Las contradicciones de Lucía.
CAPÍTULO I.
Sólo ella.
Tuvo una adolescencia difícil, siempre fue una mujer de fuerte personalidad y de carácter sensible, noble, firme y caprichoso. Era atractiva, no se consideraba guapa pero era consciente de que gustaba a los hombres, a pesar de pasar la mayor parte de su vida sin pareja sentimental, siempre tuvo mucho éxito entre el género masculino.
Lo tenía todo para ser feliz, sus padres la apoyaron siempre a pesar de los pesares. Nunca tuvo muchos amigos, tal vez uno o dos a lo largo de su infancia, era solitaria y no sabría decir si por decisión propia o por su entorno. Algo en su interior se decantaba siempre por las incertidumbres de la vida, malas compañías, ella misma se sentía relegada de la sociedad-
Hasta los 16 años vivió con sus padres en un pueblecito de la zona Norte de Mallorca, Sóller, muy conocido por ser el lugar que muchos artistas (sobretodo pintores y grandes poetas…) escogieron para su introspección, era un buen refugio para esconderse del resto del mundo y encontrar inspiración.
Al dejar los estudios fue a vivir sola a la ciudad, Palma…allí pasó por tempestades, a los casi 19 años ya había probado todo lo malo…alcohol, drogas, sexo sin discriminación, a pesar de su temprana edad llegó a un punto de su vida que sólo podía hacer dos cosas…seguir así y ver hasta cuándo viviría (y de qué manera) o el camino opuesto, renacer.
Eligió lo segundo y buscó su sitio, cosa que no fue fácil pero lo hizo sin dilación. Dos años fue lo que necesitó para sanear mente y cuerpo y labrarse un nuevo camino.
Con lo que pudo ahorrar en ese tiempo hizo las maletas para irse lejos, no pretendía olvidar, el pasado formaba parte de ella y quería ser consciente de todo para no volver a caer pero sí necesitaba alejarse de él y volver a empezar con las ideas más claras, eligió Madrid, tenía 21 años y ahí empezó su nueva vida.
Acabó su carrera gracias a la ayuda económica que le aportó su primer libro (poesía erótica) que escribió mientras estudiaba por las mañanas y trabajaba por las tardes y fines de semana interminables.
Sus padres estaban radiantes de felicidad por ese cambio radical y que pusiera tanta energía e ímpetu en retomar sus estudios. Lucía no dejó que la ayudaran económicamente, pensaba que todo lo bueno de la vida requiere un esfuerzo, actuaba en consecuencia y sus progenitores lo entendían y respetaban.
El resultado se avistó nueve años después…Aunque ellos ya no lo vieron. Cuándo cumplió los 26 años murieron en un accidente de coche, se quedó sola en el mundo… no tenía más que algunos parientes lejanos con quienes nunca se relacionó.
Por supuesto que en ese momento hubiera agradecido tener a alguien para consolarse…pero no era el caso, después de una pequeña crisis de varios meses, volvió a levantarse y seguir trabajando, más duro si cabe. Se prometió que por primera vez en su vida acabaría lo que había empezado, terminó sus estudios de psicología a los 30 años con la segunda nota más alta de su clase.
Hasta entonces no le quedó más remedio que compartir piso con otras/os estudiantes, a pesar de tantos años conviviendo con jóvenes de su edad no llegó a congeniar con ninguno de ellos, según ella, lo que menos necesitaba en ese momento eran vínculos sociales. Tenía un objetivo marcado y no debía desviarse, el poco tiempo libre con qué disponía era para descansar y no desfallecer por el camino.
Lo primero que hizo después de graduarse fue despedirse de los pisitos de mala muerte y buscarse algo en la zona que más le gustaba de Madrid. Era un barrio lujoso y el ático que escogió, muy caro pero se lo podía permitir gracias a la herencia, una bonita casa en el pueblo que alquilaba y prácticamente no tocó el dinero que le dejaron, sin contar el poco que ya tenía ahorrado.
Una mañana recién levantada, se quedó quieta mirándose al espejo… distinguió una cana en la ceja, pero si sólo tenía 36 años!…sólo?, pensó al instante. Ya tenía 36 y el tiempo, en ese momento fue consciente, pasaba sin detenerse por nadie. Su piel seguía firme y turgente, en su cara todavía no se apreciaban las arrugas de la madurez, se maquillaba muy poco, no lo necesitaba. Se sentía orgullosa de sus logros, sin embargo algo le faltaba…tener hijos, formar una familia…ahora ya parecía tarde para eso, encontrar a alguien no es fácil. Se convenció que a partir de ese día, su primera cana, algo tenía que cambiar, fuera lo que fuese pero ese pensamiento la animó.
Tenía una relación de amistad muy estrecha con su jefe, llevaban cinco años juntos y desde el primer día la confianza fue en aumento entre ellos, sin resentirse en ningún momento. Él debía tener unos 15 años más, estaba felizmente casado y con dos hijos. En eso pensaba mientras se arreglaba para dirigirse al trabajo, en eso y en su primera cana y fue consciente en ese momento de que estaba sola, no se sentía así, quizás porque llevaba toda su vida en ese estado, la soledad no la amargaba…así, enfrascada en sus pensamientos durante los 5 minutos que duró su trayecto en el metro y 10 más caminando, llegó al bufet de abogado dónde trabajaba como secretaria.
Era un día tedioso, 24 de Julio, a una semana de coger las vacaciones y no tenían mucho trabajo qué hacer. En toda la planta se podía respirar el sosiego previo a las vacaciones de verano, todo estaba muy tranquilo y acabó pronto de organizar la agenda de la semana, mientras esperaba finalizar su jornada se dispuso a limpiar y clasificar su correo personal y, casualmente, encontró uno que se envió ella misma haría ya unos siete años, antes de acabar la carrera, era el principio de un relato que empezó a escribir.
Inmediatamente le invadieron las ganas de seguir. Ahora ya era una mujer, tenía más temple, más conocimientos y una nueva perspectiva de la vida. Utilizaría sus estudios de psicología para escribir otro tipo de libro, esta vez lo hacía sólo por placer, no pensaba volver a publicar nada…a priori.
En las primeras dos semanas siguientes ya tenía prácticamente un tercio del libro, las palabras le fluían como el agua del manantial… hacía más de una semana que había empezado sus vacaciones y el estar en Mallorca, la Isla de la calma, la ayudó.
El primer día de su llegada se le antojó ir a la playa de cerca de su casa, era la calita que siempre iba con su madre, se tendió en un lugar algo apartado, cobijándose del asfixiante sol de la tarde entre rocas y altos matorrales. Un pequeño balneario de arena blanca y el agua más cristalina y fría de lo que recordaba, con manchas turquesas y celestes que parecían nacer de la misma arena. En su recoveco la furia del Sol no llegaba, apenas algunas lenguas tenues de esos rayos fulminantes le daban calidez y la brisa fresca la acariciaba mientras ella seguía leyendo uno de los libros que encontró por casa y aunque la lectura le parecía interesante el sopor se iba apoderando de ella.
Nadaba sumergida en un mar de sensaciones , relajada, despreocupada…sin prisas y sin nada mejor que hacer…de repente algo le sobresaltó y despertó de su somnolencia, un dolor agudo en el empeine. Un disco volador había aterrizado en su pie, levantó la vista y vio a un hombre de unos 45 años con una mano en la cabeza y otra tapándose la boca, era de estatura media-alta, complexión atlética, brazos y tórax anchos y moldeados y con aire desaliñado, cosa que le atraía a Lucía porque le pareció que no era un hombre que se brindaran excesivos cuidados. No le disgustó ver ese torso velludo, esa barba de tres días, ese bronceado desigual, unos muslos enrojecidos y en los brazos la marca de la camiseta…
Cuándo sus miradas se toparon, él retiró su mano de la boca para dirigir la palma de la mano en su dirección, gesto que sobreentendía era para pedirle disculpas, se le dibujaba una sonrisa algo contradictoria (la vida está llena de contradicciones, era algo que Lucía sabía) medio descarada e inocente.
A pesar del dolor, ella hizo un ademán de despreocupación y le devolvió la sonrisa… paró a un metro de ella, recogió su ”frisbi”, le dijo que lo sentía mucho, en alemán, ella le respondió en el mismo idioma ( su madre la obligó a estudiarlo) y él se quedó quieto por un momento, parecía como si toda la seguridad con que anduvo, todo ese aplomo con que la miró desde un principio se petrificaran en el momento justo que ella se levantó las gafas de sol. Su mirada se posó en él mientras seguía sonriendo y quitando importancia al intenso dolor que sentía en el pie, algo preocupada también, pues tenía la sensación que le sangraba y no quería alarmar ni hacer que ese pobre señor se sintiera mal. Al instante él recobró su temple y le extendió la mano:
-Mi nombre es Jung, encantada de conocerla…¿Es usted de aquí?...
Y así empezó la nueva amistad…después de unos diez minutos hablando, Jung soltó una risotada que despertó a una señora tumbada a unos tres metros de ellos, pero precisamente esa naturalidad, jovialidad y falta de “decoro” la contagió y ambos rieron abiertamente pero él tuvo que volver al Planeta Tierra, una mano minúscula le tiraba del bañador…Lucía aprovechó esa interrupción para mirar sutilmente su pie malherido, aparte de arena no vio nada, quizás le saldría un golpe, bah, nada.
-Vengaaaaaa, jugamos ¿!,-protestó una niñita rubia y de ojos azules de no más de cinco años.
-Cierto, sí… me estabas esperando. Bueno, Juslia, un placer conocerte, y que disfrutes de tus vacaciones. - Sentía que debería decir algo más, estarás aquí mañana, y el próximo, y el siguiente…, pero Lucía, sin dejar de sonreir, se volvió a poner las gafas de sol y se despidió lacónica…-
-Un placer. –“¡¿Y ahora qué me pasa?!”, se preguntó a ella misma algo disgustada, ¡¿por qué me siento aturdida?!, ¡¿ por qué mierdas me sonrojo?!,”.
A la mañana siguiente hacía un día caluroso pero feo para ir a la playa. Lucía se sintió frustrada. El caso es que ella se quedó a medias, quería volver a ver a ese “señor que no era tan mayor como le había parecido de lejos, y mucho más apuesto de cerca”, pero pronto se le pasó, a su edad ya no se enamoraría… nunca lo había hecho de verdad, es más, ella siempre dijo a su madre que no tenía esa capacidad y podría vivir sin eso. Bueno, se quedó en casa, siguió escribiendo, aunque tenía algo en el estómago… será una indigestión, el día anterior comió copiosamente en el bar donde frecuentaba siempre que estaba en Sóller, el frito de matanzas no es que sea algo ligero, sacó un botellín de cerveza de la nevera y se la tomó con tranquilidad, esperando su inspiración para seguir con el libro.
Después de tres días sin ir a la playa, a pesar del sol justiciero, volvió a ese rinconcito que la resguardaba de la intensidad del Astro Rey, en el mismo sitio y, para su asombro, estaba nerviosa… sentía los latidos de su corazón en la boca, “¡¿Seré tonta?!”, se preguntaba ella misma indignada por sentirse así, era ridículo!.
A la media hora de estar asándose en la sombra, el libro que tenía entre las manos descansaba en el suelo, las gafas de sol que le tapaban sus bonitos ojos verdes estaban algo torcidas encima de su respingona nariz, el cuello apoyado doblado descansando sobre el hombro y sus labios carnosos entreabiertos, su respiración era fuerte… se había quedado dormida, algo casi inevitable después de comer, con la calor , la calma que la envolvía, el sonido del mar chocar acaso contra las rocas o deslizarse suave sobre la arena, a tres metros de sus pies, algunos rayos entreabriéndose entre las hojas y las rocas, sorteando obstáculos para arrullar a Lucía .
Jung entró en la playa y su mirada fue directo hacía ese lugar dónde la conoció. La cara se le iluminó en cuánto la vio tumbada, medio ladeada…su espalda arqueada se movía al compás de su respiración, profunda y lenta...hizo ademán de acercarse pero se desvió unos metros más allá, él y su pequeña compañera, el día que la conoció y, en consecuencia, los tres días que le precedieron.
Después de más de una hora, Jung y su ahijada ya habían nadado, jugado con las palas, con el disco volador y ahora se tomaban un helado, sentados encima de la toalla, él con la mirada perdida en un horizonte en forma de mujer…cabellos largos y ondulados castaños claros con mechas más rubias que caían desordenados sobre la cara y espalda desnuda. Su mirada se perdía entre las curvas insinuantes inmóviles y para su deleite, sin miedo a ser descubierto, la piel ligeramente tostada contrastando con la toalla roja y la blanca arena.
La niña estaba inmersa en sus propio mundo…devorando a lametazos su helado de fresa, sin dejar que ni una gota se le cayera en la arena, había tanta arena encima de su toalla que no había miedo a que el helado que pudiera caer encima la manchara.
Lucía se movió y Jung se sobresaltó unos segundos, la expresión de su cara era como la de un animal esperando a que su presa diera un paso en falso… sin dejar de mirarla y sin darse cuenta de que su helado se estaba derritiendo y resbalando hasta el antebrazo. Se quedó mirando absorto mientras ella se incorporaba, devorando con los ojos cada movimiento que ésta hacía, cómo se retiraba el cabello de la cara y como entre sus dedos se quedaban unos rizos más rebeldes y con movimientos lentos los arrinconaba tras la oreja y siguió mirándola con la boca abierta mientras, ella, lentamente se desperezaba librándose poco a poco del entumecimiento de estar tanto tiempo en la misma posición. Su mirada se dirigió hacia él, sin querer, sin darse cuenta…lo buscó, cruzaron la mirada y se sonrieron….
Desde entonces se encontraron cada día en la playa, al principio mantenían moderadamente las distancias pero la última semana de Agosto ya quedaban formalmente, haciendo suyo ese rinconcito reservado entre las rocas y se acomodaban ahí los tres, ella le traía algo de chocolate a la niña o algunos libros de cuándo ella era pequeña y después de la playa siempre iban a comer un helado.
Dos veces quedaron para cenar ellos dos, ninguna de esa noche pasó nada, ni ella se insinuó ni él forzó la situación aunque se palpaba en el ambiente una tensión y era más que evidente, ambos lo deseaban aunque ninguno dijo nada, estaban cómodos y eran conscientes de que Agosto se acababa.
La verdad es que no tenía ganas de empezar una relación, este tema salió en la conversación una sola vez desde que se conocieron y se dio cuenta, al revivir la situación una vez de vuelta a Madrid, que fue ella quien le dio a entender que había caído en desidia en este aspecto, pero le restó importancia, ni siquiera recordaba con exactitud si fue clara o ambigua… él era un misterio, en lo relativo a lo personal ella sólo le preguntó por la madre de Anna, su hija, él fue lacónico – “No es mi hija, es de mi hermano, yo no tengo hijos y estoy separado”- y así se dio el tema por zanjado.
El último día que se vieron Lucía le trajo una muñeca a la niña, era regordeta y con rizos negros, la tenía en casa y la niña demostró su agradecimiento con un fuerte abrazo… cosa que le gustó y extrañó a la vez. Anna era una chiquilla simpática, en algún momento le contó un cuento típico de la isla, o le explicó alguna leyenda que oyó de sus abuelos, la cría la escuchaba con interés…pero eso fue todo, algo muy natural, no se echarían de menos pero sería grato si algún día se volvieran a ver.
Dos meses más tarde ya había empezado su rutina en Madrid, su trabajo, sus salidas (pocas)… Jung había vuelto a Alemania. Él era arquitecto, como su padre y abuelo…y llevaba junto a su hermano el negocio familiar…tenían mucho dinero. Sus empresas se habían extendido por toda Alemania, España y China.
Mallorca era como su segundo hogar, hablaba perfectamente el español. El caso es que él podía disponer de todo el tiempo libre que deseara y le dejó claro que si tenía intención de ir a Alemania le llamara. A pesar de todo, algo había que a ella le parecía discordante en su manera de ser o actuar, no en lo que él decía ni en el cómo sino que era algo más intrínseco… En más de una ocasión quiso descubrir qué era aquello que tanto la desconcertaba, trató de sondearlo pero no logró interpretar qué tenía Jung para crearle esas incongruencias.
Era atento, un hombre interesante, muy inteligente, educado, respetuoso, noble, amante de la naturaleza y una persona altruista, a pesar de ser poco sociable. Su mirada era penetrante, profunda pero inexpresiva, su sonrisa parecía sincera, no era muy hablador, le gustaba escuchar y había algo muy curioso…varias veces mientras mantenía con él una conversación animada ella lo había sorprendido mirándola fijamente con una imperceptible sonrisa, sin decir nada de nada, en esos momentos nada le inmutaba, podía incluso preguntarle cosas directamente y sólo sonreía… No es que le molestaran esos silencios, no eran incómodos…simplemente se le hacían extremadamente raros.
Cada vez que intentaba analizar sus gestos, la posición de sus manos, su postura, acababa con la misma sensación, no sabría clasificarlo. ¿En qué archivo le metería?...había algo que no conseguía descifrar, ni siquiera sabía si podía catalogarlo como una sensación mala o buena, pese a sus técnicas de estudio de psicología y su natural y extraordinaria capacidad empática no pudo descubrir ese “algo”. Sin lugar a dudas era la persona más misteriosa que había conocido hasta entonces. Lo que sabía cierto es que le transmitía tranquilidad y confianza, pero no, no se tiraría a la piscina sólo por eso, de todas formas… nadie le había pedido tirarse a la piscina, ¡¿para qué atormentarse si en ningún momento hablaron de salir?!...
Pasaron unas tres semanas desde su vuelta de las vacaciones y Jung no dio señales de vida, ella le pensaba en alguna ocasión, pero en cuanto se daba cuenta se lo quitaba de la cabeza como a una mosca cojonera que no para de dar zumbidos cerca de la oreja…
Con lo bien que estaba ahora que había vuelto a escribir. Y volvía a pensar en su libro que últimamente, desde que volvió de las vacaciones, lo tenía algo abandonado pero tampoco le quería dar demasiada importancia… no llevaba bien la frustración, no quería volver otra vez a dejar algo a medias, a dejar que la ilusión o pasión que ponía en algo nuevo se desvaneciera antes de hora y la dejara con esa sensación de vacío tan tormentoso, tan profundo, un vacío tan… vacío.
Un viernes noche, casi un mes después del regreso, salía de la ducha y oyó un sólo “ Dring” del teléfono, un email, pensó, los mensajes tienen otro sonido (“Beep”), y se olvidó de él… se puso el pijama, cerró todas las ventanas, siempre fuera la época del año que fuera, dejaba alguna ventana abierta antes de salir, también tenía otra manía … por las noches dormía con la puerta exterior de su habitación abierta, sólo la cerraba al levantarse… le gustaba sentir el frescor en su cara, en contraste con su cuerpo bajo las mantas, esa sensación hacía que se sintiera más resguardada en casa, más a “salvo”, en fin, no era más que una rareza.
Tampoco le gustaba el meollo, a pesar de vivir en una ciudad, prefería el campo, y por eso buscó el piso en el barrio de “Los Jerónimos”, una de las zonas más tranquilas y céntricas, al lado de “El Retiro” y no lejos de la oficina donde trabajaba (plaza España).
Vistiendo era muy sencilla, prefería la ropa cara por la comodidad de los tejidos, el ir a la moda era totalmente secundario.
No le gustaba cocinar y normalmente le llevaban la comida a casa o salía de restaurante… esa noche, se dispuso a llamar al restaurante chino que más le gustaba. Cuándo colgó se fijó en el icono de los email y, sin mucho interés, sólo para que no se le acumularan las notificaciones, lo abrió, pensando sería propaganda pero se sorprendió gratamente ver el nombre de Jung, ni siquiera recordaba que le había dado su dirección de correo electrónico!!. Miles de hormiguitas recorrieron su cuerpo, sus manos se tornaron torpes, el teléfono casi se le resbalaba de entre ellas… se sentó y cerró los ojos, respiró profundamente y segundos después, cuándo creyó haber cobrado la compostura, los abrió, tragó saliva y empezó a leer...
CAPÍTULO II.
SER EN TU Ser.
“¿Cuánto deseas ser Nada?”.
Hacía una semana que había vuelto de las vacaciones. Le llegó un email y esas cuatro palabras era lo único que decía… Lucía se quedó confusa, no entendía dónde estaba el error, es decir, no se puede escribir algo así a alguien pretendiendo que tenga sentido.
Era evidente que se había equivocado, podía ir dirigido a otra persona pero, aun así, carecía de razonamiento, se preguntó retóricamente… “¿Quién puede desear ser nada?”… a no ser que Jung se expresara mal, al estar escrito en español cabía esa posibilidad. El caso es que no podía no responder, aunque fuera para rectificarle y le contestó:
- “Aunque me alegra mucho haber recibido tu email, tu gramática no es correcta, no sé realmente qué quisiste decir o si te has confundido de destinatario. “-, y para asegurarse de que obtuviera respuesta añadió:- “¿Necesitas ayuda para que te lo traduzca o serás capaz de hacerlo tú solo?”.
: ) (Guiño).”- Y envió sin firmar…
Estaba nerviosa y se sentía aturdida, notaba un leve temblor en sus manos, sus pies no paraban de moverse afanosos repiqueteando el suelo, como si tuviera un tambor bajo éstos y tocara de forma rítmica. Sabía lo que no era, amor, pero no sabía por qué ese hombre tenía la capacidad para alterarla de este modo. ¿Se hallaría ese potencial que la alborotaba tanto, en su pragmatismo o quizás era ese halo de misterio que le envolvía?… eso le atrajo sin duda. Desde el primer momento que le vio le había llamado la atención… y al conocerle ese acaloramiento fue en aumento, pues la inteligencia era lo que más le excitaba en un hombre y Jung no era tonto, no señor.
Después de una media hora llamaron a la puerta, era la cena, atendió a Miguel (el repartidor), desde hacía año y medio le llevaba él la comida, solía pedir una vez o dos a la semana.
Miguel, era un chico de apenas 25 años, con gafas demasiado grandes para su delgada y alargada cara, proporcionada a su cuerpo, igualmente escuálido y muy alto, llevaba un pendiente en la oreja derecha que le daba aspecto de macarra pero no le pegaba nada, era más bien de mirada tímida y recelosa, totalmente imberbe y de piel lechosa y marcada por profundos surcos cicatrizados reflejo del paso del acné. Su pelo era negro, muy lacio y el corte de pelo no le favorecía, media melena que le caía sin gracia a ambos lados de la cara y como no lo tenía en abundancia, parecían cuatro lenguas de lagarto aferradas a su cara, era muy susceptible y poco hablador. Cuándo sonreía sus dientes parecían más grandes que su cabeza, Lucía supuso que esa era una de las razones por lo que no solía hacerlo, se veía que era una persona muy acomplejada e insegura.
Ella siempre había desarrollado una especie de sensibilidad entrañable hacía las personas más desfavorecidas, personas que sin haber hecho otra cosa que nacer en entornos problemáticos o, simplemente, por no haber nacido físicamente aceptables bajo los cánones de la belleza actual. La lástima que pudiera sentir por alguien la motivaba a tratarlos de forma condescendiente pero ese día estaba tan despistada que mientras cenaba, sin hambre, no recordaba ni haberle saludado, aparcó esa idea, le restó importancia, el teléfono estaba mudo y le fastidiaba tener que estar a la espera de que sonara…
Imaginó que la noche sería larga si no recibía contestación. Se levantó de la silla al acabar de cenar y recoger la cocina, preparó un café con leche y se sentó a esperar mientras veía cualquier cosa de la tele.
Estaba en el sofá, tras de ella un amplio pasillo y, luego, la cocina, en el piso sólo había dos habitaciones. Siguiendo la cocina a mano izquierda estaba la primera habitación que usaba para guardar todas sus cosas, organizado y compuesto casi de manera obsesiva. Una cama vestida que ocupaba el centro del dormitorio y sobre ella un ligero cobertor, el resto era todo blanco, al salir de ésta un pequeño ruedo seguidas de dos puertas más, la primera el baño igualmente con todas las toallas perfectamente alineadas y por tamaños, la otra puerta era de su habitación con un gran armario empotrado y enfrente una espléndida puerta de cristal que daba a la terraza…
Lo que más le llamó la atención al verlo es que era un ático diáfano y no sólo porque tenía pocos muebles, desde el portal de la entrada se veía casi todo, empezando por la la cocina, el salón justo a la derecha con unas puertas correderas para acceder a la terraza y desde ahí se podían avistar las fantásticas vistas del barrio…