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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

ENEMIGOS BAJO LAS SÁBANAS, N.º 73 - enero 2012

Título original: Claimed: The Pregnant Heiress

Publicada originalmente por Silhoutte® Books.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-406-4

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

Ella estaba allí.

Chase estaba en las sombras del pórtico, en el exterior de la sala de banquetes del Club de Tenis Vista del Mar. La sala brillaba por lo arreglada que iba la gente y por las joyas. Justo en el centro de todo aquel oropel estaba Emma, la mujer con la que había pasado una única e increíble noche seduciéndola… y luego perdiéndola.

Mientras la música sonaba de fondo, las voces subían y bajaban y se escuchaban risas. La fiesta celebraba con ostentación la inminente venta de Industrias Worth al hermanastro y mejor amigo de Chase, Rafe Cameron. Pero antiguas rencillas y secretos del pasado asomaban bajo la superficie. Como administrador de su hermano y una de las personas que había negociado la compra de Worth, aquella noche marcaba el comienzo de una etapa dura y tortuosa.

Chase observó a Emma mientras le daba un sorbo a un Laphroaig de treinta años que su hermano había reservado para quienes no estuvieran interesados en el champán. El whisky escocés resbaló por su garganta suave como la seda. Casi tan suave como la piel de Emma. Exhibía una buena parte de esa piel con aquel vestido de seda gris perla que se ajustaba a aquellas curvas que daría cualquier cosa por volver a descubrir.

Su vestido parecía de estilo griego, con un hombro desnudo mientras la seda que cubría el otro le caía sobre el pecho. Le formaba un nudo sobre la cadera antes de caer justo debajo de la rodilla. Siguiendo con el tema griego, llevaba sandalias de tacón algo con cintas ajustadas alrededor de los estrechos tobillos. Con su cabello rubio recogido en un elegante moño, parecía una diosa.

Chase entornó los ojos. ¿Qué diablos estaba haciendo ella allí? Ya que todos los invitados estaban relacionados de una manera u otra con Empresas Cameron o con Industrias Worth, o era uno de ellos o iba de acompañante.

Tal vez se acercara a averiguarlo. Y tal vez le preguntara de paso por qué había desaparecido como lo hizo, haciéndole recorrer toda Nueva York en una búsqueda infructuosa de la misteriosa Emma sin apellido. Antes de que pudiera hacerlo, Ronald Worth, el futuro exdueño de Industrias Worth, se acercó a Emma y le puso una mano en el hombro desnudo.

Chase se puso tenso y apretó los labios. No podía ser. Sin duda no era la última conquista del mayor enemigo de Rafe. No era posible que compartiera cama con aquel sesentón malnacido. Pero teniendo en cuenta el modo en que aquel viejo verde inclinó la cabeza y le susurró algo al oído y la forma en que ella le besó en la mejilla, sin duda eso era. Hijo de…

–Ni se te ocurra.

Chase miró hacia atrás al escuchar la voz de Rafe.

–¿Qué?

–La princesa. Te he visto mirándola fijamente y te lo digo, ni se te ocurra. Te comería y te escupiría sólo para divertirse.

Chase guardó silencio, una táctica que había aprendido durante los duros años en los que estuvo viviendo con su padre. Se giró para mirar a su hermanastro con sumo cuidado de ocultar la ira que sentía.

–¿La conoces?

–Emma Worth, alias la Hija de Satán.

Chase alzó una ceja. El alivio reemplazó a la furia. Así que no era la amante de Ronald Worth, sino su hija.

–Supongo que a Worth le ha tocado entonces el papel de Satán.

La sonrisa de Rafe no encerraba ni pizca de alegría.

–¿Qué puedo decir? Forma parte de su naturaleza.

–¿Y la hija? ¿Qué sabes de ella? ––como Chase no quería que su hermano supiera que tenía un interés personal, añadió–. ¿Tiene algo que ver con la venta?

–Más le vale que no porque se encontrará fuera de la operación sea como sea –respondió Rafe con su rudeza habitual–. Aunque no creo que este asunto le interese. Es una niña mimada y superficial.

–¿Le gusta salir de fiesta? Rafe vaciló.

–No tanto. No la verás en las publicaciones sensacionalistas. Más bien le gustan las fiestas privadas.

Chase se giró y volvió a observar a Emma mientras sopesaba aquella última información. Le gustaban las fiestas privadas. Eso casaba con su experiencia propia, aunque no se le había ocurrido cuando estuvieron juntos. Ni tampoco le había parecido superficial. Pero considerando que sólo habían pasado una noche juntos, ¿qué diablos sabía él?

Lo que más deseaba era enfrentarse a ella, exigirle una explicación para su desaparición. Pero tal vez ya tenía la respuesta gracias a Rafe. Le gustaba salir de fiesta. Las aventuras de una noche eran comunes para ella. Pero de todas formas odiaba que se rieran de él. Otro recuerdo de sus años de colegio.

A la madura edad de diez años, cuando llegó a Nueva York para vivir con su padre, a Chase le apodaron el Bastardo de Barron. Tal vez se debiera a que su padre, un hombre de negocios conocido mundialmente, y su despreocupada y cariñosa madre californiana, nunca habían formalizado su relación ante el altar. Chase aprendió a mantener sus sentimientos y sus opiniones personales bajo control, una lección que nunca olvidó y que le ayudó a subir a lo más alto en el campo de la administración.

Entornó los ojos mientras observaba cuidadosamente a Emma. Como Rafe había sugerido, exudaba riqueza y glamour. Desde el elegante peinado al discreto brillo de los diamantes de los lóbulos y de la muñeca enviaba señales de sexualidad mezcladas con una fachada de princesa de hielo. Chase la deseaba con ardor. De algún modo u otro volvería a hacerla suya.

Aquella noche.

–¿Qué tal estás, papá? –preguntó Emma en voz baja pasando el brazo por el de su padre–. La fiesta no es gran cosa, ¿verdad?

–No te preocupes, querida, estoy bien –Ronald Worth suavizó el tono de voz con una sonrisa–. Es una dolencia cardíaca menor, como tú bien sabes.

–¿De veras? –le retó ella–. Al parecer es lo suficientemente grave como para que te hayas decidido a vender Industrias Worth a Rafe Cameron.

Él sonrió.

–Eso fue sólo un factor en mi decisión. Te lo digo siempre, si tú quisieras entrar…

–Pero no quiero, como te digo siempre.

–Bien, ahí lo tienes. Podría seguir una década o dos más –la miró–. No me mires así, señorita. Sólo tengo sesenta y tantos años.

Ella suspiró y le dio un apretón en el brazo.

–¿Estás seguro de estar haciendo lo correcto? Aunque yo no quiera dirigir Industrias Worth, no tienes por qué venderlo si no quieres. Podrías delegar más. Contratar a alguien que se hiciera cargo de las responsabilidades diarias.

–Es una opción –Ronald apretó las mandíbulas–. Pero he escogido la opción de vender.

–Pero a Rafe Cameron, nada menos. Por lo que he visto, es un tipo muy arrogante.

Su padre giró su plateada cabeza para mirar en dirección a Rafe.

–No tiene nada de malo ser arrogante cuando se tiene coraje para respaldarlo.

–Papá…

–Ya basta, Emma. El acuerdo está prácticamente cerrado –sus ojos azules como el mar la miraron y su expresión se suavizó–. ¿Te he dicho que esta noche estás preciosa?

Ella apoyó la cabeza contra su hombro durante un instante.

–De tal palo, tal astilla.

Su padre le tomó la barbilla y le alzó el rostro hacia el suyo.

–Tú tienes mis mejores cualidades y ninguno de mis defectos. Lo mismo podría decirse de tu madre. Tienes su arrolladora belleza pero nada de su debilidad.

A Emma se le humedecieron los ojos. El hecho de que mencionara a su madre era de por sí bastante sorprendente. Pero que dijera algo positivo de su fallecida esposa resultaba directamente asombroso. Si pudiera además reconciliar a su padre con su hermano… no eran completamente ajenos el uno al otro. Después de todo, su hermano dirigía el rancho familiar en Copper Run, pero hacía más de una década que los tres no se sentaban como una familia y hablaban. Por desgracia, los irreversibles sucesos del pasado evitaban que eso ocurriera.

–Papá…

Él debió adivinar sus pensamientos, porque sacudió la cabeza.

–Olvídalo, princesa. Eso no va a pasar –le dio un beso en la punta de la nariz–. Los negocios me llaman. Va a ser una noche larga. Tengo que estrechar manos y dar besos. ¿Estarás bien? Si quieres irte antes llévate el coche.

–No te preocupes por mí, papá. Volveré a casa por mis propios medios –señaló hacia la asistente ejecutiva de su padre–. Kathleen se acerca. Le pediré que me lleve.

Emma se dio cuenta de que ya había cambiado de actitud.

–Estupendo, estupendo. Hazlo. Tengo que hacerle unas preguntas a William.

Se dirigió hacia el director financiero de Rafe Cameron, William Tanner, un neozelandés alto y guapo que había venido desde su país para la fiesta. Exudaba un poder parecido al de su jefe.

La partida de su padre dejó a Emma allí sola. Pero no durante mucho tiempo. Kathleen Richards se acercó a ella y le dio un fuerte abrazo.

–Hola, Emma, estás preciosa.

También lo estaba Kathleen. Con su brillante pelo rojo, ojos verdes y arrolladora personalidad, siempre iluminaba la estancia, sobre todo cuando se vestía de amatista.

–Te juro que la única joven más bonita que tú es mi nieta Sarah.

Emma sonrió y le siguió el juego, Teniendo en cuenta que es igualita a ti, eso te convierte a ti en la tercera más guapa.

Kathleen se rió con su risa contagiosa.

–Eso es lo que siempre me ha gustado de ti. Pareces muy altanera pero siempre has sido auténtica, como ese adorable hermano tuyo –miró de reojo hacia Ronald y bajó la voz–. ¿Qué tal le va, por cierto? Hacía quince años que no le veía.

–Yo tampoco. Desde que decidió dejarnos, nosotros…

Emma se calló y aspiró con fuerza el aire. ¡No! No podía ser. De todos los hombres del mundo que podían aparecer de pronto, Chase era el último al que esperaba ver. Se había pasado los dos últimos meses de su vida tratando de sacarse a aquel hombre de la cabeza sin ningún éxito. Y sin embargo allí estaba, dirigiéndose hacia ella con el paso depredador de un puma con el rubio cabello revuelto.

–¿Qué pasa? –preguntó Kathleen. Miró hacia atrás y se rió–. Oh, ya veo. Déjame que te diga que yo tuve exactamente la misma reacción cuando Chase Larson entró en el despacho de tu padre. Tardé un minuto de reloj en cerrar la boca. Veamos, ¿por qué no te lo presento?

–No, no…

Kathleen agitó la mano mirando a Chase.

–¿Señor Larson? Me gustaría presentarle a Emma, la hija de Ronald.

–No hace falta que… –se apresuró Emma a explicarse bajando el tono.

Pero ya era demasiado tarde para detenerla. Demasiado tarde para detenerle a él.

–Chase y yo ya nos conocemos –dijo finalmente.

–¿Os conocéis? –Kathleen miró primero a uno y luego a otro y sonrió–.Vaya, qué interesante. ¿Por qué no os ponéis al día en la pista de baile mientras yo desaparezco?

–Es una idea excelente –aseguró Chase.

Había un tono oscuro en su expresión y en el timbre de su voz. Tomó la mano de Emma y le dio un fuerte tirón para estrecharla entre sus brazos. La miró fijamente con sus ojos azules cargados de amenaza y de promesas.

–Baila conmigo, Emma.

Chase la estrechó entre sus brazos y le acercó la cara demasiado.

–¿Te importa? –Emma trató de apartarse unos centímetros, pero él la sujetó más fuerte–. Por si no lo sabes, respirar es necesario para poder bailar.

–Si no te sujeto puede que vuelvas a salir huyendo.

–Yo no he salido huyendo nunca –negó ella al instante. Miró a Chase un segundo y enseguida se arrepintió. Era un hombre impresionante con su más de metro ochenta, con una barbilla firme, una boca bien delineada y unos ojos azul grisáceo muy inteligentes. Había crecido rodeada de hombres duros y aquél era un buen ejemplo de ellos, a pesar de la pátina de sofisticación que llevaba como una segunda piel.

Cuando se conocieron mientras trataban de parar un taxi en aquel aciago día de noviembre el fin de semana anterior a Acción de Gracias, se mostró tan encantador que terminaron compartiendo taxi. Y después pasaron el día juntos, y también la noche entera.

Chase la rodeó con sus brazos y le apoyó las manos en la parte baja de la espalda, provocándole escalofríos.

–Qué curioso. Si no recuerdo mal, estabas ahí cuando me dormí y habías desaparecido cuando me desperté. Sin besos de despedida. Sin una nota. Sin manera de encontrarte.

Emma frunció el ceño.

–Entonces, ¿cómo me has encontrado? Él soltó una breve carcajada.

–¿Crees que estoy aquí por ti?

Una oleada de calor le sonrojó las mejillas.

–Ya veo que no –dijo con sequedad.

–Estoy aquí para ayudar a concretar el acuerdo Worth, señorita Worth –hizo énfasis en su apellido–. Nuestro encuentro de esta noche ha sido pura casualidad dado que no te molestaste siquiera en decirme quién eras cuando nos conocimos.

–No recuerdo que me lo preguntaras. Ni tampoco recuerdo que me dijeras tu apellido –respondió Emma con calma.

–Ahora ya lo sabes. Es Larson. Chase Larson.

El nombre le sonó, pero no sabía de qué. Como si fuera consciente de ello, Chase añadió:

–Soy el hermano de Rafe Cameron.

Emma perdió el paso y Chase la sujetó mientras lo recuperaba.

–Por favor, dime que es una broma.

–¿Hay algún problema?

¿Por dónde podía empezar? O tal vez no debía empezar. Si Chase era como su hermano, cualquier cosa que dijera podría ser utilizada en contra suya.

–Baste decir que la lista es larga –se concentró en el nudo de su corbata roja sin atreverse a mirarle por temor a que su mirada reflejara el asco que le daba su hermano–. ¿Qué relación tienes con la compra de Industrias Worth?

–Soy el propietario de Inversiones Larson, una empresa de inversión financiera. Estoy ayudando a Rafe con esta compra.

No era de extrañar que su apellido le resultara familiar. Había oído hablar de Inversiones Larson, ¿Quién no? Eso también significaba que era el hijo ilegítimo del magnate de los negocios Tiberius Barron. Emma estaba consternada. ¿Cómo era posible que su padre esperara conseguir un contrato justo por la venta de Industrias Worth si Rafe controlaba unas facciones tan poderosas? Se humedeció los labios.

–Doy por hecho que estás a favor del acuerdo.

–¿Por qué no iba a estarlo? –respondió él con expresión neutra–. Ahora que hemos terminado de hablar de nuestra inesperada relación de negocios, respóndeme a una pregunta personal. La noche que pasamos juntos, ¿me hubieras dicho tu apellido si te lo hubiera preguntado?

Emma alzó los hombros con gesto despreocupado.

–No veo por qué no –alzó la vista y captó su expresión cauta–. ¿Y qué me dices de ti? ¿Me habrías dicho tu apellido?

–En la primera noche no.

Ella se puso tensa, ofendida.

–Entiendo. Se supone que yo debo ser sincera contigo, pero…

–He descubierto que es más sabio protegerme.

–¿Protegerte? –repitió ella entornando los ojos–. ¿De qué? ¿De esas chicas sexys que tienen un picor que creen que podrán rascarse con tu dinero?

–Algo así –Chase le clavó la mirada–. ¿Tú eres una de esas chicas?

¿Cómo era posible que le hubiera parecido encantador? No lo era en absoluto.

–¿Te refieres a si busco un marido o un amante rico? No, gracias. Puedes relajarte. Tengo mi propio dinero.

–¿Lo ves? –él le dirigió una sonrisa que resultaba… sí, encantadora–. Ahora te he ofendido. No es una pregunta fácil para hacer en la primera cita, ¿verdad?

Emma dejó escapar un suspiro.

–¿Debo entender que si hubiera respondido de forma incorrecta cuando nos conocimos no habría habido una segunda cita?

–No, sí la habría habido –el deseo se reflejó tan rápidamente en sus ojos que creyó que lo había imaginado–. Contigo sin duda sí.

Emma escudriñó su expresión y lo entendió.

–O sea, que habrías estado dispuesto a compartir mi cama pero sin que me hiciera ilusiones.

–Vamos, Emma, sé justa –la reprendió–. ¿Es diferente para ti? ¿No te preocupa que cuando los hombres oyen tu apellido y se enteran de tu relación con las Industrias Worth te vean como la oportunidad perfecta para una vida de holgazanería?

Emma se enfureció.

–Me das demasiado crédito. ¿Por qué iba a objetar a algo así cuando es claramente mi objetivo en la vida también? Al menos eso es lo que piensa tu hermano de mí, como ha dejado claro las pocas veces que hemos hablado.

–Creo que es porque Rafe y yo hemos conseguido nuestra fortuna trabajando duro.

–¿Mientras que yo he heredado la mía?

Podría contarle que había optado por dedicar su tiempo libre a trabajar en un refugio para mujeres, pero, ¿por qué tenía que verse obligada a defenderse cuando no había hecho nada malo?

El agotamiento le empeoró el dolor de cabeza que llevaba todo el día molestándola.

–¿Ya hemos terminado, señor Larson? Si no le importa, me gustaría irme a casa.

–En primer lugar, la opinión de mi hermano no es la mía, así que te agradecería que no me cortaras con su mismo patrón. Prefiero formarme mi propia opinión sobre ti, como espero que tú lo hagas conmigo. Y en segundo lugar, todavía no has respondido a mi pregunta.

Emma se preguntó si le notaría su desesperación por escapar. Tenía años de experiencia manteniendo una actitud calmada y distante. Pero por alguna razón, ya fuera por el hombre en cuestión o por la ocasión, aquella noche no le salía.

–¿Qué pregunta?

–¿Por qué te fuiste sin decir una palabra?

Realmente no se encontraba bien. Y ahora que lo pensaba, no había comido nada desde el desayuno. Eso combinado con los sorbos de champán que había tomado hacía que estuviera muy pálida.

–Lo siento, Chase, pero tendremos que dejar esto para otro día –se liberó de sus brazos–. Ahora ya sabes quién soy y cómo ponerte en contacto conmigo, si es que lo encuentras necesario.

–¿Qué te ocurre?

–No he comido –admitió ella–. Y me siento un poco mareada.

Tendría que haber imaginado que no era buena idea darle tanta información a alguien como Chase. Él se hizo cargo al instante.

–Hay un bufé al otro lado de la sala. ¿Por qué no vamos a buscar algo que pueda ayudarte?

Emma no era capaz de mirar en aquella dirección con aquel olor a marisco que salía de la mesas.

–Lo que de verdad me gustaría es irme a casa, poner los pies en alto y prepararme un té con una tostada.

–Me parece muy bien. ¿Cómo has venido?

–Con mi padre –admitió ella a regañadientes.

–¿Vives con él?

–Sí, pero…

–Su hacienda está varios kilómetros al sur, ¿verdad?

Ella lo miró con recelo.

–¿Cómo lo sabes?

–Me pagan por saber ese tipo de cosas –la tomó del codo–. Ven conmigo.

Tras recoger su chal en el ropero, la guió hacia las puertas que daban al pórtico. Una impresionante vista de la playa y el mar se extendía como una alfombra frente al Club de Tenis Vista del Mar. La luna en cuarto creciente rozaba el océano Pacífico, haciendo brillar las olas con su luz plateada.

Chase rodeó con ella el edificio para acompañarla hacia donde estaba el aparcacoches.

–¿Dónde vamos? –preguntó Emma.

–Necesitas un té, una tostada y tranquilidad. Eso es lo que quiero conseguirte.

–Lo que necesito es irme a casa –insistió ella.

Pero sin saber cómo se vio entrando en el Ferrari rojo que Chase había alquilado. Con las ventanillas abiertas, el aire fresco la ayudó a despejarse la cabeza. En cuanto salieron a la autopista se dirigió hacia el norte en lugar de hacia el sur.

–¿Dónde vamos? –preguntó, aunque en aquel momento no estaba muy segura de que ya le importara.

–A que comas algo.

Emma se rindió a lo inevitable. Tenía la sensación de que en lo referente a Chase no había más opción. Cinco minutos más tarde se detuvo en una entrada circular protegida por una puerta electrónica rodeada de palmeras. En cuanto Chase apagó el motor la ayudó a salir del coche y la acompañó a la puerta de entrada de la casa de la playa.

–¿Es tuya? –preguntó Emma impresionada.

–Siento desilusionarte, pero es alquilada.

Emma entró en la casa.

–Es preciosa.

–No te he traído aquí para enseñártela –la urgió a entrar en el salón, una inmensa estancia con amplios ventanales que daban al mar. Se quitó la chaqueta del esmoquin y la colocó en el respaldo de una silla–. Siéntate y relájate. El té y la tostada están en camino.

Por mucho que deseara insistir en que Chase la llevara a casa, no tenía energías. Se hundió en el sofá y se reclinó sobre los suaves y gruesos cojines que parecían abrazarla. A pesar de todos sus intentos por permanecer alerta se le cerraban los ojos. No volvió a abrirlos hasta que escuchó el sonido de la porcelana. Miró a su alrededor desconcertada.

–¿Me he dormido?

–Sólo un minuto –Chase dejó la taza y el plato sobre la mesa que tenía al lado junto con varias piezas de tostadas ligeramente untadas de mantequilla. Un pálido té verdoso y humeante salía de la taza–. Quien haya surtido esta casa es un amante del té de hierbas. Éste es de camomila y menta. Según el envoltorio sirve para relajar.

–Gracias, es justo lo que quería –antes de que pudiera dar un sorbo sonó su BlackBerry. La sacó del bolso y miró quién llamaba–. Disculpa, tengo que contestar. Es mi padre.

La conversación fue breve, como solía ser con él.

–¿Dónde estás? –le preguntó sin preámbulo.

–Con Chase Larson –le miró de reojo–. Se ha ofrecido a llevarme a casa.

–Creí que ibas a ir con Kathleen.

–Cambié de opinión.

–Perfecto. La he visto aquí y a ti no, así que me pregunté dónde estabas.

Ella sonrió.

–Gracias por preocuparte, papá.

–Por supuesto que me preocupo –respondió él con brusquedad–. Eres mi niña aunque ya seas mayor. Buenas noches, cariño. No te acuestes tarde.

–Buenas noches, papá –colgó el teléfono y dejó la BlackBerry en la mesa al lado del té y las tostadas. Captó el gesto burlón de Chase y alzó una ceja.

–¿Qué pasa?

Él rebuscó en el bolsillo y sacó su BlackBerry. Era idéntica a la de ella.

–Yo también utilizo ese tono de llamada –dijo.

–Supongo que tendremos que tener cuidado de no confundirlos –Emma hundió la nariz en la delicada taza y aspiró su suave aroma. Entonces se forzó a mirar a Chase–. ¿Por qué estás haciendo esto? Quiero decir, ¿por qué estoy aquí? ¿Por qué me estas dando té con tostadas en lugar de llevarme a casa?

Él permitió que su expresión lo dijera todo.

–Ya sabes por qué.

Emma negó con la cabeza.

–No tiene sentido, Chase. Puede que estés aquí el tiempo suficiente para rematar el acuerdo de Rafe, pero luego te irás. Vivimos cada uno en una punta del país. Buscamos cosas diferentes en la vida.

–¿Eso cómo lo sabes?

Emma suspiró, agarró una tostada y le dio un mordisco.

–Porque he conocido a otros hombres como tú.

Chase entornó la mirada. Sus ojos gris azulado eran tan turbulentos como una tormenta en el mar.

–Hombres como yo –repitió en voz baja con tono tenso–. ¿Te importaría explicarme qué quieres decir con eso?

Emma se tomó su tiempo. Terminó el trozo de tostada y le dio un sorbo a la taza de té. Quería gemir de placer pero no se atrevió, porque la mirada de Chase todavía encerraba un suspiro de deseo mezclado con algo de intimidación.