Siglo XXI
Paul Strathern
Oppenheimer y la bomba atómica
en 90 minutos
Traducción: Antón Corriente
Revisión: José A. Padilla
Las dos bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945 inauguraron una nueva era en la que la posibilidad de la aniquilación nuclear ha mantenido al mundo en un precario equilibrio. A Oppenheimer se le recuerda como «el padre de la bomba atómica» y, de algún modo, responsable de esa situación. ¿Cómo fue el proyecto Manhattan y la carrera desbocada para crear la primera bomba atómica? ¿A qué dilemas morales hubo de enfrentarse Oppenheimer?
Oppenheimer y la bomba atómica presenta una instantánea brillante de un científico y su controvertido trabajo. Ofrece una explicación clara y accesible de cómo se desarrolló la bomba atómica, de su importancia y de las implicaciones que ha tenido durante el siglo XX y el presente.
«90 minutos» es una colección compuesta por breves e iluminadoras introducciones a los más destacados filósofos, científicos y pensadores de todos los tiempos. De lectura amena y accesible, permiten a cualquier lector interesado adentrarse tanto en el pensamiento y los descubrimientos de cada figura analizada como en su influencia posterior en el curso de la historia.
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RAG
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Título original
The Big Idea: Oppenheimer and the Bomb
© Paul Strathern, 1998
© Siglo XXI de España Editores, S. A., 1999, 2015
para lengua española
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.sigloxxieditores.com
ISBN: 978-84-323-1727-9
Introducción
A J. R. Oppenheimer se le recuerda sobre todo como el «padre de la bomba». Fue él quien encabezó «la mayor colección de lumbreras nunca vista» que construyó la primera bomba atómica en los laboratorios secretos de Los Álamos, en las apartadas montañas de Nuevo México. Muchos le recuerdan también como el científico que fue empujado prematuramente a la tumba por la caza de brujas anticomunista. Lo que a menudo se pasa por alto es que hizo una original contribución a la mecánica cuántica en sus inicios, y que publicó uno de los primeros modelos teóricos de los agujeros negros.
De paso, Oppenheimer fue también un profesor carismático que inspiró a una generación de físicos americanos, y fue más tarde director del Instituto de Estudios Avanzados (IAS) de Princeton durante casi 20 años, en la época en que gigantes de la talla de Einstein, Von Neumann y Gödel eran miembros de la casa.
Menuda carrera, menudo hombre. En privado Oppenheimer era un hombre algo extraño, de gran cultura. Cuando vio cómo la primera nube luminosa en forma de hongo proyectaba su falso amanecer sobre el desierto, se sorprendió a sí mismo musitando unas palabras del Bhagavad-Gita, obra probablemente desconocida para los otros científicos, generales y personal de inteligencia allí reunidos. Oppenheimer era un hombre sofisticado, pero también frío. Aunque capaz de inspirar una gran lealtad, muchos le consideraban elitista y arrogante. Esto no importaba mientras permaneciera en su laboratorio. (La ciencia per se no desarrolla la personalidad de una persona y tiende a hacer a sus practicantes más tolerantes con la torpeza que los practicantes del alpinismo social más despiadado.) Pero cuando Oppenheimer se convirtió en un pez gordo en Washington, no tardó en hacer enemigos políticos. Su arrogancia contribuyó a su caída tanto como sus opiniones de izquierda, por vagas y ambiguas que estas pudieran ser. «Oppie», como le conocían sus amigos, fue un hombre dividido hasta el final. Estaba orgulloso de ser el «padre de la bomba», pero no se hacía ilusiones sobre su terrorífico potencial.