¿Puede
la ciencia
explicarlo
todo?
John C. Lennox
|
Editorial CLIE C/ Ferrocarril, 8 08232 VILADECAVALLS (Barcelona) ESPAÑA E-mail: clie@clie.es http://www.clie.es Publicado originalmente en inglés por The Good Book Company, bajo el título Can science explain every thing? © John C. Lennox, 2019. «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917 021 970 / 932 720 447)». El texto Bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina. Utilizado con permiso. © 2021 por Editorial CLIE |
¿PUEDE LA CIENCIA EXPLICARLO TODO?
ISBN: 978-84-18204-00-5
eISBN: 978-84-18204-01-2
Teología cristiana
Apologética
JOHN C. LENNOX está licenciado en Filosofía y Letras, Máster de Matemáticas, Máster de Bioética, Doctor en Filosofía y Doctor en Ciencias.
John Lennox es profesor emérito de matemáticas por la Universidad de Oxford. Es miembro emérito de matemáticas y filosofía de la ciencia en el Green Templeton College y es miembro asociado de la Said Business School.
Ha escrito extensamente sobre la relación entre la ciencia, la religión y la ética, y ha participado en numerosos debates públicos con personajes como Christopher Hitchens, Richard Dawkins, Lawrence Krauss, Stephen Law y Peter Singer, entre otros. Habla ruso, francés y alemán, y da conferencias por todo el mundo sobre matemáticas, ética empresarial, ciencia y teología.
John vive cerca de Oxford y está casado con Sally. Tienen tres hijos y tantos nietos que el número pone a prueba la capacidad de un matemático de Oxford.
El profesor Lennox aplica la lógica de un matemático para demostrar que la ciencia y la religión no son enemigos naturales, como algunos quieren que creamos. Su exposición, tremendamente accesible, está salpicada de colorido humor y de experiencias personales relacionadas con la emoción que provocan las conclusiones racionales, sensatas e íntegras que hallamos en los manuscritos más fidedignos del mundo antiguo. Desmonta mitos, aborda el tema de los milagros, la maldad y el sufrimiento, analiza meticulosamente el modelo estándar de la física, la teoría del Big Bang y el universo abierto. Pero ten cuidado, sobre todo si procedes de un trasfondo más bien escéptico: este es un libro que podría marcar una diferencia en tu cosmovisión e incluso en tu vida.
Sir Brian Heap, CBE, FRS
Miembro distinguido, Centre of Development Studies; ex profesor del St
Edmund’s College, Cambridge, Reino Unido
John Lennox analiza la relación entre la ciencia y el cristianismo de forma amena, amplia y que induce a pensar. Examina los documentos y las conclusiones de científicos prominentes, desde Newton hasta Hawking, sobre la religión, el universo, Dios y la Creación; y estudia el papel de la fe y del argumento racional tanto en la religión como en la ciencia. Recomiendo mucho este libro como lectura cautivadora y desafiante.
Dra. Cheryl Praeger
Profesora de matemáticas, Universidad de Australia Occidental
De una manera clara, fresca y brillantemente sencilla, John Lennox responde a preguntas, disipa mitos y clarifica controversias, siendo como es un avezado especialista en el tema; y además lo hace con un estilo admirablemente conciliador. Recomiendo sinceramente ¿Puede la ciencia explicarlo todo?
Dr. Os Guinness,
escritor y comentarista social
Con el encanto y el ingenio propio de un irlandés, y la lógica inatacable de su mente matemática, Lennox va desbastando las prolongadas controversias entre la ciencia y Dios. Usando un proceso intelectual notablemente racional, en este encantador y ameno tratado Lennox disecciona amablemente el materialismo y los argumentos de sus defensores.
Dr. James M. Tour,
profesor de ciencias de los materiales y nanoingeniería,
Rice University, Estados Unidos
Hoy en día muchos creen que la ciencia ha demostrado la inexistencia de Dios y ha vuelto irrelevantes las afirmaciones de la Biblia. Sin embargo, quizá nunca se han planteado seriamente las evidencias que respaldan tales creencias. Este excelente libro comienza explicando por qué estas son preguntas importantes, y luego pasa a demostrar cómo la ciencia es totalmente compatible con el cristianismo. Será especialmente de utilidad para los creyentes cristianos que nunca han pensado en la relación entre la ciencia y su fe, y para aquellos que se plantean seriamente las afirmaciones del cristianismo. Me ha resultado muy provechoso, y lo recomiendo encarecidamente.
Dr. John V. Priestley,
profesor emérito de neurociencia, Queen Mary University of London,
Reino Unido
Este es un libro ameno sobre un tema difícil. Este libro de Lennox, sencillo sin ser simplista, es un punto de acceso claro y comprensible a todo aquel que esté interesado en un ámbito controvertido que suele estar lleno de expresiones técnicas y oscurantistas. En esta obra tan accesible, Lennox expone hábilmente la racionalidad de las creencias cristianas dadas las evidencias que proporciona la ciencia.
Dr. Ransom H. Poythress,
profesor adjunto de biología, Houghton College, Nueva York
Este fascinador libro nos ofrece una mirada fascinante, permite acercarnos al pensamiento y a la lógica de Lennox, tan clara como el agua. Recomiendo sinceramente este libro a todos los lectores que, al igual que yo, intentan reconciliar con el cristianismo determinados aspectos de la ciencia. Es una lectura excelente que nos induce a pensar.
Dr. Peter Török,
profesor de física óptica, Universidad Tecnológica de Nanyang, Singapur
Humano, honesto y tremendamente legible.
Dr. Alec Ryrie,
profesor de historia del cristianismo, Universidad de Durham, Reino
Unido, y Gresham Professor of Divinity
Prefacio
Introducción: La química cósmica
1. ¿Se puede ser científico y creer en Dios?
2. Cómo llegamos hasta aquí: de Newton a Hawking
3. Desmontando mitos (I): la religión depende de la fe, la ciencia no
4. Desmontando mitos (II): la ciencia depende de la razón y el cristianismo no
5. En un mundo científicamente avanzado, ¿de verdad podemos tomarnos en serio la Biblia?
6. ¿Los milagros van demasiado lejos?
7. ¿Te puedes fiar de lo que lees?
8. Cómo refutar el cristianismo
9. La dimensión personal
10. Entrando al laboratorio: examinando la veracidad del cristianismo
Agradecimientos
Para Sally, en ocasión de nuestras bodas de oro,
14 de septiembre de 2018.
Con mi profunda gratitud por tu amor,
tu apoyo y tu estímulo inalterable,
que han hecho posible tanto este libro como muchos otros.
He escrito este libro como respuesta a muchos jóvenes y adultos que me han pedido una introducción al “debate sobre Dios y la ciencia” que fuera más accesible que mi libro ¿Ha enterrado la ciencia a Dios? Además, muchos me pidieron que tratase de forma más concreta la relación entre el cristianismo y la ciencia en lugar de limitarme a las evidencias sobre la existencia de Dios. Espero que este libro responda de algún modo a sus peticiones.
John C. Lennox
Oxford, abril de 2018
Si haces una búsqueda en Internet sobre el tema de la ciencia y la religión, solo harán falta un par de clics para convencerte de que te has metido en una zona de guerra.
En las cadenas de comentarios sobre prácticamente cualquier tema científico (desde la bioética y la psicología hasta la geología y la cosmología) descubrirás que ambas partes se agreden con hostilidad e intercambian insultos; seguro que nunca se te ocurriría juntar a ambos bandos en una mesa de negociación ni aunque las Naciones Unidas ordenasen un alto el fuego.
Existe lo que podríamos llamar, por conveniencia, “el bando científico”. Sus integrantes se consideran la voz de la razón. Creen que luchan por hacer retroceder la marea de ignorancia y superstición que ha esclavizado a la humanidad desde que salimos del lodo primigenio. Podemos resumir su postura de esta manera:
La ciencia es una fuerza imparable de progreso humano que ofrecerá respuestas para nuestras numerosas preguntas sobre el universo y resolverá, si no todos, muchos de nuestros problemas humanos: las enfermedades, la energía, la contaminación, la pobreza. En algún momento del futuro, la ciencia podrá explicarlo todo y responder a todas nuestras necesidades.
Es posible que también den por hecho que, en algún momento del futuro, la ciencia proporcionará respuestas para al menos algunas de nuestras grandes preguntas sobre la vida: ¿de dónde venimos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué sentido tiene nuestra existencia?
En el otro extremo tenemos lo que podríamos llamar “el bando de Dios”. Sus miembros sostienen que detrás de todo lo que existe detectamos una inteligencia divina, e incluso afirman haber encontrado las respuestas a las mismas grandes preguntas que formulan los científicos, pero en un lugar muy distinto. Observan la complejidad y la maravilla de este universo y de nuestro planeta, increíblemente rico y diverso, y les parece evidente por sí mismo que hay una mente maravillosa detrás de nuestro hermoso y sorprendente mundo. Les extraña que pueda haber personas que no vean las cosas de la misma manera.
En ocasiones, el resultado es el enfrentamiento y el intercambio de insultos en controversias desmedidas que producen más calor que luz.
Por lo tanto, no es de extrañar que muchas personas lleguen a la conclusión de que Dios y la ciencia no se pueden mezclar, como cuando mezclamos sodio metálico o potasio con agua: se produce un intenso borboteo que genera fuego y calor y que concluye con un fuerte estallido.
Pero, ¿y si hubiera otro modo de abordar todo este asunto? ¿Y si nos han engañado para que nos aboquemos a una guerra sin sentido basada en información errónea y en una manera de pensar equivocada? No sería la primera vez. ¿Y si existiera una química cósmica diferente, una alternativa a la que acaba con una explosión?
Si hablamos de geografía, provengo de Irlanda del Norte, que es un lugar que lamentablemente tiene mala reputación en lo relativo a “la cuestión de Dios”. Crecí en un país inmerso en un profundo cisma sectario y cultural, representado popularmente como la batalla entre “protestantes” y “católicos” (aunque, claro está, la situación era mucho más compleja). Esta situación provocó tres décadas de asesinatos brutales, atentados con bombas y terrorismo; esta etapa se conoce como “el conflicto norirlandés”.
En medio de estas circunstancias, mis padres me dieron un ejemplo estupendo. Eran cristianos, sí, pero no sectarios; en aquellos tiempos, mantener su postura era complicado. Mi padre evidenció su falta de sectarismo al contratar para su tienda a personas del otro bando religioso. Debido a esto le pusieron una bomba, y mi hermano resultó gravemente herido. El terrorismo afectó a nuestro hogar de una manera muy real.
Debo muchas cosas a mis padres, pero quizá la más destacable sea que me quisieron lo bastante como para concederme espacio para pensar por mí mismo; lamento admitir que esto no era algo muy habitual en mi país, dado que había mucha intolerancia y muchas opiniones inatacables. También estoy agradecido porque cuando ingresé en la Universidad de Cambridge en otoño de 1962 mis padres ya me habían animado a que leyera mucho y reflexionase a fondo sobre otras cosmovisiones que no eran cristianas.
Posteriormente he tenido el privilegio de hablar de estos temas y, durante los últimos veinte años, debatir en público los argumentos relevantes frente a destacados ateos, cuyo líder mundial probablemente siga siendo Richard Dawkins, que, como yo, es profesor en la Universidad de Oxford. Siempre he intentado tratar con respeto a personas que tienen cosmovisiones diferentes a la mía, descubrir cómo llegaron a esa postura y saber por qué les apasiona tanto.
Cabe la posibilidad de que estés leyendo esto y estés convencido de que la ciencia puede explicarlo todo y que en este mundo ya no hay lugar para Dios. También puede ser que sientas curiosidad y quieras formarte una opinión sobre el tema. Seas quien seas, espero que disfrutes leyendo la introducción a este tema, y que te estimule para abordar esta cuestión de una forma científica; es decir, con la mente abierta al resultado, sea cual sea, y con la disposición de seguir la evidencia hasta donde te conduzca, aunque hacerlo te produzca cierta incomodidad en algún sentido.
Me gustaría sugerir que la idea popular de que la ciencia y Dios son temas excluyentes no es cierta, y que resulta relativamente sencillo demostrar que no lo es. En este breve libro quiero examinar muchas de las malas interpretaciones que tienen las personas, no solo sobre la fe y la creencia en Dios, sino sobre la propia ciencia. Al hacerlo, quiero demostrar que existe una manera distinta de enfocar las cosas, un modo más racional, más razonable y más saludable que la idea del conflicto entre la ciencia y la religión (que está demasiado extendida).
Quiero sugerir que es posible un tipo diferente de química cósmica; que entre la ciencia y la religión se produce un tipo de reacción distinto que es más fiel al espíritu y a la esencia de ambas, y también más fructífero que ese debate cansado y arraigado que vemos a nuestro alrededor.
El hidrógeno y el oxígeno, como el potasio y el agua, también crean una mezcla explosiva, pero el resultado final no podría ser más distinto: el agua que refresca y da vida.
“Pero en estos tiempos que corren, ¿es que es posible ser científico y creer en Dios?”
Este es un punto de vista que he oído expresar a muchas personas con el transcurso de los años. Pero sospecho que a menudo las dudas no expresadas son lo que impide a muchas personas tratar el tema de la ciencia y Dios con pensadores serios.
Como respuesta, me gusta formular una pregunta muy científica: “¿Por qué no?”. Y me responden: “Bueno, porque la ciencia nos ha proporcionado unas explicaciones maravillosas del universo y nos ha demostrado que Dios no es necesario. La creencia en Dios está anticuada. Pertenece a aquellos tiempos en que las personas no entendían el universo y optaban por la vía fácil diciendo que «lo hizo Dios». Esa concepción del «Dios que explica lo que ignoramos» ya no funciona. De hecho, cuanto antes nos libremos de Dios y de la religión, mejor”.
Entonces suspiro para mis adentros y me dispongo a mantener una larga conversación en la que intentaré desenredar las numerosas conjeturas, malentendidos y medias verdades que la gente ha absorbido, sin aplicarles un pensamiento crítico, de la sopa cultural en la que nadamos.
No es de extrañar que este punto de vista sea tan frecuente que se haya convertido en la postura por defecto de muchas personas, por no decir de la mayoría; es un paradigma que sostienen algunas voces importantes. Stephen Weinberg, por ejemplo, ganador del Premio Nobel de Física, dijo:
Este mundo necesita despertar de la larga pesadilla de la religión. Los científicos deberíamos hacer todo lo que esté en nuestra mano para debilitar la influencia de la religión, y esta podría ser, de hecho, nuestra mayor contribución a la civilización.1
Espero que no hayas pasado por alto el siniestro elemento totalitario de esta afirmación: “todo lo que esté en nuestra mano…”.
Esta actitud no es nueva. Me encontré con ella por primera vez hace cincuenta años, mientras estudiaba en la Universidad de Cambridge. En cierta ocasión me encontré en una cena oficial del colegio mayor, sentado junto a otro ganador del Premio Nobel. Yo nunca antes había conocido a un científico tan prestigioso y, para aprovechar al máximo la conversación, probé a formularle algunas preguntas. Por ejemplo, le pregunté cómo moldeaba su ciencia la cosmovisión que tenía, su imagen global del estatus y el sentido del universo. En concreto, me interesaba saber si sus amplísimos estudios le habían inducido a reflexionar sobre la existencia de Dios.
Enseguida me di cuenta de que aquella pregunta le hacía sentirse incómodo, y de inmediato di marcha atrás. Sin embargo, cuando acabó la cena me invitó a ir a su estudio. También había invitado a dos o tres de los estudiantes más veteranos, pero a nadie más. Me invitó a que tomara asiento y, por lo que recuerdo, los demás se quedaron de pie.
Me dijo:
—Lennox, ¿usted quiere hacer carrera en la ciencia?
—Sí, señor —respondí.
—Entonces — prosiguió— delante de estos testigos, esta noche, debe renunciar a esa fe infantil en Dios. Si no lo hace, su fe le convertirá en un paralítico intelectual, y al compararse con sus colegas siempre saldrá perdiendo. Sencillamente, no llegará lejos.
¡Toma presión social! Nunca en mi vida había pasado por nada semejante.
Me quedé sentado en la butaca, paralizado y atónito frente a la desfachatez de aquella agresión que no me esperaba. Lo cierto es que no sabía qué decir, pero al final conseguí balbucear:
—Señor, ¿qué puede ofrecerme usted que sea mejor que lo que tengo?
Como respuesta, me ofreció el concepto de la “evolución creativa” que expuso en 1907 el filósofo francés Henri Bergson.
De hecho, gracias a C. S. Lewis, yo conocía algunas cosas de Bergson y le contesté que no entendía cómo la filosofía de Bergson era suficiente para basar toda una cosmovisión sobre ella y para ofrecer un fundamento para el significado, la moral y la vida. Con la voz temblorosa y todo el respeto que pude reunir, le dije al grupo que me rodeaba que la cosmovisión bíblica me parecía mucho más enriquecedora y las evidencias de su veracidad más atractivas, de modo que, con el debido respeto, pensaba correr el riesgo y seguir defendiéndolas.2
Fue una situación asombrosa. Ahí tenía a un científico brillante intentando acosarme para que renunciase al cristianismo. Desde entonces, he pensado muchas veces que, si se hubiera dado la situación inversa y yo me hubiera sentado en aquella silla siendo ateo, rodeado de académicos cristianos que me presionaran para abandonar mi ateísmo, eso habría provocado un revuelo en toda la universidad y seguramente habría acabado con un expediente disciplinario para los profesores involucrados.
Pero la cuestión es que aquel incidente un tanto alarmante fortaleció mi corazón y mi mente. Me decidí a hacer todo lo que pudiera para ser el mejor científico que pudiese ser y, si alguna vez tenía oportunidad, animar a las personas a reflexionar sobre las grandes preguntas sobre Dios y la ciencia, para que llegasen a sus propias conclusiones en vez de verse acosadas o presionadas. En los años transcurridos desde entonces he tenido el privilegio de conversar reflexivamente con muchas personas, tanto jóvenes como mayores, con una actitud amistosa y con un análisis abierto sobre estas preguntas. Lo que encontrarás en el resto de este libro son algunos de los pensamientos y de las ideas que me han resultado más útiles para compartirlas con otros, y algunas de las conversaciones más interesantes e inusuales que he mantenido.
Aquel día aprendí otra valiosa lección: la existencia de un lado oscuro en el mundo académico. Hay algunos científicos que parten de ideas preconcebidas, que en realidad no quieren analizar las evidencias, y que parecen estar obnubilados no por la búsqueda de la verdad, sino por el deseo de propagar la idea de que la ciencia y Dios no tienen relación alguna y que quienes creen en Dios son, sencillamente, ignorantes.
En pocas palabras: eso no es cierto.
Es más, no hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que es mentira. Piensa por ejemplo en el Premio Nobel de Física. En 2013 lo obtuvo Peter Higgs, un escocés que es ateo, por su investigación pionera sobre las partículas subatómicas y por su predicción (confirmada un tiempo después) de la existencia del bosón de Higgs. Algunos años antes, el premio lo recibió William Phillips, un estadounidense que es cristiano.
Si la ciencia y Dios no tuvieran relación, no habría cristianos ganadores del Premio Nobel. De hecho, más del 60 por ciento de los ganadores del Nobel entre 1901 y 2000 eran cristianos confesos.3cosmovisión