BREVE HISTORIA
DEL ANTIGUO EGIPTO
BREVE HISTORIA
DEL ANTIGUO EGIPTO
A mis padres, cuyo aura contemplo todas las noches al
mirar las estrellas.
A mi hermano Manolo, recuerda que lo imposible
además de real puede convertirse en cotidiano.
JUAN JESÚS VALLEJO
“Otra vez nos emociona el misterio de la tumba, el respeto
y la veneración de lo que ha pasado hace
muchísimo tiempo y que, sin embargo, conserva su
poderío”
HOWARD CARTER
Colección: Breve Historia (www.brevehistoria.com)
www.nowtilus.com
Título: Breve historia del Antiguo Egipto
Autor: © Juan Jesús Vallejo
Fotografías: © Juan Jesús Vallejo y Ediciones Nowtilus SL.
© de la edición 2008 Ediciones Nowtilus, S.L.
Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madrid
Editor: Santos Rodríguez
Responsable editorial: José Luis Torres Vitolas
Diseño y realización de cubiertas: Carlos Peydró
Diseño de interiores y maquetación: Juan Ignacio Cuesta y Marta Fernández
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
ISBN: 978-84-9763-214-0
Libro electrónico: Primera edición
ÍNDICE
PRÓLOGO DE JUAN ANTONIO CEBRIÁN
1. UNA CIENCIA PARA LOCOS, BOHEMIOS Y HEREJES
El incansable bohemio
Un personaje políticamente incorrecto.
El sueño del general
Un niño marcado por el destino
2. LA CULTURA QUE SURGIÓ DE LA NADA
El secreto del Sahara
El dulce llanto de la diosa
Charlas con Platón
Los hijos del dios halcón
3. EN EL PAÍS DE LOS MAGOS
Thot y su fabuloso libro
El primer mago
Los hijos de la luz
4. EL MENSAJE OCULTO DE LA GRAN PIRÁMIDE
Los enigmas de la Gran Pirámide
Crónica de un engaño
Una clave, a la vista de cualquier visitante
El misterio de los nubios
5. LA ESFINGE, EL LEÓN PERDIDO
El oscuro padre del felino
En los albores del tiempo
Mirando a las estrellas
El legado de los dioses
6. LOS EXTRAÑOS EGIPCIOS
Unos muertos que parecían vivos
El sexo en la época de los faraones
El país que se guiaba por los sueños
7. DOS HOMBRES, UN FARAÓN Y UN DESTINO
El encuentro de dos aventureros
Tutankamon nace para la historia
La cueva de las maravillas
La fría sombra de la muerte
El hongo inteligente
8. EL TEMPO DE EDFU
Cuando los dioses caminaban por la tierra
En la casa del dios halcón
Entre luces y sombras
La prehistoria del cristianismo
9. OTRAS COSAS MARAVILLOSAS
El primer espía de la historia
El enigma de los dioses de piedra
La reina que buscó el país del oro
10. AKHENATON, UN FARAÓN QUE SE ADELANTÓ
AL TIEMPO
El niño con el que nadie contó
Nace una nueva religión
Aton frente a Amon
Ajetaton, la ciudad de los sueños
BREVE GUÍA PARA EL VIAJERO
La casa del ego
La isla de la diosa
Caminando entre cocodrilos
La ciudad de la luz
BIBLIOGRAFÍA
Nota: no se ha empleado ningún acento en los términos
egipcios, exceptuado Sinuhé, por figurar así en el título de la novela
contemporánea escrita por Mika Waltari.
Prólogo
JUAN ANTONIO CEBRIÁN presenta
LA CIVILIZACIÓN MÁS QUERIDA DEL MUNDO
LA NOMENCLATURA FARAÓNICA Y REGIA del antiguo Egipto se muestra pródiga en nombres de imperecedero recuerdo: Tutankamon, Ramses, Micerino, Kefren, Keops, Cleopatra…… han surtido de sueños emocionantes a decenas de generaciones compuestas por entusiastas estudiosos de la civilización más apasionante y enigmática que vieron los tiempos. En el siglo IV a.C., los griegos de Alejandro Magno toman posesión de Egipto en detrimento de los persas quienes, con más prisa que pausa, abandonaron la tierra faraónica ante el empuje macedonio.
El 10 de junio del año 323 a.C., Alejandro Magno fallecía en Babilonia, dando paso a una suerte de disputas por el control de todos los territorios conquistados hasta entonces por él. Como sabemos, el imperio quedó distribuido en tres zonas con otros tantos linajes gobernantes. En el caso de Egipto fue Ptolomeo, amigo y biógrafo de Alejandro, quien asumió el poder originando la dinastía lágida, llamada así por ser Ptolomeo hijo de Lagos. Todo esto ocurría en el año 305 a.C., iniciándose un periodo de presencia griega en Egipto que se prolongaría hasta la muerte de Cleopatra 275 años después.
El Egipto lágida atravesó diferentes etapas cuajadas de inestabilidad social y política, sin embargo, en los aspectos culturales se produjo un auténtico renacimiento, basado, esencialmente, en el sincretismo religioso que permitía la fusión del mundo ancestral egipcio con la visión helenística de la que hacían gala sus gobernantes. A todo esto se añadía la luminosa biblioteca de Alejandría, custodia del saber de aquella época tan crucial para la humanidad.
Los lágidas mantuvieron la recién fundada Alejandría como su gran capital, fue una ciudad majestuosa que supo dar luz a todo el mediterráneo, convirtiéndose en el principal puerto de ese mar del que salían abundantes productos rumbo a la exportación. De esa forma, papiros, trigo, telas, …. se distribuyeron durante decenios para mayor riqueza de los ptolomeos obsesionados con fortalecer una economía basada en la plata a la usanza griega.
Alejandría llegó a contar con más de medio millón de habitantes de los cuales más de la mitad se podían considerar ciudadanos libres, el resto constituían una cosmogonía humana difícil de encontrar en otros puntos del planeta: egipcios, judíos, árabes y los propios griegos conformaban la población más heterogénea del mundo con grandes templos dedicados a dioses mestizos como Serapis.
Alejandría vivía y crecía como una ciudad griega, este hecho provocaba que diera la espalda al Egipto más genuino y enraizado. Me refiero, como es obvio, a los territorios que besaban al sagrado Nilo, río concesionario de vida y muerte para aquellos habitantes que durante milenios trabajaron, oraron y murieron para mayor grandeza de un valle reconocido como uno de los lugares más fértiles y bellos del mundo antiguo. Lástima que los griegos ptolemaicos no supieran entender los sentimientos del pueblo que dominaban.
A lo largo de sus tres siglos de hegemonía los lágidas defendieron una clara intención expansionista por el mediterráneo, viviendo momentos dulces en el siglo III a.C., con posesiones en el mar Egeo, Fenicia, Cirene, Siria y Chipre. La suerte cambió un siglo más tarde, cuando, debido a diversos avatares, la dinastía entró en decadencia perdiendo todo lo conseguido y salvando, a duras penas, el propio territorio egipcio. En aquellos instantes de la historia, un nuevo poder emergía con inusitada fuerza, era la Roma aún republicana que aspiraba a someter toda la cuenca mediterránea. En ese sentido, los ptolomeos mostraron una debilidad extrema, acaso originada por su obstinada forma de entender la vida. Mientras los romanos aportaban sangre fresca y vientos renovadores, los ptolemaicos se empeñaban en permanecer ignorantes ante la realidad de su pueblo manteniendo la endogamia como absurdo signo clasista. En efecto, los griegos nada querían saber de los egipcios, ni siquiera conocían la lengua local, en pocas ocasiones los colonos helenos se mezclaban con los autóctonos, incluso los matrimonios realizados en la casa real sólo debían efectuarse entre parientes a fin de mantener pura la estirpe original. Estos factores sumados a otros políticos y militares hicieron que, poco a poco, el árbol griego se fuera pudriendo con monarcas incapaces y asesores, más preocupados en sus herencias y fortunas personales, que en defender el reino entregado por Alejandro Magno. Tras ellos llegaron romanos, árabes, turcos y mamelucos. El polvo del desierto fue cubriendo los vestigios de la cultura más asombrosa que vieron los tiempos, aunque, finalmente en el siglo XVIII la célebre expedición francesa liderada por Napoleón Bonaparte pudo rescatar treinta siglos de historia gracias a un insospechado hallazgo: Agosto de 1799, nos encontramos en Rachid (Rosetta), una localidad egipcia sita a unos 45 kilómetros de Alejandría. La patrulla del teniente Bouchard trabaja bajo un implacable sol en el refuerzo de algunas defensas de la plaza. De repente, en plena faena, surge ante ellos majestuosa una piedra de 750 kilos de peso con 1,20 metros de altura. La mole está llena de inscripciones misteriosas y los soldados ponen el hallazgo en conocimiento de sus superiores; todavía no lo saben, pero han encontrado la llave que permitirá acceder a más de 3.000 años de historia del antiguo Egipto. Años más tarde Jean Françoise Champollion descifrará los mensajes de Rosseta, dando paso a la egiptología moderna y a miles de títulos concernientes al enigmático país de los faraones.
Usted querido lector tiene la posibilidad de descubrir, gracias a Juan Jesús Vallejo, aspectos poco frecuentados de esta civilización milenaria. En las páginas de éste libro sentirá al igual que su artífice sensaciones indescriptibles únicamente percibidas cuando nos topamos con la majestuosidad de las pirámides, esfinge o templos sagrados de un mundo surgido del desierto. Maravillas, enigmas, viajes y misterios aún por descubrir se dan cita en esta obra y, yo espero, sinceramente, que usted sienta en su piel los vendajes aplicados a las momias, mientras pasea complacido por las narraciones fantásticas ofrecidas por Vallejo. Disfruten, una vez más cuál champolliones de nuestro tiempo con Egipto. Déjense seducir por él y no olviden que eso de las maldiciones es mera superstición, o quizá no.
Introducción
EL MAR DE DUNAS INUNDABA MIS OJOS y los tonos ocres del cielo parecían chorrear desde las alturas impregnando aquel maravilloso atardecer. Caminando por aquella incómoda tierra, hecha de arena fina que se metía hasta en lo más hondo de mi ser, experimenté una sensación como jamás había tenido. Me sentí como Lawrence de Arabia o casi mejor como Almasy, el desconocido explorador que se inmortalizó gracias a la película El paciente inglés. Cientos de aventuras me venían a la imaginación contemplando aquella tierra yerma. Y es que, paradójicamente, me sentía vivo en un paisaje muerto. Desde aquel día me enamoré del desierto y de su particular hechizo, además de prometerme a mí mismo que volvería. Volvería una y otra vez para llenarme de aquel lugar bello y maldito.
Aquel primer viaje me reservaba muchas más sorpresas. Si resulta incomprensible experimentar la vida en su máxima intensidad mirando uno de los paisajes más áridos del mundo, más alucinante aún es entender la insignificancia de uno mismo delante de la Gran Pirámide, del obelisco inacabado de Assuan, de la Esfinge de Gizeh, de los colosos de Memnon…
Siempre me venía a la mente la misma pregunta ¿Qué nos quisieron contar aquellos hombres al dejarnos tan fabuloso legado? Miraba absorto los jeroglíficos y sentía sana envidia de Champollion, el primer occidental que accedió a su fascinante secreto. Remontaba el río sagrado al encuentro de templos y tumbas milenarias y no cesaba de preguntarme cómo pudieron aquellas gentes construir monumentos semejantes con la única ayuda de sus manos desnudas.
En el fondo me sentía atraído, como tantos otros antes que yo, por el imán de un misterio inabarcable. Finalmente, comprendí que no podía ser un mero espectador de aquella obra. Para descifrarla o entenderla era necesario inmiscuirse en su historia. En un lejano y maravilloso pasado repleto de enigmas, un tiempo lejano donde se formó la primera gran cultura de la Humanidad. Por desgracia, sólo podía viajar hasta allí con la mente, con el poder de la imaginación, pero esto tampoco debía suponer una traba. Si aquellos hombres semidesnudos que salieron del desierto fueron capaces de tales proezas, tuvieron que dejar las huellas para que pudiéramos comprender su pasado.
Pero he de serles sincero y decirles que, tras años de estudio, todavía no he logrado descifrar los entresijos de aquella maravillosa época. Sin embargo, el viaje ha sido alucinante. Pues el conocimiento abre las alas de la imaginación y mi espíritu obtuvo su premio: rozar con la punta de los dedos aquella asombrosa realidad.
Además, comprendí otra cosa: lo más fascinante de aquel país es que su pasado y sus obras son inexplicables. Por eso mantienen un misterioso encanto que tiene todavía el poder de hipnotizar al viajero, guardando tras sus polvorientas paredes historias increíbles que nos transportan hasta lo más profundo de lo desconocido. ¿Se podía pedir algo más? ¿Puede existir mayor gozo que el de sentirse partícipe de un mundo mágico?
Entren pues a través de esta obra en esa otra realidad que se remonta al principio de los tiempos y, sin embargo, está más cerca de lo que pensamos. Háganlo, para que puedan descubrir por si mismos que si lo imposible existe, está en Egipto.
Jeroglíficos. Durante muchos años se pensó que se trataba de ideogramas, cuando en realidad eran letras.
CAPÍTULO I
UNA CIENCIA PARA LOCOS,
BOHEMIOS Y HEREJES
Sello de Esnofru.
PARECE QUE LO INCREÍBLE Y SORPRENDENTE atrae hacia sí a gentes del mismo talante, como si lo misterioso tuviera un magnetismo invisible que atrapa a todos aquellos que viven de una forma diferente. Este es el caso de Egipto, un país plagado de lugares imposibles, capaces de estimular la imaginación del más racionalista de los científicos.
Desde muy antiguo, las leyendas provenientes de las ardientes arenas del Sahara recorrieron Europa alentando en la imaginación colectiva la visión de un lugar sacado de un cuento de hadas. No sabemos si fue visión o simplemente eso que unos llaman casualidad y otros destino lo que empujó a militares, bohemios, borrachos, niños prodigio y todo tipo de personajes curiosos a embarcarse hasta aquellas tierras a la búsqueda de las maravillas de las que habían oído hablar. Pero si sólo un niño cree en cuentos de hadas, sólo alguien que de adulto mantenga la misma curiosidad que un infante será capaz de llevar a cabo un peligroso viaje buscando el conocimiento de una cultura olvidada. Quizás por esto el nacimiento de la egiptología está plagado de este tipo de personajes. Todos ellos con una personalidad radicalmente distinta, pero todos, también, marcados por una genialidad que los ha llevado a ocupar un lugar de honor en las páginas de la historia.
El incansable bohemio
LOS SACERDOTES HACÍAN OFRENDAS en las puertas de los suntuosos templos, mientras los escribas tomaban nota de la cuantía de las cosechas. El paseo era sobrecogedor, y en él se mezclaban los finos aromas de Oriente con el ácido olor del natrón. La actividad era, en resumen, frenética, y aquel despistado extranjero observaba boquiabierto todo cuanto le rodeaba. Nada de lo que le habían contado le parecía allí exagerado. El país de las maravillas y del conocimiento era real, y él estaba dispuesto a ser el primero que contase con detalle cómo eran aquellas tierras. Aunque no tenía mucho tiempo, pues su alma inquieta lo empujaba a devorar más culturas, más kilómetros, más gentes, más enigmas.
La belleza incomparable de muchos de los enclaves existentes en el país del Nilo provocó que en Europa surgieran mil leyendas en torno a esta fascinante y milenaria cultura.
El primer viajero que llegó hasta el país del Nilo dando cuenta en sus crónicas de todas sus maravillas fue el erudito griego Herodoto. Nacido en Halicarnaso en el siglo V a.C., dedicó buena parte de su vida a recorrer todos los lugares conocidos del mundo antiguo. Es gracias a su obra por lo que podemos saber de primera mano cómo eran gran parte de las culturas del Mediterráneo en un tiempo tan remoto. De sus escritos tan sólo se ha salvado su enciclopedia Historias, dividida en nueve volúmenes, un trabajo del que han mamado grandes historiadores hasta nuestros días por ser el único testimonio escrito de aquella época.
No hay que quitar ningún mérito a Herodoto, cuya ansia de conocimiento y saber le llevó a realizar interminables viajes por lugares ignotos, y es gracias a su testimonio que esta parte de la Historia se ha salvado. La vida del escritor griego es un ejemplo a seguir por todos aquellos que sólo aspiran a encontrar la aventura en el sentido más radical de la palabra. Este personaje fue, en definitiva, uno de los primeros bohemios que buscó en sus viajes lo sorprendente de todo cuanto lo rodeaba. Así reflejó en sus textos anécdotas, costumbres insólitas e incluso encuentros con seres fabulosos, dando testimonio, por ejemplo, de que en desiertos norteafricanos había hombres sin cabeza que podían ver gracias a un gran ojo que tenían en su pecho. Sin embargo como queda claro por algunas de sus crónicas la vida y percepción de Herodoto nunca se caracterizaron por su rigor científico.
Para entender los textos del aventurero heleno es necesario viajar también hasta aquella época y hasta la mente de un hombre que se enfrentaba a un mundo incomprensible todavía para él, que tuvo que superar muchas dificultades en sus expediciones y enfrentarse a cientos de problemas como, por ejemplo, el de los idiomas. Hasta hace muy poco, todos los arqueólogos defendían que en la fórmula básica para fabricar natrón, la pasta grasienta en la que se sumergían los cadáveres para, posteriormente, momificarlos, era básico el uso de betún, tal y como recogían los textos de Herodoto. Pues bien, los últimos estudios realizados en la Universidad de Bristol, por los químicos Richard Evershed y Stephen Buckley han demostrado que en tal pasta había de todo menos betún. Sin que esto, repito, suponga un menosprecio a la obra de un hombre que se jugó la vida en varias ocasiones recorriendo el mundo. Lo que sí nos indica claramente es que Herodoto fue un soñador con ansia de aventura más que un riguroso científico, tal y como hasta ahora nos han querido mostrar muchos historiadores.
Sirvan, pues, estas líneas como pequeño homenaje al sabio de Halicarnaso, que sin ser hombre de ciencia se merece un puesto de honor en el nacimiento de la egiptología. Pues, a pesar de sus errores, fue el primero en llegar a una tierra lejana intentando comprender, con los escasos medios de los que disponía, una cultura tan magnífica y compleja que todavía hoy deja sin habla a muchos que, usando la más moderna tecnología, siguen sin desvelar sus misterios.
Con su testimonio, Herodoto abrió una senda que anticipaba un sinfín de conocimientos y maravillas. Pero tuvieron que transcurrir muchos siglos para que Europa volviese a interesarse por la cultura egipcia. Esta vez, la iniciativa partió de un general francés y de un puñado de “asnos”.
El entonces general Napoleón, más tarde emperador, dejó tras su conquista una tropa de eruditos que sentaron las bases de la Egiptología.
Un personaje políticamente incorrecto
LA TROPA, PERFECTAMENTE FORMADA, esperaba impaciente. Sus rostros duros, curtidos ya en muchas batallas, miraban expectantes, mientras la salada brisa marina acariciaba sus mejillas, quizás como el último regalo que la patria hace a aquellos que posiblemente no regresen. Sin embargo, en un día así, el miedo es un sentimiento inútil del que nadie se acuerda. El honor y el orgullo de los que salían a conquistar la Historia llenaban treinta y ocho mil casacas. Soldados perfectamente adiestrados que confiaban ciegamente en un hombre que más tarde sería emperador y cuyo nombre hacía temblar a media Europa. Napoleón Bonaparte no era sólo un brillante general y un sagaz estratega; ya en aquel año la admiración que despertaba en sus soldados sería la misma que poco tiempo después sentiría todo el pueblo francés por él, y que le llevaría a proclamarse emperador ante el mundo.
El militar corso era un hombre culto e instruido pero, por encima de todo, carismático. Sólo unos pocos además de él sabían hacia dónde se dirigía aquel enorme ejército, que siguiendo la estela de su indiscutible líder embarcó en trescientas veintiocho naves con rumbo al sur. Esto ocurrió el quince de mayo de 1798 en la ciudad francesa de Toulón. Sin embargo, la impresionante expedición no se limitaba esta vez a una campaña bélica. A bordo de los barcos de guerra viajaba, además de la tropa, un pequeño ejército de eruditos formado por ciento sesenta y siete sabios. Expertos en las más diversas materias que abarcaba la ciencia de aquel entonces; todos, o casi todos, con la ilusión puesta en llegar a una tierra virgen en lo que a estudio se refiere y desenterrar el saber oculto bajo las arenas de Egipto ya que, desde Herodoto, ningún otro europeo había investigado a fondo la civilización egipcia.
La travesía no debió de ser fácil ni cordial. Valga como ejemplo el apodo que los soldados pusieron a aquella escuadra de científicos, les ânes, que significa “los asnos”. El choque cultural entre hombres que no entendían más que de armas y del fragor de la batalla con otros que no hacían más que navegar entre libros produjo no pocos conflictos. Sin embargo, de aquella extraña mezcla saldría un conocimiento exhaustivo que serviría para que, más tarde, el resto de los científicos de Europa pudiera continuar indagando sobre la cultura faraónica. Y de entre todos aquellos que embarcaron aquel día histórico, uno a destacar: el barón Dominique Vivant Denon que, paradójicamente, no tenía nada de científico, ni tan siquiera de hombre destacado en letras. Aficionado en extremo al vino y las mujeres, su trabajo fue crucial en esta particular cruzada del conocimiento.
Vivant era ya un consumado viajero y había recorrido buena parte de Europa, donde su particular forma de vida no le había traído más que problemas. Arruinado en varias ocasiones, era un personaje mal visto en la capital parisina. Como no le quedaba otro remedio se dedicaba, en los meses antes de la expedición, a realizar dibujos eróticos y cualquier tipo de encargo que se le propusiera. Y su inclusión en este viaje no se debió más que a las simpatías que su persona despertaba en Josefina, la esposa de Napoleón.
Como es fácil comprobar, tanto por la temática de sus dibujos como por su talante, no era alguien precisamente adecuado para una misión de este tipo. Sin embargo, la divina casualidad hizo que aquel hombre tan políticamente incorrecto para la época acabase siendo uno de los “asnos” que llegaron hasta el país del Nilo. Y allí, ante la sorpresa de todos los que lo conocían, pareció sufrir una incomprensible transformación que convertiría su trabajo en la clave para los posteriores estudios que se desarrollaron sobre el antiguo Egipto. Aquel hombre de sucia taberna y oscuro cafetín que entre otras frases célebres dijo: “No se puede hablar de amor sin ser obsceno”, se levantaba el primero de la tropa para llegar antes que nadie hasta las ruinas más cercanas. Allí, dibujaba como poseído y sin descanso hasta el más mínimo detalle de los edificios, templos y reliquias arqueológicas que tenía ante sí, daba órdenes constantes a la escolta que lo acompañaba para que limpiasen muros, relieves y frescos, de forma que su pluma pudiera fotografiar hasta el más mínimo detalle de todas las maravillas que se le iban apareciendo. Así pasaba todo el día, hasta que la ausencia de luz y el cansancio lo rendían, siendo siempre el último en regresar al campamento. Era como si aquel lugar, sacado de un relato de Los cuentos de las mil y una noches, hubiera tenido el poder de transformarlo. Y al que antes hipnotizara el ligero rojo chillón de la más soez de las prostitutas, ahora sólo tenía ojos para los bellos edificios y mastabas que tenía delante de su cuaderno.
Así pasó Vivant más de un año hasta que, junto a las tropas francesas, fue repatriado, llevando en su mochila de viaje un enorme tesoro de imágenes con las que el resto de eruditos de su tiempo podría trabajar. Los historiadores de todo el mundo descubrían, al fin, cómo eran los templos, los obeliscos, las pirámides, las esfinges, etc. Los portentos de Egipto ya no estaban solamente descritos por algunos viajeros. Desde aquel momento, existía una imagen fiel a la que acudir para documentarse. Una imagen de la que beberían todos aquellos estudiosos que soñaban con antiguas civilizaciones sin haberlas visto nunca. Tan espectacular fue el trabajo de este peculiar dibujante que a su vuelta a Francia fue nombrado director general de museos, como recompensa a su encomiable trabajo. Esfuerzo que el controvertido pintor plasmó en su obra Voyage dans le Haute et Basse Egipte. Publicado en 1802, este libro se convirtió en un trabajo fundamental para todos aquellos que pretendieran iniciarse en el estudio de la antigua cultura faraónica.
Pero si la transformación de Dominique Vivant Denon es digna de destacar por su extrañeza, no lo son menos los motivos que llevaron a Napoleón a tan lejanas tierras. Si bien es cierto que era conocida por todos la importancia estratégica de Egipto como Leibniz ya le expuso a Luis XIV llamando a estas tierras “la Puerta de Oriente” , también es cierto que el carismático general parecía tener algún interés oculto por llegar a la costa africana.
El sueño del general
TAL Y COMO COMENTÁBAMOS ANTES