REMANDO COMO UN SOLO HOMBRE

 

 

 

Daniel James Brown

 

Traducción de Guillem Usandizaga

Título original: The Boys in The Boat

© Del libro: 2013 by Blue Bear Endeavors, LLC

© De la traducción: Guillem Usandizaga

Edición en ebook: octubre de 2015

 

© Nórdica Libros, S.L.

C/ Fuerte de Navidad, 11, 1.º B 28044 Madrid (España)

www.nordicalibros.com

 

© De las fotografías: Créditos de las imágenes: p. xii: Photo by Josef Scaylea. Used by permission. Josef Scaylea Collection, Museum of History & Industry, Seattle, All Rights Reserved; pp. 6 and 16: Seattle Post-Intelligencer Collection, Museum of History & Industry, Seattle, All Rights Reserved; pp. 8 and 206: PEMCO Webster & Stevens Collection. Museum of History & Industry, Seattle, All Rights Reserved; pp. 24, 33, 64, 69, 82, 104, 148, 236, 292, 312, 320, 329, 356, 362, 365, and 369: Judith Willman Materials; p. 38: University of Washington Libraries, Special Collections, UW 33403; p. 52: University of Washington Libraries. Special Collections, A. Curtis 45236; p. 70: University of Washington Libraries, Special Collections, UW 20148z; p. 102: Bundesarchiv, Bild 183-S34639 / Rolf Lantin; p. 124: University of Washington Libraries, Special Collections, UW 3559; p. 164: © Bellmann/CORBIS; p. 172: Photo by Josef Scaylea. Used by permission; p. 192: University of Washington Libraries, Special Collections, UW 33402; p. 228: By permission of Seattle Post-lntelligencer; p. 250: Courtesy of Heather White; p. 274: Courtesy of the family of Bob Moch; pp. 299, 301, 327, 336, 342, 344, 345, and 352: Limpert Verlag GmbH; p. 306: United States Holocaust Memorial Museum, Courtesy of Gerhard Vogel; p. 351: University of Washington Libraries, Special Collections, UW 1705; p. 360: Bundesarchiv, Bild 183-R80425 / o.Ang; p. 375: Courtesy of the author.

ISBN DIGITAL: 978-84-16440-40-5

Diseño gráfico: Filo Estudio - www.filoestudio.com

Corrección ortotipográfica: Victoria Parra y Ana Patrón

Maquetación ebook: Caurina Diseño Gráfico

 

 

 

 

 

Para

Gordon Adam, Chuck Day, Don Hume,

George «Shorty» Hunt, Jim «Stub» McMillin,

Bob Moch, Roger Morris, Joe Rantz, John White Junior

y todos los demás fabulosos chicos de los años treinta:

nuestros padres, abuelos, tíos y viejos amigos.

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

Autor

 

Prólogo

Primera parte

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Segunda parte

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

Tercera parte

Capítulo IX

Capítulo X

Capítulo XI

Capítulo XII

Cuarta parte

Capítulo XIII

Capítulo XIV

Capítulo XV

Capítulo XVI

Capítulo XVII

Capítulo XVIII

Capítulo XIX

Epílogo

Nota del autor

Notas

Contraportada

Daniel James Brown

(California, 1951)


Profesor de literatura comparada y escritor estadounidense de libros de no ficción. Su primer libro, Under a Flaming Sky, The Great Hinckley Firestorm of 1894 (2006), traza las historias personales y las causas sociales, económicas y ambientales de la de la tragedia en la que se quemó una superficie de hasta 250.000 acres (1.000 kilómetros cuadrados), incluyendo la ciudad de Hinckley, Minnesota. El fuego mató a cientos de personas, incluyendo el bisabuelo de Brown.

Su segundo libro, The Indifferent Stars Above, The Harrowing Saga of a Donner Party Bride (2009), relata los pasos de Sarah Graves, una joven que dejó su casa en Illinois en la primavera de 1846 con destino a California. Sarah fue miembro del Donner Party, un grupo de pioneros americanos que se dirigió a California en un vagón de tren. Retrasados por una serie de contratiempos, pasaron el invierno de 1846 a 1847 por la nieve en Sierra Nevada. Algunos de los migrantes recurrieron al canibalismo para sobrevivir. El último libro de Brown, Remando como un solo hombre, la historia del equipo de remo que humilló a Hitler (2013), narra la epopeya del equipo de ocho remeros de clase trabajadora que conquistó el oro en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936.

PRÓLOGO

«En un deporte como este —de mucho trabajo, poco reconocimiento y una larga tradición—, tiene que haber algo que a los hombres normales se les escapa, pero que los hombres extraordinarios captan».

George Yeoman Pocock

Este libro nació un día de primavera, frío y lloviznoso, en el que trepé por encima de la cerca de cedro que rodea mi prado y me abrí camino a través del bosque húmedo hasta la modesta casa de madera donde John Rantz agonizaba.

Solo sabía dos cosas de Joe al llamar ese día a la puerta de su hija Judy. Sabía que, con setenta y tantos, arrastró él solo un montón de troncos de cedro montaña abajo, que los partió a mano, cortó los postes e instaló los 667 metros lineales de la cerca por la que acababa de trepar; una tarea tan hercúlea que, cada vez que pienso en ella, muevo la cabeza maravillado. También sabía que había sido uno de los nueve jóvenes del estado de Washington —agricultores, pescadores y leñadores— que conmocionaron tanto al mundo del remo como a Adolf Hitler al ganar la medalla de oro en la modalidad de ocho con timonel en los Juegos Olímpicos de 1936.

Cuando Judy me abrió la puerta y me acompañó hasta la acogedora sala de estar, Joe estaba echado en un sillón reclinable con los pies levantados, con todos sus 188 centímetros de altura. Llevaba un chándal gris y unos botines afelpados de un rojo intenso. Lucía una barba blanca y corta. Tenía la piel cetrina y los ojos hinchados, debido a la insuficiencia cardíaca congestiva que le aquejaba. Cerca había una bombona de oxígeno. El fuego crepitaba y silbaba en la estufa de leña. Las paredes estaban cubiertas de viejas fotografías de familia. Una vitrina atestada de muñecas, caballos de loza y porcelana con motivos florales descansaba contra la pared del fondo. La lluvia salpicaba una ventana que daba al bosque. En la minicadena, sonaban con suavidad canciones de jazz de los años treinta y cuarenta.

Judy me presentó y Joe me tendió la mano, extraordinariamente larga y delgada. Judy le había leído en voz alta uno de mis libros y él quería conocerme y hablar del texto. Se daba la casualidad de que, de joven, había sido amigo de Angus Hay Jr., hijo de un personaje determinante en la historia que cuenta ese libro. Así que estuvimos hablando un rato del tema. Luego la conversación fue derivando hacia su propia vida.

Tenía la voz aflautada, frágil y debilitada casi hasta el límite. De vez en cuando se quedaba en silencio. Sin embargo, poco a poco, incitado con suavidad por su hija, se puso a tirar de algunos hilos de su vida. Al recordar su infancia y su juventud durante la Gran Depresión, habló con la voz entrecortada, pero con decisión, sobre las privaciones que soportó y los obstáculos que superó: una historia que, mientras yo tomaba notas sentado, empezó por sorprenderme y luego me asombró.

Sin embargo, no fue hasta que empezó a hablar de su dedicación al remo en la Universidad de Washington cuando se puso a llorar de cuando en cuando. Habló del aprendizaje del arte de remar, de botes y remos, de tácticas y técnica. Rememoró las largas y frías horas pasadas en el agua, bajo cielos grises como el acero; las victorias cosechadas y las derrotas evitadas por los pelos; el viaje a Alemania y la entrada en el Estadio Olímpico de Berlín bajo la atenta mirada de Hitler; y al resto de compañeros de tripulación. Sin embargo, ninguno de estos recuerdos le arrancó una lágrima. Fue en un intento de hablar del «bote» cuando se le empezaron a entrecortar las palabras y los ojos, todavía vivaces, se le llenaron de lágrimas.

En un primer momento, pensé que se refería al Husky Clipper, el bote de competición con el que saltó a la fama. ¿O tal vez se refería a sus compañeros de equipo, un grupo inverosímil que consiguió uno de los grandes hitos del remo? Finalmente, al ver a Joe esforzándose una y otra vez en no perder la compostura, me di cuenta de que «el bote» era algo más que la embarcación o los remeros. Para Joe, incluía ambas cosas pero las trascendía: era algo misterioso y casi imposible de definir. Era una experiencia compartida, algo singular que pasó en una época dorada y lejana, en la que nueve jóvenes generosos lucharon juntos, trabajaron codo con codo, como un solo hombre, y dieron todo lo que tenían los unos por los otros, unidos para siempre por el orgullo, el respeto y el afecto. Joe lloraba, como mínimo en parte, por la pérdida de ese momento, pero mucho más, creo, por la pura belleza del mismo.

Cuando ya estaba a punto de irme, Judy sacó la medalla de oro de Joe de la vitrina y la puso entre mis manos. Mientras la admiraba, me contó que años atrás desapareció. La familia buscó y rebuscó en la casa de Joe, pero finalmente se rindió y la dio por perdida. No fue hasta al cabo de muchos años, al reformar la casa, cuando por fin la encontraron escondida entre el material aislante del desván. Al parecer, una ardilla le cogió afición a los destellos del oro y escondió la medalla en su nido como si de un tesoro se tratara. Mientras Judy me lo contaba, se me ocurrió que la historia de Joe, igual que la medalla, llevaba demasiado tiempo oculta.

Estreché de nuevo la mano de Joe y le comenté que me gustaría volver otro día y hablar un poco más con él, y que me gustaría escribir un libro sobre su época de remero. Joe me agarró otra vez de la mano y dijo que a él le parecía bien, pero entonces se le volvió a entrecortar la voz y me advirtió con delicadeza: «Pero no tiene que ser solo sobre mí. Tiene que ser sobre el bote».

El pabellón de botes de la Universidad de Washington en los años treinta