HERMES TRISMEGISTO
ASCLEPIO
El Discurso Perfecto de los Papiros Mágicos
Título: Asclepio (El Discurso Perfecto de los Papiros Mágicos)
Título original: Ascelpius
Autor: Hermes Trismegisto
Editorial: AMA Audiolibros
© De esta edición: 2020 AMA Audiolibros
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ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
PRÓLOGO
PRIMERA PARTE: EL PUESTO DEL HOMBRE EN EL COSMOS
SEGUNDA PARTE: NATURALEZA Y GÉNERO DE DIOSES (EL CULTO)
TERCERA PARTE: PRINCIPIOS DE LA COHERENCIA Y EL ORDEN CÓSMICOS
CONCLUSIÓN Y PLEGARIA FINAL
El Asclepio puede dividirse en tres partes según las indicaciones del propio Hermes. Se puede entender que la primera parte se refiere al hombre, en concreto, el puesto del hombre en el cosmos; que la segunda se refiere a lo divino, su naturaleza y los géneros de dioses; mientras que la tercera trata de los principios de la coherencia y el orden cósmicos. Esta división en tres partes se ajusta a la doctrina hermética, según la cual, la realidad se estructura en tres sustancias: primero Dios, el cosmos inteligible; después el cosmos, el dios sensible; tercero el hombre, ‘un gran milagro’.
No parece que se trate de tres documentos distintos e inconexos. La primera parte, la relativa al hombre, tiene ciertamente su lógica: comienza con una descripción del todo del que forma parte, sigue una explicación del puesto del hombre en el cosmos y acaba refiriéndose a sus funciones cósmicas. La segunda parte puede entenderse como un tratado sobre lo divino (una suerte de fenomenología de lo sagrado): comienza explicando los primeros principios del cosmos, es decir, Dios, la materia y el pneûma; la segunda sección se refiere a los géneros de dioses, incluyendo las estatuas divinizadas; la tercera es una profecía sobre los tiempos impíos en los que el abandono del culto, es decir, la desatención de lo sagrado, provocará la destrucción del cosmos; la cuarta sección, en fin, se refiere a las almas divinizadas. La tercera parte trata directa o indirectamente sobre los principios que confieren orden y coherencia al universo: el tiempo (Dios y la eternidad, el cosmos y el tiempo), el espacio (plenitud y complexión, inexistencia del vacío), la forma (el cosmos inteligible), el destino, la necesidad y el orden. Los parágrafos referentes a los dioses terrenales, las estatuas, su fabricación y facultades parecen fuera de lugar, pero no hay que olvidar la importancia que se le confiere al culto a las estatuas en el mantenimiento del orden del mundo sublunar.
Sin embargo, el excursus sobre la jerarquía del noûs parece de difícil encaje y refuerza la impresión de que el Discurso Perfecto original, que debía respetar las tres partes típicas del hermetismo, Dios, cosmos y hombre, debió de ser objeto de sucesivas adiciones por parte de los copistas. Una impresión que queda confirmada en el caso del traductor latino cuando confrontamos el Asclepio con los fragmentos coptos conservados. No sólo adaptó a su cultura determinados detalles, sino que, sin ningún pudor, eliminó o sustituyó párrafos enteros, así como determinadas alusiones a la cultura egipcia.
El Discurso Perfecto original existía a principios del siglo IV, como lo prueba la inserción de los Papiros mágicos de la plegaria final, así como las citas de Lactancio. Nuestra traducción latina ya fue utilizada por Agustín de Hipona. A partir del siglo IX el Asclepio se atribuye, incorrecta pero comprensiblemente dadas las similitudes doctrinales, a Apuleyo. En el siglo XII, el resurgir de la cultura europea es paralelo al del interés por el hermetismo, y por el Asclepio en particular: Teodorico de Chartres, Juan de Salisbury y Alberto Magno lo conocen. Hasta el Renacimiento, en el que el Asclepio se convierte en una de las principales fuentes de la antigua y prestigiosa sabiduría pagana, de donde sacarán fuerzas para su reforma moral Ficino, Pico, Agrippa, Campanella o Bruno.
Todavía hoy puede constatarse la magnitud de esta influencia en el pavimento de la catedral de Siena: en él se ve a Hermes Trismegistus entregando un libro abierto a dos personajes que representan a Oriente y Occidente, en el que se lee: suscipite o licteras et leges Egiptii, mientras que su mano izquierda reposa sobre la parte superior de una tabla en la que hay escrito un fragmento del Asclepio.
Ha sido Dios, Asclepio, el mismo Dios, quien te ha guiado hasta nosotros para que participes en esta conversación divina; una conversación que, de todas las tenidas hasta ahora por nosotros o, mejor, que nos inspira la providencia divina, parecerá con toda justicia la más divina por su fervor religioso. Pero sólo mostrándote capaz de comprenderla podrá tu mente verse henchida con todas las cosas buenas, dado el caso de que existan muchos bienes y no uno solo que los comprenda a todos, porque parece evidente que ‘uno’ y ‘todo’ se corresponden recíprocamente, que todo es uno y que uno es todo, tan entrelazados que es imposible aislar uno de otro. Pero todo esto lo conocerás en seguida a través de mi discurso si te aplicas a él con diligencia. Pero ahora, Asclepio, ves en un momento a llamar a Tat para que se reúna con nosotros.
Una vez llegó Tat, Asclepio propuso que también estuviera presente Amón, a lo que contestó Trismegisto: «No es por menosprecio que no hemos convocado a Amón, y te recuerdo que lo mismo que a mi muy amado y carísimo hijo Tat, también a él le he dedicado un gran número de escritos sobre la naturaleza y muchos de los exteriores; por eso voy a titular con tu nombre este tratado; pero no llames a ningún otro además de a Amón, no sea que esta piadosísima conversación sobre tan importante tema se vea mancillada por el entremetimiento y la presencia de mucha gente, con el peligro añadido de que alguna mente impía divulgue entre la multitud un tratado lleno de principio a fin con toda la majestad divina».
Entró también Amón en el santuario y quedó perfectamente lleno el santo lugar con la piedad de los cuatro hombres y la presencia inspiradora de Dios y entonces, mientras guardaban todos un respetuoso silencio, pendientes en alma y corazón de los labios de Hermes, comenzó a hablar el divino Cupido.
Introducción
Toda alma humana, Asclepio, es inmortal, pero no todas son del mismo tipo, sino que difieren en el carácter o el tiempo.
—Entonces, Trismegisto, ¿no todas las almas tienen la misma cualidad?
—Ay, Asclepio, qué pronto has abandonado la verdadera prudencia de la razón, ¿no te he explicado ya que todo es uno y que uno es todo, puesto que todo existe ya en el creador antes de haber sido producido? ¿Y que con razón se le denomina ‘todo’ al creador, dado que todas las cosas son miembros suyos? Procura no olvidarte más a lo largo de esta discusión que él solo es todo o él mismo es el creador de todo.
El Cosmos: Unidad y Totalidad
Todo lo que llega a la tierra, al agua o al aire procede del cielo; del fuego, sólo la parte que asciende es vivificadora, mientras que la que tiene un movimiento descendente está al servicio de la primera. De modo general, todo lo que desciende de lo alto es generador, mientras que lo que emana de abajo nutre. La tierra, única en permanecer estable en su lugar propio, es la receptora de todas las cosas, de todo género de seres, y restituye todo lo que recibe. En esto consiste el todo, que, acuérdate, posee todas las cosas y es todas las cosas.
Alma y materia son puestas en movimiento por la naturaleza que las aprisiona y de ello resulta la multiforme diversidad de todo lo que aparece. Sin embargo, aunque reconozcamos un número infinito de especies distintas, están enlazadas de hecho en una unidad, al efecto de que parezca que todo es uno y que todo ha nacido de lo uno.
Cuatro son por tanto los elementos con los que ha sido conformada la materia: el fuego, el agua, la tierra y el aire. Una única materia, una única alma y un único dios.
Continuidad: Jerarquía y Comunicación Entre los Seres