cover.jpg

 

 

 

 

U N A   R A Z Ó N

 

P A R A   E S C O N D E R S E

 

(UN MISTERIO DE AVERY BLACK – LIBRO 3)

 

 

 

B L A K E   P I E R C E

 

Blake Pierce

 

 

Blake Pierce es el autor de la serie exitosa de misterio de RILEY PAIGE que cuenta con siete libros hasta los momentos. Blake Pierce también es el autor de la serie de misterio de MACKENZIE WHITE (que cuenta con cuatro libros), de AVERY BLACK (que cuenta con cuatro libros) y de la nueva serie de misterio de KERI LOCKE.

Blake Pierce es un ávido lector y fan de toda la vida de los géneros de misterio y los thriller. A Blake le encanta comunicarse con sus lectores, así que por favor no dudes en visitar su sitio web www.blakepierceauthor.com para saber más y mantenerte en contacto.

 

 

Copyright © 2017 por Blake Pierce. Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de Estados Unidos de 1976 y las leyes de propiedad intelectual, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida o distribuida en cualquier forma o por cualquier medio, o almacenada en un sistema de bases de datos o de recuperación sin el previo permiso del autor. Este libro electrónico está licenciado para tu disfrute personal solamente. Este libro electrónico no puede ser revendido o dado a otras personas. Si te gustaría compartir este libro con otras personas, por favor compra una copia adicional para cada destinatario. Si estás leyendo este libro y no lo compraste, o no fue comprado solo para tu uso, por favor regrésalo y compra tu propia copia. Gracias por respetar el trabajo arduo de este autor.  Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son productos de la imaginación del autor o se emplean como ficción. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es totalmente coincidente. Los derechos de autor de la imagen de la cubierta son de Dimedrol68, utilizada bajo licencia de Shutterstock.com.

LIBROS ESCRITOS POR BLAKE PIERCE

 

SERIE DE MISTERIO DE RILEY PAIGE

UNA VEZ DESAPARECIDO (Libro #1)

UNA VEZ TOMADO (Libro #2)

UNA VEZ ANHELADO (Libro #3)

UNA VEZ ATRAIDO (Libro #4)

UNA VEZ CAZADO (Libro #5)

UNA VEZ AÑORADO (Libro #6)

UNA VEZ ABANDONADO (Libro #7)

 

SERIE DE MISTERIO DE MACKENZIE WHITE

ANTES DE QUE ASESINE (Libro #1)

ANTES DE QUE VEA (Libro #2)

ANTES DE QUE DESEE (Libro #3)

ANTES DE QUE ARREBATE (Libro #4)

 

SERIE DE MISTERIO DE AVERY BLACK

UNA RAZÓN PARA MATAR (Libro #1)

UNA RAZÓN PARA HUIR (Libro #2)

UNA RAZÓN PARA ESCONDERSE (Libro #3)

UNA RAZÓN PARA TEMER (Libro #4)

 

SERIE DE MISTERIO DE KERI LOCKE

UN RASTRO DE MUERTE (Libro #1)

UN RASTRO DE ASESINATO (Libro #2)

 

CONTENIDO

 

PRÓLOGO

CAPÍTULO UNO

CAPÍTULO DOS

CAPÍTULO TRES

CAPÍTULO CUATRO

CAPÍTULO CINCO

CAPÍTULO SEIS

CAPÍTULO SIETE

CAPÍTULO OCHO

CAPÍTULO NUEVE

CAPÍTULO DIEZ

CAPÍTULO ONCE

CAPÍTULO DOCE

CAPÍTULO TRECE

CAPÍTULO CATORCE

CAPÍTULO QUINCE

CAPÍTULO DIECISÉIS

CAPÍTULO DIECISIETE

CAPÍTULO DIECIOCHO

CAPÍTULO DIECINUEVE

CAPÍTULO VEINTE

CAPÍTULO VEINTIUNO

CAPÍTULO VEINTIDÓS

CAPÍTULO VEINTITRÉS

CAPÍTULO VEINTICUATRO

CAPÍTULO VEINTICINCO

CAPÍTULO VEINTISÉIS

CAPÍTULO VEINTISIETE

CAPÍTULO VEINTIOCHO

CAPÍTULO VEINTINUEVE

CAPÍTULO TREINTA

CAPÍTULO TREINTA Y UNO

CAPÍTULO TREINTA Y DOS

CAPÍTULO TREINTA Y TRES

CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

 

 

 

 

PRÓLOGO

 

Estaba a punto de amanecer cuando llegó al otro lado del terreno baldío. Había llovido un poco la noche anterior, creando una nube de niebla. Caminaba lenta y metódicamente, como si hiciera esto todas las mañanas.

Había cimientos de casas por todas partes, casas que jamás serían terminadas. Supuso que las estructuras fueron colocadas hace cinco o seis años, para finalmente ser abandonadas cuando estalló la crisis de las viviendas. Y, por alguna razón, esto lo enfurecía. Tan promisorias tanto para las familias y un constructor, solo para terminar fracasando rotundamente al final.

Se veía demacrado contra la niebla; alto y delgado, como un espantapájaros real. Su abrigo negro se integraba perfectamente con la brizna de color gris claro. Era una escena etérea. La escena lo hacía sentirse como un fantasma. Lo hacía sentirse legendario, casi invencible. Se sentía como si fuera una parte del mundo, y que el mundo también era parte de él.

Pero su presencia allí no era nada natural. De hecho, pasó semanas planeando esto. Meses. Los años anteriores solo fueron los pasos que lo trajeron a este momento.

Caminó por la niebla y escuchó la ciudad. El ajetreo estaba lejos, como a dos kilómetros de allí. Se encontraba en una parte olvidada y decrépita de la ciudad que había sufrido un colapso económico. Muchas esperanzas y sueños muertos yacían en el suelo cubierto de niebla.

Todo esto lo enfurecía.

Esperó pacientemente. Caminó de un lado a otro sin ningún propósito real.  Caminó por el borde de la calle vacía y luego al área de construcción entre los esqueletos de las casas que nunca llegaron a ser. Siguió caminando, esperando que otra figura se mostrara en la niebla. Sabiendo que el universo se la enviaría.

Finalmente apareció.

Incluso antes de que pudiera verla, pudo sentirla a través de la luz débil del amanecer y la niebla. La figura era femenina.

Esto era lo que había esperado. El destino estaba siendo escrito justo en frente de él.

Con el corazón tronando en su pecho, dio un paso hacia adelante, haciendo todo lo posible para parecer natural y tranquilo. Abrió la boca y empezó a llamar a un perro que no estaba allí. En la niebla, su voz no sonaba como la suya; era delgada y vacilante, como la de un fantasma.

Metió la mano en el bolsillo de su abrigo largo y sacó una correa para perros retractable que había comprado el día anterior.

“¡Cariño!”, gritó.

Era el tipo de nombre que confundiría a un transeúnte antes de que tuviera tiempo para siquiera echarle otro vistazo.

“¡Cariño!”.

La figura de la mujer se acercó por la niebla. Vio que ella tenía su propio perro, y que este era su paseo matutino. Era uno de esos perros pequeños y pretenciosos, del tipo que se parecía más a una rata. Él obviamente ya sabía eso de ella. Sabía casi todo de su horario matutino.

“¿Todo bien?”, preguntó la mujer.

Podía ver su cara ahora. Ella era mucho más joven que él, unos veinte años menor.

Levantó la correa vacía y le sonrió tristemente. “Mi perra se soltó. Estoy bastante seguro de que se fue por aquí, pero no la escucho”.

“Ay no”, dijo la mujer.

“¡Cariño!”, gritó de nuevo.

A los pies de la mujer, el pequeño perro levantó la pata y orinó. La mujer ni se dio cuenta. Ella lo estaba mirando ahora. Sus ojos se llenaron de reconocimiento. Inclinó su cabeza. Una sonrisa incierta se formó en sus labios. Dio un pequeño paso hacia atrás.

Él metió la mano en el otro bolsillo de su abrigo y envolvió su mano alrededor del mango del martillo que había escondido allí. Lo sacó con una velocidad sorprendente.

Le golpeó la cabeza fuertemente con él. El ruido que hizo en el terreno tranquilo, en el manto de la niebla, fue mínimo. Pum.

Los ojos de la mujer se volvieron vidriosos. Cuando cayó al suelo, Aun podía ver las huellas de esa pequeña sonrisa en su boca.

Su pequeño perro la olfateó y luego levantó la mirada. Dejó escapar un ladrido patético. El hombre se le acercó y el perro gruñó suavemente. Orinó un poco más, retrocedió y luego se fue corriendo del terreno, su correa arrastrando detrás de él.

Guardó el martillo y la correa inútil. Luego miró el cuerpo de la mujer por un momento y lo alcanzó lentamente, el único sonido el de los ladridos del perro, haciendo eco en la niebla matutina.

 

 

 

CAPÍTULO UNO

 

Avery bajó las últimas cajas en el suelo del nuevo apartamento de su hija y sintió ganas de llorar. El camión en movimiento se había alejado de la acera hace cinco minutos y no había vuelta atrás ahora: Rose tenía un apartamento propio. Avery sintió el hueco creciendo en su estómago; esto era completamente diferente a su vida en un dormitorio universitario, donde tenía amigos en cada esquina y la seguridad de la policía del campus.

Rose viviría sola ahora. Y Avery todavía no lo había aceptado. Hace poco, Rose estuvo en peligro debido al último caso de Avery, y ella todavía se sentía culpable por eso. Para Avery, era irresponsable que Rose viviera sola después de ese calvario. La hacía sentirse como una mala madre. También temía mucho por su hija. Y eso era significativo ya que era una detective de homicidios.

“Tiene dieciocho años”, pensó Avery. “No puedes aferrarte a ella para siempre, sobre todo cuando tu agarre sobre ella fue débil, casi inexistente, durante sus años de formación”.

¿Cómo había crecido tan rápido? ¿Cómo se había convertido en una mujer tan hermosa, independiente y motivada? Avery ciertamente no podía tomar el crédito por eso, ya que había estado ausente durante la mayor parte de su vida.

Aun así, ver a su hija mientras desempacaba sus propios platos y los colocaba en sus propios gabinetes la hacía sentirse orgullosa. A pesar de los años tumultuosos de infancia y adolescencia que había vivido, Rose lo había logrado. El futuro era suyo, y ​​comenzaba en este momento: ella colocando sus platos de la tienda de un dólar en los gabinetes de su primer apartamento.

“Estoy orgullosa de ti”, dijo Avery. Hizo su camino por el laberinto de cajas que ocupaban el piso de la sala de estar de Rose.

“¿Por qué?”, dijo Rose.

“Por sobrevivir”, dijo Avery con una sonrisa. “Sé que no te facilité mucho las cosas”.

“Es cierto. Pero papá lo hizo bien. Y no digo eso para ofenderte”.

Avery sintió una punzada de dolor.

“Lo sé”.

Avery sabía que tal admisión era difícil para Rose. Sabía que su hija todavía estaba tratando de entender su relación. Para una típica madre e hija que habían estado separadas, la reconciliación era bastante difícil. Pero ambas habían pasado por cosas muy difíciles últimamente. Rose fue acechada por un asesino en serie y trasladada a una casa segura, y Avery estaba lidiando con el estrés postraumático de haber tenido que correr al rescate de Rose. Esos baches en el camino serían difíciles de superar. Incluso algo tan sencillo como mover cajas al nuevo apartamento de su hija era un gran paso en el camino de reparar la relación que Avery tanto deseaba tener con ella.

Tomar ese paso requería una cierta normalidad, una normalidad que no siempre estaba disponible en el mundo de una detective obsesionada con el trabajo.

Fue a la cocina y ayudó a Rose a desempacar las cajas etiquetadas COCINA. Avery sintió muchas ganas de llorar de nuevo.

“¿Qué demonios? ¿Por qué estoy tan emocional?”.

“¿Crees que estarás bien?”, preguntó Avery, tratando de mantener la conversación en pie. “Esto no es como un dormitorio universitario. Estarás sola, por tu cuenta. ¿Estás lista para eso después de... bueno, después de todo lo que has pasado?”.

“Sí, mamá. Ya no soy una niña”.

“Bueno, eso es muy evidente”.

“Además”, dijo, guardando el último plato y colocando la caja vacía a un lado, “en realidad ya no estoy sola”.

Eso era. Rose había estado un poco distraída últimamente, pero también de buen humor, y un buen humor era una extraña ocurrencia para Rose Black. Avery supuso que podría ser por un chico, y eso hizo que unas emociones totalmente diferentes que Avery no estaba preparada para lidiar salieran a la superficie. Se perdió la charla de la menstruación con Rose, se perdió detalles de su primer amor, primer baile y primer beso. Ahora que se enfrentaba a la potencial vida sentimental de su hija de dieciocho años de edad, comprendía lo mucho que se había perdido.

“¿Qué quieres decir con eso?”, preguntó Avery.

Rose se mordió el labio, como si estuviera arrepentida de haber hablado.

“Yo... bueno, conocí a alguien”.0

Lo dijo casualmente y un poco despectivamente, dejando en claro que no tenía ningún interés de hablar de ello.

“¿Ah sí?”, preguntó Avery. “¿Cuándo?”.

“Hace aproximadamente un mes”, dijo Rose.

“Exactamente la cantidad de tiempo que he estado notando su mejor humor”, pensó Avery. A veces era inquietante cómo sus habilidades de detective se superponían en su vida personal.

“Pero... No está viviendo aquí, ¿cierto?”, preguntó Avery.

“No, mamá. Pero probablemente pasará mucho tiempo aquí”.

“Ese no es el tipo de cosas que la madre de una joven de dieciocho años de edad quiere escuchar”, dijo Avery.

“Dios, mamá. Todo estará bien”.

 Avery sabía que debía dejarlo así. Si Rose querría hablar con ella de este chico, lo haría en su propio tiempo. Presionarla solo empeoraría las cosas.

Pero, de nuevo, su instinto laboral la dominó y no pudo contenerse de hacer más preguntas.

“¿Puedo conocerlo?”.

“Claro que no. Todavía no, de todos modos”.

Avery percibió la oportunidad de profundizar la conversación, la conversación incómoda sobre el sexo con protección y el riesgo de enfermedades y embarazo en la adolescencia. Pero sentía que no tenía ese derecho, dada su relación tensa.

Sin embargo, le era imposible no preocuparse. Siendo detective, sabía lo que las personas eran capaces de hacer. No solo había visto asesinatos, sino también casos graves de abuso doméstico. Y si bien este tipo en la vida de Rose podría ser un perfecto caballero, era mucho más fácil para Avery asumir que era una amenaza.

Sin embargo, ¿no tenía que confiar en los instintos de su hija en algún punto? ¿No acababa de felicitar a Rose por lo bien que había salido a pesar de su crianza?

“Ten cuidado”, dijo Avery.

Era evidente que Rose estaba incómoda. Puso los ojos en blanco y comenzó a desempacar DVDs en la pequeña sala de estar que estaba unida a la cocina.

“¿Y qué de ti?”, preguntó Rose. “¿No te cansas de estar sola? Papá también sigue solo”.

“Estoy consciente de eso”, dijo Avery. “Pero eso no es asunto mío”.

“Es tu ex esposo”, señaló Rose. “Y es mi padre. Así que sí es asunto tuyo. Quizás te haga bien volver a verlo”.

“Eso no nos haría ningún bien”, respondió Avery. “Si le preguntas, estoy segura que te dirá lo mismo que yo”.

Avery sabía que eso era verdad. Aunque nunca habían hablado de volver a estar juntos, había un acuerdo tácito entre ellos, algo que habían sentido desde que perdió su trabajo como abogada y arruinó su vida en las semanas que siguieron. Se tolerarían solo por Rose. Aunque había sentimientos mutuos de amor y respeto, los dos sabían que no volverían a estar juntos. Jack solo se preocupaba por lo mismo que ella. Quería que Avery pasara más tiempo con Rose. Y le tocaba a ella encontrar la manera de hacer eso. Había pasado algún tiempo ideando un plan las últimas semanas y, aunque requeriría sacrificio, estaba dispuesta a intentarlo.

Al sentir que el tema delicado de Jack ya estaba pasando como una nube tempestuosa, Avery trató de abordar el tema de ese sacrificio. No había forma de abordarlo sutilmente, así que simplemente decidió decirlo y ya.

“Estaba pensando en pedir una carga de trabajo más ligera durante los próximos meses. Supuse que tú y yo deberíamos intentar mejorar nuestra relación”.

Rose se detuvo. Se veía sorprendida, realmente sorprendida. Dio un pequeño gesto de reconocimiento y volvió a desempacar. Hizo un pequeño sonido.

“¿Qué?”, preguntó Avery.

“Pero amas tu trabajo”.

“Cierto”, dijo Avery. “Pero he estado pensando en transferirme a otro departamento. Si hiciera eso, mi horario sería mejor”.

Rose dejó de desempacar. Muchas expresiones cruzaron su rostro en un segundo. A Avery le complació ver que una era de ellas fue esperanza.

“Mamá, no tienes que hacer eso”. Su voz era dulce y desprevenida, casi como la de la niña que solía ser. “Eso es cambiar tu vida por completo”.

“No, no lo es. Ya soy mayor y me estoy dando cuenta de que me perdí un montón de cosas familiares. Es lo que tengo que hacer para seguir adelante... para ser mejor”.

Rose se sentó en el sofá lleno de cajas y ropa. Levantó la mirada, ese destello de esperanza todavía en su rostro.

“¿Estás segura de que es lo que quieres?”, preguntó.

“No lo sé. Quizás”.

“Además, veo de donde viene mi capacidad impresionante para recuperarme… de ti”.

“Ya veo que al fin lo notaste”.

“Sí. Y, para ser honesta, creo que papá también”.

“Rose...”.

Rose se volvió hacia ella.

“Te echa de menos, mamá”.

Avery se encorvó. Se quedó allí, en silencio por un momento, incapaz de responder.

“Yo también lo echo de menos a veces”, admitió Avery. “Simplemente no lo suficiente como para llamar y sacar a relucir el pasado”.

“Te echa de menos, mamá”.

Avery dejó que esa frase surtiera efecto. Rara vez pensaba en Jack románticamente. Sin embargo, había dicho la verdad. Ella sí lo echaba de menos. Echaba de menos el extraño sentido del humor de Jack, la forma en que su cuerpo siempre parecía demasiado frío en las mañanas, cómo su necesidad de tener sexo era casi cómicamente predecible. Y extrañaba verlo ser un excelente padre más que nada. Pero ese era el pasado, una parte de su vida que estaba tratando de dejar atrás.

 Aun así, no pudo evitar preguntarse qué pudo haber sido, cayendo en cuenta que pudo haber tenido una excelente vida a su lado. Una vida con cercas blancas, eventos escolares, domingos tranquilos en el patio trasero.

Pero era posibilidad ya no existía. Rose no había tenido la oportunidad de vivir esa vida perfecta y Avery seguía culpándose a sí misma.

“¿Mamá?”.

“Lo siento, Rose. No creo que tu padre y yo podamos arreglar las cosas. Además”, añadió, y respiró hondo, preparándose para la reacción de Rose, “tal vez no eres la única que ha conocido a alguien”.

Rose se volvió hacia ella, y Avery se sintió aliviada al ver su sonrisa. Miró a su madre con la sonrisa maliciosa que unas amigas podrían compartir mientras hablaban de chicos en medio de unos tragos. Eso calentaba el corazón de Avery de una manera que no estaba preparada para explicar, si es que pudiera hacerlo.

“¿Qué?”, preguntó Rose, fingiendo sorpresa. “¿Tú? Detalles, por favor”.

“No hay detalles todavía”.

“Bueno, ¿quién es?”.

Avery se rio entre dientes al darse cuenta de lo tonto que parecería. Casi no lo dijo. Demonios, ni siquiera le había dicho al chico cómo se sentía. Expresarlo en frente de su hija sería un poco surrealista.

Sin embargo, ella y Rose estaban progresando. No tenía sentido guardárselo a causa de su propia vergüenza de tener sentimientos por un hombre que no era el padre de Rose.

“Es un hombre con el que trabajo. Ramírez”.

“¿Ya estuvieron juntos?”.

“¡Rose!”.

Rose se encogió de hombros. “Querías una relación abierta y honesta con tu hija, ¿cierto?”.

“Sí, supongo que sí”, dijo con una sonrisa. “Y no... todavía no. Pero me estoy enamorando de él. Es agradable. Divertido, atractivo... y tiene este encanto que solía molestarme, pero que ahora me parece atractivo”.

“¿Él se siente igual?”, preguntó Rose.

“Sí. Bueno... se sentía. Creo que estropeé las cosas. Ha sido paciente, pero creo que ya se le agotó la paciencia”. Lo único que no le dijo es que había tomado la decisión de decirle a Ramírez cómo se sentía, pero aún no había tenido el coraje suficiente para hacerlo.

“¿Lo echaste a un lado?”, preguntó Rose.

Avery sonrió.

“Maldita sea, eres observadora”.

“Te lo estoy diciendo... Es la genética”.

Rose volvió a sonreír. Parecía haberse olvidado de que tenía que desempacar.

“¡Hazlo, mamá!”.

“Dios mío”.

Rose se echó a reír, y Avery también. Sin duda este era el momento más vulnerable que habían compartido desde que habían comenzado a trabajar para arreglar su relación. De repente, la idea de tomarse algo de tiempo libre del trabajo parecía una necesidad más que solo una idea esperanzadora.

“¿Qué harás este fin de semana?”, preguntó Avery.

“Desempacar. Tal vez saldré con Ma… el tipo que permanecerá en el anonimato por ahora”.

“¿Qué tal un día de chicas con tu madre mañana? Podemos ir a almorzar, ver una película, arreglarnos las uñas”.

Rose arrugó la nariz ante la idea, pero luego pareció considerarla seriamente. “¿Puedo elegir la película?”.

“Sí”.

“Suena divertido”, dijo Rose con emoción. “Cuenta conmigo”.

“Excelente”, dijo Avery. Luego sintió una necesidad de preguntar algo que se sentía extraño, pero que sería fundamental para su relación. Saber lo que estaba a punto de preguntarle a su hija era aleccionador pero, de una manera muy extraña, también liberador.

“¿Así que no te molesta que siga adelante?”, preguntó Avery.

“¿Qué quieres decir con eso?”, preguntó Rose. “¿Por papá?”.

“Sí. De tu padre y de toda esa parte de mi vida, la parte de mi vida que dificultó las cosas para todos nosotros. Una gran parte de seguir adelante es ya no sentirme encadenada por la culpa de lo que pudo haber sido. Y tengo que alejarme de tu padre para poder hacerlo. Siempre lo amaré y lo respetaré por criarte mientras que yo no estuve allí, pero él es una parte importante de la vida de la cual tengo que alejarme. ¿Entiendes?”.

“Sí”, dijo Rose. Su voz se había vuelto dulce y vulnerable de nuevo. Oírla hizo que Avery sintiera ganas de ir al sofá y abrazarla. “Y no necesitas mi permiso, mamá”, continuó Rose. “Sé que lo estás intentando. Lo veo”.

Por tercera vez en quince minutos, Avery sintió que estaba a punto de llorar. Suspiró para alejar las lágrimas.

“¿Cómo saliste tan bien?”, preguntó Avery.

“Genética”, dijo Rose. “Es verdad que has cometido errores, mamá. Pero siempre has sido una dura”.

Antes de que Avery tuviera tiempo de formar una respuesta, Rose dio un paso adelante y la abrazó. Fue un verdadero abrazo, algo que no había sentido de su hija en bastante tiempo.

Esta vez, Avery se permitió llorar.

No recordaba la última vez que había estado tan feliz. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que realmente estaba accionando para escapar de los errores de su pasado.

Una gran parte de eso sería hablar con Ramírez y hacerle saber que ya estaba cansada de ocultar lo que había estado creciendo entre ellos. Ella quería estar con él. De repente, con los brazos de su hija alrededor de ella, Avery sintió que no podía esperar a tener esa discusión con él.

De hecho, esperaba que fuera más allá de una discusión. Esperaba que terminaran haciendo mucho más que hablar, finalmente dejando que la tensión que había estado creándose entre ellos se disipara de la mejor forma posible.

 

 

 

CAPÍTULO DOS

 

Se reunió con Ramírez tres horas más tarde, justo después del fin de su turno. Había respondido su llamada con entusiasmo, pero había sonado cansado. Es por eso que habían elegido reunirse a orillas del río Charles, en uno de los muchos bancos ubicados en los senderos alrededor del borde oriental del río.

Mientras caminaba hasta el banco en el que habían acordado reunirse, vio que acababa de llegar. Estaba sentado en el banco, mirando al otro lado del río. El cansancio en su voz se notaba en su rostro. Sin embargo, se veía en paz. Había notado que él se volvía silencioso e introspectivo cada vez que se le presentaba una vista panorámica de la ciudad.

Se acercó y él se volvió hacia ella cuando oyó sus pasos. Le mostró su sonrisa ganadora y, en ese instante, ya no se veía cansado. Una de las muchas cosas que le gustaban a Avery de él era la forma en la que la hacía sentir cada vez que la miraba. Era claro que había algo más que simple atracción allí; la miraba con reconocimiento y respeto. Eso, más el hecho de que él le decía a menudo que era hermosa, la hacía sentirse más segura y más deseable de lo que jamás había recordado sentir.

“¿Tuviste un día largo?”, le preguntó Avery a lo que se sentó en el banco a su lado.

 “Sí. Tuve mucho trabajo. Quejas por ruido. Una pelea en un bar que se volvió sangrienta. Y hasta recibí una llamada sobre un perro que había perseguido a un niño a un árbol”.

“¿Un niño?”.

“Un niño”, dijo Ramírez. “La vida glamorosa de un detective cuando la ciudad está tranquila y aburrida”.

Ambos miraron el río en un silencio que, durante las últimas semanas, había comenzado a volverse cómodo. Si bien no eran técnicamente una pareja, habían llegado a apreciar el tiempo juntos que no estaba lleno de charla por el simple hecho de hablar. Lenta y deliberadamente, Avery se acercó y le tomó la mano.

“Camina conmigo, ¿quieres?”.

“Claro”, dijo, dándole un apretón a su mano.

Incluso sostener su mano era algo monumental para Avery. Ella y Ramírez se habían tomado de manos con frecuencia y se habían besado brevemente en algunas ocasiones, pero agarrar su mano intencionalmente estaba fuera de su zona de confort.

“Pero cada vez se siente más cómodo”, pensó cuando empezaron a caminar. “Bueno, lleva mucho tiempo sintiéndose así, admítelo”.

“¿Estás bien?”, preguntó Ramírez.

“Sí”, dijo. “Tuve un buen día con Rose”.

“¿Las cosas se están empezando a normalizar?”, preguntó.

“Sí, un poco”, dijo Avery. “Es un trabajo en progreso. Y hablando de progreso...”.

Se detuvo, confundida porque no entendía por qué le era tan difícil decir lo que quería decir. Debido a su pasado, sabía que era emocionalmente fuerte... Entonces ¿por qué le era tan difícil expresarse cuando realmente importaba?

“Esto va a sonar cursi”, dijo Avery. “Así que por favor mantén mi vulnerabilidad en mente”.

“Está bien...”, dijo Ramírez, claramente confundido.

“He sabido desde hace bastante tiempo que tengo que hacer algunos cambios. Una gran parte de eso es tratar de arreglar las cosas con Rose. Pero hay otras cosas también. Cosas que no he querido admitirme a mí misma por temor”.

“¿Como qué?”, dijo Ramírez.

Sabía que él estaba un poco incómodo. Habían sido transparentes antes, pero nunca a esta medida. Esto era más difícil de lo que había esperado.

“Mira... sé que arruiné las cosas entre nosotros”, dijo Avery. “Me mostraste una paciencia y un entendimiento tremendo durante las cosas que estaba pasando. Y sé que te alejé luego de haberte esperanzado”.

“Eso es cierto”, dijo Ramírez, con un poco de humor.

“Te pido disculpas por eso”, dijo Avery. “Espero que puedas pasar por alto mis temores y mi vacilación... Quiero otra oportunidad”.

“¿Una oportunidad para…?”, dijo Ramírez.

“Va a hacerme decirlo”, pensó. “Y me lo merezco”.

Ya era de noche y había pocas personas caminando por las aceras y senderos que alineaban el río. Era una escena pintoresca, como algo salido de una de esas películas que por lo general odiaba ver.

“Una oportunidad para nosotros”, dijo Avery.

Ramírez dejó de caminar, pero mantuvo su mano en la suya. La miró con sus ojos marrones oscuros y sostuvo la mirada. “No puede ser una oportunidad”, dijo. “Tiene que ser real. Algo seguro. No puedo seguir en esto de toma y dame”.

“Lo sé”.

“Si me puedes decir qué quieres decir con nosotros, entonces lo consideraré”.

No sabía si estaba hablando en serio o simplemente tratando de hacerla pasar un mal rato. Rompió el contacto visual y apretó sus manos.

“Maldita sea”, dijo Avery. “Me dificultarás esto, ¿cierto?”.

“Bueno, creo que...”.

Ella lo interrumpió con un beso. En el pasado, sus besos habían sido breves, incómodos y llenos de su vacilación habitual. Pero ahora se perdió en él. Lo acercó tanto como pudo y lo besó con más pasión que nunca, más que la pasión de su último contacto físico con un hombre durante su último año feliz de matrimonio con Jack.

Ramírez no se molestó en luchar. Sabía que llevaba mucho tiempo esperando esto, y podía sentir su entusiasmo.

Se besaron como adolescentes enamorados por el río Charles. Fue un beso suave pero caliente que vibraba con la frustración sexual que había estado floreciendo entre ellos durante varios meses.

Cuando sus lenguas se encontraron, Avery sintió una oleada de energía a través de ella, energía que sabía que quería utilizar de una forma específica.

Ella rompió el beso y acercó su frente a la suya. Se miraron el uno al otro durante varios segundos en esa postura, disfrutando del silencio y del peso de lo que acababan de hacer. Habían cruzado una línea. Y, en el tenso silencio, ambos sintieron que todavía había muchas más por cruzar.

“¿Estás segura de esto?”, preguntó Ramírez.

“Sí. Y lamento que me haya tomado tanto tiempo darme cuenta”.

La acercó a su cuerpo y la abrazó. Sentía algo como alivio en su cuerpo, como si se hubiera quitado un gran peso de encima.

“Quiero intentarlo”, dijo Ramírez.

Rompió el abrazo y la besó de nuevo en el lado de su boca.

“Creo que tenemos que celebrar la ocasión. ¿Quieres ir a cenar?”.

Suspiró y sonrió temblorosamente. Ya había roto una barrera emocional confesándole sus sentimientos. ¿Qué de malo sería seguir siendo honesta con él ahora mismo?

“Sí, creo que tenemos que celebrar”, dijo. “Pero ahora mismo, en este mismo momento, no estoy muy interesada en ir a cenar”.

“Entonces, ¿qué quieres hacer?”, preguntó.

Su inocencia era encantadora. Ella se inclinó y le susurró al oído, disfrutando de la sensación de tenerlo cerca, así como también el olor de su piel.

“Vamos a tu casa”.

Se apartó y la miró con la misma seriedad que antes, pero ahora había algo más allí. Era algo que había visto en sus ojos antes, algo de emoción que nacía de una necesidad física.

“¿Sí?”, dijo con incertidumbre.

“Sí”, dijo ella.

Mientras corrían por el césped, hacia el estacionamiento donde ambos habían estacionado sus autos, estaban riéndose como unos niños. Era genial, ya que Avery no podía recordar la última vez que se había sentido tan liberada, emocionada y libre.

 

***

 

La pasión que habían experimentado a la orilla del río seguía viva cuando Ramírez abrió la puerta de su apartamento. Una parte de Avery quería saltar encima de él en ese mismo momento, antes de que tuviera tiempo de cerrar la puerta detrás de ellos. Se habían toqueteado todo el viaje y, ahora que estaban allí, Avery sentía como si estuvieran en el precipicio de algo monumental.

Cuando Ramírez cerró la puerta con llave, a Avery le sorprendió que no se le acercara de inmediato. En su lugar, se dirigió a la cocina, donde se sirvió un vaso de agua.

“¿Agua?”, le preguntó.

“No, gracias”, respondió.

Se bebió su agua y miró por la ventana de la cocina. Las luces de la ciudad brillaban a través del cristal.

Avery se fue a la cocina para acompañarlo y le quitó el vaso de la mano. “¿Qué pasa?”, preguntó.

“No quiero decirlo”, dijo.

“¿Cambiaste de parecer?”, preguntó. “¿Tanta espera disipó las ganas que sentías por mí?”.

“No”, dijo él. Puso sus brazos alrededor de su cintura, viéndolo tratar de formar las palabras adecuadas.

“Podemos esperar”, dijo ella, esperando en lo más profundo de su ser que no quisiera hacerlo.

“No”, dijo con un poco de urgencia. “Es que... no lo sé”.

Esto fue una sorpresa para Avery. Con todo su coqueteo magistral y frases seductoras de los últimos meses, estaba segura de que hubiera sido un poco agresivo cuando, y si alguna vez, llegara este momento. Pero ahora parecía inseguro de sí mismo, casi nervioso.

Se inclinó y le besó la mandíbula. Luego suspiró y se apoyó en su cuerpo.

“¿Qué pasa?”, preguntó Avery, sus labios rozando su piel mientras hablaba.

“Es que esto es real ahora, ¿sabes? Esto no es solo una aventura de una noche. Me importas mucho, Avery. Realmente me importas. Y yo no quiero apresurar las cosas”.

“Hemos estado en esto los últimos cuatro meses”, dijo. “No creo que estemos apresurando nada”.

“Buen punto”, dijo. La besó en la mejilla, luego en el pequeño pedazo de hombro que su camiseta dejaba al desnudo. Sus labios encontraron su cuello y, cuando él la besó allí, pensó que colapsaría allí mismo, y que se llevaría a él consigo.

“¿Ramírez?”, dijo, negándose a utilizar su nombre de pila en broma.

“¿Sí?”, preguntó él, su rostro rozando su cuello y dándole besos.

“Llévame a la habitación”.

La acercó a su cuerpo, la levantó y le permitió envolver sus piernas alrededor de su cintura. Comenzaron a besarse, y luego él la obedeció. La llevó lentamente a la cama y, para cuando cerró la puerta de la habitación, Avery estaba tan perdida en el momento que ni siquiera la oyó cerrarse.

Lo único que veía y sentía eran sus manos, su boca, su cuerpo bien tonificado presionando contra ella.

Él cortó el beso el tiempo suficiente para preguntar: “¿Estás segura de esto?”.

Y si necesitaba una razón más para desearlo, era esa. Él realmente se preocupaba por ella y no quería arruinar lo que tenían.

Asintió con la cabeza y lo acercó a su cuerpo.

Y, por un tiempo, Avery fue una detective de homicidios frustrada, ni una madre, ni una hija que había visto a su madre morir a manos de su padre. No era más que Avery Black... Una mujer como cualquier otra, disfrutando de los placeres que la vida tenía para ofrecer.

Casi ni recordaba cómo se sentían estos placeres.

Y, una vez que empezó a familiarizarse con ellos, se prometió a sí misma que nunca se permitiría olvidarlos de nuevo.

 

 

 

CAPÍTULO TRES

 

Avery abrió los ojos y miró el techo desconocido por encima de su cabeza. La tenue luz del amanecer entraba por la ventana de la habitación, iluminando su cuerpo desnudo. También iluminaba la espalda desnuda de Ramírez a su lado. Se volvió y sonrió. Él todavía estaba dormido, su rostro mirando al otro lado.

Hicieron el amor dos veces la noche anterior, tomándose dos horas entre cada sesión para hacer cena y discutir cómo acostarse podría complicar su relación de trabajo si no tenían cuidado. Se quedaron dormidos como a la medianoche. Avery había estado somnolienta y no podía recordar exactamente cuándo se había quedado dormida, pero sí recordaba su brazo alrededor de su cintura.

Ella quería eso de nuevo... Esa sensación de sentirse querida y segura.  Pensó en pasar sus dedos por la base de su columna (así como también por otros lugares) solo para despertarlo para que pudiera abrazarla.

Pero no tuvo la oportunidad de hacerlo. La alarma mensajera de su teléfono sonó, y también la del de Ramírez. Eso solo podía significar una cosa: era un asunto laboral.

Ramírez se sentó rápidamente. Cuando lo hizo, la sábana se deslizó, revelando todo su cuerpo. Avery le echó un vistazo, incapaz de resistirse. Tomó su teléfono de la mesita de noche y lo miró con ojos vidriosos. Mientras lo hacía, Avery tomó su propio teléfono de la pila de ropa en el suelo.

El mensaje de texto era de Dylan Connelly, el supervisor de homicidios de la A1. En la forma típica de Connelly, el mensaje fue directo al grano:

 

Encontramos un cuerpo muy quemado. Tal vez traumatismo craneal.

Mueve el culo al terreno de construcción abandonado en la calle Kirkley AHORA.

 

“Que agradable es despertar a esto”, se quejó.

“”