Volvamos, pues, otra vez a este bien que
inquirimos qué cosa es: porque en diferentes hechos y diferentes
artes parece ser diverso, pues es uno en la medicina y otro en el
arte militar, y en las demás artes de la misma suerte, ¿cuál será,
pues, el bien de cada una, sino aquel por cuya causa se trata todo
lo demás? Lo cual en la medicina es la salud, en el arte militar la
victoria, en el edificar la casa, y en otras cosas, otro, y, en
fin, en cualquier elección el fin; pues todos, por causa de éste,
hacen todo lo demás.
De manera que si algo hay que sea fin de todo
lo que se hace, esto mismo será el bien de todos nuestros hechos, y
si muchas cosas lo son, estas mismas lo serán. Pero pasando
adelante, nuestra disputa ha vuelto a lo mismo; pero habemos de
procurar de más manifiestamente
declararlo.
Pues por cuanto los fines, según parece, son
diversos, y de éstos los unos por causa de los otros deseamos, como
la hacienda, las flautas y, finalmente, todos los instrumentos,
claramente se ve que no todas las cosas son perfectas; pero el sumo
bien cosa perfecta parece que ha de ser; de suerte que si alguna
cosa hay que ella sola sea perfecta, ésta será sin duda lo que
buscamos, y si muchas, la que más perfecta de
ellas.
Más perfecto decimos ser aquello que por su
proprio respecto es procurado, que no aquello que por causa de
otro, y aquello que nunca por respecto de otro se procura, más
perfecto que aquello que por sí mismo y por respecto de otro se
procura, y hablando en suma, aquello es perfecto que siempre por su
proprio respecto es escogido y nunca por razón y causa de otra
cosa. Tal cosa como ésta señaladamente parece que haya de ser la
felicidad, porque ésta siempre por su proprio respecto la
escogemos, y por respecto de otra cosa
nunca.
Pero la honra, y el pasatiempo, y el
entendimiento, y todos géneros de virtudes, escogémoslos cierto por
su proprio respecto, porque aunque de allí ninguna cosa nos hubiese
de redundar, los escogeríamos por cierto, pero también los
escogemos por causa de la felicidad, teniendo por cierto que con el
favor y ayuda de éstos habemos de vivir dichosamente. Pero la
felicidad nadie por causa de estas cosas la elige, ni, generalmente
hablando, por razón de otra cosa alguna. Pero parece que lo mismo
procede de la suficiencia, porque el bien perfecto parece que es
bastante. Llamamos bastante, no lo que basta para uno que vive vida
solitaria, pero también para los padres, hijos y mujer, y
generalmente para sus amigos y vecinos de su pueblo, pues el
hombre, naturalmente, es amigo de vivir en
comunidad.
Pero ha de poner en esto tasa, porque si lo
queremos extender hasta los padres y abuelos, y hasta los amigos de
los amigos, será nunca llegar al cabo dello. Pero de esto
trataremos adelante. Aquello, pues, decimos ser bastante, que sólo
ello hace la vida digna de escoger, y de ninguna cosa falta, cual
nos parece ser la felicidad. Demás de esto, la vida que más de
escoger ha de ser, no ha de poder ser contada, porque si contar se
puede, claro está que con el menor de los bienes será más de
desear, porque, lo que se le añade, aumento de bienes es, y de los
bienes el mayor siempre es más de desear.
Cosa perfecta pues, y por sí misma bastante,
parece ser la felicidad, pues es el fin de todos nuestros hechos;
pero por ventura parece cosa clara y sin disputa decir que lo mejor
es la felicidad, y se desea que con más claridad se diga qué cosa
es, lo cual por ventura se hará si presuponemos primero cuál es el
proprio oficio y obra del hombre. Porque así como el tañedor de
flautas, y el entallador, y cualquier otro artífice, y generalmente
todos aquellos que en alguna obra y hecho se ejercitan, su
felicidad y bien parece que en la obra lo tienen puesto y asentado,
de la misma manera parece que habemos de juzgar del hombre, si
alguna obra hay que propria sea del
hombre.
Pues, ¿será verdad que el albañil y el
zapatero tengan sus proprias obras y oficios, y que el hombre no lo
tenga, sino que haya nacido como cosa ociosa y por demás? No es
así, por cierto, sino que así como el ojo, y la mano, y el pie, y
generalmente cada una de las partes del cuerpo parece que tiene
algún oficio, así al hombre, fuera de estas cosas, algún oficio y
obra le habemos de asignar. ¿Cuál será, pues,
ésta?
Porque el vivir, común lo tiene con las
plantas, y aquí no buscamos sino el proprio. Habémoslo, pues, de
quitar de la vida del mantenimiento y del aumento. Síguese tras de
ésta la vida del sentido; pero también ésta parece que le es común
con el caballo y con el buey y con cualquiera manera otra de
animales. Resta, pues, la vida activa del que tiene uso de razón,
la cual tiene dos partes: la una que se rige por razón, y la otra
que tiene y entiende la razón.
Siendo, pues, ésta en dos partes dividida,
habemos de presuponer que es aquella que consiste en el obrar,
porque ésta más propiamente parece que se dice. Pues si la obra o
oficio del hombre es el usar del alma conforme a razón, o a lo
menos no sin ella, y si la misma obra y oficio decimos en general
que es de tal, que del perfecto en aquello, corno el oficio del
tañedor de citara entendemos del bueno y perfecto tañedor, y
generalmente es esto en todos, añadiendo el aumento de la virtud a
la obra (porque el oficio del tañedor de cítara es tañerla y el del
buen tañedor tañerla bien), y si de esta misma manera presuponemos
que el proprio oficio del hombre es vivir alguna manera de vida, y
que ésta es el ejercicio y obras del alma hechas conforme a razón,
el oficio del buen varón será, por cierto, hacer estas cosas bien y
honestamente.
Vemos, pues, que cada cosa conforme a su
propria virtud alcanza su remate y perfección, lo cual si así es,
el bien del hombre consiste, por cierto, en ejercitar el alma en
hechos de virtud, y si hay muchos géneros de virtud, en el mejor y
más perfecto, y esto hasta el fin de la
vida.
Porque una golondrina no hace verano, ni un
día sólo, y de la misma manera un solo día ni un poquillo de tiempo
no hace dichosos a los hombres ni les da verdadera prosperidad.
Hase, pues, de describir o difinir el bien conforme a
ésta.
Porque conviene, por ventura, al principio
darlo así a entender, como por cifras o figuras, y después tratar
dello más al largo. Pero parecerá que quien quiera será bastante
para sacar a luz y disponer las cosas que bien estuvieren
definidas, y que el tiempo es el inventor y valedor en estas cosas,
de donde han nacido las perdiciones en las artes, porque quien
quiera es bastante para añadir en las cosas lo que
falta.
Habémonos sí, pues, de acordar de lo que se
dijo en lo pasado, y que la claridad no se ha de pedir de una misma
manera en todas las cosas, sino en cada una según lo sufre la
materia que se trata, y no más de cuanto baste para lo que
propiamente a la tal ciencia pertenece.
Porque de diferente manera considera el ángulo
recto el arquitecto que el geómetra, porque aquél considéralo en
cuanto es útil para la obra que edifica, pero estotro considera qué
es y qué tal es, porque no pretende más de inquirir en esto la
verdad; y de la misma manera se ha de hacer en las demás, de manera
que no sea mis lo que fuera del propósito se trate, que lo que a la
materia que se trata pertenece.
Ni aun la causa por que se ha de pedir en
todas las cosas de una misma suerte, porque en algunas cosas basta
que claramente se demuestre ser así, como en los principios el
primer fundamento es ser así aquello verdad. Y los principios unos
se prueban por inducción y otros por el sentido, y otros por alguna
costumbre, y otros de otras maneras
diferentes.
Y hase de procurar que los principios se
declaren lo más llanamente que ser pueda, y hacer que se definan
bien, porque importan mucho para entender lo que se sigue, pues
parece que el principio es más de la mitad del todo, y que mediante
él se entienden muchas cosas de las que se
disputan.
En el capítulo VIII hace distinción entre los
bienes de alma y los del cuerpo y los exteriores, que llamamos
bienes de fortuna, para ver en cuáles de estos consiste la
felicidad. Relata asimismo las opiniones de los antiguos acerca de
la felicidad, y muestra en qué concordaron y en qué fueron
diferentes.