Título original: A Terra na palma da mão
Traducción: Jesús García-Abril, SJ Diseño de portada: Sergio Ávila
© 2016 Ediciones Dabar, S.A. de C.V. Mirador, 42
Col. El Mirador 04950, México, D.F.
Tel. (55) 5603 3630, 5673 8855, 5603 3674
E-mail: contacto@dabar.com.mx www.dabar.com.mx
ISBN: 978-607-612-211-2
Hecho en México.
Índice
PREÁMBULO
PRIMERA PARTE
CÓMO AFRONTAR LA SEXTA EXTINCIÓN EN MASA
Dos cosmologías en conflicto
La cosmología de la dominación, en crisis
El paradigma planetario
La era del ecozoico contra la era del antropoceno
Cómo afrontar la sexta extinción en masa
La vida proviene del caos generativo
¿Podemos saber qué es la vida, en definitiva?
¿Qué es, a fin de cuentas, el ser humano?
El espíritu está primero en el universo, y luego en nosotros
El ser humano: la porción consciente de la Tierra
¿Qué es antes: la competición o la cooperación?
El ilusorio gen egoísta
El principio gana-gana versus el principio gana-pierde
Ciencia, religión y espiritualidad
Religión, teología y teorías del «Todo»
SEGUNDA PARTE
¿TIENE REMEDIO EL SER HUMANO?
Nuevo modelo ético: ¿el puño cerrado o la mano entrelazada?
Una pregunta inquietante: ¿Tiene remedio el ser humano?
Somos sapientes y demasiado dementes
Habla el exterminador de millones de judíos: Rudolf Höss
La compasión: nuestra verdadera humanidad
El bien común de la nación, de la Tierra y de la humanidad
No hay guerra justa ni santa, porque la guerra mata
¿Hasta dónde llega la libertad de expresión?
El derecho a nacer y a morir con dignidad
Francisco de Asís: en él tuvo sentido el ser humano
TERCERA PARTE
LA ECOLOGÍA Y LAS NUEVAS FORMAS DE DEMOCRACIA
La guerra contra Gaia que jamás ganaremos
¿Podemos detener el «Titanic ecológico»?
¿Final de una era, una nueva civilización o fin del mundo?
¿Cuándo comenzó nuestro error?
La Tierra: sujeto de dignidad y de derechos
La Carta de la Tierra: promesa de una Tierra feliz
¿A quién pertenece la Tierra?
Si conociéramos los sueños de los blancos.
El desafío actual: la injusticia social y la injusticia ecológica
La ecología y las nuevas formas de democracia
Revisar los fundamentos de nuestro modo de vivir
El precio de no escuchar a la naturaleza
Otro paradigma: obedecer a la naturaleza
Revisitar la ancestral sabiduría indígena
En nosotros reside la memoria entera del universo
Papa Francisco: los derechos de la madre Tierra y el cuidado de la Casa Común
CUARTA PARTE
VER CON LOS OJOS DEL CORAZÓN
La pérdida del sentido de las cosas
Motores de la «nave espacial Tierra»
¿Nos maldecirán nuestros hijos y nuestros nietos?
¿Ha llegado el día del juicio sobre nuestra cultura?
¿Qué relación guardan «mística» y «religión»?
Creer a pesar de los cataclismos y de las maldades humanas
La fe como apuesta: una oportunidad para todos
Espiritualidad y cuidado en la educación
Primero viene el Espíritu, antes que el misionero
QUINTA PARTE
FIGURAS SEMINALES Y EJEMPLARES
Un líder seminal: José Mujica, ex presidente de Uruguay
Hubo un profeta enviado por Dios llamado «Gentileza»
Un evangelio sin poder: las comadronas de un pueblo indígena
Perderse para encontrarse: el monje, el gato y la luna
Toda arrogancia será castigada, ayer, hoy y siempre
¿Por qué los grandes no cuidan de los pequeños?
Una parábola siempre actual: el payaso de Kierkegaard
Un desafío permanente: casar el Cielo con la Tierra
El hombre que siempre esperaba la venida de Dios
CONCLUSIÓN
La verdadera génesis no se encuentra al comienzo, sino al final
La situación mundial se caracteriza por una serie de crisis de todo tipo y por graves perturbaciones que ponen en peligro la continuidad de nuestra civilización e incluso la subsistencia de la vida en el pla- neta. Por eso, son muchos los que se preguntan angustiados: ¿adónde vamos?; ¿cuándo cesarán los niveles de erosión de la biodiversidad, dado que dependemos de ella para garantizar nuestro futuro?
Nadie, ni siquiera sabio alguno perteneciente a los grandes centros que se ocupan sistemáticamente del estado de la Tierra, se atreve a pro- nunciarse con absoluta certeza. Nos hallamos en una especie de vuelo sin visibilidad, con la esperanza de no acabar estrellándonos contra alguna montaña. El 18 de junio de 2015, el papa Francisco publicó su encíclica Laudato si’, sobre el cuidado de la Casa Común. Allí encontramos palabras muy alentadoras. El papa conoce los riesgos que corren la Tierra y la humanidad, pero confía siempre en los seres humanos, en su inteligencia y sabiduría y, evidentemente, en el Dios Creador, que se revela como «el soberano amante de la vida» (Sab 11,26) y no permitirá que su creación, nacida del amor, sucumba miserablemente.
Aun así, creemos y esperamos que los dolores del tiempo presente no son los estertores de una persona agonizante, sino los dolores de parto de otro tipo de mundo que nos permita seguir viviendo en este pequeño y hermoso planeta Tierra.
Intuimos que no puede desembocar en un súbito colapso, a seme- janza de una persona que se encuentra conversando tranquilamente y, de pronto, cae pesadamente, fulminada por un infarto. Es verdad que hemos agredido excesivamente a la Madre Tierra, pero esta, aun encontrándose enferma, sigue dándonos con generosidad cuanto necesitamos. Pero ¿hasta cuándo? Ya podemos avistar sus límites físicos, por lo que no podemos ir más allá, so pena de que ella ya no quiera que sigamos pisando su suelo. Su capacidad de aguante, la famosa «resiliencia», tiene un límite que no puede ser traspasado.
Estas son las cuestiones que vamos a abordar en el presente libro, tratando de denunciar las amenazas, pero, sobre todo, intentando ofrecer unas vías de salida esperanzadoras.
Si, por un lado, se constatan peligrosos acontecimientos extre- mos y situaciones caóticas en casi todos los niveles –el ecológico, el político, el cultural e incluso el religioso–, por otro lado se percibe la emergencia de alternativas que constituyen auténticos brotes de esperanza. Tal es el caso de las zonas de producción industrial no contaminante y de alimentos orgánicos. Es perceptible una creciente preocupación por las aguas y su vegetación de ribera. Se busca la pre- servación de las semillas criollas y el aprovechamiento sistemático de materiales sólidos reciclables. Surgen actitudes de un mayor respeto hacia la naturaleza, desde la conciencia de nuestra responsabilidad por el «bien vivir» y el «bien convivir» de todos, en orden a superar el inmenso abismo entre ricos y pobres. Se verifica una innegable preocupación por la Tierra como un todo, aceptada cada vez más como Madre y como un superorganismo vivo, denominado «Gaia» por los modernos, y «Pachamama» por los pueblos originarios.
Finalmente, la humanidad no está paralizada, aguardando impa- sible y resignadamente el «Big One», la gran catástrofe que puede afectarnos profundamente. Queremos anticiparnos y transformar una posible tragedia en una crisis de paso hacia un nivel superior de convivencia con la naturaleza y con los diferentes pueblos.
Todo ello se encuentra dentro de las posibilidades no solo de la historia humana, sino de toda persona, susceptible de experi- mentar los necesarios cambios, dado que es, por naturaleza, un ser versátil, flexible y adaptable a las más diversas circunstancias.
Fue así como en el pasado atravesamos las numerosas crisis, tanto en lo referente a los cambios climáticos como en lo tocante al paso de una civilización a otra.
Dos poderosas eras ecológicas se confrontan, ambas producidas por el ser humano: la del antropoceno y la del ecozoico.
El antropoceno sería, según diversos científicos, la nueva era geo- lógica inaugurada en el siglo xix, cuando los europeos occidentales se lanzaron ferozmente a la conquista y dominación de la naturaleza y del planeta entero con los instrumentos suministrados por la tec- nociencia. En gran parte, este propósito tuvo éxito y se hizo global, pero cobrando unos elevadísimos costos tanto a la sociedad como a la naturaleza.
La voluntad de dominio, en orden a acumular cada vez más y con- sumir de manera ilimitada, ha ocasionado el perverso abismo que se abre entre los pueblos ricos y los numerosos pobres: la injusticia social. Este proyecto expolió despiadadamente ecosistemas enteros, sin tener en cuenta los límites de los bienes y servicios no renovables de la naturaleza, dejando tras de sí tierras calcinadas, ríos prácticamente secos, suelos envenenados y aires contaminados, dando lugar a una auténtica injusticia ecológica.
Ambos tipos de justicia (social y ecológica) han puesto en peligro la calidad de la vida humana y han sometido a una profundísima tensión tanto al sistema-vida como al sistema-Tierra, hasta el punto de hacer que nos preguntemos, como hacíamos más arriba: ¿hacia dónde nos dirigimos con este tipo de estrategia? Difícilmente va a conducirnos al Monte de las Bienaventuranzas. El peligro de asomarnos a un abismo sin posibilidad de vuelta atrás es enorme.
La era del ecozoico ha sido formulada en los últimos años por quie- nes han caído en la cuenta de los riesgos que corren la vida y el planeta si prolongamos el camino ya recorrido. Ecozoico es un término acuñado por dos norteamericanos, el conocido cosmólogo Brian Swimme y el antropólogo cultural Thomas Berry, en el libro escrito en colaboración The Universe Story (1992), una de las mejores síntesis de todo el proceso evolutivo acaecido desde el Big Bang hasta nuestros días.
Según ellos, estamos entrando forzosamente en una era en la que la ecología ganará protagonismo y en la que todos los saberes serán ecologizados, en el sentido de que todos ellos harán su aportación a la regeneración y salvaguarda de la vida y del planeta Tierra.
En el ecozoico se elabora una alternativa real a nuestra civilización de muerte, proponiendo una civilización de sustentación de toda la vida. El eje estructurador de las sociedades o de la geosociedad será la vida: la vida en su inmensa diversidad, la vida humana y la vida de la Madre Tierra.
Habrá que producir, naturalmente, para atender a las necesidades humanas, pero siempre dentro de los límites que puede soportar cada ecosistema, respetando las leyes y los ritmos de la naturaleza y reconociendo el valor intrínseco de cada ser, más allá de su posi- ble uso por parte del ser humano. Particularmente, se prodigará un especial cuidado a la Madre Tierra, que será amada y respetada, tal como hace cada uno de nosotros con su propia madre.
Se toma en serio la grave advertencia con que se abre la Carta de la Tierra: «Nos encontramos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en una época en que la humanidad debe escoger su futuro...; y la elección es esta: o formar una alianza global para cuidar de la Tierra y cuidar los unos de los otros, o bien arriesgarnos a nuestra propia destrucción y al exterminio de la diversidad de la vida» (Preámbulo).
Como resulta fácil deducir, la situación es amenazadora y exige la colaboración de todos en la construcción de un Arca de Noé que pueda salvarnos a todos.
Como ya se ha dicho, si el peligro es grande, mayor aún habrá de ser la posibilidad de salvación, porque el sentido prevalece sobre el absurdo, y la vida tendrá siempre la última palabra.
Es en este espíritu de urgencia en el que han sido elaboradas las pre- sentes reflexiones, en la confianza inquebrantable de que aún tenemos futuro y que la Madre Tierra habrá de darnos cobijo generosamente.
1. DOS COSMOLOGÍAS EN CONFLICTO
No son pocos los que se preguntan cuál será el legado de la crisis económico-financiera de 2008. Nadie sale ileso de una crisis, y en especial de esta, que tiene unas dimensiones planetarias. Nadie sabe nada con certeza. Pero yo sospecho que habrá de producirse un gran debate de ideas acerca del futuro de la Tierra, de la vida y de nuestra civilización. En otras palabras, se tratará, de hecho, del gran debate en torno a las dos cosmologías presentes y en conflicto en el escenario de la historia, donde cada una proyecta su visión de futuro.
Por «cosmología» entendemos la visión del mundo (cosmovisión) que subyace a las ideas, las prácticas, los hábitos y los sueños de una sociedad. Cada cultura posee su propia cosmología, con la cual intenta explicar el origen, la evolución y la finalidad del universo, así como definir el lugar del ser humano dentro de él.
Nuestra cosmología actual es la cosmología de la conquista, el dominio y la explotación del mundo en función del progreso y de un crecimiento ilimitado. Se caracteriza por ser antropocéntrica, mecanicista, determinista, atomista y reduccionista. Como conse- cuencia de esta cosmovisión, nos encontramos con el hecho de que el 20% de la población mundial controla y consume el 80% de todos los recursos naturales, abriendo entre ricos y pobres un abismo ab- solutamente inédito a lo largo de la historia. La mitad de los grandes bosques han sido destruidos; el 65% de las tierras cultivables se ha perdido; entre 70.000 y 100.000 especies de seres vivos desaparecen cada año; y más de mil agentes químicos sintéticos, tóxicos en su mayoría, son arrojados a los suelos, al aire y a las aguas.
Se han construido armas de destrucción masiva capaces de acabar con toda vida humana. Y la consecuencia última de todo ello es el desequilibrio del sistema-Tierra, que se manifiesta en el calentamien- to global. Con los gases ya acumulados resulta fatalmente inevitable que para 2035 haya aumentado la temperatura media dos grados centígrados; y si no nos esforzamos lo suficiente para reducir los gases de efecto invernadero, antes de finales del siglo habrá aumentado entre cuatro y cinco grados centígrados, lo cual hará que la vida, tal como la conocemos hoy, resulte prácticamente imposible, y la propia especie humana correrá el riesgo de desaparecer.
El predominio de los intereses económicos especialmente espe- culativos (hacer dinero sin trabajar ni producir), capaces de reducir a países enteros a la miseria más brutal, unido al consumismo, han trivializado nuestra percepción del riesgo en el que nos encontramos y conspiran contra cualquier cambio de rumbo.
En contraposición, está haciendo su aparición, cada vez con mayor fuerza, una cosmología alternativa y potencialmente salvadora: la cosmología de la transformación, que lleva más de un siglo elabo- rándose y que tuvo su mejor expresión en la Carta de la Tierra. Dicha cosmología, derivada de las ciencias del universo, de la Tierra y de la vida, sitúa nuestra realidad dentro de la cosmogénesis, ese inmenso proceso evolutivo iniciado a partir del big bang, hace cerca de 13.700 millones de años.
El universo está constantemente transformándose, expandién- dose, autoorganizándose y autocreándose. Su estado natural es la evolución, no la estabilidad; la transformación y la adaptabilidad, no la inmutabilidad y la permanencia. En él, todo es relación en re- des, y nada existe fuera de esta relación. Por eso todos los seres son interdependientes y colaboran entre sí para evolucionar conjunta- mente y garantizar el equilibrio de todos los factores. El centro no lo constituye la acumulación de bienes materiales, sino la sustentación de toda la vida.
La transformación pertenece a la lógica de la vida: una semilla se transforma en tallo, en tronco, en ramas, en hojas, en flores y en frutos. Y lo mismo ocurre con cualquier organismo vivo y con cada uno de nosotros, que ya no somos los mismos que cuando éramos niños ni seremos los mismos cuando estemos a punto de decirle adiós a este mundo. Todo es transformación, especialmente en la muerte, en que se da el gran paso alquímico y se accede a otro nivel y a otro orden de vida. Los cristianos suelen decir: no vivimos para morir; morimos para resucitar, para transformarnos en hombres y mujeres nuevos.
Detrás de todos los seres está actuando la Energía de Fondo, tam- bién llamada «Abismo Alimentador de Todo el Ser», que dio origen y anima al universo, haciendo que se produzcan emergencias nuevas, la más espectacular de las cuales es la Tierra viva y, dentro de ella, nosotros, los humanos, como la parte inteligente y consciente de ella y con la misión de cuidarla.
Vivimos tiempos de urgencia. El conjunto de las crisis actuales está creando una espiral de necesidades de cambios que, si no se im- plementan, nos conducirán fatalmente a un colapso, pero que, si los asumimos, podrán llevarnos a un nivel más elevado de civilización. Es en este momento cuando la nueva cosmología se revela inspira- dora. En lugar de dominar la naturaleza, nos introduce en su mismo seno, en profunda sintonía y sinergia. En lugar de una globalización unificadora de las diferencias, nos sugiere el biorregionalismo, que valora las diferencias de cada ecosistema.
Este modelo busca construir sociedades autosostenibles dentro de las posibilidades de las biorregiones, basadas en la ecología, en la cultura local y en la participación de las poblaciones, respetando la naturaleza y buscando el «bien vivir», que es la armonía entre todos y con la Madre Tierra.
Lo que caracteriza a esta nueva cosmología es el cuidado, en lugar de la dominación; el reconocimiento del valor intrínseco de cada ser, en lugar de su mera utilización humana; el respeto por toda la vida y por los derechos y la dignidad de la naturaleza, en lugar de su explotación.
La fuerza de esta cosmología reside en el hecho de que es más acorde con las verdaderas necesidades humanas y con la lógica del propio universo. Si optamos por ella, tendremos la oportunidad de crear una civilización planetaria en la que la vida de la Tierra y del ser humano, el cuidado, la cooperación, el amor, el respeto, la alegría y la espiritualidad ganarán en centralidad. Será el gran cambio salvador que necesitamos urgentemente.
2. LA COSMOLOGÍA DE LA DOMINACIÓN, EN CRISIS
Nos referíamos en el apartado anterior al conflicto entre dos cos- mologías: la de la conquista y la de la transformación. La conquista implica dominación, y esta, a su vez, produce un inmenso sufrimiento, especialmente el ocasionado por la actual crisis económico-financie- ra, en todos los estratos sociales, tanto ricos como pobres. Más que el asombro, es el sufrimiento el que nos hace pensar. Es el momento de ir más allá del aspecto económico-financiero de la crisis y descender a los fundamentos que la han provocado. De lo contrario, las causas de la crisis seguirán produciendo crisis cada vez más dramáticas, hasta transformarse en tragedias de dimensiones planetarias.
Lo que subyace a la actual crisis es la ruptura de la cosmología clásica que perduró durante siglos, pero que ya no es capaz de ex- plicar las transformaciones acaecidas en la humanidad y en el pla- neta Tierra. Dicha cosmología surgió hace al menos cinco milenios, cuando empezaron a constituirse los grandes imperios, adquirió fuerza con la Ilustración y culminó con el proyecto contemporáneo de la tecnociencia.
Partía de una visión mecanicista y antropocéntrica del universo, según la cual las cosas están yuxtapuestas una al lado de la otra, sin conexión alguna entre sí y regidas por leyes mecánicas. No poseen valor intrínseco alguno; únicamente valen en la medida en que se ordenan a su uso por el ser humano, el cual estaría fuera y por en- cima de la naturaleza como su dueño y señor (maître et possesseur, en expresión de René Descartes), el cual puede disponer de ella a su antojo. Y partía, además, del falso supuesto de que podría producir y consumir de forma ilimitada dentro de un planeta limitado. Esa abstracción ficticia llamada «dinero» representa el valor mayor y pretende hacer creer que la competición y la búsqueda del interés individual darán como resultado el bienestar general. Es la cosmo- logía de la dominación.
Fue esta cosmología la que condujo a la crisis en el ámbito de la ecología, de la política, de la ética y, actualmente, de la economía. Las ecofeministas llamaron nuestra atención respecto de la estrecha conexión existente entre antropocentrismo y patriarcalismo, que desde el neolítico violentó a la mujer y a la naturaleza.
Afortunadamente, desde mediados del siglo pasado, y procedente de diversas ciencias de la Tierra, en especial la teoría de la evolución ampliada, está imponiéndose una nueva cosmología, más prometedo- ra y susceptible de contribuir a superar la crisis de manera creativa. En lugar de ver el universo como un cosmos fragmentado, compues- to por la suma de seres muertos y desconectados entre sí, la nueva cosmología lo ve como un conjunto de sujetos relacionales, todos ellos inter-retro-conectados. Espacio, tiempo, energía, información y materia son dimensiones de un gran y único Todo. Incluso los átomos, más que como partículas, son vistos como ondas y como cuerdas o fibras con miles de millones de vibraciones por segundo. Más que como una máquina, el cosmos, incluida la Tierra, aparece como un organismo vivo que se autorregula, se adapta, evoluciona y a veces, en situaciones de crisis, da saltos en busca de un nuevo equilibrio.
La Tierra, según reconocidos cosmólogos y biólogos, es un planeta vivo –Gaia– que articula lo físico, lo químico y lo biológico de tal for- ma que resulta siempre benéfica para la vida. Todos sus elementos están dosificados de un modo tan sutil como solo un organismo vivo podría hacerlo. Solo a partir de los últimos decenios, y ahora de ma- nera inequívoca, da señales de estrés y de pérdida de sostenibilidad. Tanto el universo como la Tierra se muestran determinados por un propósito que se revela en la emergencia de órdenes cada vez más complejos y conscientes. Nosotros mismos somos la parte cons- ciente e inteligente del universo y de la Tierra. Por el hecho de ser portadores de estas capacidades, podemos hacer frente a las crisis, detectar el agotamiento de ciertos hábitos culturales (paradigmas) e inventar nuevas formas de ser humanos, de consumir y de convivir. Es la cosmología de la transformación, expresión de la nueva era: la era ecozoica.
Hemos de abrirnos a esta nueva cosmología y creer que aquellas energías (expresión de la Energía suprema) que está produciendo el universo desde hace más de trece mil millones de años están también actuando en la actual crisis económico-financiera. Dichas energías nos obligarán, ciertamente, a dar un salto cualitativo, rumbo a otro modelo de producción y de consumo que, efectivamente, nos salvaría, pero lo haría de un modo más conforme a la lógica de la vida, a los ciclos de Gaia y a las necesidades humanas cotidianas.
3. EL PARADIGMA PLANETARIO
La globalización conlleva un fenómeno más profundo que el eco- nómico-financiero. Implica la inauguración de una nueva fase de la historia de la Tierra y de la humanidad. Para entenderlo, el filósofo de la ciencia Thomas Kuhn y el físico cuántico Fritjof Capra introdu- jeron en el debate el problema del cambio de paradigma. Y es que, evidentemente, estamos cambiando de paradigma civilizacional.
Con lo cual queremos decir que está naciendo otro tipo de per- cepción de la realidad, con nuevos valores, nuevos sueños, nuevas formas de organizar los conocimientos, nuevos tipos de relación social, nuevas formas de dialogar con la naturaleza, nuevos modos de experimentar la Realidad Última y nuevas maneras de entender al ser humano en el conjunto de los seres.
Este paradigma naciente nos obliga a efectuar progresivas trave- sías: conviene pasar de la parte al todo, de lo sencillo a lo complejo, de lo local a lo global, de lo nacional a lo planetario, de lo planetario a lo cósmico, de lo cósmico al misterio, y del misterio a Dios. La Tierra no es simplemente la suma de lo físico, lo vital, lo mental y lo espiritual.
Por supuesto que contiene todas estas dimensiones articuladas entre sí, formando un sistema complejo, lo cual nos permite percibir que todos somos interdependientes.
El destino común ha sido globalizado. Ahora, o cuidamos de la hu- manidad y del planeta Tierra, o no tendremos ya futuro alguno. Hasta hoy podíamos consumir sin preocuparnos por el agotamiento de los bienes y servicios naturales; podíamos hacer el uso que quisiéramos del agua potable, sin conciencia alguna de su extrema escasez, tal como fue experimentada entre los meses de febrero y abril de 2015 en las grandes ciudades del sur de Brasil; podíamos tener todos los hijos que quisiéramos, sin temor alguno al exceso de población; podíamos hacer la guerra sin miedo a que se produjera una absoluta catástrofe para la biosfera y para el futuro de la especie humana... Pero ya no nos está permitido pensar y vivir como antes. Tenemos que cambiar, como condición para nuestra supervivencia en la biosfera.
Para la consolidación de este nuevo paradigma es importante superar el fundamentalismo de la cultura occidental, actualmente mundializada, que pretende detentar la única visión de las cosas válida para todos. La realidad, sin embargo, desborda todas las repre- sentaciones, porque está llena de infinitas virtualidades que pueden hacerse realidad de otras maneras, no precisamente occidentales.
Por otra parte, el peligro que corremos nos proporciona la opor- tunidad de reorganizar de una manera más justa y creativa la hu- manidad y toda la cadena de la vida. Tal creatividad está inscrita en nuestro código genético y cultural, porque solo nosotros hemos sido creados como creadores y copilotos del proceso evolutivo.
El efecto último será una Tierra multicivilizacional, caracterizada por todo tipo de culturas, modos de producción, símbolos y cami- nos espirituales, todos ellos acogidos como expresión legítima de lo humano, con derecho de ciudadanía en la gran confederación de las tribus y los pueblos de la Tierra.
Por eso debemos mirar hacia delante, hacer acopio de todas las señales que nos orientan hacia un desenlace feliz de nuestra peligrosa travesía y gestar una atmósfera de bienquerencia y de fraternidad que nos permita vivir mínimamente felices en este pequeño planeta, escondido en un rincón de una galaxia de tamaño medio, dentro de un sistema solar de quinta categoría, pero bajo el arco iris de la buena voluntad humana y de la benevolencia divina.
Las inspiradas palabras del ex Presidente de la República checa, Vaclav Havel, nos desafían: «La tarea política central en los próximos años consistirá en la creación de un nuevo modelo de coexistencia entre las diversas culturas, pueblos, etnias y religiones, formando una única sociedad interconectada».
4. LA ERA DEL ECOZOICO CONTRA LA ERA DEL ANTROPOCENO
La visión del mundo imperante, mecanicista, utilitarista, antropo- céntrica y sin respeto alguno por la Madre Tierra y por los límites de sus ecosistemas solo puede llevar a un peligroso callejón sin salida: acabar con las condiciones ecológicas que nos permiten mantener nuestra civilización y la vida humana en este esplendoroso planeta. Este fenómeno lo denominan los científicos como la era del antro- poceno. Con ello se pretende denunciar que el gran peligro para la supervivencia de la especie humana y de la biosfera es el propio ser humano, ultra-agresivo e irresponsable.
Ahora bien, como todo tiene dos vertientes, veamos la vertiente prometedora de la crisis actual: el alborear de una nueva era, la del ecozoico. Esta expresión fue sugerida por Brian Swimme, uno de los principales astrofísicos actuales, director del Centro para la Historia del Universo, del Instituto de Estudios Integrales de California.
Vivíamos bajo el mito del progreso, pero lo entendíamos, de manera distorsionada, como control humano sobre el mundo no humano, al objeto de conseguir un pib cada vez mayor. La forma co- rrecta consiste en entender el progreso en sintonía con la naturaleza y midiéndolo en términos del funcionamiento integral de la comunidad terrestre. El Producto Interior Bruto no puede hacerse a costa del Producto Terrestre Bruto. Ahí radica nuestro pecado original.
Olvidamos a menudo que nos encontramos dentro de un proceso único y universal –la cosmogénesis– diverso, complejo y ascendente. De las energías primordiales llegamos a la materia, de la materia a la vida, de la vida a la conciencia, y de la conciencia a la mundialización. El ser humano es parte consciente e inteligente de este proceso. Es un acontecimiento ocurrido en el universo, en nuestra galaxia, en nuestro sistema solar, en nuestro planeta y en nuestros días.
La premisa central del ecozoico consiste en entender el univer- so como el conjunto de las redes de relaciones de todos con todos; entender también que los humanos somos, esencialmente, unos seres de intrincadísimas relaciones; y entender la Tierra como un superorganismo vivo que se autorregula y no deja de renovarse. Dado el ímpetu productivista y consumista de los humanos, este organismo está enfermando y volviéndose incapaz de «digerir» todos los ele- mentos tóxicos que venimos produciendo en los últimos siglos. Por el hecho de ser un organismo, no puede sobrevivir en fragmentos, sino en su integridad. Nuestro desafío actual consiste en mantener la integridad y la vitalidad de la Tierra, cuyo bienestar es el nuestro.
Pero el objetivo inmediato del ecozoico no consiste simplemente en reducir la devastación en curso, sino también en alterar el estado de conciencia responsable de tal devastación. Cuando surgió el ceno- zoico (nuestra era hace 66 millones de años), el ser humano no tuvo en él influencia alguna. Además, nuestros ancestros apenas acababan de emerger en el proceso evolutivo. Actualmente, en el ecozoico, son muchas las cosas que tienen que ver con nuestras decisiones: por ejemplo, si preservamos una especie o un ecosistema o si, por el contrario, los condenamos a desaparecer. Los humanos co-pilotamos el proceso evolutivo.
Positivamente, lo que la era ecozoica pretende, a fin de cuentas, es alinear las actividades humanas con las demás fuerzas que actúan en todo el planeta y en el universo entero, para alcanzar un equilibrio creativo y, de ese modo, poder garantizar un futuro común. Lo cual implica un modo distinto de imaginar, de producir, de consumir y de dar significado a nuestro paso por este mundo. Un significado que no nos viene dado por la economía, sino por el sentimiento de lo sa- grado frente al misterio del universo y de nuestra propia existencia. Es decir, de la espiritualidad.
Pero las personas están incorporándose a la era ecozoica, la cual, como es fácil deducir, está llena de promesas, abriéndonos una ven- tana hacia un futuro de vida y de alegría. Necesitamos hacer una convocatoria general para que se generalice en todos los ámbitos y plasme la nueva conciencia.
5. CÓMO AFRONTAR LA SEXTA EXTINCIÓN EN MASA
Según afirman notables científicos, en los últimos tiempos el ser humano ha inaugurado una nueva era geológica: el antropoceno. Lo cual significa que él, el hombre, (anthrōpos, en griego) resulta ser la gran amenaza para la biosfera y el más que probable exterminador de su propia civilización.
Hace ya mucho que los biólogos y cosmólogos vienen advirtiendo a la humanidad acerca del nivel de nuestra agresiva intervención en los procesos naturales, lo cual está acelerando enormemente la sexta extinción en masa de especies de seres vivos, que lleva ya varios años en curso. Tales extinciones pertenecen, misteriosamente, al proceso cosmogénico de la Tierra.
En los últimos 540 millones de años, la Tierra ha conocido cinco grandes extinciones en masa (prácticamente, una cada cien millo- nes de años) que han exterminado gran parte de la vida tanto en los mares como en tierra firme. La última de ellas tuvo lugar hace 65 millones de años, cuando resultaron diezmados los dinosaurios, entre otras especies. Pero ha habido otras más recientes y que tam- bién han supuesto grandes devastaciones de seres vivos. Hace unos doce mil años, tuvo lugar un calentamiento no excesivo que trajo a la Tierra una especie de primavera. Por otro lado, y al mismo tiempo, se produjo de manera misteriosa la extinción de los grandes mamí- feros, entre ellos los mamuts. Se estima que el 50% de los animales que pesaban más de 5 kg., y el 75% de los que pesaban más de una tonelada desaparecieron por completo. Curiosamente, África se vio libre de este misterioso desastre, mientras que sí se vieron afectados los demás continentes.
Hasta ahora, todas las extinciones habían sido originadas por las fuerzas del propio universo y de la Tierra, al igual que ocurría con los meteoros rasantes o las mutaciones climáticas. Pero la sexta extinción está siendo acelerada por el propio ser humano, sin cuya presencia tan solo desaparecía una especie cada cinco años, mientras que actualmente, y a causa de nuestra agresividad industrialista y consumista, hemos multiplicado por cien mil el número de tales ex- tinciones, según afirma el cosmólogo Brian Swimme en una reciente entrevista publicada en el Enlighten Next Magazin, n. 19.
Los datos son aterradores: Paul Ehrlich, profesor de Ecología en Stanford, calcula en 250.000 el número de especies exterminadas cada año, mientras que para Edward O. Wilson, de la Universidad de Harvard, la cifra sería inferior: entre 27.000 y 100.000 especies por año (R. Barbault, Ecologia geral – Estrutura e funcionamento da biosfera, Vozes, Petrópolis 2011, p. 318).
El ecólogo E. Goldsmith, de la Universidad de Georgia, afirma que el mundo, al empobrecerse y degradarse cada vez más, y ser menos capaz de sustentar la vida, ha revertido en tres millones de años el proceso evolutivo. Lo peor es que no caemos en la cuenta de esta devastadora práctica ni estamos preparados para valorar lo que significa una extinción en masa, que consiste, simplemente, en la destrucción de las bases ecológicas de la vida en la Tierra y la más que probable interrupción de nuestro «ensayo» civilizador e incluso, tal vez, de nuestra propia especie.
Thomas Berry, el padre de la ecología norteamericana, escribió: «Nuestras tradiciones éticas saben lidiar con el suicidio, el homicidio e incluso el genocidio, pero no con el biocidio y el geocidio» (Our Way into the Future, Bell Tower, Nueva York 1990, p. 104).
¿Podemos desacelerar la sexta extinción en masa, dado que somos sus principales causantes? ¡Podemos y debemos hacerlo! Una buena señal es que estamos despertando la conciencia de nuestros orígenes, hace 13.700 millones de años, y de nuestra responsabilidad en el futuro de la vida. Es el universo el que suscita todo eso en nosotros, porque está a nuestro favor y no en contra nuestra. Pero exige nuestra colaboración, dado que somos los principales causantes de tantos daños. Ha llegado la hora de despertar..., ahora que estamos a tiempo. Lo primero que hay que hacer es renovar el pacto natural entre la Tierra y la humanidad. La Tierra nos da todo cuanto necesitamos. Pero ¿cómo se lo retribuimos nosotros? De acuerdo con el pacto, nuestra retribución debería consistir en cuidar y respetar los límites que puede soportar la Tierra. Sin embargo, debido a nuestra ingrati- tud, le pagamos con tiros, cuchilladas, bombas y prácticas ecocidas y biocidas.
Lo segundo es reforzar la reciprocidad o la mutualidad: buscar aquel tipo de relación que nos permita sintonizar con los dinamismos de los ecosistemas, usándolos de manera racional, devolviéndoles la vitalidad y garantizando su sostenibilidad.
Para ello necesitamos reinventarnos como especie: una especie que se preocupe de las demás especies y aprenda a convivir con toda la comunidad de vida. Debemos ser más cooperativos que compe- titivos, tener más cuidado que voluntad de someter, y reconocer y respetar el valor intrínseco de cada ser.
Lo tercero es vivir la compasión no solo entre los humanos, sino con todos los seres; una compasión como forma de amor y de cuida- do. A partir de ahora, todos ellos dependen de nosotros para seguir viviendo, si no quieren verse condenados a desaparecer.
Tenemos que olvidarnos del paradigma de dominación, que