Historia de Delio contada
por su papagayo
Mi papagayo ya habría cumplido cuarenta y cinco años, y la cola, que era su único orgullo, habría empezado a pesarle. ¡Cómo me acuerdo de él, de sus exuberantes colores, de su mirada inteligente! Nuestras vidas se cruzaron por caminos insospechados. ¡Un ave enjaulada de tortuosa lengua y un músico de vida nómada por los escenarios del mundo!
Le rogué que grabara esta historia hace doce años, cuando aún no sabía si algún día podría descifrarla. Por entonces nadie era capaz de comprender el habla de los papagayos. Lo hizo para mí como un gesto amistoso, y yo he guardado hasta hoy la grabación como recuerdo de familia, sin intención de mostrarla. Y la verdad es que no habría cambiado de opinión si no hubieran tenido lugar acontecimientos que han sacudido mi ánimo. Si, por fin, he tomado la decisión de hacerla pública, ello es producto de la indignación que sentí al ver que un tenebroso general, ya viejo pero con la arrogancia intacta, lograba escabullirse de los tribunales de justicia. Nunca habría dado el paso de poner en manos del lector esta historia, que es muy mía y de los míos, si no me hubiera afectado el dolor de quienes no quieren sepultar la dignidad en el ignominioso olvido.
¡No penséis que un papagayo es una especie de vanidoso aguilucho de adorno que sólo piensa en lucir el magnífico plumaje de que lo ha dotado la naturaleza! No, es un pájaro discreto y listo, tenaz y ponderado, capaz de calibrar y contar una historia con eficacia.
Así pues, aquí no hay nada del violoncelista Miguel Soria, a no ser la tenacidad necesaria para descifrar lo que el papagayo había contado a una cinta magnetofónica. Me he limitado a transcribir su narración, ayudado por un complejo aparato acabado de inventar, capaz de descodificar las voces de los papagayos. Sólo me he permitido ligeras correcciones de estilo, pero no he introducido nada de mi versión de los hechos, que conocía por otros conductos. He preferido respetar su manera fragmentada de contar lo que ocurrió el año que vivió con Delio, el hijo de mi hermana Aurora.
Ahora que me he retirado de los escenarios, más que de mis éxitos con el violoncelo estoy orgulloso de haber convertido en palabra escrita la voz de este digno y modesto pájaro de pico curvado por el silencio que se cruzó casualmente en mi vida. Frente a este manuscrito, fruto de la transcripción de su voz, me siento como frente a las viejas partituras medievales o renacentistas que he logrado despertar de siglos de silencio.
¡Ojalá que en el próximo milenio esta historia, de tan increíble, se tenga por un inverosímil sueño de la imaginación de un ave locuaz!