Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Patricia Wright. Todos los derechos reservados.

UN SECRETO AMENAZADOR, N.º 69 - julio 2012

Título original: The Lonesome Rancher

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

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I.S.B.N.: 978-84-687-0676-4

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

PRÓLOGO

NOTICIA DE ÚLTIMA HORA

El senador Clayton Merrick volvió precipitadamente a su casa de Texas para estar junto a su esposa, que había sufrido un derrame cerebral.

¿La gravedad de la situación significará que es la última legislatura del senador? Lo que es más importante, ¿cómo afectará a la próxima votación sobre la ley de la energía que está pendiente… y a la dinastía política de los Merrick?

CAPÍTULO 1

JADE Hamilton estaba completamente perdida en infinidad de sentidos. Se acercó al bordillo y aparcó el utilitario en la calle principal de Kerry Springs, Texas. Podía decirse que el tráfico era inexistente, pero ¿qué había esperado? Tenía menos de veinte mil habitantes. Resopló. Era uno de esos momentos cruciales de los que siempre había hablado Carrie Bradley, su amiga y compañera como enfermera. O buscaba el camino para la entrevista de trabajo o se olvidaba de esa idea disparatada y se volvía a Dallas. Si lo hacía, nunca se enteraría de la verdad y tenía que saberla.

La tristeza fue adueñándose de ella mientras pensaba en los últimos meses. Detestaba el rencor que sentía hacia la mujer que la había criado, pero le había ocultado muchas cosas. En esos momentos, Renee Hamilton había fallecido y no podía decirle nada sobre la información que había encontrado en una caja de seguridad y que cambiaría su vida para siempre.

Había llegado el momento de descubrir toda la verdad. Necesitaba encontrar respuestas. Primero, tendría que encontrar el rancho River’s End.

Se bajó del coche, miró alrededor y vio una ferretería, una farmacia y una heladería. Entonces, se fijó en el escaparate de una tienda de colchas de retazos hechas a mano. El nombre, Puntada con Hilo, estaba con letras doradas en el cristal del escaparate. Sonrió al acordarse de su infancia y de las horas que le había dedicado a aprender a coser con su madre.

Se acercó, abrió la puerta y sonó la campanilla. Hacía fresco y se oían las voces de varias mujeres reunidas alrededor de una mesa para cortar tela. La dependienta parecía ocupada y como tenía tiempo hasta la cita, aprovechó la ocasión para echar una ojeada. Unas colchas muy bonitas adornaban las altas paredes y debajo había estantes con libros de estampados, tijeras, agujas y otros utensilios. Avanzó entre cortes de telas de distintos colores y llegó a una habitación contigua donde otras mujeres estaban reunidas alrededor de una mesa. Le sorprendió ver a un hombre que era el centro de atención.

Lo miró tranquilamente. Era guapo, tenía un sombrero texano entre las manos, el pelo muy oscuro y unos intensos ojos negros. Captó un aire claramente hispano en su rostro. Llevaba una camisa vaquera de color crema bien planchada y unos pantalones vaqueros que parecían nuevos, pero las botas estaban muy desgastadas. Le miró las manos y vio que tenía las uñas toscamente cortadas y los dedos callosos. Evidentemente, era un cowboy. ¿Qué hacía en una tienda de colchas hechas con retazos?

–No está mal, ¿verdad?

Jade se dio la vuelta y vio a una rubia de su edad más o menos que le sonreía.

–Lo siento –reconoció Jade–. No está bien mirar así.

–Es difícil no hacerlo –la tranquilizó la mujer–. Hay algunos hombres guapos en Kerry Springs. Puedo decirlo porque hace poco me casé con el más guapo, Evan Rafferty. Hola, me llamo Jenny Rafferty.

–Jade Hamilton –se presentó ella con una sonrisa.

–Bienvenida a Puntada con Hilo. ¿En qué puedo ayudarte? ¿Te apunto a mi cursillo de colchas de retazos o… –Jenny sonrió– prefieres que te presente a ese cowboy tan guapo?

Jenny negó con la cabeza. No podía olvidarse de su objetivo.

–No, lo siento, solo había venido para preguntar por una dirección.

–¿Estás buscando un sitio para vivir?

Jade notó que estaba relajándose un poco.

–Antes quiero un empleo.

–Es una buena idea –replicó Jenny entre risas–. ¿Adónde quieres ir? Llevo poco tiempo en el pueblo, pero puedo indicarte bastantes caminos.

–Estoy buscando a Louisa Merrick en el rancho River’s End.

La dependienta arqueó una ceja.

–¿De verdad? Louisa es una de nuestras mejores clientas… hasta hace poco.

–Entonces, ¿sabes dónde está el rancho?

–Sí –Jenny señaló con la cabeza al cowboy–, pero creo que él puede indicarte mejor el camino. Es Sloan Merrick, el hijo de Louisa.

Jade vio que el hombre se dirigía hacia la puerta con un libro de modelos de colchas.

–Gracias, Jenny –se despidió mientras se apresuraba hacia la puerta.

Lo llamó en cuanto salió.

–Disculpe, señor Merrick.

El hombre, que había llegado a su camioneta, se dio la vuelta. Era más apuesto de cerca, y mucho más grande. Frunció el ceño y la miró con detenimiento. Ella sintió algo raro en las entrañas.

–¿Qué quiere? –le preguntó él poniéndose muy recto.

–Bueno… –ella se sintió repentinamente nerviosa–. Jenny Rafferty me ha dicho que es Sloan Merrick y me gustaría saber cómo ir a River’s End –siguió ella con una sonrisa forzada–. Tengo una cita con Louisa Merrick.

Él la miró fijamente con los ojos entrecerrados.

–Lo único que le diré es cómo marcharse del pueblo.

–¿Cómo dice? –preguntó ella sin dejar de parpadear.

Él se acercó un poco más.

–¿Cómo quiere que se lo diga? Manténgase alejada de las tierras de los Merrick. No es bien recibida.

Una hora más tarde, Jade había encontrado el camino al rancho. Todavía estaba intentando dominar las ganas de darse la vuelta cuando vio la enorme casa blanca en lo alto de la colina. Miró alrededor y también vio kilómetros de vallas de madera que limitaban la inmensa extensión de pasto verde donde pastaba el ganado. Levantó la mirada hacia el arco de hierro que servía de entrada. River’s End pertenecía a la familia Merrick desde 1904.

Tomó aire y lo soltó para sosegar los latidos de su corazón, pero no sirvió de nada. Debería volverse a Dallas y olvidarse de que había oído el nombre Merrick.

Había un Merrick, al menos, que no quería verla por allí. Todavía podía cambiar de opinión y olvidarse de esa idea disparatada. Sin embargo, nunca se enteraría de la verdad sobre sí misma. Pulsó el botón del intercomunicador.

–Residencia de los Merrick –contestó una mujer con un acento muy cerrado.

Jade tragó saliva, aunque tenía la garganta seca.

–Hola, me llamo Jade Hamilton. Tengo una cita con la señora Merrick.

Se le aceleró el pulso. ¿Conocería por fin al senador?

–Le abriré la puerta. Diríjase a la casa principal.

Jade volvió a montarse en el coche y la puerta se abrió mientras la amenaza de Sloan Merrick le retumbaba en la cabeza. No era bien recibida. Quizá fuese bien recibida o quizá no, pero esa era la ocasión de saberlo.

Cruzó la puerta e intentó disfrutar del camino que la llevaba entre distintos edificios, entre otros, un establo muy grande con un corral en el que había algunos caballos. También había empleados ocupados con distintas tareas. Varios la miraron, pero ninguno la detuvo.

La casa era más imponente a medida que se acercaba. Era un edificio de tres pisos, de ladrillo con madera blanca y con un porche que la rodeaba que tenía maceteros enormes con flores de colores. Se detuvo en el camino circular.

Agarró el bolso y el maletín y subió por el camino de piedra hasta los escalones y la impresionante puerta de roble con una abertura de cristal. Tenía el nombre «Merrick» tallado en el centro. Le costó respirar. Había esperado meses para llegar allí y para conocer al hombre ligado al secreto de su pasado. No podía perder la calma.

Sloan Merrick miró a su madre, que estaba sentada en el sofá de la sala acristalada. Aunque estaba en su sitio favorito de la casa, no parecía contenta. Acababa de cumplir cincuenta y ocho años, pero los últimos meses le habían pasado factura. Desde el derrame cerebral, no se había preocupado mucho por su aspecto. No se había cortado el pelo ni se lo había peinado e incluso despidió a la manicura cuando fue a la casa. Era impropio de su madre que no quisiera ver a nadie, fuese amigo o familiar. Aunque el médico creía que podía recuperarse plenamente con ejercicios y tratamientos, no había hecho ningún esfuerzo y estaba preocupado por ella.

–Las mujeres de la tienda te mandan muchos recuerdos. Liz, Beth, Millie y Jenny preguntaron por ti.

Ella lo miró y miró las cosas que le había llevado de Puntada con Hilo.

–Liz pensó que te gustaría el nuevo libro con estampados. Me pidió que te dijera que todavía no han empezado la colcha. Necesitan tu ayuda con los colores y los dibujos.

–Eso es todo lo que podría hacer. En este estado, no les serviría de nada.

–Eso podría cambiar –comentó él con la esperanza de que reaccionara.

Efectivamente, lo miró con rabia.

–Sé que tus intenciones son buenas, hijo, pero hago lo que puedo.

No estaba haciendo nada.

–Madre, si nos dejaras que te ayudáramos…

–Ese es el problema, Sloan. Todo el mundo está ayudándome todo el rato. Ha llegado el momento de que empiece a hacer las cosas por mí misma –hizo un gesto desdeñoso con el brazo sano–. También podría ser una inválida…

Él captó su desesperación e impotencia. Sus orígenes hispanos se notaban claramente en sus rasgos y, sobre todo, en sus intensos ojos marrones.

–Sé que la independencia es muy importante para ti.

–Entonces, prepárate, porque estoy dispuesta a recuperarla, y pronto.

La miró fijamente y recordó el día que se desplomó delante de él. Afortunadamente, recibió atención médica casi al instante. Además, como era la esposa de un senador, recibió la mejor atención.

–No has recuperado toda la fuerza. Algunas veces, necesitas que alguien te ayude.

–De acuerdo. Por eso tengo pensado contratar a alguien que me ayude a levantarme.

–¿Qué? ¿Por qué no has dicho nada? Si necesitas ayuda, nos tienes a nosotros.

–No. Tu padre, Alisa y tú tenéis que seguir con vuestras vidas. Quiero, necesito, hacer esto por mí misma. Afortunadamente, conservo mis facultades. No he perdido completamente la cabeza. Por eso voy a contratar a una enfermera que me acompañe hasta que vuelva a pisar tierra firme, por decirlo de alguna manera.

Sloan se tranquilizó un poco. Quizá no fuese una idea tan mala. Marta había estado desbordada con las tareas de la casa y las exigencias de su madre.

–¿Quién te ha recomendado el médico?

–Me dio el nombre de un registro de enfermeras especializadas en este tipo de cosas. He entrevistado a varias candidatas y he encontrado a una que me gusta.

Se oyó una llamada en la puerta antes de que Sloan pudiera decir algo y Marta, la empleada desde hacía mucho tiempo, asomó la cabeza.

–La señorita Hamilton ha venido.

–Perfecto –Louisa sonrió–. Que pase, Marta –miró a su hijo–. ¿No tienes nada que hacer?

Él cruzó los brazos, apoyó la cadera en la mesa y miró hacia la puerta.

–No.

Cuando entró la candidata, Sloan se quedó petrificado. Era la mujer del pueblo. Era una mujer atractiva con el pelo liso y moreno que le caía libremente por debajo de la barbilla. Lo miró y él contuvo la respiración. Esos ojos grandes, verdes y un poco rasgados lo habían pillado desprevenido hacía una hora y seguían teniendo el mismo efecto en ese momento. Se repuso inmediatamente y se irguió.

–Me parece que se ha equivocado de dirección, señorita Hamilton.

–Quizá sea porque quien quería verme era la señora Merrick y me ha parecido que lo más apropiado sería que fuese ella quien me dijese que me marchara –contestó.

–Se equivoca –replicó él–. Hay demasiada gente que quiere aprovecharse. Es increíble lo lucrativa que puede ser una historia sobre los Merrick y tengo que proteger a mi familia.

–Sloan, por favor, deja que la señorita Hamilton recupere al aliento antes de someterla al tercer grado.

Jade Hamilton se acercó al sofá de anea y se sentó al lado de Louisa Merrick.

–Señora Merrick, me alegro mucho do conocerla por fin. Tiene una casa preciosa. Esta habitación es muy luminosa y soleada.

La sala acristalada tenía unos grandes ventanales que daban al jardín de las rosas. También reflejaba la cultura de ella con azulejos pintados a mano en el suelo y paredes de colores brillantes.

Sloan vio que la señorita Hamilton había sonreído a su madre.

–Tiene que ser una tranquilidad para usted poder estar en un ambiente tan familiar durante la recuperación.

–Lo es –confirmó Louisa con un brillo en los ojos–. Yo decoré la casa y la convertí en un hogar cuando Sloan y yo nos mudamos aquí –miró a su hijo–. ¿Te acuerdas, hijo? Este sitio parecía un museo.

–Sí, madre, me acuerdo.

–Hice que mi marido añadiera esta habitación. Necesito luz natural… y un poco de color.

Sloan se aclaró la garganta.

–¿No deberíamos empezar con la entrevista?

La señorita Hamilton lo miró y parpadeó con esos ojos impresionantes.

–Creía que su madre ya la había hecho –Jade volvió a mirar a Louisa–. ¿Qué quiere preguntarme, señora Merrick?

–Creo que ha llegado el momento de que me llames Louisa.

–Yo me llamo Jade.

–Es un nombre muy bonito. Entiendo que tu madre te llamara así. Tienes unos ojos increíbles.

Jade no podía dejar de temblar por el miedo a que en cualquier momento descubrieran quién era.

–Gracias. Mi madre me contó que cuando vio su color, no se le ocurrió otra cosa.

Sloan se puso en guardia. No iba a permitir que una cara bonita lo obnubilara otra vez cuando su madre estaba implicada.

–Por aquí nos interesan mucho los nombres familiares –siguió Louisa–. A mi hijo lo bautizaron como John Sloan Merrick. Sloan es el nombre de su padre biológico y mi marido, Clay, lo adoptó cuando tenía ocho años.

Sloan se acercó a ellas.

–Madre, creo que no hace falta que nos metamos en la historia familiar.

–Tiene razón –confirmó Jade mirándolo de soslayo–. Es una entrevista. Pregúnteme lo que quiera, señor Merrick.

–¿Dónde trabajo la última vez?

Jade sacó un currículum de su enorme bolso y se lo entregó a él.

–Trabajé en un pequeño hospital de Dallas antes de pedir una excedencia para poder estar con mi madre hasta que falleció –Jade notó las lágrimas e hizo un esfuerzo para contenerlas–. Padeció esclerosis múltiple durante años.

–Lo siento –Louisa suspiró–. Tuvo que ser muy doloroso para ti.

Jade no había esperado apreciar inmediatamente a esa mujer y eso era lo que lo hacía tan complicado.

–Gracias. Mi único consuelo es saber que ya no sufre.

–Sí, tiene que ser un consuelo para ti.

La mujer le tomó la mano y Jade vio que su sentimiento era sincero. También tuvo unas ganas repentinas de salir corriendo y olvidarse de aquello, sobre todo, cuando Sloan Merrick la observaba con tanto detenimiento. Sin embargo, quería el empleo, sería su mejor ocasión para llegar a ver al senador.

–Ya hemos hablado bastante de mí. ¿Qué me dices de ti, Louisa?

Sloan fue a intervenir, pero su madre lo contuvo con una mirada.

–Quiero recuperar mi vida –contestó ella con una expresión más suave–. Haré lo que haga falta.

Jade sonrió.

–Es una buena noticia. Además, como hablamos por teléfono, pienso ayudarte, pero exigirá mucho trabajo y empeño por tu parte.

El hijo de Louisa sí intervino esa vez.

–Muy bien. Le damos las gracias por haber venido. Le comunicaremos nuestra decisión.

Jade se levantó del sofá. No había sido un éxito completo. Él la acompañaría fuera antes de haber podido conocer al resto de la familia y de que Louisa hubiese tomado una decisión.

–Me quedaré unos días el hostal Cross Creek.

Jade se dirigió hacia la puerta doble, pero oyó su nombre.

–Jade, espera –le pidió Louisa.

Ella se detuvo y se dio la vuelta.

–No hace falta que te marches todavía –le dijo la mujer–. Es una decisión que voy a tomar yo.

–Madre… –replicó Sloan en un tono de evidente disgusto.

La mujer se irguió.

–No, Sloan, voy a elegir yo. Desde que me pasó esto… –ella levantó el brazo– nadie me ha preguntado qué me parece nada. Ahora voy a decirte qué me parece. Yo le pedí a Jade que viniera.

–No pasa nada, Louisa –intervino Jade para intentar apaciguar la situación–. Es posible que tu marido también tenga que intervenir en esta decisión.

–¿Clay? Está muy ocupado en Washington con la ley de la energía –Louisa suspiró–. Te daré un consejo, Jade: nunca te emparejes con un político. Nunca están en casa y tu vida privada aparece en los periódicos.

–Lo recordaré.

A Sloan le habría gustado ser tan entusiasta como su madre, pero los años que había pasado en el círculo político habían hecho que recelara de los desconocidos, sobre todo, cuando se trataba de la intimidad de su familia. En cuanto a él, también lo habían chamuscado bastante, pero había conseguido sobrevivir. Aun así, seguía desconfiando de los desconocidos.

–Madre, me gustaría preguntarle algunas cosas a la señorita Hamilton.

–No voy a cambiar de opinión –replicó ella con el ceño fruncido–. La decisión voy a tomarla yo.

Él supo que había heredado la tozudez de Louisa Cruz Sloan Merrick. Una hija de inmigrantes pobres que fue reina de la belleza y que trabajó muchísimo para licenciarse en la universidad y casarse bien, dos veces. Además, había sido la mejor madre que podía haber tenido un hijo.

–¿Te importa que salga a dar un paseo por el jardín con Jade?

Su madre lo miró con el ceño fruncido.

–Solo voy a advertirle de lo insistente que puedes ser para salirte con la tuya –añadió Sloan.

Louisa miró a Jade y le sonrió con amabilidad.

–¿No te advertí de lo insoportable que puede ser mi hijo?

Jade también sonrió.

–Solo está preocupado por ti.

Louisa se dirigió a su hijo.

–Te doy quince minutos. Después, quiero enseñarle a Jade el cuarto para ejercicios que hay arriba. Estaré allí.

Marta entró y ayudó a Louisa con el andador.

Marta, una prima lejana, había trabajado para su familia desde que era una niña. En ese momento, ella y su marido Miguel estaban contratados por los Merrick. Louisa siempre había sido leal con su familia y amigos.

Uno de los defectos de su madre era ser demasiado confiada. Ese y que los desconocidos la confundieran. Jade Hamilton era una desconocida. Él había aprendido por las malas que los problemas podían llegar con un envoltorio muy bonito. Crystal Erickson había sido guapa y lo había desconcentrado. Tanto, que había bajado la guardia. Fue un bochorno para su familia y no volvería a suceder.

Cuando su madre se marchó, Sloan cruzó la sala y abrió las puertas que daban a un patio y al jardín que había detrás.

–Aprovechemos este tiempo otoñal tan bueno.

Jade pasó al patio adoquinado y con grandes macetas de cerámica con flores. El césped, impecablemente cortado, estaba rodeado por rosales con rosas de todos los colores.

–Es precioso.

–La jardinería es otra de las aficiones de mi madre. También le gusta hacer colchas de retazos.

–Está bien que tenga tantas aficiones.

–Siempre ha sido muy activa.

–Perfecto. Entonces, querrá retomar su vida.

Sloan miró a la atractiva mujer. Medía alrededor de un metro y setenta centímetros, tenía unas piernas largas cubiertas con unos pantalones azul marino y una sencilla camisa blanca metida por la estrecha cintura. Su aspecto era muy profesional, pero le producía curiosidad que hubiera ido hasta allí para conseguir un empleo.

–Muy bien, vayamos al grano, señorita Hamilton. ¿Por qué está aquí de verdad?

CAPÍTULO 2

JADE hizo un esfuerzo para calmarse. Él no podía saber el verdadero motivo.

–No entiendo, señor Merrick. Ya le he explicado que mi madre falleció hace poco.

–Dallas está a unos novecientos kilómetros de Kerry Springs.

Ella arqueó una ceja.

–¿Eso hace que se le disparen las alarmas?

–Algunas. Si tuviera un padre senador, le pasaría lo mismo.

–No pedí esta zona en concreto, pero cuando decidí volver a trabajar, me apunté en un registro de enfermeras. Me llegó la propuesta y decidí que podría estar bien cambiar de aires –lo miró a los ojos porque no estaba dispuesta a que la intimidara–. Su madre no habría organizado una entrevista sin hacer comprobaciones. Parece que me aprueba –Jade hizo una pausa–. Creí que estaba aquí para ayudarla.

Miró al atractivo hombre. Era alto y fuerte y tenía los mismos ojos grandes y marrones que Louisa, pero todavía tenía que ver su sonrisa.

–Naturalmente –confirmó él–. Y yo estoy aquí para protegerla.

–El hijo leal.

Él se encogió de hombros.

–Usted cuidó a su madre, estoy seguro de que también recibió su lealtad.

Jade asintió con la cabeza y miró hacia otro lado. Tenía muchos recuerdos. Unos eran buenos, otro malos y algunos quería olvidarlos. En ese momento, tenía que descubrir quién era.

–¿No tiene hermanos ni padre en Dallas?

–No tengo hermanos ni padre. Todo consta en mi currículum –ella no iba a suplicarle el empleo por mucho que quisiera conocer a Clay Merrick–. Creo que ya es hora de que se termine todo esto y de que comente con su madre lo que no le gusta cuando ella haya terminado de entrevistarme. Gracias por el tiempo que me ha concedido.

Se dirigió hacia la casa mientras rezaba para que él la llamara, pero no la llamó. No iba a dar resultado. Entonces, él dijo:

–Señorita Hamilton.

El corazón le golpeaba contra las costillas cuando estaba a punto de entrar, pero se detuvo y se dio la vuelta.

–¿Sí?

–De acuerdo. Si mi madre le da el empleo, aceptaré y le concederé una semana de prueba.

–¿Aceptará? Creía que era una decisión de su madre. Al fin y al cabo, ella me llamó.

–Y yo tengo que proteger a mi familia.

–Tengo unas referencias excelentes, señor Merrick, y estoy muy preparada para el empleo, un empleo que ni siquiera es permanente. Reconózcalo, no quiere verme por aquí.

Sloan se sintió incómodo.

–No he dicho eso. Pondría a prueba a cualquiera –él la miró con el ceño fruncido–. Además, me guste o no, soy el resultado de la profesión, demasiado pública, de mi padre. Algunas veces me cuesta confiar en la gente. Sin embargo, mi madre confía en usted y eso es lo que importa. Si ella le da el empleo, yo no me meteré.

El remordimiento se adueñó de ella. Había conseguido lo que quería. Solo había buscado un pequeño pedazo de su vida, esa familia.

Una hora más tarde, Jade estaba contratada como enfermera de Louisa. Además, también le habían enseñado todo el material, que era digno de muchos hospitales. En ese momento, estaba ante la puerta de los que serían sus aposentos durante un mes aproximadamente. Había conseguido el empleo, pero no se sentía como había esperado sentirse. Por primera vez desde que se enteró de la existencia de Clay Merrick, dudaba de haber hecho lo correcto al ir allí.

Abrió la puerta y se quedó sin respiración. No era donde esperaba haberse alojado como una empleada. Era una sala pintada de amarillo claro con una moqueta de tono verdoso. Delante de una chimenea de mármol había un sofá de dos plazas tapizado de color marfil y todos los muebles parecían antiguos y caros. Cruzó una puerta doble y vio una cama con dosel. Tenía una colcha con retazos azules y verdes cosidos a mano. Tocó uno de los cuadrados. El estampado era increíble y se preguntó si lo habría hecho Louisa. Entonces, vio LM cosido en el borde.

Volvió a mirar alrededor. Todo era perfecto y se sintió fuera de lugar. Todavía podía marcharse. Todavía podía decirle a Louisa que había cambiado de opinión.

Se dio le vuelta cuando entró Marta arrastrando su maleta.

–¿Estás segura de que esta es mi habitación? –le preguntó Jade.

–Sí, señorita –contestó la empleada con una sonrisa–. La señora Louisa me dijo que la instalara aquí para que estuviera cerca de ella. Ella está al otro lado del pasillo.

Eso podría significar que también estaría acerca de Clayton Merrick.

–¿Su marido no está también aquí? Quiero decir… no quiero molestarlos.

Marta negó con la cabeza.

–No… No desde que la señora sufrió el derrame.

Jade tenía muchas preguntas que hacer sobre el senador, pero decidió esperar.

–Entiendo.

Marta terminó de colgar la ropa en el armario. Como Jade había usado uniforme en su trabajo, su guardarropa personal era mínimo y terminó enseguida con la tarea.

–¿Cuánto suele durar la siesta de Louisa?

Marta cerró el armario.

–Sobre una hora, pero es posible que hoy se despierte antes –contestó Marta con una sonrisa y tomándole una mano–. Gracias por haber venido, señorita. Mi prima necesite que la ayude a ponerse bien.