Miguel de Cervantes Saavedra
Don Quijote de la Mancha
Introducción de Sergio Aguilar Gimenez
Edición con ilustraciones y notas
Tomo II
Barcelona 2022
linkgua-digital.com
Título original: Don Quijote de la Mancha.
© 2022, Red ediciones S. L.
© Introducción: Sergio Aguilar Giménez
Ilustraciones: Joaquín Heredia
Edición de referencia: Ignacio Cumplido
Notas: Sergio Aguilar Giménez
e-mail: info@linkgua.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard
ISBN ebook: 978-84-9953-057-4.
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Sumario
Créditos 4
Prólogo 13
Vida de Cervantes 15
Cervantes y su universo literario 19
Don Quijote de la Mancha, la invención de un nuevo paradigma novelesco 22
Preliminares 29
Tasa 31
Fe de erratas 32
Aprobación 33
Aprobación 34
Aprobación 35
Privilegio 37
Prólogo al lector 39
Dedicatoria al conde de Lemos 42
Capítulo I. De lo que el cura y el barbero pasaron con don Quijote cerca de su enfermedad 44
Capítulo II. Que trata de la notable pendencia que Sancho Panza tuvo con la sobrina y ama de don Quijote, con otros sujetos graciosos 54
Capítulo III. Del ridículo razonamiento que pasó entre don Quijote, Sancho Panza y el bachiller Sansón Carrasco 59
Capítulo IV. Donde Sancho Panza satisface al bachiller Sansón Carrasco de sus dudas y preguntas, con otros sucesos dignos de saberse y de contarse 67
Capítulo V. De la discreta y graciosa plática que pasó entre Sancho Panza y su mujer Teresa Panza, y otros sucesos dignos de felice recordación 72
Capítulo VI. De lo que le pasó a don Quijote con su sobrina y con su ama, y es uno de los importantes capítulos de toda la historia 78
Capítulo VII. De lo que pasó don Quijote con su escudero, con otros sucesos famosísimos 83
Capítulo VIII. Donde se cuenta lo que le sucedió a don Quijote yendo a ver su señora Dulcinea del Toboso 90
Capítulo IX. Donde se cuenta lo que en él se verá 97
Capítulo X. Donde se cuenta la industria que Sancho tuvo para encantar a la señora Dulcinea, y de otros sucesos tan ridículos como verdaderos 101
Capítulo XI. De la extraña aventura que le sucedió al valeroso don Quijote con el carro, o carreta, de Las Cortes de la Muerte 109
Capítulo XII. De la extraña aventura que le sucedió al valeroso don Quijote con el bravo Caballero de los Espejos 116
Capítulo XIII. Donde se prosigue la aventura del Caballero del Bosque, con el discreto, nuevo y suave coloquio que pasó entre los dos escuderos 123
Capítulo XIV. Donde se prosigue la aventura del Caballero del Bosque 129
Capítulo XV. Donde se cuenta y da noticia de quién era el Caballero de los Espejos y su escudero 144
Capítulo XVI. De lo que sucedió a don Quijote con un discreto caballero de la Mancha 146
Capítulo XVII. De donde se declaró el último punto y extremo adonde llegó y pudo llegar el inaudito ánimo de don Quijote, con la felicemente acabada aventura de los leones 154
Capítulo XVIII. De lo que sucedió a don Quijote en el castillo o casa del Caballero del Verde Gabán, con otras cosas extravagantes 167
Capítulo XIX. Donde se cuenta la aventura del pastor enamorado, con otros en verdad graciosos sucesos 177
Capítulo XX. Donde se cuentan las bodas de Camacho el rico, con el suceso de Basilio el pobre 183
Capítulo XXI. Donde se prosiguen las bodas de Camacho, con otros gustosos sucesos 191
Capítulo XXII. Donde se da cuenta de la grande aventura de la cueva de Montesinos, que está en el corazón de la Mancha, a quien dio felice cima el valeroso don Quijote de la Mancha 198
Capítulo XXIII. De las admirables cosas que el extremado don Quijote contó que había visto en la profunda cueva de Montesinos, cuya imposibilidad y grandeza hace que se tenga esta aventura por apócrifa 206
Capítulo XXIV. Donde se cuentan mil zarandajas tan impertinentes como necesarias al verdadero entendimiento de esta grande historia 216
Capítulo XXV. Donde se apunta la aventura del rebuzno y la graciosa del titiritero, con las memorables adivinanzas del mono adivino 222
Capítulo XXVI. Donde se prosigue la graciosa aventura del titiritero, con otras cosas en verdad harto buenas 232
Capítulo XXVII. Donde se da cuenta quiénes eran maese Pedro y su mono, con el mal suceso que don Quijote tuvo en la aventura del rebuzno, que no la acabó como él quisiera y como lo tenía pensado 241
Capítulo XXVIII. De cosas que dice Benengeli que las sabrá quien le leyere, si las lee con atención 248
Capítulo XXIX. De la famosa aventura del barco encantado 252
Capítulo XXX. De lo que le avino a don Quijote con una bella cazadora 260
Capítulo XXXI. Que trata de muchas y grandes cosas 266
Capítulo XXXII. De la respuesta que dio don Quijote a su reprensor, con otros graves y graciosos sucesos 276
Capítulo XXXIII. De la sabrosa plática que la duquesa y sus doncellas pasaron con Sancho Panza, digna de que se lea y de que se note 291
Capítulo XXXIV. Que cuenta de la noticia que se tuvo de cómo se había de desencantar la sin par Dulcinea del Toboso, que es una de las aventuras más famosas de este libro 297
Capítulo XXXV. Donde se prosigue la noticia que tuvo don Quijote del desencanto de Dulcinea, con otros admirables sucesos 305
Capítulo XXXVI. Donde se cuenta la extraña y jamás imaginada aventura de la dueña Dolorida, alias de la condesa Trifaldi, con una carta que Sancho Panza escribió a su mujer Teresa Panza 313
Capítulo XXXVII. Donde se prosigue la famosa aventura de la dueña Dolorida 320
Capítulo XXXVIII. Donde se cuenta la que dio de su mala andanza la dueña Dolorida 323
Capítulo XXXIX. Donde la Trifaldi prosigue su estupenda y memorable historia 329
Capítulo XL. De cosas que atañen y tocan a esta aventura y a esta memorable historia 332
Capítulo XLI. De la venida de Clavileño, con el fin de esta dilatada aventura 337
Capítulo XLII. De los consejos que dio don Quijote a Sancho Panza antes que fuese a gobernar la ínsula, con otras cosas bien consideradas 348
Capítulo XLIII. De los consejos segundos que dio don Quijote a Sancho Panza 354
Capítulo XLIV. Cómo Sancho Panza fue llevado al gobierno, y de la extraña aventura que en el castillo sucedió a don Quijote 359
Capítulo XLV. De cómo el gran Sancho Panza tomó la posesión de su ínsula, y del modo que comenzó a gobernar 368
Capítulo XLVI. Del temeroso espanto cencerril y gatuno que recibió don Quijote en el discurso de los amores de la enamorada Altisidora 376
Capítulo XLVII. Donde se prosigue cómo se portaba Sancho Panza en su gobierno 382
Capítulo XLVIII. De lo que le sucedió a don Quijote con doña Rodríguez, la dueña de la duquesa, con otros acontecimientos dignos de escritura y de memoria eterna 389
Capítulo XLIX. De lo que le sucedió a Sancho Panza rondando su ínsula 397
Capítulo L. Donde se declara quién fueron los encantadores y verdugos que azotaron a la dueña y pellizcaron y arañaron a don Quijote, con el suceso que tuvo el paje que llevó la carta a Teresa Sancha, mujer de Sancho Panza 408
Capítulo LI. Del progreso del gobierno de Sancho Panza, con otros sucesos tales como buenos 418
Capítulo LII. Donde se cuenta la aventura de la segunda dueña Dolorida, o Angustiada, llamada por otro nombre doña Rodríguez 425
Capítulo LIII. Del fatigado fin y remate que tuvo el gobierno de Sancho Panza 431
Capítulo LIV. Que trata de cosas tocantes a esta historia, y no a otra alguna 437
Capítulo LV. De cosas sucedidas a Sancho en el camino, y otras que no hay más que ver 444
Capítulo LVI. De la descomunal y nunca vista batalla que pasó entre don Quijote de la Mancha y el lacayo Tosilos, en la defensa de la hija de la dueña doña Rodríguez 452
Capítulo LVII. Que trata de cómo don Quijote se despidió del duque, y de lo que le sucedió con la discreta y desenvuelta Altisidora, doncella de la duquesa 456
Capítulo LVIII. Que trata de cómo menudearon sobre don Quijote aventuras tantas, que no se daban vagar unas a otras 461
Capítulo LIX. Donde se cuenta del extraordinario suceso, que se puede tener por aventura, que le sucedió a don Quijote 470
Capítulo LX. De lo que sucedió a don Quijote yendo a Barcelona 479
Capítulo LXI. De lo que le sucedió a don Quijote en la entrada de Barcelona, con otras cosas que tienen más de lo verdadero que de lo discreto 490
Capítulo LXII. Que trata de la aventura de la cabeza encantada, con otras niñerías que no pueden dejar de contarse 493
Capítulo LXIII. De lo mal que le avino a Sancho Panza con la visita de las galeras, y la nueva aventura de la hermosa morisca 503
Capítulo LXIV. Que trata de la aventura que más pesadumbre dio a don Quijote de cuantas hasta entonces le habían sucedido 512
Capítulo LXV. Donde se da noticia quién era el de la Blanca Luna, con la libertad de Don Gregorio, y de otros sucesos 518
Capítulo LXVI. Que trata de lo que verá el que lo leyere, o lo oirá el que lo escuchare leer 522
Capítulo LXVII. De la resolución que tomó don Quijote de hacerse pastor y seguir la vida del campo, en tanto que se pasaba el año de su promesa, con otros sucesos en verdad gustosos y buenos 528
Capítulo LXVIII. De la cerdosa aventura que le aconteció a don Quijote 534
Capítulo LXIX. Del más raro y más nuevo suceso que en todo el discurso de esta grande historia avino a don Quijote 539
Capítulo LXX. Que sigue al de sesenta y nueve, y trata de cosas no excusadas para la claridad de esta historia 544
Capítulo LXXI. De lo que a don Quijote le sucedió con su escudero Sancho yendo a su aldea 551
Capítulo LXXII. De cómo don Quijote y Sancho llegaron a su aldea 558
Capítulo LXXIII. De los agüeros que tuvo don Quijote al entrar de su aldea, con otros sucesos que adornan y acreditan esta grande historia 562
Capítulo LXXIV. De cómo don Quijote cayó malo, y del testamento que hizo, y su muerte 568
Libros a la carta 577
La vida de Cervantes es difícil rastrearla en sus obras, ya que poco hay de verdaderamente biográfico o pseudoautobiográfico en ellas, como sí sucede en otros autores anteriores tales como Mateo Alemán, que presenta su Guzmán de Alfarache como la crónica de sus andanzas pasadas. De hecho, en el Quijote, Cervantes se enmascara incluso tras supuestos narradores, principalmente Cide Hamete Benengeli, y tampoco debe inducirnos a engaño esa primera persona con que se inicia el Prólogo dirigiéndose al «Desocupado lector». Sin embargo es innegable que sus obras, y destacadamente el Quijote, suponen una manera nueva de destilar la propia vida en la obra literaria: al ocultarse más la identidad del autor cobra más relieve su libertad para dar rienda suelta al ingenio y la inventiva, así como para otorgar a sus personajes un grado de decisión en lo relatado y un libre albedrío tales que se erigen en protagonistas singulares y autónomos, algo nuevo por entonces. Pero vayamos ya con lo que de Cervantes conocemos por diferentes fuentes documentales.
Miguel de Cervantes Saavedra nació a mediados de 1547, en Alcalá de Henares, supuestamente como cuarto de los siete hijos del cirujano Rodrigo de Cervantes y Leonor de Cortinas. Después, entre 1551 y 1556, su familia se trasladaría sucesivamente a Valladolid, Córdoba, Sevilla y Madrid, donde llevaría siempre una vida modesta y no exenta de dificultades.
No se conocen referencias claras sobre la infancia y juventud de Cervantes, y tampoco sobre su formación. Es probable que estudiara en los colegios jesuitas de Córdoba y Sevilla, pero no en la universidad. Por documento de 1569, sí consta su contacto (quizá a partir ya de 1566) con el catedrático de gramática y retórica Juan López de Hoyos, en Madrid, quien probablemente lo inició en el arte de la poesía y en la cultura renacentista y humanista de la época.
Hacia 1569 o quizá 1570, tras algún lance callejero o de honor en el que debió herir a un tal Antonio de Sigura, Miguel de Cervantes hubo de marchar a Roma (1571) con la intención, sobre todo, de eludir a la justicia. Allí entró al servicio del cardenal Giulio Acquaviva y, poco después, trabajó como soldado a las órdenes de Diego de Urbina y en el tercio de Miguel de Moncada. Los motivos de este último cambio de ocupación son, todavía hoy, un enigma.
Los azares bélicos llevaron a Cervantes a la batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571), a bordo de la galera Marquesa, perteneciente a la escuadra mandada por don Juan de Austria. En esta batalla recibió una herida de arcabuz en la mano izquierda, la cual le quedó inútil. Después, tras unos meses de recuperación en Mesina, volvió a participar en las acciones militares de Corfú, Ambarino, Bizerta y La Goleta (Túnez). En el prólogo de la segunda parte del Quijote, el mismo Cervantes refiere con orgullo su participación en la batalla de Lepanto, así como su herida y la compensación que obtuvo por su valor.
En 1575, ya licenciado del Ejército y llevando en su poder unas cartas de recomendación de sus superiores (las cuales, sin duda, pensaba hacer valer para conseguir su perdón), Cervantes regresó desde Nápoles a España en la galera Sol; le acompañaba su hermano Rodrigo, tres años menor que él, quien también había servido en la Armada en Italia. Durante el trayecto, en algún punto entre Marsella y la actual costa Brava catalana, unas naves berberiscas entablaron batalla contra la galera y la abordaron, tomando, entre otros prisioneros, a Cervantes y su hermano Rodrigo. Paradójicamente, las cartas de recomendación que llevaba Cervantes quizá jugaron en su contra en aquella situación, ya que debieron hacer pensar a los berberiscos que se trataba de un personaje muy importante y que podrían pedir por él un cuantioso rescate.
La vida de Cervantes en este punto resulta en verdad novelesca, y también desafortunada. Permaneció como preso y esclavo en Argel durante cinco años (periodo aludido en varias de sus obras, incluso en el Quijote), e intentó su fuga y la de otros presos varias veces, pero sin éxito, debido, al parecer, a delaciones y traiciones de propios y extraños, con lo cual su cautiverio fue cada vez más severo. Mientras tanto, su hermano Rodrigo pudo ser liberado con el pago del rescate por parte de la familia, ya que su cuantía era mucho menor que la exigida por poner en libertad a Miguel.
De manera semejante al escritor portugués Camões (1524-1580), que tuvo que ser subvencionado por unos amigos para regresar de su atribulado viaje a la India en 1568, Cervantes solo recuperará la libertad gracias a las colectas realizadas por unos religiosos trinitarios entre los mercaderes cristianos de Argel, con las que consiguieron reunir el precio exigido para el rescate por el bey Hazán. Poco antes de su liberación, a Cervantes se le había asignado ya un nuevo destino como cautivo en Constantinopla, y es probable que, de haber sido trasladado allí, quizá no conoceríamos hoy su obra tal y como la conocemos, o tal vez de ninguna manera.
Liberado en septiembre de 1580, Cervantes se embarcó rumbo a Valencia y viajó después a Madrid y a Lisboa (entonces territorio del Imperio español), donde Felipe II le encomendó una misión en Orán. Cumplida ésta, y tras algunas peripecias, regresó a Madrid, donde debió intentar conseguir un destino en América, aunque sin conseguirlo. Y es entonces cuando comienza a escribir. Sus primeras piezas (comedias y tragedias) se representaron, pero están hoy perdidas (excepto El trato de Argel y La Numancia). Es en esa época cuando escribe La Galatea (que se publicaría en 1585), y también cuando mantuvo un romance con Ana Franca de Rojas (esposa de un tabernero), dama de la que él mismo reconoció haber tenido una hija, Isabel. Posteriormente, a finales de 1584, se casó con una muchacha joven (dieciocho años menor que él) y humilde, Catalina de Salazar Palacios. La boda se produjo en Esquivias, pueblo toledano próximo a Aranjuez.
Entre 1587 y 1600, probablemente con su matrimonio haciendo aguas, Cervantes, solo y a disgusto, marcha a Sevilla y recorre Andalucía, primero como comisionado de la recaudación de impuestos, grano y aceite para la Armada, la cual se estaba pertrechando para la guerra contra Inglaterra y creando la famosa Armada Invencible, y después como comisionado de Hacienda. Pero el infortunio volvió a visitar al escritor, ya que fue acusado de apropiación indebida de dinero, quizá, en parte, con motivos fundados o quizá debido a la quiebra de la banca donde depositaba los impuestos recaudados. Así, Cervantes hubo de sufrir prisión temporalmente (en dos ocasiones, hacia 1597) hasta que su recurso de inocencia fue admitido. Además, tampoco sus nuevas peticiones de traslado a las Indias, cursadas en 1590, le habían sido concedidas. (Realmente, Cervantes vive un periodo en que el inmenso Imperio español comienza a dar sus primeros síntomas de crisis militar, política y económica, tanto en Europa, como en América, África y Asia.)
Sevilla, Cádiz, los pueblos andaluces, las ventas y los caminos que tuvo que recorrer Cervantes en esa etapa de su vida, así como las gentes de toda condición con las que trató (campesinos, comerciantes, traficantes e incluso maleantes) quedaron, no obstante, como un inspirador poso en la mente creativa del escritor.
La escritura del Quijote debió iniciarla ya en Andalucía, y la proseguiría en Valladolid, ciudad a la que se mudó en 1603 (esta vez con Catalina), como adjunto a la Corte de Felipe III. Pero, ciertas cuitas referidas a las sospechas de asesinato de un hombre y a la actividad poco moral de algunas mujeres de su casa (no está claro si de su hija Isabel, sus hermanas Magdalena y Andrea o la hija de esta última, Constanza) le produjeron a Cervantes nuevos sinsabores.
En 1606, habiendo publicado ya el Quijote a inicios del año anterior, Cervantes y su familia se trasladan a Madrid, siguiendo de nuevo a la Corte y entrando en contacto con el séptimo conde de Lemos, hombre político y de letras que ejerció cierta protección sobre Cervantes, así como sobre Lope de Vega (con quien Cervantes mantuvo una sostenida disputa literaria de tintes variables). En Madrid vivió los últimos años de su vida, entre las satisfacciones por ir viendo publicada su obra (aunque tardíamente y siempre mal remunerada), el dolor por la muerte de sus hermanas, la decepción por ver denegadas sus nuevas peticiones de traslado y la austeridad de una vida de escritor pobre. El Quijote había tenido mucho éxito y, cuando su popularidad se extendió, Cervantes pudo ver publicadas, a partir de 1613, la mayor parte de sus obras, con el único inconveniente de que no percibía derechos por ellas, ya que los había vendido por un tanto alzado al impresor. (El Quijote tenía un precio aproximado equivalente a tres o cuatro euros de hoy en día.)
Sin descendencia legítima, Cervantes murió en su casa de la calle León, en Madrid, el 22 de abril de 1616. Tenía sesenta y ocho años de edad, y fue enterrado en el convento de las trinitarias descalzas, sito en la actual calle madrileña que lleva el nombre de Lope de Vega, quien fue, a la sazón y paradójicamente, uno de los escritores coetáneos de Cervantes que más criticaron su obra.
Antes de La Galatea, escrita entre 1581 y 1583, y publicada en Alcalá de Henares en 1585, Cervantes solo había publicado breves comedias y poemas en libros de varios autores. La Galatea, que venía presentada como «primera parte» (aunque nunca llegó Cervantes a escribir la segunda),1 es una novela pastoril con influencias italianas y de Garcilaso, y, aunque irregular (como toda la obra cervantina),2 ya apunta algunas señas del ingenio posterior del escritor.
La obra poética cervantina se plasmó en canciones, églogas, letrillas, romances, sonetos, y otros poemas menores. Su poesía, dispersa y eclipsada por la rica lírica del momento, no es lo más relevante de su producción literaria; sin embargo, las composiciones en verso insertas en sus piezas de teatro y en determinadas novelas, algunas de ellas jocosas, son quizá las más acertadas y singulares. Como poemas mayores suyos podemos considerar el «Canto de Calíope» (incluido en La Galatea) y el libro Viaje del Parnaso (1614).
Algunas de sus obras teatrales fueron representadas en la época, con una tibia aceptación por el público. El trato de Argel (con rasgos veladamente autobiográficos de su cautiverio) y El cerco de Numancia (o La Numancia, obra histórica) son sus primeras tragedias serias de tono épico. De 1615 son El gallardo español, Los baños de Argel3 (alusiva también a su experiencia en Argel) y La gran sultana, las tres de resonancias autobiográficas (siempre veladas) y de ambiente morisco. La casa de los celos y El laberinto de amor son dos comedias menores inspiradas en las figuras del Orlando enamorado (de Boiardo) y el Orlando furioso (de Ariosto), personajes ambos que son una evolución del heroico protagonista del Cantar de Roldán. Más sugeridoras del genio de Cervantes, pero sin alcanzar el valor de sus entremeses, son la comedia de enredo La entretenida, la picaresca Pedro de Urdemalas y la comedia de santos El rufián dichoso (en la que destaca el uso de varios y modernos registros del lenguaje de la época, como en el Quijote).
El logro teatral mayor de Cervantes está en las piezas breves llamadas entremeses, donde, sin gran despliegue de trama o intención, logra reflejar de una manera viva y brillante a unos cuantos personajes arquetípicos (estafadores, vividores, mujeres ligeras de cascos, maridos abúlicos o celosos, sirvientes cizañeros, etc.), así como sus maneras de actuar y de hablar. De entre sus entremeses destacan El retablo de las maravillas, El vizcaíno fingido, El juez de los divorcios y El viejo celoso. Los entremeses de Cervantes aparecieron publicados, en 1615, en un volumen titulado Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados.
La narrativa cervantina iniciada con La Galatea mejora a ojos vistas en algunas de sus Novelas ejemplares, publicadas en un solo volumen en 1613. Se trata de doce relatos breves (o novelas, según el sentido italiano de novella que Cervantes da al término) de diferentes fechas de redacción. Una de ellas deja entrever sus propias experiencias como soldado y cautivo (El amante liberal), y otras son más fruto de la invención pura (La española inglesa, Las dos doncellas, La señora Cornelia, La fuerza de la sangre). Hoy, las más valoradas y conocidas son La gitanilla, El celoso extremeño, La ilustre fregona, El licenciado vidriera, El casamiento engañoso y, sobre todo, Rinconete y Cortadillo y Coloquio de los perros, ambas de tono picaresco. En Rinconete y Cortadillo, Cervantes muestra, con gran realismo, un carrusel de personajes marginales, sus alegrías y miserias. En Coloquio de los perros (continuación de El casamiento engañoso), da una vuelta de tuerca a la ficción al dotar a dos perros (Cipión y Berganza) de la facultad del habla, gracias a la cual van contándose sus vidas. A través del diálogo y los diferentes registros del habla, uno de los grandes aciertos estilísticos de Cervantes, el autor logra plasmar, con gran capacidad de observación y sentido del humor, no solo un exquisito cuadro de las lacras y la condición de la sociedad y del individuo, sino también un genial y humano retrato de los caracteres opuestos (y complementarios) de los dos perros parlanchines.
Las Novelas ejemplares aparecieron entre la publicación de la primera parte del Quijote (El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 1905) y la segunda parte del mismo (El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, 1615). Póstumamente apareció su novela Los trabajos de Persiles y Sigismunda (o el Persiles, 1617), en cuya dedicatoria (a su mecenas, el séptimo conde de Lemos) menciona las obras que tenía en mente abordar todavía: «Semanas en el jardín», «El famoso Bernardo» y la segunda parte de La Galatea.
El Persiles se parece mucho más a una antigua novela épica bizantina que a la «nueva novela» que hoy se considera el Quijote, pero es, sin duda, de más calidad que La Galatea, o al menos de mayor vuelo literario e intelectual, ya que encierra la voluntad de Cervantes de elaborar una gran narración al estilo de los clásicos (Heliodoro), basándose más en lecturas eruditas y en una intención ideológica y didáctica (contrarreformista) que en su pulso creador y su personal experiencia vital. El resultado es una novela extraña, no deficiente en su prosa (por momentos más pulcra y bella que ninguna otra de Cervantes), pero quizá anacrónica en su forma, lo cual constituye un ejemplo más de esa irregularidad que marca el conjunto de la obra cervantina.
Al hablar de la literatura de Cervantes se hace necesario acercarse a su verdadera dimensión como hombre y como escritor. Por un lado, su escasa formación inicial lo situaba en un nivel culto, pero no docto (como Góngora, Quevedo o Gracián); por otro, la perfección estilística de su prosa era, ciertamente, superada por la de escritores como Mateo Alemán (autor del Guzmán de Alfarache) o fray Luis de Granada. Sin embargo, lo que ha convertido a Cervantes en un escritor universal es el «ingenio» literario que plasmó en algunas de sus obras y, de manera sobresaliente, en el Quijote. Así, sus eventuales imprecisiones en el uso del lenguaje (faltas de concordancia, anacolutos, cambios repentinos de los tiempos verbales, variaciones de sujeto, etc.)4 o en la estructura narrativa (redundancias, repeticiones, enunciados sin antecedentes, etc.) no impidieron en su época, y tampoco hoy, saborear la esencia de su inventiva literaria. No obstante, para algunos estudiosos, muchos de estos supuestos errores «técnicos» pueden verse como un voluntario juego con el lenguaje y como un rasgo más de la humanidad del escritor y de su intento de reflejar el habla de la época, lo cual redundaba en esa mayor singularidad y libre albedrío de los personajes que, como decíamos antes, constituye un rasgo principal de la novela moderna. En definitiva, todo ello no oculta ni merma la grandeza del arte literario, la «gala y el artificio»5 que contiene el Quijote.
1 Incluso en la dedicatoria del Persiles, publicada póstumamente en 1617, se prometía la segunda parte de La Galatea.
2 Irregular en el sentido de discontinua y cambiante, si bien a fuerza quizá de contratiempos y adversidades, condiciones que a la postre tal vez guiaron su ejercicio de una inventiva arriesgada y genial para la época, especialmente en el Quijote.
3 «Baños» era el término con que los otomanos aludían a las prisiones argelinas.
4 El cervantista Diego Clemencín (1765-1834) destacó tales errores en una, por otra parte, generalmente elogiosa edición del Quijote en 6 volúmenes, cuya mayor parte se publicaría póstumamente (1833-1839). Este punto de vista fundó durante mucho tiempo el tópico de un Cervantes «ingenioso pero lego».
5 Términos usados por el mismo Cervantes en una velada o tal vez ambigua alusión a su propia obra en el capítulo XLIII de la segunda parte del Quijote.
El Quijote tuvo en su momento un gran éxito entre todo tipo de lectores, e incluso fuera de España, con la única excepción, quizá, de un grupo de escritores españoles de renombre, encabezado por Lope de Vega, que siguieron viendo en Cervantes al escritor irregular que fue. (No obstante, en algunos momentos, Lope se mostró elogioso con Cervantes.)
Parece indudable que Cervantes no buscó plasmar referencias cultas o dejar rastros de erudición en el Quijote, sino más bien proponer una lúcida y divertida invención sobre la sociedad circundante utilizando los referentes literarios de quienes, en efecto, eran ya lectores, pero no necesariamente catedráticos. Por otro lado, hay cierto e innegable sabor humanista en el talante del Quijote. De hecho, Cervantes había sido influido ya en la juventud por el erasmista López de Hoyos, y probablemente tenía presentes algunas reflexiones incluidas en Elogio de la locura, donde Erasmo dice: «Todas las cosas humanas presentan dos aspectos [...]. Todo en la vida del ser humano es tan oscuro, tan diverso, tan opuesto, que no podemos estar seguros en ninguna verdad...».
Al Cervantes del Quijote lo mueve el hoy y el aquí, pero no para plasmar los sucesos políticos del momento, sino un cierto e involuntario desencanto melancólico teñido de ironía y humor, reflejo de la sociedad de su tiempo. Este aspecto, junto a su gran poder imaginativo, quizá ha contribuido a hacer del Quijote una obra universal; universal en el sentido de su versatilidad y capacidad de adaptación a todos los públicos y todas las épocas. Hoy, el Quijote sigue considerándose el arranque más acabado de lo que se llamará después «novela moderna», un género renovado cuya mayor virtud es, tal vez, el permitir al lector sentirse parte de lo narrado y, yendo más allá, constructor de lo narrado. A este respecto, la introducción de un lenguaje fiel a los diferentes registros del habla para describir una realidad cotidiana y reconocible es considerada hoy como un rasgo definidor fundamental de la novela moderna, de la que el Quijote es obra fundacional. Asimismo, como ha apuntado Fernando Lázaro Carreter, el Quijote recoge ya con plenitud otra característica esencial de la novela renacentista que ya se percibe de manera incipiente en el Guzmán de Alfarache, el Lazarillo e incluso en La Celestina: nos referimos al mayor libre albedrío del autor para crear personajes cuyo carácter independiente o autónomo permite poner en sus manos los giros o cambios de rumbo de los acontecimientos narrados.
Si el Quijote ha mantenido tan elevado interés literario a través de los siglos ha sido también por su gran capacidad para reflejar valores inmutables del ser humano. Ya en el periodo romántico, Schelling resaltó que don Quijote y Sancho Panza forman una ecuación en la que el primero representa la cabeza (lo ideal y la fantasía) y el segundo el corazón (lo real, visceral y práctico hasta la tosquedad), o bien las fuerzas del espíritu y de la naturaleza respectivamente. Los dos juntos dan cuerpo al eterno conflicto de la dualidad en las acciones del hombre, guiadas ora por la racionalidad de los sentidos, ora por las ideas sublimadas, amén de suponer una muestra del singular y arquetípico intercambio de roles morales entre las figuras del amo y el criado (o el esclavo). Además, ambos personajes habitan un espacio histórico crítico: el de la transición del viejo modo de vida feudal (ilustrado por don Quijote) al nuevo orden renacentista (representado por Sancho Panza), en el que las rígidas jerarquías sociales sucumbían ante la legítima ambición de prosperar en la vida que tenían las clases medias. Sin embargo, conforme avanza la novela, el hidalgo va ganando en sensatez al tiempo que el escudero adquiere tintes más quijotescos, es decir, adquiere un raciocinio de vuelos más altos. Finalmente, tanto esta matización de ambos personajes como su ambigüedad barroca son otros de los rasgos que argumentan la consideración del Quijote como la primera novela moderna.
Cervantes fue autor tardío. A excepción de La Galatea, casi toda su obra se publicó en los primeros años del siglo XVII. Tanto en teatro como en novela, Cervantes evolucionó desde el tono idealista hasta el sutil humorismo y la parodia sobre las costumbres de su época (a excepción de en el Persiles). En el Quijote, la parodia se descarga a través de la puesta en evidencia del anacronismo de los populares libros de caballerías,6 de los cuales Cervantes demuestra haber sido gran conocedor.
La primera parte del Quijote se publicó en 1605 con el título de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, y la segunda apareció en 1615 con un título ligeramente distinto (caballero por hidalgo); este cambio se debió a la aparición, en 1614, de un «falso» Quijote titulado Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, impreso en Tarragona y firmado por un tal Alonso Fernández de Avellaneda, del que se duda aún hoy su verdadera identidad.
Según Menéndez Pidal y otros cervantistas, Cervantes debió inspirarse inicialmente en una obra anónima del siglo XVI titulada Entremés de los romances, en la que un labrador (Bartolo) pierde el juicio de tanto leer romances, abandona su casa y, en su demencia, vive algunos episodios más cercanos al despropósito que a otra cosa. Otros historiadores señalan el posible conocimiento que Cervantes pudiera tener del anónimo de inicios del siglo XIV titulado El caballero Zifar, en el que se narran las peripecias de este caballero y su escudero Ribaldo, el cual le auxilia habitualmente con sus consejos y su prudente actuar.
En cualquier caso, don Quijote era, en su tiempo, un chiste caricaturesco del héroe de las populares novelas de caballerías, así como un trasunto de los épicos paladines de los romances españoles (sobre todo en la primera salida del hidalgo), género este último que Cervantes debió tener en buena estima, aunque para la opinión general fuera más bien indiscernible del de caballerías. Nadie duda ya de las irónicas intenciones de Cervantes en el sentido de parodiar el género de caballerías, el cual debió conocer muy bien y del cual atacó sus aspectos más ramplones y elogió sus mejores trazas. El caballero andante representaba todo lo que era deseable en el hombre del agónico medievo: heroísmo, arrojo y valentía, destreza guerrera, espíritu noble y protector, devoción por su fiel enamorada (en el Quijote, la del Toboso) y un sinfín de virtudes menores que, todas juntas, formaban el ideal del caballero. Este rasgo paródico es llevado por Cervantes incluso a la manera en que se presenta el autor del Quijote, ya que no lo hace como tal, sino como alguien que encontró un manuscrito árabe de un tal Cide Hamete Benengeli (y otro autor a quien no nombra),7 del cual él encargó la traducción a un morisco, recurso harto similar al que habitualmente se presenta en multitud de libros de caballerías y otras obras anteriores.
Después de la parodia de los libros de caballerías que supuso el Quijote, pocos nuevos libros de este género serían ya impresos, aunque su difusión aún se prolongaría algunos decenios. Con su sutil ironía, Cervantes clausuraría, aun sin proponérselo, un género que había disfrutado de enorme éxito entre todas las clases sociales, desde el posadero más «sanchesco» hasta Isabel la Católica, el emperador Carlos V, Ignacio de Loyola y Teresa de Ávila. Si bien los libros de caballerías ya estaba en cierta decadencia antes del Quijote, este género iría siendo olvidado paulatinamente desde entonces, y solo siglos después se volverían a valorar académicamente sus mejores recursos, precisamente los que Cervantes apreció y hasta usó de manera magistral para construir su «libro sobre libros» con una estructura narrativa nunca antes pensada.
El Quijote, es decir, Alonso Quijano (apodado «el Bueno»), era, según la descripción de su autor, un hidalgo campesino (es decir, un aristócrata venido a menos) «de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor», «seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza». El de la triste figura imaginaba, además, los amores de una antigua novia de juventud, Dulcinea del Toboso, la musa necesaria de cualquier caballero que se precie. Sus antecedentes se encuentran en el rey Arturo, Lanzarote, Tirant lo Blanc, Amadís de Gaula y tantos otros caballeros inexistentes (salvo en lo biográfico de algunos de ellos). Pero don Quijote presenta un rasgo peculiarísimo: ha enloquecido debido a la lectura de «libros» de caballerías... El hidalgo solo dará signos de recuperar la razón cuando a su alrededor todos parecen volverse locos, o cuando le llega el momento de la muerte.
Sancho Panza, por su parte, tiene su origen en el representante más arquetípico del populacho: el lazarillo y escudero, un personaje vinculado también a la novela picaresca. Sancho es un hombre materialista y práctico; en él domina el sentido común y la astucia. Su saber surge de la sabiduría popular, poco dada a veleidades. A partir de su segunda salida (capítulo VII), don Quijote se hace acompañar por este escudero escéptico pero fiel hasta el punto de confiar en los sueños y desvaríos de su señor aun en los episodios más excéntricos. A partir de entonces, don Quijote y Sancho Panza son, al mismo tiempo, inseparables y opuestos, unidos por su humanidad pero separados por su rango social.
En la segunda parte del Quijote, los papeles de ambos personajes sufren una curiosa metamorfosis. En palabras de Madariaga, mientras don Quijote se va «sanchificando», Sancho Panza se «quijotiza». El materialismo del escudero y el idealismo del caballero se van matizando durante el viaje a Barcelona por tierras aragonesas. Ante la posibilidad de convertirse en gobernador de la ínsula Barataria (lo cual resultará ser solo una farsa para diversión de unos duques), Sancho llega a obnubilarse de la misma manera que don Quijote cuando se encomienda a su Dulcinea en alguna quimérica misión. Ambos dejan de tocar de pies a tierra cuando la ilusión los domina, pero, de todas formas, sus ambiciones siguen siendo radicalmente distintas.
Paulatinamente, don Quijote se torna cada vez más sensato, y deja de ver gigantes y yelmos donde solo hay molinos y bacías de barbero. Más tarde, ya en su pueblo y esperando la muerte, el hidalgo recobra la cordura, llegando incluso a dirigirse a Sancho con algunos refranes populares, cosa que extraña sobremanera al escudero, que siempre había recibido reprimendas por su hablar vulgar y sentencioso. Del mismo modo, ya en su lecho de muerte, don Quijote escucha cómo Sancho le recuerda apasionado sus caballerescos sueños.
En la primera parte, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Alonso Quijano enloquece y sale de su pueblo, convertido en don Quijote, en busca de aventuras y de alguien noble que lo nombre caballero. En una simple venta de un camino se produce la farsa de su nombramiento, y más tarde unos mercaderes lo apalean. De regreso en su casa, su familia y el cura deciden quemar los libros que se le han metido en la cabeza, de los que solo salvan unos pocos. En sus alucinaciones, don Quijote cree ser diferentes personajes, pero tras coger como escudero a Sancho, su personaje será ya siempre don Quijote.
Los episodios de la segunda salida de don Quijote son tan universales que basta recordarlos: la lucha contra los molinos, que él cree gigantes; la venta, que él imagina que es un castillo; los rebaños de ovejas, que son ejércitos enemigos; la bacía de barbero, que él cree el mágico yelmo de Mambrino...
En el prólogo de la segunda parte, El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, Cervantes desprecia al tal Avellaneda, plagiador de su Quijote (no sin mérito, ya que logró imprimir varias ediciones ante la demanda de los lectores). Aquí, y durante una gran parte del libro, don Quijote da un giro y parece no sufrir alucinaciones, pero solo cuando se le quieren presentar las cosas aviesamente o con la sola intención de darle la razón en su delirio. Se narra aquí su tercera y última salida, iniciada con el encargo a Sancho de buscar a su Dulcinea y la negativa de don Quijote a aceptar que la sencilla moza que Sancho le muestra sea su idolatrada dama. Luego viene otro fingimiento con el que Sancho quiere hacerle recapacitar para volver a casa: el bachiller Sansón Carrasco se hace pasar por caballero para afrentarlo, vencerlo y convencerlo de su regreso, pero fracasa al ser derrotado por don Quijote en la lid, de modo que todo continúa su curso. (Incluso Sancho comienza a creer en la caballerosidad de su señor.)
Otros episodios posteriores son los de los leones, el de la cueva de Montesinos y los de la llegada a Aragón, donde unos duques se divierten sobremanera fomentando las fantasías del hidalgo, y también de su escudero, a quien prometen el gobierno de la imaginaria ínsula Barataria. En este punto, los trayectos de don Quijote y Sancho se separan temporalmente, hasta que el escudero descubre la farsa y regresa a su encuentro. Después, de camino a Barcelona, se encuentran con el bandolero Roque Guinart (curiosa inserción de un personaje histórico real, el bandolero Perot Roca Guinarda), y las aventuras empiezan a cobrar realidad, ante lo cual, sorprendentemente, don Quijote no parece exacerbar sus delirios, sino que muestra una actitud más contemplativa y reflexiva. Y lo mismo ocurre una vez llegados a Barcelona, durante la aventura de la cabeza encantada (una suerte de máquina autómata, casi de ciencia ficción), en la visita a la imprenta donde están imprimiendo el falso Quijote de Avellaneda y en el capítulo en el que don Quijote recibe una invitación a viajar en una galera, navegación que acabará en un confuso enfrentamiento con una nave otomana cuya tripulación, finalmente, venía en son de paz.
Ya en tierra firme, en la playa de Barcelona, el bachiller Carrasco vuelve a disfrazarse (caballero de la Blanca Luna) para retar a don Quijote, al que vence esta vez; dicha derrota marca su regreso a la aldea manchega (no exento de otras peripecias), donde morirá al poco.
Numerosos relatos digresivos y otros episodios acontecen en el Quijote, uno de ellos, el del «curioso impertinente», fue muy cuestionado incluso en su momento por su mayor o menor pertinencia narrativa. Aunque este aspecto no ha de extrañar si consideramos la libertad con la que Cervantes va construyendo la novela y la acumulación de referencias que introduce: pastoriles, picarescas, humorísticas, históricas e incluso de autorreferencia a la misma obra que está escribiendo. En este sentido, otro aspecto curioso del Quijote es que el tema del amor, tan presente en gran parte de la narrativa anterior a Cervantes, aparece aquí solo como ineludible mención a este universal código de relación entre los sexos, pero nunca como motor de las varias peripecias que acontecen, ni del nudo (si se puede decir), ni de los asuntos; sorprende también la inexistencia de verdadera intención erótica en toda la obra, más allá de ciertas sentencias jocosas y procaces de Sancho.
Si el Quijote es en gran parte deudor de toda una tradición novelesca previa, la de caballerías, picaresca y pastoril, tradición a la cual parodia y ensalza al mismo tiempo, la huella de esta obra de Cervantes se ha plasmado en un sinnúmero de novelas posteriores hasta hoy. Una de las primeras influencias la encontramos en las grandes novelas inglesas del siglo XVIII (como en Moll Flanders, de Defoe, Los viajes de Gulliver, de Swift, Historia de Tom Jones, de Fielding o Vida y opiniones de Tristán Shandy, de Sterne), una de las cuales hace incluso referencia directa a la obra cervantina en su mismo título: Historia de las aventuras de Joseph Andrews y de su amigo el señor Abraham Adams, escrita a imitación de la manera de Cervantes, autor de Don Quijote, de Henry Fielding. Desde ahí, pasando por autores como Victor Hugo, Charles Dickens, Herman Melville, Flaubert, Dostoievski, Mark Twain o Franz Kafka, hasta escritores contemporáneos, el Quijote ha permanecido como una referencia inevitable en el quehacer de la novelística.
Para la presente edición hemos tomado las ilustraciones y notas editados por Ignacio Cumplido y las hemos actualizado teniendo en cuenta las más recientes ediciones críticas.
Sergio Aguilar Giménez
6 Al final de la Segunda Parte (Capítulo LXXIII), la novela acaba señalando: «...pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi verdadero don Quijote van ya tropezando y han de caer del todo sin duda alguna. Vale.». Y del mismo tenor son otras alusiones referidas en el Prólogo.
7 Bajo estos dos alter ego se recogen además relatos de otros supuestos narradores menores, lo cual da una idea de la proliferación de voces (o pseudovoces) autorales que Cervantes aporta como novedad radical en la prosa novelesca.
Yo, Hernando de Vallejo, escribano de Cámara del Rey nuestro señor, de los que residen en su Consejo, doy fe que, habiéndose visto por los señores de él un libro que compuso Miguel de Cervantes Saavedra, intitulado Don Quijote de la Mancha, Segunda parte, que con licencia de Su Majestad fue impreso, le tasaron a 4 maravedís cada pliego en papel, el cual tiene setenta y tres pliegos, que al dicho respeto suma y monta 292 maravedís, y mandaron que esta tasa se ponga al principio de cada volumen del dicho libro, para que se sepa y entienda lo que por él se ha de pedir y llevar, sin que se exceda en ello en manera alguna, como consta y parece por el auto y decreto original sobre ello dado, y que queda en mi poder, a que me refiero; y de mandamiento de los dichos señores del Consejo y de pedimiento de la parte del dicho Miguel de Cervantes, di esta fe en Madrid, a 21 días del mes de octubre del 1615 años.
Hernando de Vallejo.
Vi este libro intitulado Segunda parte de don Quijote de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra, y no hay en él cosa digna de notar que no corresponda a su original. Dada en Madrid, a 21 de octubre, 1615.
El licenciado Francisco Murcia de la Llana.
Por comisión y mandado de los señores del Consejo, he hecho ver el libro contenido en este memorial: no contiene cosa contra la fe ni buenas costumbres, antes es libro de mucho entretenimiento lícito, mezclado de mucha filosofía moral; puédesele dar licencia para imprimirle. En Madrid, a 5 de noviembre de 1615.
Doctor Gutierre de Cetina.
Por comisión y mandado de los señores del Consejo, he visto la Segunda parte de don Quijote de la Mancha, por Miguel de Cervantes Saavedra: no contiene cosa contra nuestra santa fe católica, ni buenas costumbres, antes, muchas de honesta recreación y apacible divertimiento, que los antiguos juzgaron convenientes a sus repúblicas, pues aun en la severa de los lacedemonios levantaron estatua a la risa, y los de Tesalia la dedicaron fiestas, como lo dice Pausanias, referido de Bosio, libro II De signis Ecclesiae, cap. X, alentando ánimos marchitos y espíritus melancólicos, de que se acordó Tulio en el primero De legibus, y el poeta diciendo:
Interpone tuis interdum gaudia curis,
lo cual hace el autor mezclando las veras a las burlas, lo dulce a lo provechoso y lo moral a lo faceto, disimulando en el cebo del donaire el anzuelo de la reprensión, y cumpliendo con el acertado asunto en que pretende la expulsión de los libros de caballerías, pues con su buena diligencia mañosamente limpiando de su contagiosa dolencia a estos reinos, es obra muy digna de su grande ingenio, honra y lustre de nuestra nación, admiración y envidia de las extrañas. Éste es mi parecer, salvo etc. En Madrid, a de marzo de 1615.
El maestro José de Valdivielso.