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U N A  V E Z  A Ñ O R A D O

 

(UN MISTERIO DE RILEY PAIGE—LIBRO 6)

 

 

 

B L A K E   P I E R C E

 

Blake Pierce

 

Blake Pierce es el autor de la serie exitosa de misterio de RILEY PAIGE que cuenta con seis libros hasta los momentos. Blake Pierce también es el autor de la serie de misterio de MACKENZIE WHITE (que cuenta con tres libros), de AVERY BLACK (que cuenta con tres libros) y de la nueva serie de misterios de KERI LOCKE.

Blake Pierce es un ávido lector y fan de toda la vida de los géneros de misterio y los thriller. A Blake le encanta comunicarse con sus lectores, así que por favor no dudes en visitar su sitio web www.blakepierceauthor.com para saber más y mantenerte en contacto.

 

Derechos de autor © 2016 por Blake Pierce. Todos los derechos reservados. Excepto según lo permitido bajo la Ley de Derechos de Autor de Estados Unidos de 1976, ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida, distribuida, transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, o almacenada en una base de datos o sistema de recuperación, sin el permiso previo del autor. Este libro electrónico está disponible solo para tu disfrute personal. Este libro electrónico no puede ser revendido o dado a otras personas. Si te gustaría compartir este libro con otra persona, por favor compra una copia adicional para cada destinatario. Si estás leyendo este libro y no lo compraste, o no fue comprado solo para tu uso, por favor regrésalo y compra tu propia copia. Gracias por respetar el trabajo arduo de este autor. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son productos de la imaginación del autor o se emplean como ficción. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es totalmente coincidente. Derechos de autor de la imagen de la cubierta son de GongTo, utilizada bajo licencia de Shutterstock.com.

LIBROS ESCRITOS POR BLAKE PIERCE

 

SERIE DE MISTERIO DE RILEY PAIGE

UNA VEZ DESAPARECIDO (Libro #1)

UNA VEZ TOMADO (Libro #2)

UNA VEZ ANHELADO (Libro #3)

UNA VEZ ATRAÍDO (Libro #4)

UNA VEZ CAZADO (Libro #5)

UNA VEZ AÑORADO (Libro #6)

UNA VEZ ABANDONADO (Libro #7)

UNA VEZ CONGELADO (Libro #8)

 

SERIE DE MISTERIO DE MACKENZIE WHITE

ANTES DE QUE ASESINE (Libro #1)

ANTES DE QUE VEA (Libro #2)

 

SERIE DE MISTERIO AVERY BLACK

CAUSA PARA MATAR (Libro #1)

CAUSA PARA CORRER (Libro #2)

 

SERIE DE MISTERIO DE KERI LOCKE

UN RASTRO DE MUERTE (Libro #1)

 

CONTENIDO

 

PRÓLOGO

CAPÍTULO UNO

CAPÍTULO DOS

CAPÍTULO TRES

CAPÍTULO CUATRO

CAPÍTULO CINCO

CAPÍTULO SEIS

CAPÍTULO SIETE

CAPÍTULO OCHO

CAPÍTULO NUEVE

CAPÍTULO DIEZ

CAPÍTULO ONCE

CAPÍTULO DOCE

CAPÍTULO TRECE

CAPÍTULO CATORCE

CAPÍTULO QUINCE

CAPÍTULO DIECISÉIS

CAPÍTULO DIECISIETE

CAPÍTULO DIECIOCHO

CAPÍTULO DIECINUEVE

CAPÍTULO VEINTE

CAPÍTULO VEINTIUNO

CAPÍTULO VEINTIDÓS

CAPÍTULO VEINTITRÉS

CAPÍTULO VEINTICUATRO

CAPÍTULO VEINTICINCO

CAPÍTULO VEINTISÉIS

CAPÍTULO VEINTISIETE

CAPÍTULO VEINTIOCHO

CAPÍTULO VEINTINUEVE

CAPÍTULO TREINTA

CAPÍTULO TREINTA Y UNO

CAPÍTULO TREINTA Y DOS

CAPÍTULO TREINTA Y TRES

CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE

CAPÍTULO CUARENTA

CAPÍTULO CUARENTA Y UNO

EPÍLOGO

 

 

PRÓLOGO

 

La fisioterapeuta le sonrió amablemente a su paciente, Cody Woods, luego de apagar la máquina.

“Creo que es suficiente por hoy”, le dijo cuando su pierna dejó de moverse.

La máquina había estado moviendo su pierna lenta y pasivamente durante un par de horas, ayudándolo a recuperarse de su cirugía de reemplazo de rodilla.

“Casi me había olvidado de que estaba en la máquina, Hallie”, dijo Cody, soltando una risita.

Ella sintió una punzada agridulce. Le gustaba ese nombre, Hallie. Era el nombre que había utilizado para trabajar aquí en el Centro de Rehabilitación Signet como fisioterapeuta freelance.

Era una pena que Hallie Stillians fuera a desaparecer mañana, como si jamás hubiera existido.

Sin embargo, así tenían que ser las cosas.

Y además, tenía otros nombres que también le gustaban.

Hallie tomó la máquina de movimiento pasivo continuo de la cama y la colocó en el piso. Enderezó la pierna de Cody cuidadosamente y lo arropó con las sábanas.

Finalmente acarició el cabello de Cody, un gesto íntimo que ella sabía que la mayoría de los terapeutas evitaría. Pero a menudo hacía pequeñas cosas como esa, y a ninguno de sus pacientes les había importado. Ella sabía que proyectaba una cierta calidez y empatía y, sobre todo, sinceridad. Tocar inocentemente era perfectamente apropiado viniendo de ella. Nadie lo había malentendido.

“¿Tienes dolor?”, preguntó.

Cody había estado teniendo un poco de hinchazón e inflamación inusual después de su operación. Esa era la razón por la cual había permanecido aquí unos tres días más y no se había ido a casa aún. También era la razón por la cual Hallie había sido llamada para trabajar su magia curativa especial. El personal del centro estaba familiarizado con el trabajo de Hallie. Le agradaba tanto al personal como a los pacientes, así que la llamaban a menudo en situaciones como esta.

“¿El dolor?”, dijo Cody. “Casi me había olvidado del dolor. Tu voz lo hizo desaparecer”.

Hallie se sintió halagada, más no sorprendida. Había estado leyéndole un libro mientras estaba en la máquina, un thriller de espionaje. Sabía que su voz tenía un efecto calmante, casi como un anestésico. No importaba si le leía Dickens, alguna novela o el periódico. Los pacientes no necesitaban de muchos analgésicos cuando estaban bajo su cuidado, el sonido de su voz era suficiente casi todas las veces.

“¿Así que es cierto que puedo volver a casa mañana?”, preguntó Cody.

Hallie vaciló solo un segundo. No estaba completamente segura cómo su paciente se sentiría mañana.

“Eso es lo que me dijeron”, dijo. “¿Cómo se siente saberlo?”.

El rostro de Cody estaba entristecido.

“No lo sé”, dijo. “En solo tres semanas operarán mi otra rodilla. Pero no estarás aquí para ayudarme durante el proceso”.

Hallie tomó su mano. Lamentaba que él se sintiera así. Hace un tiempo le había contado una larga historia sobre su supuesta vida, una historia algo aburrida, pero a él le había fascinado.

Finalmente le había contado que su marido, Rupert, estaba a punto de retirarse de su carrera como contador público. Su hijo menor, James, estaba en Hollywood tratando de convertirse en guionista. Su hijo mayor, Wendell, estaba aquí en Seattle enseñando lingüística en la Universidad de Washington. Ahora que los chicos ya no vivían en casa, ella y Rupert se mudarían a un encantador pueblo colonial en México, donde planeaban pasar el resto de sus vidas. Saldrían para allá mañana.

A ella le parecía una historia encantadora.

Sin embargo, nada de eso era cierto.

Ella vivía en su casa sola.

Completamente sola.

“Mira, tu té se enfrió”, dijo. “Voy a calentártelo”.

Cody sonrió y dijo: “Sí, por favor. Eso sería genial. Y sírvete un poco para ti también. La tetera está ahí en el mostrador”.

Hallie sonrió y dijo: “Por supuesto”, como siempre hacía cada vez que repetían esta rutina. Se levantó de su silla, tomó la taza de té tibio de Cody y la llevó al mostrador.

Pero esta vez rebuscó dentro de su cartera que estaba al lado del microondas. Sacó un pequeño envase plástico para medicinas y vació el contenido en el té de Cody. Lo hizo rápida y sigilosamente, estaba segura de que no la había visto. Aún así, su corazón estaba latiendo un poco más rápido.

Luego se sirvió su propio té y colocó ambas tazas en el microondas.

“No puedo equivocarme”, se recordó a sí misma. “La taza amarilla para Cody, la azul para mí”.

Mientras el microondas andaba, se sentó al lado de Cody de nuevo y lo miró sin decir nada.

Le parecía que tenía un rostro amable. Pero él le había contado sobre su propia vida, y ella sabía que él estaba triste. Llevaba mucho tiempo triste. Había sido un atleta galardonado durante la escuela secundaria, pero se había herido sus rodillas jugando fútbol americano, acabando con sus sueños de convertirse en un profesional. Esas mismas lesiones condujeron a su necesidad de operarse para reemplazar sus rodillas.

Su vida desde entonces había sido marcada por la tragedia. Su primera esposa murió en un accidente automovilístico, y su segunda esposa lo dejó por otro hombre. Él tenía dos hijos, pero no le hablaban. También sufrió un ataque al corazón hace unos años.

Ella admiraba el hecho de que no se veía ni un poco amargado. De hecho, parecía estar lleno de esperanza y optimismo sobre el futuro.

Pensaba que era dulce, pero ingenuo.

Sabía que su vida no iba a mejorar.

Era demasiado tarde para eso.

La campana del microondas la sacó de su ensueño. Cody estaba mirándola con ojos bondadosos y expectantes.

Le dio unas palmaditas a su mano, se levantó y caminó al microondas. Sacó las tazas, que ahora estaban calientes al tacto.

Se recordó a sí misma una vez más.

“La amarilla para Cody, la azul para mí”.

Era importante no confundirlas.

Ambos tomaron su té sin decir mucho. Hallie consideraba que estos momentos eran de compañerismo. Le entristecía un poco el hecho de que estos momentos habían llegado a su fin. Después de unos días, este paciente ya no la necesitaría.

Cody estaba quedándose dormido. Había mezclado el polvo con somníferos para asegurarse de que lo hiciera.

Hallie se levantó y tomó sus pertenencias para irse.

Y luego empezó a cantar una canción que había conocido desde que tenía memoria:

 

“Lejos de casa,

Tan lejos de casa,

Este pequeño bebé está lejos de casa.

Te consumes cada vez más

Día tras día

Demasiado triste para reír, demasiado triste para jugar.

No hay porqué llorar,

Duerme profundamente.

Entrégate a los brazos de Morfeo.

No más suspiros,

Solo cierra tus ojos

Y te irás a casa en tus sueños”.

 

Cody tenía los ojos cerrados, y ella acarició su pelo amorosamente.

Luego, con un suave beso en la frente, se puso de pie y se fue.

 

CAPÍTULO UNO

 

La agente del FBI Riley Paige se encontraba preocupada mientras caminaba por la pasarela del Aeropuerto Internacional de Phoenix Sky Harbor. Había estado ansiosa durante el vuelo del Aeropuerto Nacional Ronald Reagan de Washington. Había venido a toda prisa porque se había enterado de que la niña adolescente Jilly estaba desaparecida. Riley se sentía muy protectora hacia ella. Estaba decidida a ayudar a la niña e incluso estaba considerando adoptarla.

A lo que Riley atravesó la puerta de salida caminando apresuradamente, levantó la mirada y se sorprendió al ver a la chica parada junto con el agente del FBI Garrett Holbrook de la oficina de campo de Phoenix.

La chica de trece años Jilly Scarlatti estaba parada junto a Garrett, parpadeando, claramente esperándola.

Riley estaba confundida. Garrett era quien la había llamado para decirle que Jilly había huido y que no estaba por ninguna parte.

Antes de que Riley pudiera hacer cualquier pregunta, Jilly se le abalanzó y se echó en sus brazos, sollozando.

“Ay Riley, lo siento. Discúlpame. Jamás lo volveré a hacer”.

Riley abrazó a Jilly consoladoramente, mirando a Garrett como si estuviera pidiéndole una explicación. La hermana de Garrett, Bonnie Flaxman, había intentado adoptar a Jilly. Pero Jilly se había rebelado y había huido.

Garrett sonrió un poco, una expresión inusual en un hombre normalmente taciturno.

“Ella llamó a Bonnie poco después de que salieras de Fredericksburg”, dijo. “Dijo que solo quería despedirse de una vez por todas. Pero Bonnie le dijo que estabas en camino para llevártela a casa contigo. Se emocionó mucho y nos dijo dónde estaba”.

Miró a Riley.

“Tu venida la salvó”, concluyó.

Riley solo se quedó parada allí por un momento, sintiéndose extrañamente torpe e impotente. Jilly aún estaba sollozando en sus brazos.

Jilly susurró algo que Riley no pudo oír.

“¿Qué?”, preguntó Riley.

Jilly levantó la mirada hacia Riley, sus ojos marrones llenos de lágrimas.

“¿Mamá?”, dijo en una voz tímida y llena de emoción. “¿Puedo llamarte mamá?”.

Riley la abrazó de nuevo, abrumada por una avalancha de emociones confusas.

“Por supuesto”, dijo Riley.

Luego se volvió a Garrett. “Gracias por todo lo que has hecho”.

“Me alegra haber podido ayudar, al menos un poco”, contestó. “¿Necesitas un lugar para alojarte mientras estás aquí?”.

“Ya apareció Jilly, así que no hace falta. Tomaremos el siguiente vuelo a casa”.

Garrett estrechó su mano. “Espero que esto funcione para las dos”.

Luego se fue.

Riley miró a la adolescente que todavía estaba aferrada a ella. Sintió una mezcla extraña de alegría por haberla encontrado y preocupación por lo que podría depararles el futuro.

“Vamos a comernos una hamburguesa”, le dijo a Jilly.

 

*

 

Estaba nevando ligeramente durante el viaje a casa del Aeropuerto Nacional Ronald Reagan de Washington. Jilly estaba sentada en silencio mirando por la ventana mientras Riley conducía. Su silencio era un gran cambio después del vuelo de más de cuatro horas de Phoenix. Jilly había pasado todo el vuelo hablando. Nunca había estado en un avión antes y sentía curiosidad por todo.

“¿Por qué está tan callada ahora?”, se preguntó Riley.

Se le ocurrió que la nieve debía ser una vista inusual para una chica que había vivido toda su vida en Arizona.

“¿Has visto la nieve antes?”, preguntó Riley.

“Solo en la televisión”.

“¿Te gusta?”, preguntó Riley.

Jilly no contestó, y esto hizo que Riley se sintiera intranquila. Recordó la primera vez que había visto a Jilly. La muchacha había huido de un padre abusivo. Había decidido convertirse en prostituta debido a su desesperación. Había ido a una parada de camiones que era conocida como un lugar de encuentro para prostitutas.

Riley había ido allí para investigar una serie de asesinatos de prostitutas. Encontró a Jilly escondida en la cabina de un camión, esperando venderse a sí misma al conductor cuando volviera.

Riley había llevado a Jilly a Servicios de Protección al Menor y había permanecido en contacto con ella. La hermana de Garrett había tomado a Jilly como una niña de acogida, pero Jilly eventualmente huyó de nuevo.

Riley decidió llevársela a casa en ese momento.

Pero ahora estaba empezando a preguntarse si había cometido un error. Tenía que cuidar de su propia hija de quince años de edad, April, quien podía ser difícil. Habían atravesado unas experiencias traumáticas juntas desde la disolución del matrimonio de Riley.

¿Y qué tanto sabía de Jilly? ¿Riley tenía alguna idea de cuán profundamente traumatizada podría estar? ¿Estaba siquiera un poco preparada para lidiar con los desafíos que Jilly podría presentar? Y aunque April había estado de acuerdo con todo el asunto, ¿cómo se llevarían las dos adolescentes?

De repente, Jilly habló.

“¿Dónde voy a dormir?”.

Riley se sintió aliviada al oír su voz.

“Tendrás tu propia habitación”, dijo. “Es pequeña, pero creo que es perfecta para ti”.

Jilly se quedó callada por otro momento.

Entonces dijo: “¿Era la habitación de alguien más?”.

Jilly sonaba preocupada.

“No desde que yo he vivido allí”, dijo Riley. “Traté de usarla como oficina, pero era demasiado grande. Así que mudé mi oficina a mi dormitorio. April y yo te compramos una cama y una cómoda pero, cuando tengamos tiempo, puedes escoger unos póster y una colcha”.

“Mi propio cuarto”, dijo Jilly.

Riley pensó que sonaba más aprensiva que alegre.

“¿Dónde duerme April?”, preguntó Jilly.

Riley quería decirle a Jilly que esperara a que llegaran a casa para que viera todo por sí misma. Pero le parecía que la chica necesitaba un poco de reconfirmación justo en ese mismo momento.

“April tiene su propia habitación”, dijo Riley. “Sin embargo, ustedes compartirán un baño. Yo tengo el mío”.

“¿Quién limpia? ¿Quién cocina?”, preguntó Jilly. Luego añadió ansiosamente: “No cocino tan bien”.

“Nuestra ama de llaves, Gabriela, se encarga de todo eso. Ella es de Guatemala. Ella vive con nosotros, en su propio apartamento en el sótano. La conocerás pronto. Cuidará de ti cuando no esté en casa”.

Hubo otro momento de silencio.

Jilly preguntó: “¿Gabriela me golpeará?”.

Riley quedó pasmada por la pregunta.

“No. Claro que no. ¿Por qué pensarías eso?”.

Jilly no respondió. Riley intentó comprender lo que quería decir.

Intentó decirse a sí misma que esto no debería sorprenderle. Recordó lo que Jilly le había dicho luego de haberla encontrado en la cabina del camión y le había dicho que necesitaba irse a casa.

“No me iré a casa. Mi papá me golpeará si regreso”.

Servicios sociales en Phoenix ya había retirado a Jilly de la tutela de su padre. Riley sabía que la madre de Jilly había desaparecido hace mucho tiempo. Jilly tenía un hermano en algún lugar, pero nadie había sabido algo de él en un rato.

Le partió el alma a Riley darse cuenta de que Jilly podría estar esperando recibir un trato similar en su nuevo hogar. Parecía que la pobre chica apenas podía imaginar algo mejor de la vida.

“Nadie va a golpearte, Jilly”, dijo Riley, su voz temblando un poco de la emoción. “Eso no volverá a suceder jamás. Cuidaremos bien de ti. ¿Entiendes?”.

Jilly se quedó callada de nuevo. Riley deseaba que solo respondiera que entendía, y que creía lo que Riley le estaba diciendo. En cambio, Jilly cambió de tema.

“Me gusta tu carro”, dijo. “¿Puedo aprender a conducir?”.

“Claro, cuando seas mayor”, dijo Riley. “Ahora vamos a acomodarte en tu nueva vida”.

 

*

 

Todavía estaba nevando un poco cuando Riley estacionó su carro frente a su casa y ella y Jilly se bajaron. El rostro de Jilly se retorció un poco cuando los copos de nieve tocaron su piel. No parecía que esta nueva sensación la agradara. Y empezó a temblar por el frío.

“Tengo que comprarle ropa de frío inmediatamente”, pensó Riley.

A medio camino entre el carro y la puerta principal, Jilly se detuvo de golpe. Miró la casa fijamente.

“No puedo hacer esto”, dijo Jilly.

“¿Por qué no?”.

Jilly se quedó callada por un momento. Se veía como un animal asustado. Riley sospechó que el pensar en vivir en un lugar tan agradable la abrumaba.

“Me interpondré en el camino de April, ¿verdad?”, dijo Jilly. “Es su baño”.

Parecía estar buscando excusas y razones por las cuales esto no funcionaría.

“No te interpondrás en el camino de April”, dijo Riley. “Ahora vamos”.

Riley abrió la puerta. Adentro estaban esperándolas April y el ex esposo de Riley, Ryan. Sus rostros estaban sonrientes y acogedores.

April corrió hacia Jilly enseguida y le dio un fuerte abrazo.

“Yo soy April”, dijo. “Me alegra que estés aquí. Te gustará mucho vivir con nosotros”.

A Riley le sorprendió la diferencia entre las dos chicas. Siempre había considerado que April era bastante delgada y desgarbada. Pero se veía muy robusta al lado de Jilly, quien se veía flaca en comparación. Riley supuso que Jilly había pasado hambre en su vida.

“Muchas cosas que aún no sé”, pensó Riley.

Jilly sonrió nerviosamente a lo que Ryan se presentó y la abrazó.

Gabriela vino corriendo desde abajo de repente, introduciéndose a sí misma con una enorme sonrisa.

“¡Bienvenida a la familia!”, exclamó Gabriela antes de darle a Jilly un abrazo.

Riley notó que la piel de la vigorosa mujer guatemalteca solo era un poco más oscura que la tez oliva de Jilly.

“¡Vente!”, dijo Gabriela, llevando a Jilly de la mano. “Subamos. ¡Te mostraré tu habitación!”.

Pero Jilly alejó su mano y se quedó parada allí temblando. Lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Se sentó en las escaleras a llorar. April se sentó junto a ella y puso su brazo alrededor de sus hombros.

“Jilly, ¿qué te pasa?”, preguntó April.

Jilly negó con la cabeza miserablemente.

“No sé”, dijo. “Es solo... No sé. Esto es demasiado”.

April sonrió dulcemente y le dio unas palmaditas en la espalda.

“Yo sé, yo sé”, dijo. “Subamos. Te sentirás en casa en un santiamén”.

Jilly se levantó obedientemente y siguió a April por las escaleras. A Riley le complació lo bien que April estaba manejando la situación. Obviamente April siempre había dicho que quería una hermana menor. Pero April también había tenido unos años difíciles, y había sido severamente traumatizada por delincuentes deseosos de vengarse de Riley.

“Tal vez April será capaz de entender a Jilly mejor que yo”, pensó Riley.

Gabriela miró a las dos chicas con compasión.

“¡Pobrecita!”, dijo. “Espero esté bien”.

Gabriela bajó las escaleras de nuevo, dejando a Riley y Ryan a solas. Ryan estaba parado mirando las escaleras, viéndose un poco aturdido.

“Espero no esté dudando”, pensó Riley. “Voy a necesitar su apoyo”.

Mucho había ocurrido entre ella y Ryan. Durante los últimos años de su matrimonio, había sido un marido infiel y un padre ausente. Se habían separado y divorciado. Pero Ryan parecía un hombre cambiado últimamente y estaban pasando más tiempo juntos.

Habían hablado del desafío de traer a Jilly a sus vidas. Ryan había parecido estar entusiasmado con la idea.

“¿Aún te parece bien esto?”, le preguntó Riley.

Ryan la miró y dijo: “Sí. Sin embargo, sé que será difícil”.

Riley asintió. Luego vino una pausa incómoda.

“Creo que es mejor que me vaya”, dijo Ryan.

Riley se sintió aliviada. Lo besó ligeramente, y él se puso su abrigo y salió por la puerta. Riley se sirvió un trago y se sentó sola en la sala de estar.

“¿En qué nos he metido?”, se preguntó.

Esperaba que sus buenas intenciones no destrozaran a su familia otra vez.

 

CAPÍTULO DOS

 

Riley se despertó a la mañana siguiente con un corazón lleno de aprehensión. Este sería el primer día de Jilly en su casa. Tenían mucho por hacer hoy y Riley esperaba que no hubiera problemas.

Anoche se había dado cuenta de que la transición de Jilly a su nueva vida sería dura para todos. Pero April había colaborado y había ayudado a Jilly a acomodarse. Habían escogido ropa para ella para el día de hoy, no de las escasas posesiones que Jilly había traído consigo en una bolsa de supermercado, sino de las cosas nuevas que Riley y April habían comprado para ella.

Jilly y April finalmente se habían ido a dormir.

Riley también, pero pasó la noche inquieta y preocupada.

Se levantó, se vistió y se dirigió directamente a la cocina, donde April estaba ayudando a Gabriela a preparar el desayuno.

“¿Dónde está Jilly?”, preguntó Riley.

“No se ha levantado aún”, dijo April.

Riley comenzó a preocuparse.

Fue a la base de las escaleras y gritó: “Jilly, es hora de levantarse”.

No oyó ninguna respuesta. Sintió una oleada de pánico. ¿Jilly había huido durante la noche?

“Jilly, ¿me oyes?”, gritó. “Tenemos que registrarte en la escuela esta mañana”.

“Voy”, respondió Jilly.

Riley suspiró de alivio. El tono de Jilly era taciturno, pero al menos estaba cooperando.

En los últimos años, Riley había oído ese tono taciturno a menudo de April. Parecía haberlo superado, pero todavía recaía de vez en cuando. Riley se preguntó si realmente estaba preparada para criar a otra adolescente.

En ese momento alguien tocó la puerta principal. Cuando Riley abrió, vio que era su vecino, Blaine Hildreth.

Riley se sorprendió al verlo, pero también se alegró. Era un par de años más joven que ella, un hombre encantador y atractivo que también era el dueño de un restaurante de la ciudad. De hecho, sentía una atracción mutua con él que sin duda confundía el asunto de posiblemente volver a conectarse con Ryan. Lo más importante era que Blaine era un vecino maravilloso y sus hijas eran mejores amigas.

“Hola, Riley”, dijo. “Espero que no sea demasiado temprano”.

“Para nada”, dijo Riley. “¿Cómo estás?”.

Blaine se encogió de hombros con una sonrisa algo triste.

“Pensé que debía venir a despedirme”, dijo.

La boca de Riley se abrió de sorpresa.

“¿Qué quieres decir?”, preguntó.

Él vaciló, y antes de que pudiera contestar, Riley vio un enorme camión estacionado frente a su casa adosada. Un servicio de mudanza estaba metiendo los muebles de la casa de Blaine en el camión.

Riley jadeó.

“¿Te vas a mudar?”, preguntó.

“Me pareció una buena idea”, dijo Blaine.

Riley casi dijo: “¿Por qué?”.

Pero era fácil adivinar el por qué. Vivir al lado de Riley había demostrado ser peligroso y aterrador, tanto para Blaine como para su hija, Crystal. El vendaje que todavía estaba en su rostro era un duro recordatorio. Blaine había sido gravemente herido cuando había intentado proteger a April del ataque de un asesino.

“No es lo que estás pensando”, dijo Blaine.

Pero Riley podía notar por su expresión que sí era exactamente lo que estaba pensando.

“Resulta que este lugar no es conveniente”, continuó. “Queda demasiado lejos del restaurante. Encontré un lugar agradable que queda mucho más cerca. Estoy seguro de que lo entiendes”.

Riley se sintió demasiado confundida y molesta como para responder. Los recuerdos del terrible incidente le llegaron de golpe.

Había estado en el norte de Nueva York trabajando en un caso cuando se había enterado de que un asesino brutal estaba suelto. Su nombre era Orin Rhodes. Dieciséis años atrás, Riley había matado a su novia en un tiroteo y lo había enviado a la cárcel. Cuando Rhodes finalmente fue liberado de Sing Sing, quiso vengarse de Riley y de todas las personas que ella amaba.

Antes de que Riley pudiera llegar a casa, Rhodes había invadido su casa y atacado a April y a Gabriela. Blaine había oído todo y se había acercado para ayudar. Probablemente había salvado la vida de April. Pero había sido gravemente herido en el proceso.

Riley lo había visitado dos veces en el hospital. La primera vez fue devastadora. Había estado inconsciente por sus lesiones y había tenido una vía intravenosa en cada brazo y una máscara de oxígeno. Riley se había culpado por lo que le había sucedido.

Pero su próxima visita había sido más alentadora. Blaine había estado alegre y alerta, y había bromeado un poco sobre su temeridad.

Recordó lo que él le había dicho a ella en ese entonces...

“No hay mucho que no haría por ti y por April”.

Claramente había reconsiderado eso. El peligro de vivir al lado de Riley era demasiado para él y ahora se iba. No sabía si sentirse lastimada o culpable. Sin duda se sentía decepcionada.

Los pensamientos de Riley fueron interrumpidos por la voz de April detrás de ella.

“¡Dios mío! Blaine, ¿tú y Crystal se van a mudar? ¿Crystal aún está allí?”.

Blaine asintió con la cabeza.

“Tengo que ir a despedirme”, dijo April.

April salió por la puerta y se dirigió a la casa de al lado.

Riley aún estaba lidiando con sus emociones.

“Lo lamento”, dijo.

“¿Qué lamentas?”, preguntó Blaine.

“Tú sabes”.

Blaine asintió con la cabeza. “No fue tu culpa, Riley”, dijo en una voz suave.

Riley y Blaine se quedaron mirándose el uno al otro por un momento. Finalmente, Blaine forzó una sonrisa.

“No nos vamos de la ciudad”, dijo. “Podemos vernos cada vez que queramos. Las chicas también. Y aún estarán en la misma escuela secundaria. Será como si nada hubiera cambiado”.

Riley sintió un sabor amargo en la boca.

“Eso no es cierto”, pensó. “Todo ha cambiado”.

La desilusión estaba comenzando a darle paso a la ira. Riley sabía que no debía sentirse enojada. No tenía derecho a hacerlo. Ni siquiera sabía por qué se sentía de esa manera. Lo único que sabía era que no podía evitarlo.

¿Y qué debían hacer ahora mismo?

¿Abrazarse? ¿Darse la mano?

Supuso que Blaine sentía la misma incomodidad e indecisión.

Se las arreglaron para intercambiar unas despedidas concisas. Blaine volvió a su casa, y Riley entró de nuevo a la suya. Encontró a Jilly desayunando en la cocina. Gabriela había colocado su desayuno sobre la mesa, así que se sentó a comer con Jilly.

“¿Te sientes emocionada por el día de hoy?”.

Riley espetó la pregunta antes de darse cuenta de lo estúpida que sonaba.

“Supongo”, dijo Jilly, tocando sus panqueques con un tenedor. Ni siquiera levantó la mirada.

 

*

 

Un rato más tarde, Riley y Jilly entraron a la Escuela Intermedia Brody. El edificio era atractivo, con casilleros de colores brillantes en los pasillos y arte estudiantil colgando por todas partes.

Una estudiante agradable y educada les ofreció su ayuda y las dirigió hacia la oficina principal. Riley le dio las gracias y continuó por el pasillo, empuñando la documentación de Jilly en una mano y sosteniendo la mano de Jilly con la otra.

Antes de eso se habían registrado en la oficina central. Habían tomado los materiales que Servicios Sociales de Phoenix había recopilado: registros de vacunación, expedientes educacionales, acta de nacimiento y una declaración que estipulaba que Riley era la tutora designada de Jilly. Jilly había sido retirada de la custodia de su padre, aunque él había amenazado con impugnar esa decisión. Riley sabía que el camino para finalizar y legalizar la adopción no sería rápido ni fácil.

Jilly apretó la mano de Riley con fuerza. Riley sintió que la muchacha se sentía extremadamente incómoda. No era difícil imaginar el por qué. Aunque su vida en Phoenix había sido dura, ese era el único lugar en el que Jilly había vivido.

“¿Por qué no puedo ir a la escuela con April?”, preguntó Jilly.

“El año que viene estarás en la misma escuela secundaria”, dijo Riley. “Primero tienes que terminar octavo grado”.

Encontraron la oficina principal y Riley le mostró los documentos a la recepcionista.

“Queremos hablar con alguien para inscribir a Jilly en la escuela”, dijo Riley.

“Necesitan verse con la orientadora académica”, dijo la recepcionista con una sonrisa. “Vengan por aquí”.

“Ambas necesitamos un poco de orientación”, pensó Riley.

La orientadora era una mujer treintañera con pelo rizado marrón. Su nombre era Wanda Lewis y tenía una sonrisa muy cálida. Riley se encontró pensando que podría ser de gran ayuda. Seguramente una mujer en un trabajo como este había tratado con otros estudiantes con pasados tumultuosos.

La Srta. Lewis les dio un tour de la escuela. La biblioteca era ordenada y estaba bien surtida de libros y computadoras. En el gimnasio habían chicas jugando baloncesto. La cafetería estaba limpia y brillante. Todo le parecía absolutamente encantador.

Durante todo el tour, la Srta. Lewis le hizo muchas preguntas a Jilly sobre dónde había ido a la escuela antes y sobre sus intereses. Pero Jilly casi ni respondía, ni tampoco hacía sus propias preguntas. Pareció animarse un poco cuando le echó un vistazo a la sala de arte. Pero tan pronto como avanzaron, volvió a portarse igual.

Riley se preguntaba qué podría estar pasando por la cabeza de la niña. Sabía que sus notas recientes habían sido malas, pero que las de años anteriores habían sido sorprendentemente buenas. La realidad era que Riley no sabía mucho acerca de la experiencia escolar de Jilly.

Quizás hasta odiaba la escuela.

Esta nueva escuela debía ser abrumadora ya que no conocía a nadie. Y, por supuesto, no iba a ser fácil ponerse al día con los estudios ya que solo faltaban un par de semanas para el final del trimestre.

Al final del tour, Riley logró persuadir a Jilly a que le diera las gracias a la Srta. Lewis por mostrarles todo. Acordaron que Jilly comenzaría clases al día siguiente. Luego Riley y Jilly salieron al aire frío de enero. Una fina capa de la nieve del día de ayer cubría todo el estacionamiento.

“¿Qué opinas de tu nueva escuela?”, preguntó Riley.

“Es bonita”, dijo Jilly.

Riley no podía descifrar si Jilly estaba siendo taciturna o simplemente estaba aturdida por todos los cambios que enfrentaba. Mientras se acercaron al carro, notó que Jilly estaba temblando mucho y que sus dientes rechinaban. Llevaba una chaqueta pesada de April, pero el frío realmente la estaba molestando.

Entraron en el carro y Riley encendió el motor y la calefacción. Jilly no dejó de temblar, no siquiera cuando el carro se calentó un poco.

Riley no salió del estacionamiento. Había llegado el momento de averiguar qué era lo que estaba molestando a esta niña que estaba bajo su cuidado.

“¿Qué te pasa?”, preguntó. “¿Hay algo de la escuela que te molesta?”.

“No es la escuela”, dijo Jilly, su voz temblando ahora. “Es el frío”.

“No hay frío en Phoenix”, dijo Riley. “Esto debe ser extraño para ti”.

Los ojos de Jilly se llenaron de lágrimas.

“Hace frío a veces”, dijo. “Especialmente de noche”.

“Por favor dime qué te pasa”, dijo Riley.

Lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Habló con una voz conmovida.

“El frío me hace recordar...”.

Jilly se quedó en silencio. Riley esperó pacientemente que continuara.

“Mi papá siempre me culpaba por todo”, dijo Jilly. “Me culpó por el hecho de que mi mamá y mi hermano se fueran, y hasta me culpaba cada vez que lo despedían de los trabajos en los que lo contrataban. Me echaba la culpa por todo lo que salía mal”.

Jilly estaba sollozando un poco ahora.

“Continúa”, dijo Riley.

“Una noche me dijo que quería que me fuera de la casa”, dijo Jilly. “Dijo que era peso muerto, que no lo estaba dejando surgir y que estaba harto de mí. Me botó de la casa. Trabó las puertas y no pude volver a entrar”.

Jilly tragó grueso ante la memoria.

“Nunca sentí tanto frío en mi vida”, dijo. “Ni siquiera ahora en este clima. Encontré un gran desagüe en una zanja, y era lo suficientemente grande para mí, así que pasé la noche allí. Fue demasiado aterrador. A veces pasaban personas por allí, pero yo no quería que me encontraran. No parecían personas dispuestas a ayudarme”.

Riley cerró los ojos, imaginándose a la niña escondida en el desagüe oscuro. “¿Y qué pasó después?”, murmuró.

Jilly continuó: “Simplemente me quedé allí toda la noche. No dormí nada. La mañana siguiente volví a casa y toqué la puerta y le supliqué a papá que me dejara pasar. Él me ignoró, como si ni siquiera estuviera allí. Allí es cuando fui a la parada de camiones. No había frío y había comida. Algunas de las mujeres fueron buenas conmigo y pensé que haría lo que fuera necesario para quedarme allí. Y esa es la noche en la que me encontraste”.

Jilly se calmó luego de terminar de contar su historia. Parecía estar aliviada por haberlo hecho. Pero ahora Riley estaba llorando. Apenas podía creer lo que esta pobre chica había vivido. Puso su brazo alrededor de Jilly y la abrazó con fuerza.

“Nunca más”, dijo Riley entre sus sollozos. “Jilly te prometo que jamás te volverás a sentir así”.

Era una gran promesa, y Riley se sentía pequeña, débil y frágil ahora mismo. Esperaba poder cumplirla.

 

CAPÍTULO TRES

 

La mujer seguía pensando en el pobre Cody Woods. Estaba segura de que ya estaba muerto. Lo sabría a ciencia cierta luego de leer el periódico.

Aunque estaba disfrutando de su té caliente y granola, esperar obtener noticias estaba poniéndola de mal humor.

“¿Cuándo va a llegar el periódico?”, se preguntó, mirando el reloj de la cocina.

Parecía que cada vez lo estaban trayendo más tarde. Obviamente no tendría este problema con una suscripción digital. Pero no le gustaba leer las noticias en su computadora. Le gustaba sentarse en una silla cómoda y disfrutar de la sensación agradable del periódico en sus manos. Incluso le gustaba la forma en la que el papel a veces se pegaba a sus dedos.

Pero el periódico ya tenía quince minutos de retraso. Si las cosas seguían empeorando, tendría que llamar y poner una queja. Ella odiaba hacerlo. Siempre dejaba un sabor amargo en su boca.

De todos modos, el diario era realmente la única forma que tenía de averiguar qué había pasado con Cody. Obviamente no podía llamar al Centro de Rehabilitación Signet para preguntar por él. Eso sería muy sospechoso. Además, el personal pensaba que ya estaba en México con su esposo, con ningún plan de volver a la ciudad.

Mejor dicho, Hallie Stillians estaba en México. Le entristecía un poco que jamás podría ser Hallie Stillians de nuevo. Se había encariñado con ese alias particular. Que el personal del Centro de Rehabilitación Signet la sorprendiera con un pastel en su último día de trabajo había sido un gesto bastante amable de su parte.

Ella sonrió ante el recuerdo. El pastel había sido decorado con sombreros y un mensaje:

 

¡Buen Viaje, Hallie y Rupert!

 

Rupert era el nombre de su esposo imaginario. Extrañaría hablar maravillas de él.

Terminó su granola y siguió bebiéndose su té casero delicioso, una antigua receta familiar… Una receta distinta a la que había compartido con Cody, y obviamente no contenía los ingredientes especiales que había agregado para él.

Comenzó a cantar...

 

“Lejos de casa,

Tan lejos de casa,

Este pequeño bebé está lejos de casa.

Te consumes más y más

Día tras día

Demasiado triste para reír, demasiado triste para jugar”.

 

¡A Cody le había encantado esa canción! En realidad, a todos sus pacientes les había gustado. Y a sus pacientes futuros también les encantará. Ese pensamiento reconfortaba su espíritu.

Justo en ese momento oyó un golpe en la puerta principal. Se apresuró para abrirla y mirar fuera. El periódico matutino estaba allí en la escalera de entrada. Temblando de emoción, ella cogió el periódico, corrió a la cocina y lo abrió a las esquelas.

Efectivamente, allí estaba:

 

SEATTLE — Cody Woods, 49, de Seattle…

 

Se detuvo por un momento. Eso era extraño. Podría haber jurado que él le había dicho que tenía cincuenta. Luego leyó el resto...

 

...en el Hospital South Hills, Seattle, Washington; Servicios Funerarios y de Cremación Sutton-Brinks, Seattle.

 

Eso era todo. Era concisa, incluso para una simple esquela.

Esperaba leer un obituario amable en los próximos días. Pero estaba preocupada de que tal vez no hubiera uno. ¿Quién iba a escribirlo, después de todo?

Había estado solo en el mundo, o al menos eso es lo que le había dicho. Su primera esposa estaba muerta, la otra lo había dejado y sus dos hijos no le hablaban. No le había hablado de amigos, familiares, ni de compañeros de trabajo.

“¿A quién le importaba él?”, se preguntó.

Sintió una rabia amarga y familiar en su garganta.

Rabia contra todas las personas en la vida de Cody Woods que no les importaba si estaba vivo o muerto.

Rabia contra el personal sonriente del Centro de Rehabilitación Signet, fingiendo que extrañarían a Hallie Stillians.

Rabia contra las personas de todas partes, con sus mentiras y secretos y mezquindad.

Como lo hacía a menudo, se imaginó volando sobre el mundo con alas negras, matando y destruyendo a los malvados.

Y todas las personas eran malvadas.

Todo el mundo merecía morir.

Incluso Cody Woods era malvado y mereció morir.

Porque ¿qué clase de hombre había sido realmente por haber dejado este mundo sin nadie que lo amara?

Un hombre terrible, seguramente.

Terrible y odioso.

“Bien merecido”, gruñó.

Trató de calmar su rabia. Se sintió avergonzada de haber dicho tal cosa en voz alta. Después de todo, no lo decía en serio. Recordó que lo único que sentía era amor y buena voluntad hacia absolutamente todo el mundo.

Además, casi era hora de ir a trabajar. Hoy iba a ser Judy Brubaker.