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Lafcadio Hearn
Grecia: 1850-1904

 

 

Ubazakura

 

Hace trescientos años, en la aldea de Asamimura, distrito de Osengõri, provincia de Iyõ, vivía un buen hombre llamado Tokubei. Este Tokubei era la persona más rica del distrito, y el muraosa, o jefe de la aldea. La suerte le sonreía en muchos aspectos, pero alcanzó los cuarenta años de edad sin conocer la felicidad de ser padre. Afligidos por la esterilidad de su matrimonio, él y su esposa elevaron muchas plegarias a la divinidad Fudõ Myõ Õ, que tenía un famoso templo, llamado Saihõji, en Asamimura.

Sus plegarias no fueron desoídas: la mujer de Tokubei dio a luz una hija. La niña era muy bonita, y recibió el nombre de O-Tsuyu. Como la leche de la madre era deficiente, tomaron una nodriza, llamada O-Sodé, para alimentar a la pequeña.

O-Tsuyu, con el tiempo, se transformó en una hermosa muchacha; pero a los quince años cayó enferma y los médicos juzgaron irremediable su muerte. La nodriza O-Sodé, quien amaba a O-Tsuyu con auténtico amor materno, fue entonces al templo de Saihõji y fervorosamente le rogó a Fudõ-Sama por la salud de la niña. Todos los días, durante quince días, acudió al templo y oró; al cabo de ese lapso, O-Tsuyu se recobró súbita y totalmente.

Hubo, pues, gran regocijo en casa de Tokubei; y éste ofreció una fiesta a los amigos para celebrar el feliz acontecimiento. Pero en la noche de la fiesta O-Sodé cayó súbitamente enferma; y a la mañana siguiente, el médico que había acudido a atenderla anunció que la nodriza agonizaba.

Abrumada por la pena, la familia se congregó alrededor del lecho de la moribunda para despedirla. Pero ella les dijo :

-Es hora de que les diga algo que ignoran. Mi plegaria ha sido escuchada. Solicité a Fudõ-Sama que me permitiera morir en lugar de O-Tsuyu; y este gran favor me ha sido otorgado. Por tanto, no deben deplorar mi muerte... Pero quiero pedirles algo. Le prometí a Fudõ-Sama que haría plantar un cerezo en el jardín de Saihõji, en señal de gratitud y conmemoración. Ahora no podré plantarlo con mis propias manos: les ruego, pues, que lo hagan por mí... Adiós, amigos míos; y recuerden que me alegró morir por O-Tsuyu.

Después de los funerales de O-Sodé, los padres de O-Tsuyu plantaron un joven cerezo -el mejor que pudieron encontrar- en el jardín de Saihõji. El árbol creció y floreció; y el día decimosexto del mes segundo del año siguiente -el aniversario de la muerte de O-Sodé- se cubrió maravillosamente de flores. Continuó dándolas durante doscientos cincuenta y cuatro años -siempre el día decimosexto del mes segundo-; y esas flores, blancas y rosadas, eran semejantes al pezón del pecho femenino, y parecían rezumar leche. Y la gente los llamó Ubazakura, el Cerezo de la Nodriza.

 

Jikininki
 

Una vez, Musõ Kokushi, sacerdote de la secta zen que viajaba solo por la provincia de Mino, se perdió en una comarca montañosa donde no había nadie que lo guiara. Erró sin rumbo durante largo tiempo; y ya desesperaba de hallar refugio durante la noche, cuando vislumbró, en lo alto de una colina iluminada por los últimos rayos del sol, una de esas pequeñas ermitas llamadas anjitsu, que suelen construir los monjes solitarios. Aunque parecía estar derruida, Musõ se apresuró a acercarse a ella; descubrió que la habitaba un anciano monje, a quien rogó que le concediera alojamiento por esa noche. El anciano rehusó con hosquedad, pero le indicó a Musõ la situación de una aldea, en un valle próximo, donde hallaría alojamiento y comida.

Musõ se encaminó hacia la aldea, compuesta por menos de una docena de granjas; el jefe del villorrio lo recibió en su casa con suma afabilidad. A la llegada de Musõ había cuarenta o cincuenta personas reunidas en el aposento principal; a él lo guiaron hasta un cuarto pequeño y apartado, donde pronto le ofrecieron cama y alimento. Vencido por la fatiga, Musõ se acostó muy temprano; pero poco antes de medianoche su sueño se vio interrumpido por un llanto que provenía del aposento contiguo. Deslizáronse entonces las puertas correderas; y un joven, que llevaba una lámpara encendida, entró al cuarto, lo saludó con una reverencia y le dijo :

-Venerable señor, es mi penoso deber informaros que ahora soy el responsable de esta casa. Ayer no era sino el hijo mayor. Pero cuando vos llegasteis aquí, vencido por la fatiga, no queríamos incomodaros de ningún modo: no os anunciamos, pues, que mi padre había muerto hacía apenas unas horas. Aquellos a quienes visteis reunidos en el aposento contiguo son los habitantes de esta aldea; se han congregado aquí para rendirle al muerto un póstumo homenaje; y pronto se marcharán a otra aldea que dista tres millas de aquí, pues nuestra costumbre nos prohíbe permanecer en la aldea la noche que sucede a la muerte de alguien. Hacemos nuestras ofrendas, elevamos nuestras plegarias, y luego nos retiramos, dejando solo al cadáver. En la casa donde queda el cadáver suelen suceder cosas extrañas: pensamos, pues, que sería mejor que nos acompañarais. En la otra aldea hallaréis buen alojamiento. Aunque, quizá, siendo un sacerdote, no temáis a los demonios y a los espíritus malignos; y, si no os inquieta quedaros solo con el muerto, sois bienvenido a nuestro humilde hogar. No obstante, debo advertiros que nadie, salvo un sacerdote, se atrevería a pernoctar aquí.

Musõ respondió :

-Vuestras cordiales intenciones, así como vuestra generosa hospitalidad, merecen mi más profunda gratitud. Pero lamento que no me hayáis anunciado la muerte de vuestro padre en cuanto llegué, pues, aunque estaba algo fatigado, por cierto que no lo estaba al punto de hallar dificultades en cumplir con mis deberes sacerdotales. Si me lo hubierais dicho, habría administrado el servicio antes de que todos partieran. Así las cosas, lo administraré una vez que os retiréis, y permaneceré con el cuerpo hasta la mañana. Ignoro a qué os referís al mencionar el peligro que entraña quedarse aquí a solas; pero no temo a demonios ni espectros: os ruego, por tanto, que no abriguéis temor alguno por mi persona.