Ali Smith

 

 

Invierno

CUARTETO ESTACIONAL II

 

 

Traducción de

Magdalena Palmer

 

 

019

 

 

Ali Smith (Inverness, 1964). Tuvo una madre irlandesa, un padre inglés y una educación escocesa (hasta que comenzó su doctorado en Newnham College, Cambridge). A los veinte años, después de que un debilitante ataque de síndrome de fatiga crónica descarriló su carrera académica, comenzó a escribir. Ahora, autora de ocho novelas y seis colecciones de cuentos, crea lo que podría llamarse ficción experimental, pero con un estilo fácil, agradable y de emocionante lectura. Escribe en The Guardian, The Scotsman y el Times Library Supplement. Actualmente vive en Cambridge. Es la autora de Free Love, Like, Other Stories and Other Stories, Hotel World, Public Library y la presente colección.

 

 

 

Título original: Winter

 

© Ali Smith, 2017
All rights reserved

© De la traducción: Magdalena Palmer

 

Edición en ebook: febrero de 2021

© Nórdica Libros, S.L.

C/ Fuerte de Navidad, 11, 1.º B

28044 Madrid (España)

www.nordicalibros.com

 

ISBN: 978-84-18451-33-1

 

Diseño de colección: Filo Estudio e Ignacio Caballero

Maquetación: Diego Moreno

Corrección ortotipográfica: Victoria Parra y Ana Patrón

Composición digital: leerendigital.com

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

 

Tras el éxito de «Otoño» (Premi Llibreter y uno de los Libros del Año 2019 para la prensa) llega ahora el segundo volumen del Cuarteto Estacional

 

 

Cubierta¿Invierno? Desolado. Viento helado, tierra como hierro, agua como piedra, dice la vieja canción. Los días más cortos, las noches más largas. Los árboles están desnudos y tiritando. ¿Las hojas del verano? Basura muerta.
El mundo se encoge; la savia se hunde.
Pero el invierno hace las cosas visibles. Y si hay hielo, habrá fuego.
En Invierno, de Ali Smith, la fuerza vital coincide con la temporada más dura. En esta segunda novela de su aclamado Cuarteto estacional, la continuación de su sensacional Otoño (Premi Llibreter 2019), el cuarteto de novelas cambiantes de Smith proyecta una mirada alegre sobre una era de posverdad sombría con una historia arraigada en la historia, la memoria y la calidez, su raíz principal en lo profundo de los árboles de hoja perenne: arte, amor, risa.

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Índice

 

 

Portada

Invierno

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Promoción

Sobre este libro

Sobre Ali Smith

Créditos

 

Si te ha gustado

Invierno

te queremos recomendar

Diario del río Misisipi

de John James Audubon

 

Diario del río Misisipi

Jueves, río Ohio, 12 de octubre de 1820

He salido de Cincinnati a las cuatro y media de la tarde a bordo del bote de fondo plano del señor Jacob Aumack con destino a Nueva Orleans. Los sentimientos me abrumaban al despedirme con un beso de mi amada esposa y de mis hijos ante la expectativa de una ausencia de siete meses.

Conmigo viaja Joseph Mason, un joven de buena familia de unos dieciocho años cuya lozanía va acompañada de una naturaleza afable. Está destinado a ser un compañero y un amigo, y, si Dios nos concediera un regreso sano y salvo con nuestras familias, nuestros deseos fraternizarán con la presente emoción. Dejamos el hogar con la mente resuelta a cumplir nuestro objetivo.

Al no disponer de ingresos, debo apoyarme en mis talentos, y mi entusiasmo será mi guía en los momentos difíciles. Estoy dispuesto a esforzarme para conservar el primero y superar estos últimos.

El agua está baja, aunque algo fresca, hace unos días el río se elevó cerca de metro y medio. Al despuntar el 13 de octubre solo habíamos recorrido catorce millas. El día era bueno. Recé por la salud de mi familia. Pusimos a punto nuestras armas y bajamos a tierra en Kentucky. Nos acompañaba el capitán Sam Cummings, que había zarpado desde Cincinnati con intención de observar los canales, tanto los de este río como los del Misisipi. Disparamos a treinta perdices, una chocha perdiz, veintisiete ardillas grises, una lechuza común, un buitre pavo y una reinita gorjinaranja, un ave que el señor A. Wilson se empeñó en denominar reinita coronada joven; era un macho joven con un plumaje precioso para esta época del año. Lo he dibujado. Como estoy completamente convencido de que el señor Wilson se equivoca al presentarla como una nueva especie, me limitaré a recomendaros que examinéis con atención mis dibujos de cada uno de ellos y la descripción de Wilson. Tenía el estómago abarrotado con los restos de pequeños insectos alados y tres semillas de bayas cuyo nombre no pude determinar.

A primera hora de la mañana sopló viento y alcanzamos la ribera del Ohio a la altura de la plantación de W. H. Harrison, donde permanecimos hasta las nueve de la noche.

Avisté varias bandadas de patos por la mañana, antes de limpiar nuestras armas, cientos de praderos orientales; algunos se dirigían hacia el sudoeste.

Se levantó viento y nos llevó a la orilla. Llovió y sopló con fuerza hasta el día siguiente.

Sábado, 14 de octubre de 1820

Después de un desayuno temprano fuimos al bosque; digo «fuimos» porque Joseph Mason, el capitán Cummings y yo estamos siempre juntos.

Disparé a un águila pescadora en la desembocadura del gran río Miami, un hermoso macho de buen plumaje. Aleteó y, al tratar de agarrar la mano de Joseph, se clavó una de sus garras en la parte inferior del pico, quedando en una postura muy ridícula. Estas aves caminan con gran dificultad y, como el halcón y el cárabo, se lanzan de espalda para defenderse.

Regresamos al bote con un pavo salvaje, siete perdices, un escolopácido y un zorzalito colirrufo que quedó demasiado desgarrado para ser dibujado; era la primera vez que encontraba esta ave y sentí especial vergüenza por ello.

Pasamos por las pequeñas localidades de Lawrenceburgh (Indiana), Petersburgh (Kentucky) y por la tarde llegamos a pie a Bellevue, la antigua residencia de la conocida señora Bruce, famosa en el mundo entero. Estaban Thomas Newell y el viejo capitán Green; si mis ojos no me engañaron, esa noche mis sospechas relativas a su conducta quedaron plenamente justificadas. Matamos cuatro somormujos pequeños de un solo disparo a una bandada de unos treinta. Nos acercamos con calma a menos de cuarenta yardas, se perseguían unos a otros y parecían muy alegres. Tras el desconcierto sembrado por el fuego destructor, muchos de los que habían resultado heridos escaparon zambulléndose y los demás salieron volando. Era la segunda vez que veía este tipo de aves. Deben de ser muy poco frecuentes en esta parte de América.

A unas tres millas por encima de Bellevue, en Kentucky, atravesamos una romántica falla del terreno, un camino en forma de media luna de cerca de dos metros de ancho; las rocas estaban compuestas por guijarros grandes y redondos compactados con arena gruesa, de unos cien pies de alto por un lado y sesenta por el otro. He hecho un boceto para vuestro disfrute. Hoy hemos caminado unas cuarenta millas, hemos visto un ciervo cruzando el río.

Domingo, 15 de octubre de 1820

Nunca había conocido una escarcha blanca tan intensa como la de esta mañana, el viento del norte soplaba frío y con fuerza. Hemos disparado a dos escolopácidos y perseguido un ciervo por el río durante mucho tiempo, pero una canoa con dos hombres de Indiana nos llevaba ventaja y lo apresaron en el momento en que yo me disponía a dispararle. Como el viento era favorable, navegamos medianamente bien. Matamos cinco cercetas y una cerceta aliazul, dos palomas, tres perdices y, por suerte, otro zorzalito colirrufo Turdus solitarius. Nos encontramos con el barco de vapor Velocipede y subimos. Allí viajaban el coronel Oldham, el señor Bruce, el señor Talbot y las damas que formaban parte del pasaje, así como un número considerable de desconocidos. He abierto una carta de tu tío William B. dirigida a tu madre. El señor Aumack mató un ánade real joven. Abrí la molleja de uno de los cuatro somormujos y solo hallé una masa sólida de pelo fino perteneciente, por lo visto, a diversos cuadrúpedos muy pequeños.

He visto un vencejo de chimenea o espinoso; el número de patos va en aumento. Parece que la noche será fría. He matado un cucarachero de Carolina. Se han cocinado los somormujos y nos los hemos comido, pero su sabor era extremadamente rancio, como a pescado, y eran demasiado grasos.

A las diez nos hemos despertado sobresaltados de nuestro profundo sueño porque el bote había ido a parar a las rocas. Los ayudantes han tenido que meterse en el agua para apartarlo, hacía frío y viento.

Para Sarah Daniel

en el foso de los leones

con amor

y para Sarah Wood

muß i’ denn

con amor

Ni las violentas furias del invierno.

William Shakespeare

El paisaje dirige sus propias imágenes.

Barbara Hepworth

Pero el que se cree ciudadano del mundo,

no es ciudadano de ningún sitio.

Theresa May, 5 de octubre de 2016

Hemos entrado en el reino de la mitología.

Muriel Spark

La oscuridad es barata.

Charles Dickens

1

Dios había muerto: para empezar.

Y el romanticismo había muerto. La gallardía había muerto. La poesía, la novela, la pintura, todas habían muerto, y el arte había muerto. El teatro y el cine habían muerto. La literatura había muerto. El libro había muerto. El modernismo, el posmodernismo, el realismo y el surrealismo habían muerto. El jazz había muerto, la música pop, disco, rap, la música clásica: muertas. La cultura había muerto. La decencia, la sociedad, los valores familiares habían muerto. El pasado había muerto. La historia había muerto. El Estado del bienestar había muerto. La política había muerto. La democracia había muerto. El comunismo, el fascismo, el neoliberalismo, el capitalismo, todos muertos; el marxismo, muerto, y el feminismo también muerto. La corrección política había muerto. El racismo había muerto. La religión había muerto. El pensamiento había muerto. La esperanza había muerto. La verdad y la ficción habían muerto. Los medios de comunicación habían muerto. Internet había muerto. Twitter, Instagram, Facebook, Google, todos muertos.

El amor había muerto.

La muerte había muerto.

Muchísimas cosas habían muerto.

Sin embargo, otras no habían muerto, de momento.

La vida todavía no había muerto. La revolución no había muerto. La igualdad racial no había muerto. El odio no había muerto.

Pero ¿los ordenadores? Muertos. ¿La televisión? Muerta. ¿La radio? Muerta. Los móviles habían muerto. Las baterías habían muerto. Los matrimonios habían muerto, las vidas sexuales habían muerto. La conversación había muerto. Las hojas habían muerto. Las flores habían muerto, muertas en su agua.

Imaginad que os persiguen los fantasmas de todas esas cosas muertas. Imaginad que os persigue el fantasma de una flor. No, imaginad que os persigue (como si en realidad se tratara de una persecución, y no de una simple neurosis o psicosis) el fantasma (como si existieran los fantasmas y no fueran solo cosa de la imaginación) de una flor.

Los propios fantasmas no habían muerto; no exactamente. Lo que dio pie a las siguientes preguntas:

¿los fantasmas están muertos?

¿los fantasmas están vivos o muertos?

¿los fantasmas son mortales?

pero olvidaos de los fantasmas, borradlos de vuestro pensamiento porque esta no es una historia de fantasmas aunque ocurre en los fantasmales días de invierno, en una soleada y luminosa mañana de la víspera de Navidad (la Navidad también ha muerto), en pleno calentamiento global posmilenio, y trata de cosas reales que les pasan realmente en el mundo real a personas reales, en tiempo real y en una tierra real (hum…, la tierra también ha muerto):