parte, pero una de sus zonas históricas pertenece a la República Francesa: la región conocida como Catalunya Nord (comarcas del Vallespir, el Rosselló, el Conflent y parte de la Cerdaña), tierras que fueron cedidas por el rey español Felipe IV a Luis XIV de Francia por el Tratado de los Pirineos (1659). Podría decirse que su vecindad con Francia ayudó a la creación de un espumoso por el método tradicional, pero no sería del todo cierto. Otros países estaban más cerca de la Champagne que Cataluña, eran «más vecinos» (Bélgica, Mosela y Rin) pero optaron por otros métodos de imitación más fáciles cuando intentaron hacer espumosos. También podría decirse que en el siglo xix la migración francesa hacia Cataluña fue importante, pero eso no era ninguna novedad en el principado: francos, gascones y occitanos han migrado a Cataluña desde bien antiguo. Cataluña ha sido siempre un país de acogida, la gente ha llegado a sus tierras y se ha integrado por y en el credo comunitario catalán, de manera diferente y mucho mejor que en el castellano o el andaluz feudal, como bien denunciaran Ortega y Gasset, Miguel Delibes y otros. Con oficios y profesiones como carpinteros, boteros, agricultores, boticarios, médicos y periodistas, muchísimos franceses han llenado las comarcas de lo que hoy llamamos el «País del Cava» de apellidos galos; podemos encontrarlos en la Conca de Barberà y en el Penedès, pero también en el Empordà. Cataluña es un país ancestral con cultura y lengua propias que se formaron y desarrollaron en el devenir de los siglos, pero su personalidad original, que ha ido evolucionando hacia el catalán actual, tiene su origen más remoto en la romanidad. El arqueólogo Miquel Tarradell —con gran perspicacia, como dejó escrito mi maestro y amigo Jan Read— afirmó: «Si nosotros [los catalanes] somos un pueblo latino es porque durante siete siglos vivimos bajo la gran influencia civilizadora de los romanos, y no porque se nos asignara un rol nacional desde los tiempos de Adán y Eva».
Esto, que ha perdurado en la personalidad de los catalanes durante dos milenios, forma parte de su etnología y de su écran; de ahí sale el magnífico ejemplo socializador y humanista que es la catalanidad, especialmente fuerte, perseverante y firme en su mundo rural. Un élan nacional que en el mundo del vino ha desarrollado una cultura, una industria y un comercio de importancia capital en la historia mundial del vino. La llegada de Escipión a las costas de Tarragona el 218 a.C. inició el proceso al que hacía referencia Tarradell. La unión con los pueblos iberos y celtas, más los griegos asentados —como en el caso de Empúries—, generó finalmente la civilización romana en esta provincia conocida pronto como Tarraconensis, que generó una influencia grande en el resto de la Península. El término «Aragón» tiene su etimología precisamente en esta palabra, Tarraconensis. Cuando llegaron los romanos, la presencia ibera estaba muy extendida por todo el territorio catalán. Can Fatjò (castillo de Mont Rubí), la Cadira del Bisbe (Premià de Mar), Can Olivé (sierra de Collserola) y el castillo de Banyoles, entre otros, son algunos de los muchos yacimientos identificados de poblados iberos.
Una parte muy importante de la catalanidad es el vino, que desde el inicio estuvo presente como cultivo principal y como alimento. Los iberos ya conocieron su técnicas y prácticas gracias a la orientalización, el fenómeno por el que los pueblos del oriente mediterráneo, los fenicios, hebreos y jonios, transmitieron la cultura de la viña y el vino a los pueblos del Mediterráneo occidental. Por ejemplo, los fenicios llevaron al occidente mediterráneo la garnatxa peluda; los jonios, la moscatel, que plantaron en Empúries, y los hebreos, la macabeo.1 Así, durante la era romana el vino fue esencial en la sociedad de la provincia Tarraconensis y, al igual que en el resto del imperio, su ordenación del territorio con el ager y el saltvs, la centuriación y la implantación de las villae rusticae, de las cuales son buena muestra, entre muchas otras, la villa romana de Teià de Mar y sucella vinaria de Vallmora (donde se cultivaba la variedad picapoll, ya citada por Plinio el Viejo). También tenemos pruebas de su consumo y su comercialización con la urbe,2 y restos arqueológicos, como la prensa de biga o de Cato, situada en la entrada a Vilafranca del Penedès, en su avenida de Tarragona, a solo 600 m de la sede del Consejo Regulador de la D. O. Cava. Antecedentes que dejarían una huella vinícola imborrable en el carácter catalán.
La Edad Media vino a afirmar este carácter que había nacido en la romanidad, época en la que perseveró la tradición catalana del mestizaje con las culturas externas, mucho más que en el centro de la Península, donde lo godo tuvo un papel más dominante que lo latino en la futura castellanidad, que fue perdiendo buena parte de su latinidad. Justo al contrario de lo que pasó también entre los francos y sobre todo los normandos, entre los cuales lo latino (lengua, leyes, costumbres) ocupó una posición dominante sobre lo germánico. En la futura catalanidad dominó lo latino, y el papel recesivo lo tuvo el godo. Cuando acabé el trabajo de campo y de investigación para mi libro Els vins de l’arc mediterrani. D’Alacant a Montpeller, quedé con Joan F. Mira en el restaurante del puerto de Borriana (en la Plana) para comer un exquisito arroz marinero caldoso y darle el manuscrito original para que tuviese la gentileza de escribir el prólogo, y así lo hizo. El gran escritor y erudito de la antigüedad clásica me preguntó: «¿Qué es lo más te ha llamado la atención de tus viajes por l’arc?». Pensé en lo mucho que me había impresionado la restauración del patrimonio vinícola del Pla de Bages; en sus obras de piedra seca o viva (las tines del bosc y lasbarraques de la vinya); en la belleza del paisaje del país cátaro, en la ordenación del territorio vitivinícola del Languedoc; en la atmósfera pura de Menorca y la impresionante y poderosa naturaleza del mar en Formentera; y en el compromiso ético de losvignerons del Minervois y de Corbères. Pero le dije que lo principal era ese poder intangible que sentí en Cataluña (la herencia de la romanidad), algo que, le dije, se sentía, se veía en todo: en las viñas, en las prácticas agrícolas, en el mas, en los horarios de trabajo, en la alimentación; así lo creía y sentía, y así se lo dije a Joan F. Mira, que, a su manera, transmitió esta idea en el prólogo. La nueva civilización que llegó con el cristianismo fue también, en la Cataluña romana tardía, una manifestación de esteécran; los iniciadores de la nueva era, sant Eulogi y sant Fruitós, tienen un significado patriarcal, más allá del espiritual, que fue en realidad una continuidad del antiguo Volkgeist latino. Los francos necesitaron convertirse en masa al cristianismo dirigidos por su rey en el 496 después de Cristo, y lo hicieron colectivamente, gremialmente —actitud muy germánica—, ansiosos de captar la herencia romana. Como dijo José Jiménez Lozano citando una frase atribuida al pequeño rey bárbaro Teodorico: «Los godos listos quieren ser como los romanos; los romanos idiotas quieren ser como los godos». Y así Francia se convirtió, junto con Cataluña, en la gran heredera de Roma, y fue Francia la que transmitió más tarde esa herencia y, con ella, civilizó a los hombres del norte, a los vikingos, a quienes convirtió en normandos que llevaron el francés, una lengua latina, a Inglaterra.
La Edad Media y el desarrollo del feudalismo tuvieron en Cataluña particularidades que mostraban la continuidad del legosromano (los usatges era una de sus manifestaciones, pero también lo eran los síndics), por lo que a veces se la llamó la Roma de Hispania. Pero también la huella germánica dejó su impronta en el sistema de transmisión hereditaria —las obligaciones delhereu—. La constitución de la corona de Aragón entre los condados catalanes y el reino de Aragón, y más tarde los reinos de Valencia y Mallorca, contribuyó a crear el corpus vitícola catalán. Si gracias a la política talasocrática de esta confederación llegaron nuevas variedades desde el oriente (la malvasía y la monastrell del Peloponeso), las recién llegadas se sumaron a las variedades propias surgidas en tierras catalanas (parellada, trepat, xarel·lo) y a las que allí habían llegado en la antigüedad (moscatel, macabeo, picapoll), y también a las que se incorporaron desde Aragón (garnacha y cariñena).
La Edad Media y el Renacimiento consolidaron la intensidad y la extensión de la viticultura en Cataluña, y más tarde comenzaron su expansión comercial. Todo lo cual define a Cataluña como un país vinícola muy importante en la historia; por todo ello no es de extrañar que en la década de 1870, cuando nació el cava, la primera provincia en superficie vitícola fuera la de Barcelona, y también la provincia más productora de vino en España, a veces igualada algún año por la de Zaragoza y seguida también de cerca por la de Valencia.
Hoy Cataluña sigue siendo uno de los países vitivinícolas más importantes del mundo, y en la actualidad lo es más que nunca. Tiene 129.849 hectáreas de viñedos en sus doce denominaciones de origen: Empordà, Costers del Segre, Alella, Pla de Bages, Conca de Barberà, Tarragona, Terra Alta, Montsant, Penedès, Priorat, la regional D. O. Catalunya y la D. O. Cava, que tiene un 10 % de su superficie vitícola fuera de Cataluña.
La década de 1870 estuvo en España marcada por la restauración monárquica alfonsina, cuyo sistema perduró hasta la instauración de la Segunda República, aunque en la última década de esta fase histórica, de 1920 a abril de 1931, hubo un sistema de transición obligada en el que lo que tenía que venir ya existía dentro del sistema, que había sido puesto en cuestión por las fuerzas sociales y políticas democráticas que habían ido insertándose en su propio funcionamiento, a pesar del bloqueo con que sus élites intentaban impedirlo. Todo lo cual tuvo una grandísima importancia en la viña, el vino y el cava. La modernización y la creación de riqueza hispanas, consecuencia del desarrollo industrial de los países europeos avanzados, estaban en España distribuidas irregularmente. Cataluña y el País Vasco eran las regiones donde más efectiva fue la industrialización, así como la modernización subsiguiente. La mayor parte de la población española en esa época (el 70 %) pertenecía al sector primario, especialmente a la agricultura; esta experimentaría un gran crecimiento de la demanda gracias a la expansión del comercio, provocada por las rentas producidas por la expansión industrial y la extensión del ferrocarril.
La restauración monárquica de 1876 proporcionó una estabilidad política que, de haberse aprovechado para democratizar España y crear un régimen de cobertura social —que la desamortización de Mendizábal había eliminado 35 años antes—, hubiese generado un país mejor. Pero no fue así, y como señala Gerald Brenan en su histórico ensayo El laberinto español, fue el causante de las tragedias españolas del siglo xx. Pero en Cataluña el proceso que permitía pasar de una sociedad agraria, tradicional y comercial, al capitalismo y a la industrialización, como ha señalado Ramon Gabarrou, tuvo unas características profundamente particulares.
Superficie y producción vitícola de Cataluña en 1877